Por Camila Torre Notari
Se presenta, a menudo, la discusion por la gastronomía de Buenos Aires. ¿Tiene Buenos Aires, esta urbe inmensa, una gastronomía propia? ¿O sólo se compone de las versiones degradadas de un puñado de comidas del mundo? Esta pregunta por un lado tiene algo en común con lo que sucede en la mayoría de las megalópolis (con Nueva York como modelo), una hibridación de sabores producto de la inmigración y el establecimiento de pequeñas comunidades étnicas que a la vez borronean lo local. Por otro lado, es también una pregunta en la cual “lo porteño” funciona metonímicamente como “lo argentino”, ¿hay una gastronomía argentina o esta es pura apropiación? La comida que mejor fungiría como argentina, la criolla, es observada desde Buenos Aires con recelo y un poco de desprecio, resguardada para fechas patrias y ocasiones muy especiales, en una ciudad dónde es casi imposible conseguir una buena humita ya que no se vende zapallo plomo.
Queda el asado, en su simplificadísima versión porteña carne y pan, y aquello que más llama la atención cuando uno viene a esta ciudad desde el extranjero o el interior de nuestro país: la pizza. La famosa pizza porteña, ese invento fabuloso y grotesco que hace que cualquier nuevo habitante de la ciudad engorde al menos cinco kilos en su primer año de residencia. La pizza porteña no se parece exactamente a ninguna otra del mundo (quizás a la de Chicago, pero no la hemos probado) en su combinación de masa esponjosa y cantidades inmensas de queso, en su falta de respeto a las proporciones, en la invención de la fugazzeta como marca de estilo y el uso del faina como pan con el cual comer ese otro pedazo de pan.
Y, además, dentro de la plantilla básica de lo que es una pizza porteña (que es bien simple) hay un número muy grande de pizzerías, ligeras variaciones de ingredientes (o cantidad) y preparación que, aunadas a la historia del local y el barrio en el que se encuentra emplazado, generan una variedad muy grande de experiencias posibles y discusiones eternas acerca de cuál es la mejor.
Ahí es donde entran estas encantadoras y hambrientas tiras de Camila Torre Notari. Acompañada de su pareja, Camila recorre barrio tras barrio porteño probando las pizzas más destacadas, siempre en la misma clásica combinación: muzzarella, fugazzeta, faina. Lo que es una secuencia, en apariencia, repetida se convierte, a través de los diálogos y los detalles observacionales (el tamaño de la barra, las pequeñas diferencias en la receta, el ambiente del barrio) en una exploración de la diversidad de experiencias que subyacen a esa comida superficialmente sencilla, desde un bocado religioso a un fastidio. Como otras historietas de Camila Torre Notari estas tiras exudan una cotidianeidad optimista, amable, un sentido del humor sutil que encuentra en las pequeñas cosas motivos de alegría.
Y, además, son tiras que generan la forma más pura de alabanza para historietas que tratan sobre comida: dan hambre. En las caras expectantes y fascinadas de Camila y Chelo, en la importancia que conceden al momento reverencial antes de recibir la comida, “Gira de Pizzerías” da ganas de salir corriendo a clavarse un hermoso bodoque de masa y queso. Desde Kamandi estamos felices de poder presentarles, recopiladas, las primeras nueve entregas de una serie que esperamos se extienda muchas porciones más.
(Originalmente estas páginas fueron publicadas en el sitio web de Camila, donde pueden encontrar muchos más de sus comics.)