1.
El Universo DC post-Crisis siempre va a ser un lugar especial en el corazón de muchos aficionados a la historieta. Fue un momento en el que realmente parecía que la compuerta de la experimentación se abría a la par que se revigorizaba un espacio imaginario que había estado somnoliento durante demasiado tiempo. DC estaba dispuesta a tomar riesgos, a fagocitar la cultura como un todo, a mixturar los superhéroes con otros géneros. Muchos de nosotros pensamos que el DC Comics que va de 1984 a aproximadamente el 2000 (o sea, antes de que entre ese vendedor de baratijas conocido como Dan Didio) es una época dorada.
Entre todas las series publicadas en ese período hay una que (junto con la JLI de Giffen y DeMatteis) probablemente haya dejado la marca más duradera en el comic de superhéroes. Nos referimos por supuesto a Suicide Squad, esa genialidad producida por John Ostrander, Kim Yale y Luke McDonnell (en su primera mitad). El concepto no es nuevo: un grupo de villanos son reclutados para realizar misiones peligrosas para el gobierno de los Estados Unidos. Si sobreviven, se les conmuta la sentencia y pueden volver a las calles. Es, básicamente, el argumento de The Dirty Dozen. Incluso dentro del mundo de la historieta, la idea convertir a un grupo de supervillanos en protagonistas no era necesariamente novedosa: ahí estaba The Secret Society of Super Villains, una serie que cerró luego de 17 números y otros intentos.
Pero el Suicide Squad marcó un impacto que tenía mucho que ver con lo que elevaba a DC en aquellos tiempos por sobre lo que había sido antes: su caracterización. Los personajes que componían el Squad eran todos psicópatas peligrosos, gente dañada, sujetos perdidos, egoístas compulsivos, estafadores de poca monta. Ostrander se percataba de algo sencillo mucho antes de que existan los Tony Soprano: el mundo de los villanos está marcado por una infinidad de comportamientos que suelen ser una mina de oro para el escritor avezado.
Quizás algunos personajes hoy en día se leen como caricaturas unidimensionales, pero Ostrander es sutil y muchos de los retratos que pinta se sostienen en el tiempo. Además, crea a ese Gran Personaje que es Amanda Waller. Amanda Waller es un personaje único porque representa una experiencia de vida pocas veces encontrada en este tipo de comics. Siempre recuerdo lo mucho que me impactó leer su Secret Origin en un amarillento número de Zinco, lo real y descarnado que me parecía, el hecho de que toda su familia haya muerto por la violencia y la criminalidad pedestre y común, y también que sea una mujer de más de cuarenta años, no muy atractiva, furiosa e inflexible y dura como las uñas.
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Es por eso que volver a Amanda Waller una mujer de 30 años flaca y eficiente no tiene ningún sentido. Amanda Waller no es un personaje que se presta alegremente a su sexualización. Y esa modificación disminuye la riqueza del original, quita del mundo un personaje que estaba diseñado para representar un sector demográfico muy sub-representado en el comic de superhéroes. Y, además, vuelve su arco dramático insoportablemente aburrido: “Ah, mirá, ahora Amanda Waller es una operativa black ops sexy que hizo eso toda su vida y por eso sabe manejar a los convictos.”
La vuelve simplemente otra femme fatale, cuando en realidad Waller es una persona tan consumida por su furia y su deseo de hacer justicia que se termina volviendo aquello que le arrebató a su familia: un matón, un criminal al que le importan más los fines que los medios. Y lo más interesante es que Ostrander jamás subraya esto con un discurso desde el corazón, a la manera en que lo hubiesen hecho tantos escritores de aquel entonces y de ahora también.
El Suicide Squad demostró su durabilidad como concepto al inspirar otras series como Thunderbolts, Dark Avengers y Secret Six, pero también ha adquirido una curiosa sobrevida expresada de la mano de un grupo de artistas de comics independientes y underground, como Frank Santoro, Benjamin Marra y Michael Fiffe, quienes han retornado al Squad y a los comics de acción de los 80s, ya sea de las editoriales grandes o de las independientes mugrosas con personajes olvidados, una maniobra que parece sintonizar con la recuperación de los clásicos fílmicos de acción de esa década por parte de la crítica.
Por un lado, destacan su condición liminal: entre lo más basura de la historieta de los 80s pero incorporando elementos de lo más avanzado. Por otro lado, rescatan su estética, su exploración de psicologías desequilibradas, su uso del color y sus dibujos sin pretensiones como una forma de desarticular la historia oficial del comic alternativo que dicta la progresión undergrounds-Raw-Fantagraphics-Chris Ware como lo importante. Proponen que entre la basura existe una forma cruda y sin pretensiones de hacer historieta que puede ser colocada en otro contexto.
El experimento llega a su límite con Copra de Michael Fiffe, una especie de cover del Suicide Squad, que usa analogías de sus personajes más famosos mezclándolos con otras influencias de su autor (entre las que resalta prominentemente Steve Ditko) para construir un comic de grafismo delirante y experimental que sin embargo responde a la estructura narrativa de un comic de aventuras en el cual todo puede salir mal.
Sin embargo, el Suicide Squad también nos provee de una segunda óptica según la cual analizarlo: su visión de la política norteamericana de finales de los 80s y principios de los 90s, del nuevo ordenamiento del mundo acaecido esos años. El SS es un grupo que rara vez realiza una misión “en casa” sino que se la pasan viajando por el mundo (y planetas y dimensiones alternativas) a los “lugares calientes” a los que son enviados por el gobierno. Como buenos mercenarios cuya identidad y propósito están regados de “negabilidad” (deniability), el Squad hace el trabajo sucio.
Entonces, ¿Qué imagen nos deja del mundo en ese momento en el que el Gran Enemigo (la Unión Soviética) estaba muerto pero el Nuevo Satán (el Islam) todavía no había coagulado? Eso es lo que buscamos responder en este artículo y lo realizaremos concentrándonos en 3 espacios: por un lado Rusia pre y post comunismo; en segundo lugar Latinoamérica y por último en el mundo árabe, indiferenciado para el SS, que representa su Némesis más duradero.
2. Rusia: gigante soviético / oso patético
Si bien Rusia no es el primer enemigo internacional que enfrenta el Squad, su presencia cuelga como una sombra a lo largo de toda la serie, y su situación es única: la serie recorre el proceso de la caída de la Unión Soviética y el inicio del gobierno de Yeltsin, y la manera en que retrata a Rusia se modifica en consecuencia a la vez que mantiene ciertos elementos de continuidad.
El Suicide Squad viaja a Rusia (en aquel entonces la gloriosa USSR) en una de sus primeras misiones. La historia se despliega del número 5 al 7 y en ella el equipo más “clásico” del Squad debe rescatar a una disidente llamada Zoya Trigorin que ha escrito un libro denunciando el programa nuclear del régimen “¡en los términos alegóricos más transparentes!” como le indica un appartchik a Gorbachev en las páginas iniciales. Su padre, además, era otro disidente, muerto en el gulag.
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Es difícil no observar al comic como la propia metáfora que refiere a Aleksandr Solzhenitsyn y su Archipiélago Gulag. El secretario general del partido discute que hacer con Trigorin con 3 sujetos que representan las ramas del régimen: un político del partido, un militar y un sujeto pelado y siniestro llamado Zastrow que maneja las operaciones negras del partido y la KGB. Frente a ellos, Gorbachov es progresista: quiere liberar a Trigorin, a quién considera una mala escritora y una mala propagandista, porque su encarcelamiento se refleja de mala manera en la Unión Soviética. Frente a él, el apparatchik, representante de un tiempo más rígido, la quiere mantener en prisión el mayor tiempo posible; el militar considera que si sigue escribiendo se desacreditará sola; y Zastrow propone un cambio de prisioneros con los norteamericanos. Gorbachev elije esta salida y le da 30 días para implementarla.
Pero la misión del SS ya está en marcha. Waller menciona: “Era esto o Nicaragua”. Y, también, “No quería misiones políticas”. A pesar de estas declaraciones, el SS funciona como el martillo de los servicios de inteligencia y contra-inteligencia norteamericanos. Entran en la Unión Soviética con bastante facilidad para ser un equipo de criminales infiltrándose en un estado famoso por su hermetismo y descubrimos que Deadshot sabe ruso y, no solamente eso, también fue un miembro del Partido Comunista, “para enojar a su padre”. Es apropiado que Deadshot, suicida y nihilista, sea el que tenga más contacto con Rusia. ¿Acaso el alma rusa no está teñida de fatalismo, resignación y suicidios dirigidos?
Una vez que la misión arranca, todo sale mal. En primer lugar, Trigorin no quiere ser rescatada. Deja de ser una misión de sigilo para volverse una carrera desesperada en pos de alcanzar la frontera. Finalmente, Trigorin muere y alcanza el status de mártir que tanto deseaba.
Esta historia tiene su continuación cuando el Squad retorna a la Unión Soviética para liberar a Némesis, uno de sus miembros, y se enfrenta con la Liga de la Justicia de Giffen. La misión, en este caso, es exitosa, pero retornan a unos Estados Unidos en los cuales Amanda Waller tiene que soportar una puteada importante de Ronald Reagan, dibujado en fina estampa, quién la obliga a apoyar a un senador corrupto con tal de no echarla del manejo del equipo.
La imagen que surge de Rusia en este primer encontronazo es la de un país con la forma de lo antiguo (el comunismo) pero en camino hacia lo nuevo. Ningún habitante “real” de las masas se hace presente. Todas las decisiones están tomadas por un cadre que representa a las altas esferas, pero Gorbachev es presentado como un tipo piola, afable, inclusive progre (para los estándares rusos).
A la vez, este arco sirve como un reflejo para la imagen de los Estados Unidos que comienza a construir la serie. Y observamos unas altas esferas norteamericanas desorientadas, en conflicto y con agendas que chocan entre si. El Suicide Squad es enviado a una misión sin saber si la persona a la que acuden a rescatar lo desea, Waller se enfrenta a Tolliver, otro oscuro agente de inteligencia, y Reagan es presentado como un amable bonachón que solo quiere terminar su segundo mandato en paz a la vez que apoya a un senador corrupto.
Diferente es la visión de Rusia que se desprende de las siguientes apariciones de Zastrow y su comando especial, las Red Shadows. El siguiente arco en donde realizan una aparición importante los encuentra en Vlatava, un país ficcional de Europa del Este de donde proviene el Conde Vértigo, siendo, de hecho, su monarca.
En este caso, Zastrow es enviado para apoyar a las tropas anti-revolucionarias que están intentando mantener a Vlatava dentro de la esfera soviética. De estado todopoderoso con gulags y manicomios para disidentes a resabio que intenta resguardar su poder de la forma que sea, Rusia ha recorrido un largo camino. Además, desaparece el retrato caricaturizado del gobierno de la Unión Soviética que enmarcaba la saga de Trigorin. Zastrow a partir de este momento actúa casi solo, sin ningún tipo de superior, Yeltsin jamás es dibujado. Esto produce que Zastrow mute a un supervillano de corte más tradicional, con sus propios objetivos y su propio grupo.
Por otro lado, la sensación es que el gobierno ruso prácticamente desaparece, pero sus black ops no: se mantienen matando, apretando y secuestrando de la misma manera que bajo el comunismo, como un miembro fantasma que continúa ejerciendo su función a pesar del que cuerpo al que pertenecía entró en coma.
La última aparición de Red Shadows habla directamente de la decadencia y corrupción en la Rusia de los noventas. Un grupo de soldados, veteranos de la guerra de Afganistán, roban un cargamento de armas rusas mientras simulan su muerte, las guardan en Camboya y se las quieren vender a la yakuza.
El crimen se globaliza, cruza las fronteras y los criminales son los mismos soldados leales e inquebrantables del ejército rojo. Zastrow actúa simplemente como control de daños, pero la transición está podrida por dentro. Además, hace su aparición el capitalismo: quieren vender las armas para hacerse ricos porque Rusia no los indemnizó como corresponde luego de la guerra. Rusia, entonces, en el Suicide Squad, es la historia de la transición: de monolítico control a caos controlado, de totalitarismo a plutocracia.
3. Latinoamérica: El basurero del mundo
Si Rusia es una imagen gemela de los Estados Unidos, a pesar de haber ido perdiendo su centralidad – expresado en su capacidad para tener sus propios grupos secretos de superhombres – Latinoamérica es un carnaval, un vertedero y un caos.
La primera aparición del continente en el SS se da en dos números en los cuales el Escuadrón debe viajar a Colombia para desarticular a un vendedor de cocaína gigantesco que bajo ningún concepto es Pablo Escobar. Este arco es en parte una excusa para que Vixen se una al grupo y cometa un acto terrible que la equipare al resto del elenco. En la misión los acompaña Speedy después de ser drogadicto pero antes de que le vuelen un brazo y combata al crimen con un gato muerto en la mano.
La misión es un éxito, Vixen mata al supercontrabandista, pero al final Speedy, la voz de la razón, el héroe, les dice que lo que hicieron no tiene ningún sentido y que en una semana habrá otro vendedor metiendo producto en los Estados Unidos. Todo esto mientras se aleja caminando hacia las sombras, en posición Spider-Man cuando renuncia a su uniforme. La última página muestra a un gordo barbudo dándole cocaína a una núbil jovencita y prometiéndole que “nada saldrá mal”.
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Simultáneamente, Rick Flagg, el hombre duro con conciencia y pesadas cargas de culpa que guía al Squad en sus primeras aventuras, es enviado a Nicaragua con un equipo del armado ad-hoc. Ronald Reagan mismo, dibujado con enormes arrugas por Erik Larsen, les pide que se metan en el país para rescatar a Hawk (de Hawk & Dove) “antes que los sandinistas lo hagan un juicio” que obviamente reflejaría mal en el gran país del norte.
Una vez más, la misión sale horriblemente mal, todos los villanos mueren, Flagg vuelve con cicatrices psicológicas y Nicaragua es un polvorín comandado por la Unión Soviética, que manda a sus Rocket Reds y a Zastrow a impedir que el SS y la Doom Patrol rescaten a Hawk.
En general las misiones del Squad en Latinoamérica tienen esta tónica: casi sin respetar las fronteras, como matones a sueldo del gobierno de los Estados Unidos enviados a países donde los dictadores y los asesinos a sueldo se disputan el control sobre su población y matan, violan y destruyen a gusto y piacere. En ningún momento se considera que nadie en todo el continente tenga ningún tipo de poder electivo, en ningún momento se visiona a todos los países como algo más que el patio trasero de las grandes potencias que pueden dedicarse a financiar sus propios escuadrones de aniquilación.
Significativamente, sin embargo, la última misión del Escuadrón se desarrolla en Latinoamérica, en la ficticia isla-nación de Diabloverde “ubicada en el límite del Triángulo de las Bermudas” y empleada por los Estados Unidos como “una manera de controlar a Cuba”. Como toda buena nación latinoamericana, Diabloverde (parece un enemigo de Swamp Thing) tenía un dictador de derecha mala onda que fue derrocado por un movimiento insurgente cuyo líder, otrora un campesino bueno e idealista, es corrompido por el nacimiento de sus superpoderes y se vuelve un dictador “de izquierda” que emplea un equipo de villanos segundones enviado por un grupo secreto dentro del gobierno de los Estados Unidos para sembrar el terror en la población.
Waller se entera y decide viajar con el Squad de verdad para enseñarles que el agua no se mastica. Luego del enfrentamiento entre ambos grupos Waller decide disolverlo porque “no fue eso para lo cual creó al Squad”, lo cual lleva a preguntarnos que otro uso tiene un equipo de black ops formado por criminales más que accionar en el mundo de forma oscura y peligrosa. La serie culmina con la jefa declamando que se va a presentar para presidente de Diabloverde y que va a intentar cambiar las cosas, objetivo que, por supuesto, nunca sucede.
4. Medio Oriente: El Diablo Futuro
Llegamos al verdadero meollo del Suicide Squad, a su verdadero enemigo, al sector del planeta en el cual Ostrander, con bastante presciencia, encuentra al futuro demonio de los Estados Unidos. Oriente Medio en el Suicide Squad está representado por otro país ficticio: Qurac, una especie de mezcla entre el Irán de los Ayatollahs y el Irak de Saddam Hussein.
Es curioso porque por un lado es un país que tiene la capacidad militar para producir su propio grupo de súper-soldados, que llevan por nombre La Jihad, haciendo pensar en una guerra de características religiosas, pero a la vez es también una especie de totalitarismo dominado por el “Presidente Marlo”, con la piel coloreada indistintamente de marrón o gris, retacón, pelado, con bigote, la viva imagen del líder secularista-militarizado que estaba de moda en Medio Oriente antes de que Estados Unidos, Israel y los Islamistas decidieran que lo mejor era una situación de inestabilidad general y extremismo religioso.
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La Jihad, por otra parte, responde a la lógica pura del comic de superhéroes. Si bien tienen un carácter político, se asemejan más bien a Weapon X: un programa del gobierno diseñado para criar superhumanos en tubos de ensayo y desencadenarlos sobre una población que no sospecha nada. Es solo el punto de vista desde el cual está contado el comic el que determina que sean los villanos. Claro, por supuesto, la primera escena del primer número del Squad los muestra matando a una enorme cantidad de personas, pero supongo que si colocásemos el body count del Squad a lo largo de la serie al lado de esta acción probablemente de un número similar de víctimas.
Asimismo, la Jihad pasa de ser un equipo cuyos participantes pertenecen a el Medio Oriente y parte de Asia (Ravan, que procede de la India) a un equipo que comienza a incorporar a terroristas desafectados de todo el mundo, sobre todo cuando aparece la niñita salvaje y terrorista de Irlanda del Norte llamada Babd, cuyo poder es simplemente sembrar la discordia entre las personas con su sola presencia y su sonrisa malvada. O sea, es una metáfora para el terrorismo como un todo entendido desde el Oeste.
La Jihad está repleta de personajes interesantes, de los cuales el más saliente sin dudas es Ravan, asesino thugee nihilista y práctico, quién no por casualidad pasa al Squad después de la segunda batalla entre este y la Jihad. Ostrander se da cuenta de que en el mundo de finales de los ochentas el medio oriente es un participante fundamental, con su propia tradición cultural; y el suficiente poder político y económico para estar a la altura de Rusia y Estados Unidos en la manufactura de superhombres.
A la vez, también pareciera que en realidad el Oriente Medio (con sus países inventados y nombres llenos de consonantes) en realidad es un atajo para decir “terroristas”. Y, también, su poderío es capaz de ser desarticulado por un solo hombre con una misión. La primera mitad de la serie culmina cuando Rick Flagg decide atacar, en plan “suicida convencido” (o sea: otro terrorista) la gran base de la Jihad, llamada Jotunheim y tallada en la cara de una montaña como una especie de pirámide invertida. El loco Flagg se infiltra en la base, pone una bomba, y hace volar todo por los aires, neutralizando a Qurac.
A partir de ahí, el Presidente Marlo es arrestado por Superman en una de las pocas intervenciones geopolíticas del hombre de azul en la edad moderna y la siguiente aparición de la Jihad, muy disminuida y golpeada, consiste en liberarlo. Pero la sensación es que ya no es una amenaza, que su poderío ha sido aniquilado, que el sencillo acto de neutralizar su fuente de poder es suficiente para que todo el programa desaparezca.
Semejante acto es construido como la decisión de un solo hombre. Como la segunda guerra de Irak, el Suicide Squad, con una visión de futuro inmensa, declara que todo está bien después de llegar hasta la capital, tirar unas cuantas estatuas y apresar a su presidente/dictador de por vida.
5. Deadshot not dead
El mundo que construye el SS es un mundo muy similar al real: sucio, lleno de mercenarios, psicóticos y sádicos, surcado por infinidad de agencias de inteligencia y contrainteligencia, una más oscura que la otra, todas trabajando con propósitos cruzados, un mundo donde si estás afuera de Estados Unidos y selectas partes de Europa tu destino es horrible, donde la vida es barata y los ciclos de violencia se repiten por siempre.
La virtud de Ostrander y Yale es justamente pintar ese mundo con la creencia en que allí nadie será bueno nunca. Boomerang es un bribón, Deadshot un suicida y Bronze Tiger un matón con la complexión psíquica del candidato manchuriano. El personaje más humano es Waller, y de ella solo se puede decir que tiene buenas intenciones pero horribles maneras de llevarlas a cabo. Y que pareciera no percatarse de que armar un equipo con criminales que hagan el trabajo sucio de los EEUU no puede llegar a ningún buen puerto.
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Las debilidades del SS a la hora de “representar” la situación política de finales de los ochenta tienen más que ver con las características del género superheroico (y de la narrativa en general) que con alguna falla de parte de sus creadores. Esto quiere decir: no hay lugar para las masas. No hay espacio para la representación de la vivencia del hombre común.
Pero es un absurdo también pedírselo. Los comics de superhéroes, la narrativa de género en general, funciona a través de los grandes personajes, no de los anónimos. Simplemente porque una de sus creencias más arraigadas es que el protagonista puede cambiar la historia, con un resoplido congelante o el justiciero poder de sus puños.
Además, en la Historia, también ha sucedido frecuentemente que las grandes personas han cambiado el rumbo de los acontecimientos, a pesar de que le moleste a los historiadores de los movimientos de masas. Cualquier narrativa necesita un foco, sino se disuelve en el aire.
En última instancia, hay que aceptar que el texto tiene limitaciones, pero que esas limitaciones no son intrínsecas al “sistema capitalista y sus mecanismos de cooptación ideológica” (para ponernos mattelartianos) sino que no hay que pedirle peras al olmo. Y, por otro lado, Deadshot siempre va a ser cool.
Muy buena la nota, estoy leyendo la serie en este momento y adhiero a lo que expresa la nota con respecto a como se dan las imagenes de los paises que visita el escuadron. Me llamo la atencion algo que ocurre en el N° 41, donde en una parte muestra a una ciudad de sudamerica llamada “rio brava” y es la capital de “puerto azul”, en la cual ocurre una manifestacion fuera de lo que parece ser el palacio del gobierno, al presidente le dicen general vaca y su esposa “ivita”, la cual es poison ivy y esta dibujada muy parecida a evita y esta dice que robo mucha plata.