Anécdota #1: En el año 2012, en el marco del Segundo Congreso Internacional de Historietas y Humor Gráfico Viñetas Serias, le tocó dar una charla a Carlos Nine. En ese espacio, lleno de investigadores, historiadores, sociólogos y maniáticos analistas de las historietas, Nine se despachó con una frase que me quedó grabada en la memoria para siempre: “Los críticos siempre llegan tarde a lo que el artista ya hizo”. La tónica entera de su exposición fue en esa dirección, una trolleada inmensa a un público del cual conocía sus características y frente al cual decidió ponerse en contra. Yo lo odié en su momento y ahora, acá, confirmo sus palabras, porque Nine está muerto y yo estoy por reseñar un libro que salió en Fierro en los 80s y en Francia a principios de los 2000s.
Anécdota #2: Algunas de mis primeras pajas me las hice con el capítulo de la Chancha en la playa que integra este volumen. Mi viejo tenía algunas Fierro y Skorpio viejas en su casa y yo me las robaba durante la siesta y me encontraba con las minas animaloides en bolas de Nine y con cosas más tradicionales como Altuna y Zanotto, materia prima privilegiada. Nunca entendí bien que era lo que me calentaba de esa chanchita lasciva, pero seguro tenía que ver con el seductor y curvilíneo trazo del dibujante.
Entre esas dos experiencias se resume, más o menos, mi relación con Nine. Nunca fui un fanático empedernido ni encontré en sus dibujos el summum del logro artístico y pictórico como muchos. Tampoco soy un odiador que piensa que lo que hace no es historieta. La misma está marcada por la admiración sensual de sus cuadros y sus mujeres indolentes y bellas, y por cierta distancia de su universo de referencias y su personalidad por momentos burlona e hinchapelotas.
Ahora, finalmente, siguiendo con el proyecto que rápidamente la ha convertido en una de las mejores editoriales argentinas de comics, Hotel de las Ideas edita, en una edición completa, a color y muy bella, El Patito Saubón, publicado originalmente en Fierro en blanco y negro en 1989, luego republicado en dos ocasiones en Francia: 2001 y 2009. Es una de sus obras más significativas, pero como con “Sudor Sudaca”, otro gran rescate de la editorial, no había visto la luz en este, su país de origen, hasta ahora.
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Saubón es un patito canalla y perdedor, un vendedor de peines puerta a puerta que se desplaza en su autito propulsado a tracción humana (o sea, con sus patitas, como Pedro Picapiedra). Saubón también es un animal lascivo y en sus visitas a los dos formatos de mujer que encuentra (aburridas y abandonadas amas de casa y mujeres fatales que trabajan en cabarets) no puede aguantarse los deseos de cometer actos de adulterio y lujuria que luego le traen problemas y son los principales motores narrativos del comic. Además, Saubón es un militante comunista traumado por su origen a manos de un ama de casa humilde y un ganso aristócrata y severo, algo que si bien no es subrayado en las historias, se encuentra sobrevolando en los materiales complementarios. La unión de la burguesía y el proletariado dan lugar a un desclasado.
De allí, se presentan una serie de preguntas y reflexiones. ¿Es Saubón una historieta política? En el panorama de los 80s argentinos, tendientes a la metáfora subrayada, Saubón parece enrolarse en una lógica del enredo, de la violencia caricaturesca, los animales ridículos. Pero de vez en cuando aparece una velada sugerencia política. En primer lugar, en la misma condición del patito: trabajador pauperizado que viaja con su valija entrando a las casas de los burgueses aburridos que dejan a sus esposas a su disposición. En segundo lugar, en su condición militante. ¿Qué habrá pensado Nine en 1989 cuando hizo a Saubón un comunista?
Lo cierto es que hoy en día esta característica se lee como otra en la larga lista que signa su interminable condición perdedora, su desarraigo (Saubón no tiene casa, ese símbolo burgués, sino que sus aventuras transcurren en la calle, en los bares, en casas ajenas) y su melancolía. Y qué decir de aquel episodio en el que Saubón llega un pueblo que Nine describe como “una comunidad muy organizada”, un lugar que sobrevive a la sombra de una acería, donde las mujeres baldean la vereda todos los días a la hora señalada y los maridos retornan al caer de la tarde de su agotador trabajo en la fábrica, pequeño y autosuficiente, como los pueblos idílicos de los cuentos de hadas y las historietas infantiles, solo allí es posible ir “del trabajo a la casa y de la casa al trabajo”.
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Por supuesto que el palmípedo seduce a un ama de casa y termina desencadenando un drama pasional con final sangriento. En ese lugar el patito es la fuerza disruptiva de la libertad, aquello que no puede ser subsumido por un proyecto político que también hacía del orden, de la regularidad, el trabajo que dignifica y a la vez esclaviza, el sueño de la comunidad organizada.
Esto nos lleva a preguntarnos por las formas de la violencia en la obra. La violencia se ejerce de forma fundamental contra dos objetivos: el mismo patito y las mujeres. Y en esto se revela la deuda de la historieta a las formas narrativas de la novela negra y el slapstick. La mujer está aburrida y espera la llegada de la aventura que representa Saubón o es una femme fatale cabaretera que la mayoría de las veces se encuentra sometida por Morrongo, el rico e inescrupuloso gato empresario de la noche que hace las veces de contrapunto a Saubón, uno idealista, desarraigado, creyente en el amor libre, el otro pragmático, violento y siempre dispuesto a la explotación de la mujer como mercancía. Esta narrativa de roles y características fijas es, quizás, la que hoy en día nos parece lo más esquemático de la historieta.
Y es que, verdaderamente, El Patito Saubón es una obra hecha para que se luzcan las imágenes de Nine, sus bellísimas composiciones cuadro a cuadro, su homenaje continuo a los paisajes y las relaciones de poder de Krazy Kat. Los espacios por los que se mueve Saubón parecen un Coconino County aún más pobre, una caricatura de ciudad que solo cuenta con dos o tres edificios destartalados o impracticables, con un trazado urbano despojado, y luego, la inmensidad del desierto. Asimismo, la relación que tiene con Morrongo, con la gallinita Cu-Cu y con las mujeres a las que seduce pero que jamás lo eligen a largo plazo, reproduce algo del ballet de la insatisfacción y deseo de Krazy, Ignatz y Offisa Pup.
Nine era un tipo que pensaba cada viñeta como si fuese un cuadro y hay algunas composiciones magistrales, que en su manipulación de las formas y el color recuerdan a Matisse. Porque el dibujo de Nine es, sobre todo un dibujo de formas, de globos y curvas, siluetas y protoplasmas que se unen uno encima del otro para dar forma a un cuerpo humano o animal. El mundo que retrata Nine parece siempre a punto de mutar, de disolverse en el aire y de ser barrido por el viento. Lo cual combina muy bien con la fuga perpetua del pato, con los actos de violencia.
Pero eso nos lleva a pensar algunas carencias de la obra. ¿Hay narración entre cuadritos que parecen pensados para sostenerse solos? Por momentos Nine parece pensar en cada unidad y no en el conjunto. Porciones en los que el narrar con imágenes pierde frente a la composición individual. La tendencia de Nine a deformar a sus protagonistas, a volverlos masas de plastilina dibujada cuando son sometidos a la violencia, también contribuye a cierta confusión. Igualmente, la relación del “track escrito” de la historieta, la narración “hard boiled”, con los dibujos parece disociada. O sea, se podría entender perfectamente la narración sin los cuadritos, pero difícilmente podríamos entender los cuadritos sin la narración.
En definitiva, Saubón es una obra que, como gran parte de lo producido por Nine, se mueve entre lo arcaico y lo disruptivo, entre lo pictórico y lo narrativo. Frente a la lógica infantil de las tiras de principio de siglo, quizás su inspiración más fuerte, Nine agrega sexo, comentario político y pintura. Frente al estilo tradicional de la narrativa policial le agrega mucha melancolía, humor físico, una cierta conciencia de la derrota que es muy tercermundista y, sobre todo, entronca de manera muy especial con la condición política del patito.
Comunista latinoamericano en un mundo en el que pronto caería el Muro de Berlín, luego de la derrota de la revolución en Latinoamérica por las dictaduras de los 70s (no olvidar que Nine lustró sus primeras chapas gracias a sus portadas de Humor en contra de la dictadura militar de 1976 a 1983), Saubón es un romántico nihilista derrotado, que se refugia en las mujeres, la bebida, la burla a las instituciones como último reducto de los grandes sueños frustrados del siglo XX.
Nine, en definitiva, aúna viejas tradiciones con su particularidad sensibilidad: burlona, desacralizadora, contestataria y molesta. Produce así un cómic que habla, desde los viejos animales antropomorfos y su nuevo dibujo, sobre el desencanto. En la última escena del libro Saubón vende, finalmente, un peine. Se lo entrega a una pareja de bovinos como una forma de paliar la tristeza y la incomprensión que reina entre ellos, participa de una transacción comercial y se retira, como el héroe del western, dejando detrás de si a una pareja infeliz y teniendo delante de él la inmensidad marcada por una solitaria nubecita.
Decepcionado por el amor, la pareja y la lujuria, solo le queda la soledad. Saubón es un patito que llegó tarde a la revolución y al género de historieta al que pertenece y por lo tanto los degenera, igual que los críticos que siempre llegamos tarde a todo o usamos la obra para masturbarnos.