Por Gerardo Vilches
Con motivo del cambio de año, llevamos varias semanas viendo en todo tipo de medios, tanto profesionales como amateurs, listas de los mejores cómics del año. Es una tradición de nuestra cultura, basada en la jerarquización, pero también una consecuencia del desarrollo de lo lúdico y lo inmediato, como la puntuación por estrellas que permiten al lector tener una valoración simple y sin matices, pero de asimilación extremadamente rápida.
Pero mientras que soy bastante contrario a la puntuación como herramienta de la crítica —porque creo que ésta, sobre todo, debe analizar y valorar, no puntuar—, admito el valor de las listas y participo de ellas. Prefiero, eso sí, las listas abiertas a los tops, porque establecer un orden de calidad o importancia entre diferentes obras que sólo tienen en común ser cómics me parece innecesario. Tal vez tenga sentido si es fruto de una votación, pero, en caso contrario, ¿cómo situar en un «top 10» obras tan diferentes como, por poner ejemplos de 2016, La visión, Dororo o La grieta? ¿Qué tienen en común, qué los diferencia? ¿Tendría sentido situar en un listado literario, en la misma parcela, una novela de género negro, un ensayo sobre feminismo y un libro de chistes? Pues esto es equivalente a lo que vemos constantemente en muchas listas de los mejores cómics del año.
Sin embargo, creo que la labor crítica siempre tiene algo de prescriptivo. Y, en ese sentido, una lista abierta y no jerárquica me parece una buena forma de resumir el mercado y llamar la atención una vez más sobre títulos que pensemos que merecen la pena. No se trata de establecer una competición ellos, sino de, simplemente, ofrecer un listado de recomendaciones. Por eso creo que es preferible una lista que no acote el número de cómics. Es, por decirlo de otro modo, una especie de juego, un sumario de lo que ha dado de sí el año que genera interés en los lectores y puede servir de guía. Pero eso dependerá, por supuesto, del pacto implícito entre crítico y lector.
Establezca un orden o no, una lista, creo, debe representar al medio o al crítico que la elabora, ser una extensión de su personalidad y línea editorial. De nada sirve una lista sin conocer éstas. Y, por tanto, también creo que las demandas de proporcionalidad o representatividad que los aficionados —y algunos editores, todo hay que decirlo— hacen con respecto a las listas no tienen mucho sentido. Una lista representa el gusto y las preferencias de la persona o personas que la han realizado. Nada más.
En ese sentido, a una lista solo puede exigirse coherencia: si, por ejemplo, un medio no suele reseñar cómics de superhéroes, lo lógico y lo previsible es que no los incluya en su lista de lo más destacado. Lo cual no significa nada respecto a la calidad de un género u otro, porque el espíritu de una lista no debería ser excluyente.
Me da la sensación de que esas reacciones ante algo que no debería pasar de ser una curiosidad y un reclamo en fin de año tienen que ver con el hecho de que los listados suelen tener más repercusión de lo que es normal en las publicaciones de un medio de información, de modo que acceden a ella personas que, sin el contexto necesario, aplican sus propios valores a esa lista y otorgan, basadas en ese juicio subjetivo, su validez. En función de lo de acuerdo que esté el lector, la lista será mejor o peor.
Rara vez se usan estos listados para descubrir cosas nuevas, y demasiadas para reafirmarse en el gusto propio. Pero, más allá de eso, algo falla si se interpreta una de estas listas como un canon, o si se piensa que la función del crítico es la de ser representativo o incluir obras de todo tipo o procedencia. Pero es un problema que trasciende las propias listas, y que trataremos en otra ocasión.
Gerardo Vilches es licenciado en Historia y realiza su tesis doctoral sobre revistas satíricas de la transición. Escribe sobre cómics en su blog, The Watcher and the Tower, desde 2007. Colabora en Rockdelux, y ha publicado textos en la revista Quimera, en la antología de ensayos Radiografías de una explosión y en Panorama: la novela gráfica española hoy. También es autor de Anatomía de un oficinista japonés (Bang, 2012) y de Breve historia del cómic (Nowtilus, 2014). Ha participado en varios congresos, moderado mesas redondas y presentado novedades para diversas editoriales. Codirige CuCo, Cuadernos de cómic. En Entrecomics fue editor y publicó reseñas y artículos desde 2011 hasta 2016.