Por Quique Alcatena
Jesse Marsh en Barsoom
Tal vez Marte ya no ejerza sobre el imaginario colectivo el mismo poder de sugestión que tuvo en otras épocas. El mero nombre del cuarto planeta era suficiente para evocar los misterios del espacio interplanetario, la imagen de extrañas ciudades junto a los característicos canales polvorientos, y de enigmáticas razas extraterrestres, a veces distantes, a veces hostiles. Desde La Guerra de los Mundos de H.G. Wells, y la dramatización radial que de ella hiciera Orson Welles, a las Crónicas Marcianas de Bradbury; los relatos de Weinbaum, Asimov y Heinlein, sin olvidarnos del mágico Malacandra, nombre que diera a Marte C.S. Lewis en su renombrada Trilogía de Ransom; desde innumerables películas de ciencia-ficción clase B a las infames (para los padres) e irresistibles (para los chicos) figuritas de Marte Ataca, el planeta rojo ha sido el signo de nuestros sueños y nuestras pesadillas.
Entre todas las evocaciones de Marte, la serie de novelas que Edgar Rice Burroughs, el autor de Tarzán, escribiera sobre las aventuras de John Carter, merecen especial atención. Carter era un caballero virginiano transportado misteriosamente a Marte, al que los marcianos llaman Barsoom. Allí corre las más trepidantes peripecias, con todo el encanto del más rocambolesco folletín, junto a Tars Tarkas de los cuatro brazos, su fiel compañero, y su amada, la princesa Dejah Toris. Hay muchas versiones en historieta, pero es la que realizara Jesse Marsh a principios de los cincuenta sobre la que quiero hablar.
Cuando se nombra a los grandes dibujantes que tuvo Tarzán, se incluye a Foster, Hogarth, Manning y Kubert, con justo mérito, pero se suele olvidar a Marsh. Fue el primero en llevar el personaje al comic-book, y lo dibujó ininterrumpidamente por casi veinte años. En 1965, su salud deteriorada le obligó a pasar las riendas a quien había sido su principal ayudante, Russ Manning. Marsh fallece en el ’66, e ingresa al limbo de los artistas injustamente olvidados.
Es verdad que, en la década de los sesenta, su estilo iba a contrapelo de los que concitaban el interés de los fans. Aun en su apogeo, cuando Tarzan, primero publicado por Dell y luego por Gold Key Comics, era uno de los títulos más vendidos, el dibujo de Marsh siempre tuvo la cualidad de no llamar la atención sobre sí mismo. Era totalmente funcional a la historia, sin pirotecnia visual, sin alardes de preciosismo. Su línea era despojada y expresiva, alabada nada menos que por Alex Toth y los hermanos Hernández, y prefigura alguno de los experimentos que luego realizaría Hugo Pratt. La poderosa austeridad de sus recursos gráficos, y la capacidad para definir ambientes y atmósferas sugestivas con elocuente minimalismo, despertaban la admiración de Carlos Meglia.
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A principios de los ‘50s, Dell encarga a Gaylord Dubois adaptar para historieta las novelas de John Carter; Marsh sería el ilustrador. No vendió tan bien como se esperaba: sólo alcanzaron a salir tres números antes de que la serie se cancelara. Tal vez era muy poco convencional para el gusto de la época: cuando fue reeditada a mediados de los ‘60s, tampoco tuvo éxito. Para un público deslumbrado por la elegancia del trazo de Infantino en Adam Strange – claramente inspirado en Carter -, o el desenfreno de Kirby, tal vez encontraba el trabajo de Marsh esquemático y tosco.
Sin embargo, la versión que de John Carter hiciera Marsh es, como su Tarzán, llamativamente personal y original. La recreación gráfica que hace de los personajes y el Marte de Burroughs se aparta de las descripciones que prodigan las novelas, y le da a sus páginas un aire moderno, aun hoy, casi sesenta años después, y una claridad narrativa de intensa sencillez.. Marsh consigue eludir la omnipresente sombra del Flash Gordon de Alex Raymond – la piedra de toque en lo que a la space opera en historieta se refiere – y explora otras vías para transmitir la extrañeza de lo extraterrestre.
Su versión de Marte abunda en paisajes y arquitecturas geométricas, casi abstractos en su diseño, compuestos con una notable economía de elementos. Ya había demostrado ser un gran dibujante de animales en Tarzán; igualmente convincente es la imaginaria fauna marciana que pulula por sus páginas. Por supuesto, la censura jamás hubiera permitido la flagrante escasez de ropas característica de la moda marciana en las novelas de Burroughs. Marsh dibuja para las mujeres del planeta rojo un vestuario recatado pero sugestivo, y las dota de una sensualidad naturalista, como también ya lo había hecho en Tarzán.
Si bien en los últimos años Dark Horse ha rescatado parte de la obra de Marsh en lujosos volúmenes de tapa dura, es inevitable sospechar que el público lector de cómics no está precisamente ansioso por finalmente otorgarle su lugar entre los grandes creadores del medio que indudablemente merece. La recopilación de su Tarzán apenas llegó hasta el volumen 11 – que no es poco. Pero si pensamos en que apenas cubre la mitad de los diecinueve años que le dedicó a ese personaje, y en que no hay señales de que Dark Horse complete la colección, el panorama se revela desalentador. No es difícil entender por qué. En la historieta de aventuras estadounidense que se produce hoy en día – casi totalmente representada por el género de superhéroes – campean la exageración hiperkinética y el preciosismo cinemático: cualidades ausentes en el trabajo de Marsh. Todo vuelve, esperemos que la apreciación de su obra también.
Enrique “Quique” Alcatena (Buenos Aires, 1957) es dibujante e ilustrador. Comenzó su carrera a mediados de los 70s colaborando como ayudante de Julio César “Chiche” Medrano para la Editorial Récord. En 1976, publicaría su primera trabajo, Bushido (1976) para Pif Paf. Junto al guionista Ricardo Barreiro publicaría a fines de los 80s en la revista Skorpio La Fortaleza Móvil, El Mago y Mundo Subterráneo. Sin duda sus obras más reconocidas son las producidas junto al guionista Eduardo Mazzitelli, tales como Acero Líquido, Metallum Terra, Barlovento, Hexmoor, entre muchas otras. Fanático y profundo conocedor del cómic norteamericano, especialmente de la Silver Age, ha tenido la posibilidad de trabajar para el cómic mainstream de los Estados Unidos como entintador y dibujante: en Marvel (Conan el Bárbaro, What if?) y en DC Comics (Hawkworld, Batman, Flash, Green Lantern). Sus relatos suelen estar fuertemente imbuidos en las diferentes tradiciones mitológicas y folklóricas del mundo, y su trazo es rápidamente reconocible dentro por su refinamiento sumado a una gran predilección por lo fantástico.