(Esta es la segunda parte de una nota analizando el trabajo reciente de Jonathan Hickman y viene de aquí y de aquí)
Una crítica común que se ha realizado a las obras de Hickman es su tendencia a concentrarse en una presentación de la política que asigna todo el peso de las decisiones importantes a hombres blancos y poderosos. Hickman, entonces, se olvidaría del “hombre de a pie”, de la revolución, de la microhistoria. Pero a esto respondo: ¿Cuándo los comics de superhéroes, ciencia ficción y fantasía no nos han presentado al mundo como una palanca accionada por seres superiores? ¿Acaso no se oculta esto detrás de las figuras narrativas estereotípicas del elegido, la conspiración, la asociación protectora con mágicos poderes, la predestinación, la guerra secreta de la cual depende el destino del universo, y el enfrentamiento final? (Casi) toda historia fantástica presupone una historia secreta del universo que no conocemos y que gira alrededor de seres y objetos sobrehumanos. Lo que hace Hickman es presentarlo de una manera más descarnada que toca uno de los temas que más le interesa: el ejercicio del poder, en New Avengers el superpoder, en East of West, el poder político. Poder que sin embargo no nos salva, dice Hickman el nihilista, de la extinción como algo próximo.
East of West traslada esas preocupaciones al corazón de la oscuridad: los Estados Unidos como idea nacional y política. La serie parte de una premisa ucrónica en el corazón de una posible historia del país: ¿y si fuesen estados, pero no unidos? ¿Si el sueño de la conquista del oeste, el destino manifiesto y una sola nación unida bajo Dios hubiese fracasado?
La Guerra Civil no se resuelve. No la gana el Norte. Las luchas se suceden. Pronto se unen al combate las tribus indias, dándose unidad bajo La Nación India Sin Fin. El conflicto irresuelto se arrastra por décadas hasta que en 1908, un meteorito cae del cielo y marca el centro del país, provocando la firma de un armisticio por todos los contendientes y dando origen a las Siete Naciones de América: The Union, The Confederacy, The Nation, The Kingdom, The People’s Republic of America (formada por exiliados chinos comunistas) y Texas, con Armistice, el centro donde cayó el meteorito, quedando como lugar neutral.
A esta porción de imaginación histórica se agrega una dosis mística. Existen tres profetas: Elijah Longstreet, ex soldado de la Confederación, Red Cloud, Gran Jefe de la Endless Nation, y Mao Zedong, líder de la People’s Republic of America, exiliado de su propia tierra. Cada uno escribe un mensaje, entre los tres dan forma a una profecía que habla del fin del mundo, a manos de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Ah, porque los Cuatro Jinetes son reales y la Muerte es un renegado. El comic arranca en el año 2064 con su renacimiento y narra, justamente, el Apocalipsis, sobre el trasfondo de unos Estados Des-Unidos híper-tecnologizados y llenos de castas.
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Así que: otra serie que trata sobre el fin de los días y sobre la lucha entre la predestinación y la libertad, metaforizada sobre el país que se enorgulleció siempre de defender, al menos de palabra, la última. Los diversos regímenes también le permite sintetizar, a la manera de Battleworld, los diferentes sistemas políticos en un solo país: The Kingdom queda en Nueva Orleans y es una monarquía hereditaria basada en la explotación petrolífera y el préstamo, con una familia real y población mayormente negra, una especie de Wakanda con ribetes de FMI; The Nation de las tribus originarias se maneja con un concilio, pero a la vez es el país más avanzado tecnológicamente y poblacionalmente escaso, al mantener una política de pureza racial y conservación de las costumbres del pueblo aborigen; la PRA es un país socialista de masas, donde se entrena a los soldados para obedecer hasta la muerte al líder único descendiente de Mao, y donde se acoge a los expulsados de otras tierras con la firme creencia en la igualdad; la Union es una democracia, al menos de palabra; el Estado de Texas también, pero con una fuerza parapolicial de mano dura llamados The Rangers, un homenaje a Judge Dredd y a la “excepcionalidad” de la justicia sureña; la Confederación es una democracia limitada donde el presidente es elegido por un concilio de regentes, todo muy aristocrático y algodonero.
En el fondo, sin embargo, parecería que a Hickman estas diferencias en organización política no le importan demasiado y que son solo fachadas para el ejercicio descarnado del poder, que es simplemente el mismo en todos los casos: despótico y autista. Los hombres y mujeres de East of West son otra elite gobernante pero la metáfora política les permite destilar su legitimidad de una fuente diferente a ser los personajes más importantes de Marvel. Asimismo, aquí demuestra su utilidad el componente fantástico, ya que en definitiva esto es un enfrentamiento mítico entre arquetipos, no un comentario sutil sobre geopolítica. Aquí también las masas se encuentran desdibujadas o son empleadas como un amorfo poder de la multitud que no cuenta con decisión, solo con poder destructivo y disruptivo en servicio de alguno de los protagonistas.
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En un punto, East Of West tiene algo de la cualidad grandilocuente y del deseo de construir su propia mitología que tenía el Sandman de Neil Gaiman. Pero si ahí la fuente literaria era más obvia y apuntaba a las fábulas, las tradiciones mitológicas y folklóricas de una gran variedad de pueblos, los relatos medio recordados, medio soñados, aquí Hickman apela a otro set genérico: el western cruzado con la ciencia ficción, unas buenas dosis de cyberpunk y, acechando por ahí, algo de superhéroes. Todas expresiones nacidas en Estados Unidos y propias de su cultura. Hickman elige un marco futurístico, pero este futuro particular está presentado con la estética de algunos géneros que definieron a los Estados Unidos en el siglo XX y apunta, a partir de esa iconografía, a lo mítico y atemporal. Las modificaciones que Hickman introduce en la historia de El Mundo sirven para prolongar los códigos del western pintados de cromo, como si la Revolución Industrial no hubiese sucedido para las formas en que las personas se relacionan unos con otros.
Entonces tenemos fatalismo apocalíptico más western de ciencia ficción más una preocupación por las profecías, la reproducción social, el destino y la programación de nuestras personalidades por nuestros padres, por aquello que vino antes nuestro y dio forma a este estado de cosas. El epígrafe de East Of West, impreso en cada tapa sobre inmaculado fondo blanco con letras perfectamente diseñadas, reza
Este es el mundo. No es el que se suponía que tengamos, pero es el que construimos. Nosotros hicimos esto. Lo hicimos con ojos abiertos y manos deseosas. Lo rompimos, y no hay manera de volver a arreglarlo.
Y en la contratapa:
Te diríamos que reces, pero no te serviría de nada. Te has ganado lo que te espera.
Por un lado, una afirmación acerca de la sociedad como algo construido por los hombres, retorciendo las posibilidades en carencias. Por otro lado, una afirmación de inexorabilidad y nihilismo: no te sirve de nada rezar. Y nada más y nada menos que eso en una serie que confiere entidad a seres sobrenaturales, pero solamente a aquellos que son capaces de traer el fin.
Merece pensar si esa obsesión de Hickman no es, también, una reflexión sobre su método de trabajo: es notoriamente famoso por planificar sus historias de principio a fin antes de arrancarlas, por presentar planes de cinco años en los títulos que toma. Algo que se expresa en la recurrente aparición de la noción de sistema en sus guiones (algo muy presente al inicio de sus Avengers, con ese esquema modular de incorporación de miembros), y en la danza de personajes y escenas que parecen, en un principio, innecesarias o periféricas pero terminan cumpliendo papeles destacados. Cada actor en sus obras termina encajando en un perfecto engranaje que parece (y está) decidido de antemano.
East Of West, por otro lado, no sería lo que es si no estuviese ilustrado por Nick Dragotta. Antiguo compinche de Hickman en FF, en un primer momento era una especie de clon de Mike Allred, todos colores planos y personajes rígidos en posturas graciosas. Pero con el tiempo se fue soltando y limpiando su trazo, aclarando sus fondos, dibujando a sus personajes de un estiletazo. Hoy en día, y especialmente en East of West, para mí hay algo de Moebius, pero también algo de Pratt, en su estilo. Y si hay un homenaje al western, es más bien a ese western europeo (y, quizás, argentino) que veía a los Estados Unidos a través de un filtro de mistificación y poesía. Ese western que tenía una buena dosis de melancolía. Dragotta dibuja igualmente bien las grandes vistas híper-cibernéticas de las casas donde reside el poder del Estado, enormes edificios gubernamentales que dominan sobre las ciudades en las cuales residen sus gobernados, como los cruces de miradas, la intimidad de la pelea, la velocidad de un intercambio que depende de las caras y el lenguaje corporal de los participantes. En ese punto, también, se observa una cierta presentación manga de la pelea, cortante, emocional, clara y cinética. Dragotta es clarísimo para narrar y, a la vez, tiene la suficiente imaginación como para pensar máquinas y paisajes; y la suficiente sutileza para dibujar unas expresiones faciales e intercambios de costado, con las cejas arqueadas, casi siempre desconfiados. Y, por último, tiene una capacidad para la imagen evocativa e impactante, para el tapiz que resume en un solo cuadro o página completa un reverso de la trama. East of West sería una serie mucho más aburrida y sin personalidad si él no estuviese ahí.
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Al final volvemos a Hickman (y pido disculpas porque este sea otro artículo donde se recurre a un guionista para hablar de historietas y el artista queda en segundo plano) y sus obsesiones recurrentes. Hablamos de una serie inconclusa, difícil discernir cual será el mensaje final. Está plagada de ominosas frases que adelantan el futuro, pero no sabemos aún si la férrea estructura de El Mundo (porque encima así lo llama Hickman: El Mundo, como si fuese un yunque sobre las cabezas de aquellos que habitan en él) se impondrá frente a los deseos de los personajes, o si estos lograrán “desarmarlo y reordenarlo”. Hickman reserva siempre sus momentos más emotivos para los finales.
Hickman es como una especie de mecanismo de relojería, siempre. Pero a la vez ese mecanismo de relojería se encuentra interrumpido por las veleidades de lo humano, por los llamados del corazón, por la familia en el caso de Reed Richards, o el amor en el caso de La Muerte en East of West. Que, a su vez, son también simples decisiones de un escritor que controla hasta el último doblez de su creación. Como buen nihilista tiene una buena dosis de pesimismo apoteósico, atemperado por la creencia de que, en un mundo en el que no existe nada superior en lo que creer, más que nunca tenemos la posibilidad de romper el ciclo y reconstruirlo. Pero esta posibilidad descansa sobre los hombres, y el juicio del escritor parecería decir que hacemos un espantoso y decepcionante uso de nuestro libre albedrío peleando entre nosotros y gestionando un poder que cada día se aleja más y parece más inútil.
Leí tu nota y me pareció interesante. Lo busqué, leí un par de número… ¡Carajo! desde 100 Balas que no me enganchaba tanto. ¡Gracias por el dato!