Por Carlos Trillo y Guillermo Saccomanno[1]
La revista Ilustración + Comix Internacional, publicada entre 1980 y 1986 bajo la dirección del editor catalán Josep Toutain, supuso un proyecto que le diera lugar al “cómic adulto” en los años del Destape español (es decir, después de la muerte del dictador Francisco Franco en 1975 y la posterior apertura cultural y política después de 36 años de régimen franquista). Una característica de la revista de Toutain era cierta relación compleja con el comic norteamericano: si por un lado Will Eisner era publicado todos los números como ejemplo de la maestría autoral, otros historietistas – particularmente aquellos asociados al género de superhéroes – eran ninguneados y deliberadamente ignorados. Esto llevó a no pocos planteos de algunos lectores en lo que evidentemente era una posición ideológica común a ciertos proyectos “progresistas” dentro de la historieta: la desconfianza ante lo que se veía como un producto reaccionario del imperialismo yanqui. Recuperamos este artículo de Carlos Trillo y Guillermo Saccomanno como un documento de esas tensiones frente a un ilustrador como Frank Frazetta, idolatrado en Estados Unidos y vilipendiado por los dos críticos argentinos que llegan a usar el epíteto “totalitario” para describir la estética del norteamericano. El año en que salió el artículo fue el último de la revista, hecho que anunciaba el fin de una época del comic autoral europeo tal como había venido desarrollándose desde fines de los 60s, y que entraría en crisis a fines de los 80s. Simultáneamente, en USA, se publicaban obras como Watchmen y The Dark Knight Returns, abriendo paso a toda una nueva generación de autores y otra manera de entender el nunca bien ponderado género superheroico. Ética, estética e ideología; relaciones siempre complejas y nunca directas, que cada tanto vuelven a retomarse para ser discutidas.
Hace ya varios años entregamos, en una editorial argentina que publica historietas, una nota que criticaba los trabajos del ilustrador americano Frank Frazetta.[2] No pretendemos ahora, desde otra revista de historietas, republicar esa nota. Y no lo pretendemos – no únicamente porque esa nota fuera extraviada -, sino porque adolecía de cierto espontaneísmo con más afán de boutade que de sentido objetivo. Hoy, por suerte, comprobamos una vez más que la objetividad no existe. Así que vamos a hablar de lo que vagamente insinuábamos en ese artículo y por qué no fue publicado, lo cual nos parece mucho más interesante, considerando que toda boutade es en serio.
En aquella nota intentábamos demostrar que Frazetta cultivaba una estética del efecto que lo vincula con una concepción del arte totalitario. Que no es lo mismo que totalizador: basta que una obra se preocupe por señalar lo particular para que sea totalizadora. Por el contrario, cuando una obra pretende “mensajear”, brinda una visión del mundo englobadora, pierde no solo fuerza en profundidad sino en sutileza. En este sentido juzgábamos que en cada trabajo de Frazetta, siempre pulcro, impoluto, prolijo, había una intención deliberada en presentar la realidad – ¿acaso no forman parte de la realidad sus mitologías? – de manera maniquea: héroes y heroínas bellos enfrentados a seres monstruosos.
Al criticar, por entonces, su maniqueísmo pretendíamos insinuar, más que una tendencia deudora de un romanticismo propio de la fantasía heroica, filiada, por su pasión por la descripción de torsos apolíneos con una concreta concepción del hombre superior – no el nietzscheano – plasmado en el arte nazi. Por supuesto, la editorial, cuando recibió nuestra nota, la rechazó. Pero no fue porque temiera adscribir a nuestras sutiles hipótesis, que no lo eran tanto. Frazetta, tal como lo declaró en algún reportaje publicado aquí, sabe que sus ilustraciones venden. Y sabe, además, que el sexo y la violencia son fuertes ingredientes que todo editor ávido de lectores debe incluir en sus publicaciones. Esta última razón, estamos convencidos, pesó mucho más en la censura de la editorial que cualquier otra.
¿Qué implica tirarse contra la obra de Frazetta? O, mejor dicho, antes que “tirarse en contra”, ¿qué significa ponerse a analizar su obra sin restarle, en absoluto, ningún mérito a la innegable factura técnica que lucen cada una de sus ilustraciones? Significa, ni más ni menos, desnudar por qué los editores de historieta buscan, ya desde sus portadas, apelar a una estética de héroes tan plásticamente poco plásticos; perdón, a héroes tan de plástico, eso queremos decir. Al adoptar a Frazetta como modelo, estos editores pretenden, imponiéndole a sus dibujantes, – y guionistas, también -, imponerle a sus receptores una visión maniquea del universo en la cual los buenos son siempre de una sola pieza y los malos también. Convengamos: hay excepciones: de tanto en tanto, a estos editores, se les escapa una historieta en la cual los buenos no lo son tanto y los malos tampoco. Y esto es fruto de la tenacidad de unos escasos, muy escasos dibujantes y de unos más escasos argumentistas.
Decíamos: el estilo Frazetta camina. En Estados Unidos, país de origen, está comprobado. Un psico-socio-semiólogo podría llegar a anotar observaciones más agudas que las nuestras. Por ejemplo, sin ir tan cerca, que la obra de Frazetta puede legitimarse en un país imperial que necesita, a través de sus comunicaciones, consolidar hacia adentro y hacia afuera una imagen del héroe dominador capaz de enfrentarse con monstruos de pesadilla, una pesadilla que tal vez, parafraseando a Henry Miller, sea motivada por el aire acondicionado.
Ese héroe tarzanesco, esa heroína digna compañera del anterior, que tanto recuerda a Johnny Weissmuller y Jane Mansfield, sirven para ocultar destinos más trágicos. El patetismo final de sus modelos al terminar cirróticos o celulíticos. O el mito del país que aspira a consolidar democracias en territorios tan selváticos y bárbaros – como los paisajes de Frazetta – con bloqueos y desembarcos, fomentando golpes de estado, financiando guerras y otras manifestaciones de solidaridad democrática por el estilo.
Al escribir, la palabra estilo, volvamos al estilo de Frazetta, el cual, insistimos, merece un análisis más exhaustivo. Lo que nos preocupa, no es tanto criticar su obra sino la fascinación que, más que los editores, sienten muchos dibujantes de Buenos Aires al inspirarse en él. Y en lugar de “inspirarse” léase copiar. Y sin comillas. No es preciso ser un observador demasiado agudo, luego de haber visto algún trabajo de Frazetta, identificar sus epígonos argentinos. Hay quien pone músculos aún donde no los hay en míticos viajeros de exóticos territorios y quienes mezclan la tinta china con las siliconas para inflar los encantos de una señorita que transita, con no más de dos expresiones, tiempo y espacio.
En Argentina, chauvinismos al margen – o incluidos, si se prefiere – se encuentra en ebullición, desde principios de siglo, un semillero de dibujantes. Y guionistas, también. Si estos trascendieron su frontera fue porque no solamente describieron su aldea antes que el far-west o la astronomía bradburiana sino porque, a pesar de las imposiciones editoriales, se esforzaron en bucear en sus tableros y en sus “Olivettis” encontrando sus contradicciones, reflejándolas como podían. Y aun cuando pueda argumentarse que mucho de estos creadores, en más de una ocasión, debieron realizar un western o una ficción de la ciencia, lo hicieron releyendo el mito, aportándole una interpretación que no era, con frecuencia, la del imperio.
Los músculos que dibuja Frazetta parecen sólidos. Lástima que, al transcribirlos, algunos de nuestros dibujantes y guionistas, no reparen que la carne es débil, que detrás de la escenografía operística de este colosal – porque dibuja colosos, decimos – ilustrador americano se esconda para nosotros la trama de un drama real: la colonización. Por lo general, los que advirtieron y advierten cómo se desarrollan los actos de este drama, no publican aquí. Publican en Europa y apenas si son reconocidos en su tierra. Un ejemplo, y muy a propósito, José Muñoz y Carlos Sampayo, quienes, paradójicamente, hacen historietas que transcurren en Estados Unidos, mirando ese paisaje desde otra óptica: casual y casualmente, la del colonizado que sabe que lo es.
[1] Esta nota fue publicada en dos partes en Ilustración + Comix Internacional Nros. 67 y 68 (septiembre y octubre de 1986 respectivamente), Barcelona: Josep Toutain editor. Una versión anterior fue publicada en Tiras de Cuero Nro. 1, noviembre de 1983, Buenos Aires: Editorial Latinoamericana.
[2] Probablemente se refieran a las secciones “El Club de la Historieta” e “Historia de la Historieta” que escribían a mediados de los 70s para las revistas Skorpio y Tit Bits respectivamente, publicadas por Editorial Record a cargo del editor Alfredo Scutti.
Carlos Trillo (Buenos Aires, 1943- Londres, 2011), publicista, escritor, crítico y guionista. Entre sus trabajos más reconocidos se cuentan El Loco Chávez (1973-1987), El último recreo (1983-84), Tragaperras y Charlie Moon (1984) junto a Horacio Altuna; Un tal Daneri (1975-1979) y Buscavidas (1981-82) junto a Alberto Breccia; Los viajes de Marco Mono (1979) junto a Enrique Breccia; Los misterios de Ulises Boedo (1981-82) y Piñón Fijo (1984) junto a Domingo Mandrafina; Custer (1985) y Clara de Noche (1992) junto a Jordi Bernet y Eduardo Maicas; Irish Coffee (1989-1991) y Cybersix (1992-1997) junto a Carlos Meglia, ente muchísmos otros trabajos. Recibió el Premio Yellow Kid al Mejor Autor Internacional en el festival de Lucca en dos ocasiones (1978 y 1996) y el premio al mejor guión del Festival Internacional de la Historieta de Angoulême (1999).
Guillermo Saccomanno (Buenos Aires, 1948), escritor y guionista. Entre sus obras en historieta se destacan Sol de Noche (1979-1980) junto a Patricia Breccia y Avenida Corrientes (1981) junto a Francisco Solano López. Ha recibido varios premios por sus obras literarias como El buen dolor (1999), 77 (2008), El oficinista (2010) y Cámara Gesell (2012).
Frank Frazetta (Nueva York, 1928 – 2010), fue pintor, ilustrador e historietista. Su trabajo se repartió entre pinturas, portadas para películas, libros y discos. En 1995 fue incluido en el Will Eisner Comic Book Hall of Fame y en 1999 en el Jack Kirby Hall of Fame.
qué pelotudez atómica esta nota.
A mí no me parece una gran nota, de hecho no la publicamos por su calidad sino por su significado y su contexto. ¿A qué te referís vos exactamente?
Es como una nota rancia de izquierda deslavada que esboza una apreciación política de “colonización”, que reduce el arte de frazetta a un ángulo sólo. Se nota que la nota envejeció fatalmente. por otro lado, critican que la obra de Frazetta “mensajea”, baja línea, lo cual es inexacto pero además que Trillo y Saccomanno se hagan cargo de la cantidad de comics de su autoría que “mensajeaban” y bajaban línea, empobreciendo el espectro simbólico que una narración debe tener.
Se filtra en esta nota un eco de la polémica que estos autores tuvieron con Robin Wood, al tacharlo de escribir para el sistema Columba y bla bla. Con esto también recortaban la apreciación sobre un artista. Sería como defenestrar a Chesterton porque era católico o de derecha.
Pido disculpas por el exabrupto del primer rmensaje.
saludos
Hola, no hay que pedir disculpas. De hecho yo estoy de acuerdo en exactamente eso: es una nota que envejeció mal. Y visto en retrospectiva, como lo explicitamos, era más bien el síntoma de un modelo de historieta que estaba en decadencia. Lo que ya estaban haciendo gente como Moore o Miller en esos años era más significativo – aun cuando se lo pueda criticar y con razones – que lo que ellos mismos hacían. Y si uno se fija la idea de lo político en la historieta argentina de los 80s, hoy nos parece algo demasiado evidente, con mucho abuso de la metáfora y la alegoría. Pero como dije antes, nos interesa reponer ese contexto y las razones por las cuales a muchos lectores de entonces eso les llegaba y hoy nos parece algo muy obvio, bastante insoportable. ¡Saludos!