Por Bruno Percivale
Por un lado o por el otro consumimos traducciones. Me resulta difícil de imaginar un lector puro de historieta argentina (o historieta mexicana, o historieta española, etc) y nada más, que solo lea historieta escrita en el mismo idioma que habla y en la misma variante de ese idioma que habla. Lo supimos desde siempre: no es necesario viajar muy lejos para escuchar modulaciones diferentes del mismo español, a veces es cuestión de prestar atención a los mayores, a los menores, a los que tienen menos, o a los que tienen más… Las formas de hablar una misma lengua varían según muchos condicionamientos, y no exclusivamente por una pertenencia nacional o una localización territorial (varían hasta tal punto que podríamos cuestionarnos si se habla siempre una lengua y es esa misma lengua todas y cada una de las veces que la hablamos, pero eso no es lo que quiero plantear).
Traducimos, entonces: navegamos entre lenguas, intercambiando y adaptándonos, intermediando. Traducir, creo, sería una condición de posibilidad de la escucha y la lectura: siempre estamos leyendo/escuchando a gente, textos, historietas, videos, hablados o escritos en variantes del español que no son la propia. Quiero decir: visto de esta manera, traducir es algo mucho más habitual que lo que se piensa.
Pero me quiero centrar en las historietas y en las traducciones que consumimos, porque siempre estamos leyendo historieta traducida.
Yo veo algo así como dos extremos en este tema. Hace poco repasaba una suerte de anécdota editorial de la historia reciente: unos años atrás, en 2013, Ángel Mosquito firmó con la editorial española La Cúpula un contrato para que esta editorial española publicara La calambre, historieta que había comenzado durante 2007 en el blog Historietas Reales y después había dejado inconclusa. El pacto estipulaba que La Cúpula debía imprimir dos ediciones diferentes de la misma historieta: la original, como Mosquito la escribió, para su circulación en nuestro país, y una suerte de “traducción peninsular”, que circuló en España, en la que aquellos vampiros del conurbano hablan un dialecto de bajo prestigio pero inevitablemente ibérico. Además, se agregaron algunas páginas que situaban las coordenadas culturales, históricas y económicas del conurbano en 2001.
Uno se sorprende de los lugares a los que se llega y la verdad es que yo quisiera saber si en definitiva no es igualmente “trabajoso” para un español leer la edición original de esta historieta de la misma manera que a nosotros nos ha dado trabajo leer las traducciones de historietas que han llegado siempre a nuestro mercado desde la península. No defiendo una cuestión de igualitarismo acá porque no quiero ser necio: la potencia editorial de España es inigualable para nosotros y el mercado de ellos no lo podemos decidir desde acá. Simplemente quiero señalar que el trabajo es siempre el mismo (leer = traducir) y que al reducirse la oferta de variedades idiomáticas se empobrece la tarea para los lectores.
Es cierto, por otra parte, que se edita poca historieta española (hispanohablante, me atrevería a decir, pero es solo una intuición) en nuestro país, pero me tomé el trabajo de revisar Vapor, de Max, y los textos están inalterados. ¿Cómo es que nosotros podemos leer Vapor sin problemas y allá, en España, hay que “traducir” La calambre sin excepción? (la buena noticia es que esa tromba editorial llamada Maten al Mensajero acaba de hacer circular una edición auténticamente argentina de esta historieta).
Se me dirá que esto viene aparejado con una política de la lengua, más legislada o más robusta en España que en Argentina. Es rotundamente cierto, pero también es cierto que una política de la lengua, como cualquier política, es una intervención en una zona de conflictos. ¿Acaso legislando la obligatoriedad de una traducción impresa no se invisibiliza la realidad inapelable de la diferencia lingüística?
Dije que veía dos extremos, que no son excluyentes sino que son los bordes de una oscilación. El anterior sería el extremo más atravesado por una política de la lengua. Me apuro a proponer que el segundo extremo tiene que ver más con el mercado de la lengua, y es el problema que da título a esta diatriba: esa entelequia llamada “español neutro”.
Le digo entelequia porque realmente lo es: el español neutro es una lengua que no tiene hablantes nativos. De hecho, es una especie de variante inventada como para funcionar de punto intermedio entre la diversidad de variedades del español que habladas y escritas en España y toda Latinoamérica.
Sin embargo, editoriales argentinas eligen traducir a un español “neutralizado”: evitan, por ejemplo, el voseo (hablar de “vos”) que es una de las marcas más evidentes del español hablado en argentina, eligen un repertorio de insultos extraños y forzados que los mismos traductores no manejan bien, entre otras cosas.
Hace poco, revisando comentarios sobre la noticia de la nueva publicación argentina de Ghost in the Shell, me encontré tanto con gente que se alegraba de la traducción neutra, como gente que amenazaba con comprar una edición española en caso de que la traducción no fuera neutra, como gente que se apenaba de que no tradujeran al “argentino”. Y todo eso también me llama la atención. Sobre todo porque preferir el neutro es entregarse a una lengua exterior, pero anhelar un “español argentino” es otra entelequia, porque no existe. Hay un español estándar establecido desde el centro político del país
La pregunta, entonces, es: por qué se acepta el “español neutro”, que es una variante hablada por nadie e igual de familiar o extraña que el resto de las variantes del español, y no se puede aceptar el rioplatense, el cordobés, el andaluz, el rocho, etc. ¿Dónde estamos parados si nos resulta intolerable traducir/leer estas variantes, hacernos competentes en todas ellas, hacernos flexibles en nuestro idioma y tender puentes?
Pensando esto me pasó algo raro: lo primero que me dije es que para las empresas sería complejo ofrecer múltiples ediciones para distintos territorios o comunidades de habla. Pero ¿desde cuándo uno como consumidor piensa en facilitarle las cosas a las empresas? Me parece que en el uso y abuso del español neutro hay una parte en la que perdemos todos, y es esa en la que ya no aprendemos cómo habla el vecino. Del mismo modo, el uso y abuso del estándar rioplatense nos aleja de los españoles que se habla en el resto de la Argentina (después de todo parece que seguimos siendo un poco unitarios).
Es muy posible que queden cosas en el tintero, pero me parece interesante empezar a discutir estas cosas, que siempre están por hablarse y eso nunca ocurre. Kamandi es un muy buen espacio para que lo hagamos.
Bruno Percivale es platense de nacimiento. Es estudiante de la licenciatura en Letras para aprender a leer y escribir un poco mejor. Entre medio, lee más historietas de las que debiera y trata de escribir sobre ellas o sobre los placeres que le causan sus lecturas. También ha traducido de la lengua del imperio alguna que otra historieta que comparte con alegría. Junto con otros ha fundado el Grupo de Lecturas e Investigación en Historietas “Rorschach”, en el que todos juntos expropian cada tanto un pedacito de la FaHCE-UNLP, lugar donde estudia la mayoría de ellos, para poder hablar de temas non sanctos. Escribe regularmente en su blog Opiniones sueltas, viñetas cautivas.
Buenísimo Bruno! Me encantó la reflexión, me parece que es muy pertinente.
Hay dos cuestiones que también me llaman la atención: por un lado la cuestión de la industria, obvio. Claramente España impone sus maneras de traducir (siempre se habla del gilipollas en las obras de Bukowski o cosas así) porque son la industria editorial más grande en español actual. Pero cuando nosotros exportábamos libros y traducciones tampoco intentamos imponer un español rioplatense. Me parece que tiene que ver con cierta idea de “desprestigio” de las variantes más populares del español, tan cimarronas y mezcladas con inflexiones italianas y cocoliche. A pesar de algún gran escritor como Borges las haya defendido, siempre parecía una aproximación erudita y una estetización de esas variantes antes que su uso pleno. Al menos a mi.
Luego me parece muy interesante algo que no mencionás en el texto pero que para mi es central: la historieta está compuesta de dos partes, dibujo y texto, y una de ellas, en principio, es intraducible. Con lo cual es pertinente preguntarse hasta que punto la modificación del texto afecta nuestro entendimiento del dibujo. Esto también se puede pensar en el sentido de reflexionar sobre la tendencia que tenemos a conceptualizar la historieta por su parte narrable, descriptible en términos de historia y no pensar en los dibujos. O darlos por sentado, mejor dicho. Sin embargo, hay casos en los cuales el dibujo de historieta también requiere traducción: el manga, por ejemplo.
Y por último, me hubiese encantado que pongas algún ejemplo de la etapa de Perfil de los 90s con Accorsi traduciendo todo sin pedirle permiso a nadie y dando lugar a experimentos a veces muy interesantes, a veces un tanto alienantes. Pero de cualquier modo con una filosofía bien clara de que si se lee acá hay que traducir como se habla acá, una posición que me parece coherente.
Bueno, como verás, el texto me dio pie a pensar un montón de cosas, así que como verás es un gran disparador del debate!
Tenés razón en todo Amadeo.
Hay una paranoia que un poco me guardé en el texto, que me vino después de leer “Aquí América Latina”, el último libro de Ludmer, y que está relacionada con esta disputa de importaciones y exportaciones de diferentes variantes de español que se imponen o no. Ludmer habla de la mercantilización de la lengua, es decir: de una suerte de “avance neoliberal” (frase que está tan de moda hoy, pero que no es nueva) sobre el lenguaje. Y para contrarrestar la naturalización de este avance postula algo que me parece esclarecedor: que el lenguaje es como una especie de recurso natural, y cualquier intento de colonizarlo y venderlo es una expropiación. A partir de ahí, imponer una variante o armar un mercado alrededor de un “idioma” que nadie habla es una estrategia del imperio, y contra eso un poco hay que pelear. Por eso creo que está bien ir a leer entre líneas atrás de la estetización de cualquier variante: cuando Borges defendía las inflexiones rioplatenses, estaba participando en una discusión intensa durante el centenario de la revolución en la que se disputaba el centro del desarrollo cultural entre Buenos Aires y Madrid (de ahí las disputas con Guillermo de Torre y el doctor Américo Castro). Hay un poco de política en esa estetización, como también la hay en las legislaciones de la RAE, que no deja de ser una institución imperial que está reeditando desde el vamos las articulaciones coloniales con los mismos fines: el saqueo de los recursos naturales de América.
Prefiero seguir guardándome esa paranoia para otro momento, pero es mi punto de partida para atender a la traducción idiomática del español.
Con respecto al tema del dibujo, también acuerdo y sería un debate hermoso, pero capaz habría que separarlo porque hay que establecer primero dos o tres cosas acerca de lo que quiere decir “leer imágenes”. Lo que sí es altamente probable es que como la experiencia del lector no es universal tampoco lo es la construcción de la imagen, por lo que ahí hay una mediación necesaria que por lo general no aparece. En el caso del manga me parece que es ese extremo que nos habilita a pensar en todo esto, porque por ejemplo Ivrea o Larp ponen aclaraciones de la traducción, en donde intentan acortar las “lejanías culturales” que tenemos con el Japón. O sea que ya ni siquiera tiene que ver con reconstruir el dibujo para traducir una onomatopeya, sino con objetos, prácticas, alusiones que están en otro nivel. Acá me hago cargo de que el nivel de traducción en el que estaba pensando en el artículo es uno muy superficial.
Lamento no haber puesto nada de las ediciones noventosas de Perfil pero: a) no tengo ninguna; b) no leí ninguna. A principios de los ’90 tenía pocas historietas, mayormente alguna de Astérix y un librito de Calvin & Hobbes, y a fines de los ’90 empecé a comprar manga. Tuve cositas de Batman, entre tanto, pero creo que editadas por Viz… Así que mi propia historia como lector me aleja de esos ejemplos que seguramente me hubieran venido bárbaro para esto.
¿No había perdido la primera editorial española el Gardel de Muñoz y Sampayo porque habían publicado el primer tomo traducido del francés? Tal vez me la acuerdo mal, pero así como me la acuerdo, siempre me pareció una anécdota notable.
También hay un problema con el diálogo, ¿no? Un diálogo “bien escrito” suele estar más o menos lejos del diálogo real, inclusive si pienso en autores (de historieta o prosa) que me parece que tienen un buen oído para lo que se habla (Fontanarrosa, Hebe Uhart, ahora al trote no se me ocurre otro), el diálogo igual tiene una estructura, un peso y un ritmo medio imposibles. Digo: nadie habla con “forma”. Ahí ya tenés una primera distancia.
La traducción “neutra” nunca me gustó mucho, pero también existe el problema inverso, todos los personajes hablando todo el tiempo en una especia de ultralocalismo coloquial… Es un poco raro leer a un japonés de colegio secundario hablando como una parodia de un porteño (más porteño que Pucho y Carlín Calvo sumados)…
Al final no dije nada y quedó todo desordenado, pero me quedé pensando. Gracias.
También tenés razón, Fran. La distancia entre la escritura y el habla existe, de hecho se suele decir que el habla y la escritura no son el mismo sistema (de manera que un guionista que “copia el habla” estaría traduciendo, ¿no?), así que también sabemos que aquellos guionistas que “escriben con el oído” están haciendo una operación sobre esa escritura. Qué se yo, también podríamos decir que conocer una variante determinada de un idioma implica poder hablarla y escribirla (quiero decir: la escritura no es “neutra”, más allá de tener diferencias estructurales claras con el habla). Quizás el juego del traductor en determinados casos sería encontrar una equivalencia de peso y de ritmo, pero traducir, como decía Umberto Eco, siempre es “decir casi lo mismo”.
El tema es dónde se para el traductor y dónde nos paramos nosotros para pensar el asunto. También tenés razón en que es difícil pensar en un japonés que va a la secundaria hablando como Pucho, porque de hecho no lo hacen. Ahí hay un tema más: leer una traducción agrega un grado de ficción más en el que nosotros aceptamos que un japonés que va al secundario podría hablar el mismo español que Pucho o Carlín. Entonces lo que sí podemos discutir son las equivalencias que encuentra el traductor que decidiera hacerlo hablar de esa manera (el traductor, me parece, tiene que ser un mediador cultural, y entonces la elección de una variante u otra tiene que ver con interpretar cómo habla un personaje y elegir una manera en español que tenga la misma valoración).
Mi pregunta es: si evitamos el neutro, que es un invento, ¿qué nos queda? Ahí hay un problema grande, porque insisto: en la Argentina no se habla/escribe la misma variante. ¿Podemos imaginar una opción? ¿Tenemos que contentarnos con la situación actual?
¡Gracias por comentar y por agregar cosas que estaban faltando!
Lo de “Carlos Gardel” fue un horror justamente por “españolizar” una traducción francesa donde tradujeron hasta los tangos, lo cual les fue insoportable a los autores (y con razón). Además se trataba de Muñoz y Sampayo, con lo cual la cosa terminó como terminó. Ahí hay otro factor: el peso autoral y el prestigio, que nunca debiera ser subestimado. Si fuera un autor menos conocido, tal vez más novel, lo perverso del mercado editorial se haría más presente obligando a un autor a aceptar el horror a cambio de la circulación de la obra y en menor medida, del beneficio económico. En otras palabras, la dimensión ética de la producción que incluye su potencial traducción. ¡Abrazo!
¡Muy buen artículo Bruno! Es un chiste típico el de reírse de las traducciones cinematográficas españolas pero lo cierto es que son funcionales a su política de “españolizar” todo contenido como hacen todos los países aparentemente cosmopolitas pero profundamente nacionalistas. Las traducciones de Anagrama son quizás otro buen ejemplo de esta práctica neocolonial. Recuerdo un librero amigo que tenía sobre la mesa la edición española y argentina de “El almuerzo desnudo” editada por Anagrama. La primera tenía un sello que decía “prohibida su circulación fuera de España”. Aparentemente eran iguales y habían sido publicadas en el mismo año pero la diferencia de calidad entre ambas se notaba a simple vista. Por eso un tipo que escribe ‘idiota’ en vez de ‘boludo’ pensando en los traductores me parece más boludo aún. Escribir en rioplatense es la mejor forma de mostrar la libertad de expresión o mejor dicho Liberación de la expresión en nuestros pueblos
Estoy de acuerdo en casi todo, pero hasta ahí, Juan. El caso español es cierto que tiene ribetes de chiste, pero hay que ver hacia adentro de la península cómo el problema idiomático atraviesa de lado a lado el territorio. El “castellano” es uno de los varios dialectos hablados en España, impuesto de prepo (como toda imposición) desde arriba, desde las regiones que instrumentaron económica y políticamente la reconquista de España (los reinos de Castilla y Aragón, ubicados en el norte de la península). Sin embargo hace poco estuve viendo un informe sobre traducciones en España y resulta que hay un porcentaje mínimo en cada región de traducciones a sus dialectos propios (obviamente gana el catalán, pero hay traducciones al gallego, al vasco, etc).
No estoy de acuerdo para nada con la afirmación final. De hecho creo que es algo que trato de problematizar en el texto. Traducir al rioplatense solamente prueba que Buenos Aires, y más específicamente la CABA, son un centro político-económico-editorial que por su propia fuerza impone de prepo su dialecto. Pero el rioplatense no es hablado en todo nuestro país, de manera que si escribimos y traducimos solamente al rioplatense estamos liberando a algunos y sometiendo a tantos otros.
Qué lindo artículo.
Yo no entiendo a los lectores que aman el español neutro. Es horrible: no lo habla nadie, suena artificial, te hace perder matices, iguala para abajo…Entiendo, sí, al editor que quiere sacar una sola edición para toda Latinoamérica y ahorrarse tradutores, correctores y tiempo. Yo me crié “historietísticamente” con Patoruzú y, después, Ivrea así que reconozco que puedo tener una predisposición marcada por la experiencia.
Yo reivindico totalmente traducir al “argentino”. Si Goku putea en el original, quiero leer “la puta madre”, no “maldito renacuajo”. Dicho esto, nunca me gustó que Ivrea escriba sin ¡ y ¿. En el contexto general, igualmente, me parece un detalle menor.
Pensar al “porteño” como el “neutro” de Argentina es algo que nunca había pensado y que tiene mucho sentido. Creo que ahí la traducción tiene que depender del traductor: si es cordobés, que escriba en “cordobés”. Sí el porteño no entiende, entra a Internet y busca la palabra que no entiende. Prefiero que el cordobés entienda y el porteño no a que no entiendan ninguno de los dos. Las traducciones de Accorsi en Perfil eran un engredo horrible: decían cosas como “Eres un pelotudo, gil de goma”. No era su culpa sino del editor pero quedaba algo que sonaba horrible acá y que no se entendía en Chile.
Después hay otro tema: pensar en la obra que se está traduciendo. No es lo mismo traducir un cómic autobiográfico neoyorkino que una épica medieval francesa. Lo primero banca un “Che, ¿garchamos?”, lo segundo no sé. Sí en la obra original un personaje habla en slang o mechando palabras en otro idioma o con ticks, entonces la traducción debería buscar un sustituto, una mínima correspondencia. En Slam Dunk, un personaje terminaba todas sus frases con una expresión ridícula (no me acuerdo cuál, digamos que era “Biyo”). En la traducción lo cambiaron por “Hey” y en las aclaraciones explicaron el cambio: “Biyo” en castellano suena horrible, parece una truchada, no es gracioso y corta el ritmo del diálogo.
La imagen es un tema aparte: hace unos años, mi hermana tuvo que traducir un par de páginas de Watchmen para la facultad. Lo más difícil no era traducir las frases sino lograr una correspondencia entre imagen y texto: cuidar el espacio de los globos, mantener la simetría de lo que se dice con lo que se narra secuencialmente, jugar con la imagen como parte integral de la traducción. O sea, no podía pensar sólo en las palabras y olvidarse de la imagen porque las palabras SON parte de la imagen. Tenía que “traducir” la historieta como un todo, incluso sin tocar los dibujos. Hace muchísimos años, con un amigo traducimos unos mangas para submanga: usábamos el Paint y la primera tipografía que veíamos. A pesar de traducir más o menos bien las palabras, arruinábamos todo por la parte gráfica.
Igual, todo depende del traductor. Un buen traductor salva un español neutro y un mal traductor hunde en el fango al rioplatense, al cordobés y al santafesino.