Por Laura Vazquez
Voy a comenzar esta reseña con un acto de arrojo innecesario lo que no quiere decir ni valiente ni mucho menos, inteligente: no caigamos en la pavada de decir que Lo Salvaje (Maten al Mensajero, 2017) es una de las revelaciones de la nueva historieta nacional.[1] Porque convengamos al menos dos cosas: por un lado, si Pablo Vigo porta el carnet de la nueva historieta argentina (nació en 1985), cabe preguntarse cuándo y quiénes le darán el pase de miembro vitalicio teniendo en cuenta que viene dibujando, según nos cuenta en entrevistas, desde que tiene memoria[2]. Personalmente, me quedaría más tranquila si dejáramos de hablar de lo viejo y de lo nuevo para pasar a cosas más relevantes.
Por otro lado, y ello es menos polémico, las únicas revelaciones posibles tienen lugar en algunos pasajes bíblicos o en fiestas del tipo premios Clarín o Martín Fierro, por nombrar ciertas ficciones asincrónicas y contemporáneas. Volviendo entonces a nuestro asunto, Vigo jamás podría ser una revelación para la historieta pero ciertamente lo fue para mí como lectora. Nobleza obliga, sólo conocía su trabajo publicado en Factum. Grafonovelas semanales. Sobre esta experiencia fallida trata esta crónica. Sigan entonces o abandonen justo a tiempo.
1.- Desechos
Flaubert decía que el autor debe estar en su obra como Dios en el universo; presente en todas partes y no hacerse visible en ninguna. Algo de esto se percibe en la mirada intimista de Lo Salvaje. Los personajes son hablados por el autor sin voluntad de representación ni intención de darle una voz a “lo real”, llámese contexto, época o experiencia. Los protagonistas de cada cuento gráfico trazan un andar sin desplazamiento ni distancia. Los visualizamos pesados y grasosos (el dibujante traza cuerpos blancuzcos y sin tonificación) como arrastrando a su pesar cierta flaccidez física e intelectual. La voz rumiante de sus soliloquios tiene lugar por fuera del diálogo y de la escucha. Hablan consigo mismos para ser oídos por otros.
Entonces, cabe preguntarse en primer lugar qué es lo salvaje para estos seres aparentemente domésticos y entregados de antemano a la renuncia. Los niños y adultos componen una voz coral en la que, al final, y más allá de las edades, lo que nos quedará claro es que siempre es díficil volver a casa. Si bien no hay una voz de mujer (lo que permitiría darle un giro al punto de vista con el que se describen ciertos sucesos) el autor parece buscar desentenderse del género para concentrarse en las contradicciones y conflictos de la sexualidad.
En efecto, de las siete historias, tres son protagonizadas por mujeres: “Era una noche tormentosaˮ “Carnavalˮ y “Mateoˮ. A diferencia de las actuadas por hombres, en donde se ejercita una sexualidad reducida al polvo y al apareamiento, en los relatos en donde la narradora es mujer el encuentro con el otro asume la forma de la resistencia y del abandono. Podemos verlas doblemente solas en su intento de autoafirmación: así, cuando están a punto de encontrarse en la masturbación se despiertan (“Era una noche tormentosaˮ) o cuando desean concretar el contacto físico (“Mateoˮ), se frustran en el intento. En “Carnavalˮ, la protagonista se golpea a sí misma dejándose marcas para evitar ir a una fiesta con amigos. La relación que tienen estas mujeres con sus cuerpos es violenta y expone no tanto una falta como la imposibilidad de completarse y dejarse ir en el otro.
Por otro lado, en más de la mitad de las historias, los protagonistas son hipocondríacos, depresivos, fóbicos o víctimas de ataques de pánico (“Encuentros Cercanosˮ, “Era una noche tormentosaˮ “Carnavalˮ y “Mateoˮ) y somatizan la experiencia de llevar adelante acciones mínimas de sociabilidad. Y es que en Lo Salvaje el sexo es tan plano como los dibujos de Vigo. Las erecciones se suceden con la monotonía de una educación sentimental empobrecida por la moral patriarcal y el onanismo puro. Los personajes masculinos la ponen frenética y torpemente como si tuviesen quince años y no manifiestan ningún interés en dar placer a sus parejas. Es obvio, a esta altura, que al autor le interesa retratar gente que no sabe cojer. Y, sin embargo, lejos de una lectura simplificadora de la sexualidad, estas prácticas ponen en escena la imposibilidad del goce de sí mismos (el cuerpo dado al placer) sin darse al otro.
Por ello, las vidas de los seres de estos relatos son tan miserables como sus coitos y acaban, simplemente, porque necesitan acabar. Cojen (o no) del mismo modo que sacan a pasear a sus perros (“Good Boy!ˮ) o salen a comprar cigarrillos (“Saltoˮ) por la noche. Experimentan el momento del orgasmo como la liberación de una descarga sin goce ni experiencia emotiva. Durante la presentación del libro, Martín Felipe Castagnet dijo algo sugerente en relación a la presencia de la mierda en varios episodios. En efecto, los desechos humanos forman parte de la misma secuencia discursiva y significante.
Así por ejemplo, en “Mateoˮ, se narra la jornada agobiante de una tía cuidando a sus sobrinos. Al llegar a su casa, la mujer vuelve a leer el mensaje (un emoticon con la forma de un sorete sonriente) enviado por un tal Mariano L. Es el mismo SMS que había chequeado durante la tarde y que recibió el día anterior al excusarse por la salida con sus sobrinos. La protagonista tiene la batería baja del celular, no tiene ánimo de contestar y sentada en el inodoro, hace lo único que sus funciones vitales le permiten hacer: defecar.
A esta altura de la lectura sabremos que la primera historia, “Lo Salvajeˮ (que da título al libro), es la que da sentido y organiza todo el libro. Ya en la primera viñeta, en la que vemos a dos preadolescentes de once años en la computadora visitando un sitio de levante en línea, el narrador confiesa: “Con Federico, mi mejor amigo, nos hacíamos pasar por mujeres solteras en busca de un polvo y engañábamos a tipos que tenían las mismas intenciones”. En esa mentira de pubertad hay mucho más en juego que el ingenio cruel de dos machitos calientes.
Cuando Andrea, la amiga cordobesa con la que el protagonista se cartea desde hace tiempo, lo visita acompañada de su madre (las madres son una presencia omnipresente en este relato), el protagonista oscila entre el deseo y el pánico que le provoca la situación. La escena es perturbadora: en el cuarto, buscando el goce del placer o de la curiosidad, la niña le toca el pito y el narrador eyacula en un estado de angustia y desesperación. Ese “pasarla mal” (el niño cree que se orinó encima) para tener que “pasarla bien” opera a partir de la política de los cuerpos disciplinados para el ejercicio de una magra felicidad.
De esta manera, la defecación y el semen son elementos intercambiables y reaparecen en cada historia como el descarte físico que viene a confirmar, una vez más, el hecho de que tenemos que soportar la existencia. Desde el primero y hasta el último de los personajes, acabar es seguir cargado de mierda. Entonces, lo que buscan narrar estos cuentos es que el placer está irremediablemente vinculado al poder: no es fortuito que en la mutua dependencia entre el animal y el viejo – dialéctica del amo y del esclavo – del último de los relatos (“Good Boy!ˮ), cuando la perra del protagonista al fin descarga su vientre, sentimos el tibio alivio de una esperanza líquida, casi patética.
2.- Desplazamientos
Tengo la fantasía de que cuando un dibujante no escribe, bebe, escucha música o sale a caminar pisando mierda y que cuando un escritor no puede dibujar, mira una película de culto o lee tirado en su sofá con un gato ronroneando sobre sus piernas. Son escenas caprichosas y del más triste cliché pero no puedo evitar echar mano a ellas cada vez que evoco a estos animales nocturnos. No sé si es el caso, pero deambular es un hábito que tiene buena prensa en la ficción y el autor parece saberlo. Construye así una política de la intimidad a partir de la suspensión de la acción y de la errancia de las conductas.
La peripecia queda afuera de los márgenes prefijados; a veces abúlicos y otras simplemente poco originales, los adultos y niños de estos cuentos tienen una única virtud: revelarnos sin pudor ni matices la monstruosidad de sus días. Las historias son distintas y giran, a su vez, alrededor de lo mismo: la intrascendencia de los actos o cierta consciencia del hastío. Son seres desgraciados no por aquello que hacen sino precisamente por lo que no están haciendo.
Se trata de microhistorias sin impacto que funcionan en contraste a la aventura. Desventurados, los seres que habitan estos cuentos gráficos no tienen nada de extraordinario. En sus andares urbanos todo es desvío para volver, finalmente, a casa. Marcados por sufrimientos, rayan todas las formas de la angustia y se distinguen de los suicidas por la única diferencia de seguir andando. Sus vidas intrascendentes nos dejan disfrutar de ese goce perverso de la superioridad moral. Nos sabemos parecidos pero podemos jactarnos de ser diferentes.
El crítico de cómics Gerardo Vilches asegura en la contratapa del libro que los personajes son herméticos ¿Pero cómo podrían serlo cuándo, a su vez, nos exponen sus más oscuras miserias? La única posibilidad de escape para ellos, es la réplica agotadora de una repetición estéril y mecánica. En el primer episodio y cuando su mujer no está en casa (¡mamá!), el narrador adulto se masajea con el chorro del hidromasaje para poder acabar rememorando una escena de niñez.
El dibujo en primer plano del desagüe de la bañadera (un círculo onanista y perfecto que lo devuelve al principio y al fin, evoca la colcha/concha infantil regalada por su madre, la habitación refugio de su pubertad (con la colección de muñecos de Dragon Ball y Tortugas Ninja) y todo eso que “le hace bien” porque sigue siendo suyo. Como Andrea que “no era hermosa, pero era mía”, esa niña que lo tocó por primera vez y le hizo saber que no todo puede ser controlado.
George Bataille hablaba de los “anos solares” como metáfora de un sol violento, un agujero putrefacto en el que irían a parar todos nuestros deseos y temores. La parte maldita parece estar presente en estas historias bajo el influjo de formas concéntricas y semejantes: en la persistencia de una nube cegadora, en una rejilla por la que se gasta (concepto central en su economía de la sexualidad) lo que no tiene desperdicio, en el audioparlante circular de la recepción de un hotel alojamiento y en el derroche excremencial al que asistimos en cada uno de los relatos.
Y con todo, la insistencia y el continuum evoca el vacío. No parece casual que en la historia “Encuentros Cercanosˮ, el personaje masculino tras una serie de peripecias que incluyen rupturas amorosas y quiebres físicos (literalmente, el protagonista se quiebra en pedazos), se topa en su deambular nocturno con un hombre (al que ve con aureola e irradiando luz divina) que le revela una suerte de verdad existencial: “Acepta la mortalidad como un evento que sucede una sola vez en una vida plagada de sucesos”. De allí que lo único irrepetible para los personajes de estas historias, no es la vida, sino la muerte. Todo lo demás, es el permanente y agotador revival de lo que ya pasó y seguirá pasando.
En “Una noche tormentosaˮ, la protagonista repite cada día al llegar a casa el mismo ritual voyeurista de espiar a los vecinos del edificio de enfrente. Entretanto, en el cuento “Saltoˮ, el estudiante vago de Comunicación bancado por sus padres, intenta mirar vídeos porno para alcanzar un orgasmo y ante la dificultad de terminar, trae a su memoria el recuerdo “excepcional” de una visita al telo con su novia. Aquella “buena acabada” (sabemos por las páginas precedentes, que se trató más bien de un acto mecánico en el que el protagonista no estuvo ahí) funciona a la manera de un ritornello o una vía de escape del presente. La evocación esté unida al momento en el que imaginó que su pareja era “una puta a la que le había pagado por la noche”. Y como anuncia la viñeta de “Encuentros Cercanosˮ en la que vemos una pegatina con los datos para contactar a Candy: “el único pecado es el placer”. Así, el protagonista prostituye su sexualidad y en este punto, la resigna.
3.- Influencias
Vigo parece ser muy consciente de los procedimientos estéticos y narrativos que utiliza. En la presentación de su libro brindó detalles de lo que entiende por la línea, la perspectiva y punto de fuga, el encuadre, la elección de personajes planos (¿anticinematográficos?) y distintas tomas de decisión de la puesta en página de su trabajo. De allí que construye su poética en alianza y en confrontación a pares y referentes. En este sentido, el autor le debe mucho a sus contemporáneos.
El dibujo y la narrativa de Lo Salvaje se emparentan con toda una corriente del cómic norteamericano no sólo independiente sino también ligada al mainstream local. En el dibujo y a la vista, están Ware y Clowes, – especialmente Ghost World de este último y me atrevo a decir que hay mucho de su David Boring –. De Ware, podemos rastrear algunas de las técnicas narrativas de Jimmy Corrigan y Building stories. Imposible no nombrar el soplo en la nuca de Seth, las plasticidades de McCay, la cadencia rítmica de Schulz o Herrimann y las sombras siempre inquietantes de Robert Crumb y Hergé.
El cine está presente de diversas maneras: evidentemente aparece como guiño en los títulos de las historias (“Encuentros cercanos (del séptimo tipo)ˮ; “Era una noche tormentosaˮ, “Good Boy!ˮ) pero también en los carteles separadores, en los fundidos negros, en la elección de algunas tipografías y en la nube acosadora del cuento “Encuentros cercanosˮ acaso asoma un homenaje a la luna fantástica de Méliès.
La música también es una herramienta aunque de modo más sutil; aparece así como procesamiento interno sin referencias cultas ni autocelebración esnobista. Lenguaje de acompañamiento antes que de afirmación estética, se cuela en el bolso-disco-de-vinilo de la chica Minaverry o como un “estado de embriaguez espiritual” cuando el personaje enamorado de “Encuentros cercanosˮ oye por primera vez el piar de los pájaros.
Desconozco las lecturas y formación del autor pero en la narrativa hay conversaciones posibles con Faulkner, Poe, Bierce y James – quizá también Miller y Hemingway -; sobre todo la cita es al mundo faulkneriano de El ruido y la furia como el mismo Vigo lo ha afirmado. Ahí están los monólogos interiores, la construcción de personajes intercambiables entre sí, la intimidad descarnada de quiénes lo cuentan todo porque no tienen nada qué perder. Y es posible reconocer, también, a los caminantes de Sebald y de Walser y desde luego, Cheever y Carver. Acaso éste último sea la referencia más manifiesta en Lo Salvaje.
Pablo Vigo dice que entre los escritores argentinos le gusta Sergio Bizzio. Posiblemente nombró algunos cuentos de Chicos, aunque quizá fueron las novelas Rabia o El escritor comido (es el problema del vino en los eventos). Y por tal razón, no sé si le dije que mejor lea a Aira, o a Chejfec, o a Mariana Enríquez y a María Moreno y desde luego a Fogwill. ¡Y los cuentos de Bolaño! Pero que si leyó El juguete rabioso seguramente sea más que suficiente. Es más, con Arlt alcanza y sobra para escribir. Pablo Vigo, por prepotencia de trabajo, es uno de los mejores autores que tiene actualmente la historieta argentina.
[1]Pablo Vigo forma parte de la compilación antológica realizada por el dibujante Liniers y el periodista Martín Pérez. reunida bajo el título DisTinta, la nueva historieta argentina (Sudamericana, 2017).
[2]Ver http://30preguntas.blogspot.com.ar/2010/03/pablo-vigo.html y http://www.entrecomics.com/?p=92676
Laura Vazquez es docente, investigadora y guionista. Se doctoró en 2009 con su tesis sobre historieta, publicada por Paidós al año siguiente: El oficio de las viñetas. Coordina el Área de Narrativas Dibujadas de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA. Fue directora del Congreso Internacional de Historieta y Humor Gráfico Viñetas Serias (2010, 2012, 2014). Como guionista, pueden contarse sus trabajos con Dante Ginevra (Entreactos, Astiberri, 2004), con Federico Rübenacker (Historias Corrientes, Ediciones del Ponent, 2004), y Alejandra Lunik (Ana, un mosquito y el enano, Fierro, 2007). Colaboró con la revista Fierro escribiendo la sección “Ojo al cuadrito” (que sería recopilada en Fuera de Cuadro, Agua Negra, 2012) y “Cadáver Exquisito”. Es investigadora adjunta del CONICET (Instituto Gino Germani).
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