Por Bruno Percivale
Los temas de antes son los temas de hoy. Probablemente sea cierto que la historia se escribe dos veces: primero como tragedia y después como comedia. Quizás se esté reescribiendo periódicamente desde hace mucho, y cada reescritura tenga un género diferente, para que no se note tanto la repetición.
Parece que el año pasado el concepto de “posverdad” fue uno de los más consultados en Google. No es casual: el adagio autóctono y previo de “Clarín miente” se enmarca en una estrategia de fuerzas políticas o sociales que quisieron distanciarse o intervenir en el conflicto entre grupos que pugnan por el poder en tanto que redes político-empresario-mediáticas. El ascenso de Trump en su camino de precandidato republicano a presidente de EEUU, pareciera, es lo que habría alzado más sospechas y motivado semejante cantidad de consultas. Parece que algo habría cambiado en la manera de hacer (y, sobre todo, decir) en política: aunque siempre se esgrimió el argumento de que en política valen más los hechos que las palabras, la logósfera se ha tragado todo al punto en que ejecutar o advertir aquella estrategia falsamente atribuida a Göbbells de repetir mentiras para que algo quede se ha constituído, en el pequeño ámbito del espectáculo político, en una larga serie de prácticas y denuncias sucesivas.
En política (como en las historietas) hay un pequeño axioma ideológico que nos inclina a pensar (o a creer) que la verdad está en cualquier lado menos en la palabra. También hay otro axioma ideológico que nos hace esperar (o creer) que todo lo que se diga en los noticieros, y básicamente todo lo que surja del periodismo, que son profesionales de la palabra, se apoye en, persiga, explicite la verdad. De la falla entre esos ideologemas emerge (como si se tratara de placas tectónicas) la necesidad de entender por qué se dicen tantas cosas que, más tarde o más temprano, la realidad no verifica.
Propongo una hipótesis de lectura culturalista que ya está un poco gastada pero creo que no pierde vigencia: una práctica cualquiera, como la construcción de un artefacto semiótico o simbólico, no está exenta de las contradicciones entre lo que ciertos mandatos de la cultura de una época proponen y lo que la experiencia de la realidad dispone. Vale igual para la fabricación de una historieta o para una búsqueda en Google. La ingente cantidad de lectores que quisieron obtener una explicación sobre por qué la acción y la dicción políticas no están resolviendo sus problemas (y peor aún: se distancian cada vez más una de otra) es el síntoma de ese malestar producido por el cortocircuito entre la experiencia cotidiana más próxima y lo que la ideología manda que esa experiencia debiera ser.
Nada nuevo bajo el sol, salvo Google y un nombre. Los artistas desde hace tiempo vienen mostrando que lo que ocurre en los diarios o en la tele no tiene una correspondencia con el afuera. El malestar está desde hace rato.
Por eso es que leyendo una historieta de Batman pensé en este tema y quería analizarlo y discutirlo acá.
Si quisiera hacer una listita de historietas que ya hubieran reflejado a la posverdad en tono de denuncia, la verdad es que se complica. Creo que incluiría un capítulo del Alack Sinner, “Nicaragua”, en donde ese monstruo bifronte llamado Muñoz-Sampayo va explorando en las viñetas el modo en que Alack se topa con una trama sandinista y cómo se va mostrando en los diarios y la televisión de un modo absolutamente condenatorio. Más acá en el tiempo, incluiría también alguna secuencia de “Batman: año 100”, donde hacia el final hay un funcionario del gobierno en conferencia de prensa que adjudica lo que ya sabemos que Batman hizo a un ataque terrorista y niega a Batman. Habría que ver, por otro lado, cuál es la relación entre Watchmen y los medios; por ahí lo que sale en los diarios no es del todo lo que está pasando en el plano de la política internacional del mundo distópico de la historieta. Y, por supuesto, El Regreso del Caballero de la Noche.
Como tengo pocos casos registrados, el análisis lo voy a circunscribir solamente al primer capítulo del Dark Knight Returns (DKR) de Frank Miller y Lynn Varley porque me parece un momento importante de la trama, pero creo que lo que sigue puede extrapolarse también al resto del DKR, al DKR2 y a cualquier otra historieta en la que se interponga alguna secuencia que represente un discurso de los media. (Lógicamente: sólo podemos analizar qué representaciones tienen el o los autores sobre la dinámica verdad/posverdad en los medios).
Pero primero lo primero: creo que es necesario partir de alguna noción de posverdad. (Yo parto de este video [https://youtu.be/BQn7EZTLhgM] de Darío Sztajnszrajber, a falta de mejor literatura, que, además, me parece muy bonito y muy interesante pedagógicamente, como casi todo lo que hace Darío).
Si bien parece que no hay (al menos por ahora) definiciones de manual, creo que podemos pensar un concepto preliminar de posverdad basado en tres ejes.
El primer eje es la disolución precipitada de la idea de verdad única en la cultura occidental, al menos como postulación filosófica, sobre todo durante el siglo XX. Después de Nietzsche (que catalogó a las verdades como la cristalización de viejas metáforas y que dijo que no hay hechos sino solamente interpretaciones), de la crítica de los paradigmas científicos de Thomas Kuhn (que proponía que toda verdad científica es solamente un modelo de verdad que podrá ser reemplazado por otro modelo que justifique mejor sus nuevas propuestas), por ejemplo, y de toda observación seria sobre el lenguaje que se haya hecho de ahí en adelante, los modos de pensar el encuentro con “la verdad” no fueron los mismos, aun a pesar de que nuestro sentido común todavía nos diga lo contrario: que la verdad existe, que la podemos conocer, que es una, sola y eterna.
El segundo eje es la instalación y el predominio de ese dispositivo de performances que llamamos “medios de comunicación” al que habría que agregarle la explosión de la Internet 2.0. Digo “dispositivo de performances” porque principalmente en la televisión, los noticieros todo el tiempo están haciendo una “performance de verdad”, pero nunca dicen la verdad. Y si no dicen la verdad, lo que se predispone es una red de afecciones de la opinión: si no es la verdad el tema, porque muchas veces la verdad va en contra de los intereses de tal o cual estrato del poder, la principal utilidad de cualquier medio es direccionar opiniones, hacer pasar ideas, cristalizar maneras de ver, reafirmar formas de relacionar y, sobre todo, dejar presupuestos sin cuestionar.
El tercer eje estaría relacionado con la recepción de estos discursos, cuyo objetivo está menos orientado a apelar a la razón que a la emoción de los espectadores. Nuestra idea de la verdad es muy racionalista: es algo que podemos descubrir, entender o aprehender mediante la razón. La posverdad gambetea la razón y apela a las disposiciones del receptor: a su deseo de creer, de reforzar sus decisiones previas y su concepción de mundo, entre otras cosas. Si la posverdad no es otra cosa que una apelación recíproca entre un texto y un lector, que busca principalmente reforzar sus convicciones, “La muerte y la brújula”, por ejemplo, podemos leerla de esa manera: Red Scharlach dispone indicios conociendo el modo en que Lönrot va a leerlos de manera de llevarlo a su muerte.
Todo esto para decir que la posverdad de un discurso la vemos sobre todo en las maneras en las que un hecho está presentado (me atrevería a decir que va incluso más allá de si el hecho es verificable o no). En la tele, por ejemplo, la panelización de los programas (o sea: que todo tienda a ese caos informe que es Intratables) produce un exceso: los hechos son pocos o ninguno, lo que abundan son las interpretaciones.
Pero íbamos a hablar del DKR y la posverdad. El DKR es una novela gráfica que podemos leer tranquilamente desde el par escondido/descubierto. Pero ya vimos que, a diferencia de la dinámica clásica de la verdad (algo que está al descubierto; la mentira es ocultación) la posverdad trabaja por otros medios (se miente o se falsean hechos abiertamente).
Hay una política de la posverdad en el DKR, digamos, que está gestionada desde arriba (desde los estratos altos del poder) en función de la relación pública de Batman con un territorio (es decir, una relación política que implica una intervención en el espacio de lo común). Hace poco Andrés Accorsi esbozó la hipótesis de que el superhéroe nace como cristalización ficcional de una necesidad comunitaria de que un poder mayor al del ciudadano común e indefenso venga en su ayuda. Paralelamente, nacía el keynesianismo y se gestaba el New deal en EEUU: el estado de bienestar venía a reemplazar a ese darwinismo extremo del estado liberal que propiciaba que solo los fuertes prevalecieran en ausencia de Estado, para luego ver si estos derramaban algo hacia las capas bajas.
Las calles oscuras de la Gotham del DKR son la prueba no de la ausencia del Estado sino de que el crimen es posible porque el estado lo permite y sus funcionarios se favorecen con ello (cualquier parecido con la Bonaerense, es pura coincidencia). La presencia misma de Batman, que opone su moral a la de la policía (es decir: a la moral del estado represivo que colabora con el crimen y castiga a las víctimas), denuncia sus deficiencias. Y es por eso que desde la televisión no solo se quiere tapar su regreso, sino que se empieza a trabajar en la construcción de opiniones contrarias a él.
La vuelta de Batman en DKR significa la interrupción de una cadena de discurso muy organizada: empieza a visibilizar que las olas de crimen no están asociadas a olas de calor, que los criminales de siempre no se rehabilitan tan fácil y que siempre hay otra moral pujando por aparecer y por favorecer a otros actores.
Para mostrar lo que pasa en la tele, Miller organiza un dispositivo narrativo que diferencia según la forma de la viñeta (y el trabajo sobre los fondos) qué es lo que pasa afuera de la tele y qué adentro. Como decía al principio, los lugares de la verdad en la historieta siempre están lejos del texto verbal, así que veamos ahora un par de secuencias televisivas del DKR para analizar un poquito los efectos de posverdad de esas secuencias. El modo en que esas posverdades contrastan con “lo real” de la historia de Batman, queda para otro momento o para que lo charlemos en los comentarios.
Después del choque de Bruce en su auto la narración corta y nos muestra este plano de la ciudad. Sugerentemente superpuesta, la secuencia televisiva del noticiero en la que ya ocurre la primera relación absurda : “esta ola de calor ha provocado muchos actos de violencia civil aquí en Gotham City”. Conocemos este procedimiento verbal: vivimos en el país en el que “La crisis ha causado dos nuevas muertes”; en este caso el efecto de posverdad se produce estableciendo una conexión cuando menos forzada (en rigor de verdad: imposible) entre un estado atmosférico y el síntoma de un estado de la sociedad y la economía. Posteriormente, la presentadora cuenta la noticia del cercano retiro de Jim Gordon y del aniversario del retiro de Batman.
Un par de páginas después, la secuencia muestra la insistencia con el mismo concepto: un robo violento ocasionado por la ola de calor. La insistencia no quiere decir que el tema vuelva a ser tocado por el mismo noticiero, porque vemos que el presentador es otro, de lo que podemos sospechar que es otro programa u otro canal. La última viñeta es interesante por la noticia: se vincula a una banda de la ciudad, que tendrá cierto protagonismo hacia el final de la novela gráfica, con la muerte de un gato cuyo cadáver aparece en una iglesia: un acto que va contra varios estratos de la moral, relacionado sin ningún tipo de fundamento con un colectivo que disputa cierto poder en la ciudad desde el margen.
Poquitas páginas después, la presentadora televisiva nos comenta la liberación de Dos Caras, rehabilitado psicológica y estéticamente por el Dr. Wolper y el Dr Willing respectivamente. El diseño de Wolper es más que interesante: resalta su bigote cuasi hitleriano, su remera de Superman (en otro momento la reemplazará por una remera anti-Batman) y el pin que dice “Get real” (algo así como: “sé real”). La voz de Wolper, en lo subsiguiente, va a asumir la contextura y la autoridad del tecnócrata, del experto , y en sus argumentaciones, plagadas de jerga psicológica, se apilan una burrada atrás de otra. Frank Miller juega acá con la complicidad del lector: Dos Caras siempre va a tener Dos Caras, porque es el malo de Batman que encarna psíquica y físicamente la dualidad del mismo protagonista. Wolper lo defiende casi con ternura (“Necesita nuestro afecto”, dice) y cuando finalmente vuelve a las andadas él argumentará que es culpa de las patologías de Jim Gordon.
El momento en el que Bruce decide (o se ve obligado) a volver a vestir el manto, en la secuencia se intercalan su actitud afectada mientras ve la televisión, las declaraciones televisivas a las que presta atención obsesivamente y la memoria del asesinato de sus padres. Me cuesta afirmar que Bruce ve la verdad por entre los regueros de posverdad que la televisión esparce, sin embargo creo que Miller nos lo ofrece como lector obsesivo: él sólo focaliza en un punto, el crimen, y no en las cadenas de relaciones o culpabilidades que los noticieros ofrecen esforzadamente. En este punto, además, me parece importante notar que la forma de la “viñeta televisada” no se asemeja al tubo de rayos catódicos y que el encuadre cerrado y cercano es recursivo. En este caso no podemos hablar de otra cosa que de valores simbólicos para estos procedimientos, pero yo diría que estos dos recursos combinados ponen el discurso televisivo en la misma jerarquía que la experiencia vivida de Bruce y paralelamente la manera de encuadrar la narración da cuenta de la capacidad analítica de Bruce como lector.
Una vez consumado el regreso de Batman, es decir: después de que su regreso se transforma en noticia, presenciamos que las secuencias televisivas muestran la panelización del suceso. Miller nos muestra la famosa dinámica de “voces a favor vs. voces en contra” que, parece, los medios vienen utilizando desde hace mucho para conducir opiniones. Lo dijimos antes: la posverdad es casi una cuestión de fe, creer o no creer una posverdad tiene más que ver con reafirmar posiciones previas que con la razonabilidad de las argumentaciones. Proponiendo series de argumentaciones opuestas y estandarizadas, la televisión nos va acomodando, nos da algo para creer, discursos repetibles que no vamos a cuestionar si decidimos estar a favor o en contra. Entre estos panelistas que discuten en la tele no hay un solo argumento bueno, solamente la afirmación de sus posiciones. Y por supuesto, el debate nunca se cierra, porque el tiempo en la tele es tirano.
Y volvemos a Wolper otra vez, en su lugar de experto-argumentador. Wolper es como un sofista, aquellos retóricos empedernidos que Platón proponía expulsar de la polis porque su objetivo no era perseguir la verdad. En este caso Wolper argumenta que la culpa de todo es de Batman, y no importa bien cómo lo argumenta, porque el procedimiento está basado en oscurecer el lenguaje resguardándose en los tecnicismos para entorpecer la comprensión de los espectadores. Solamente se produce un efecto de verdad (de nuevo: la posverdad) donde alguien que supuestamente sabe más nos explica sin que entendamos lo que a él le conviene (o a ciertos estratos de poder: las empresas de medios de Gotham).
Batman ya lo sabía: la posverdad existe hace mucho. Vimos cómo Frank Miller detectó a mediados de los ‘80 tres recursos o procedimientos de esto, que están basados siempre en la premisa de apelar a la fe, a los sentimientos o a reforzar posiciones previas. Las relaciones absurdas o forzadas, el experto sofista argumentador y la panelización de los sucesos son modos de sembrar posverdades. Queda encender la tele, abrir un diario, leer obsesiva y paranoicamente. Como Batman.
Bruno Percivale es platense de nacimiento. Es estudiante de la licenciatura en Letras para aprender a leer y escribir un poco mejor. Entre medio, lee más historietas de las que debiera y trata de escribir sobre ellas o sobre los placeres que le causan sus lecturas. También ha traducido de la lengua del imperio alguna que otra historieta que comparte con alegría. Junto con otros ha fundado el Grupo de Lecturas e Investigación en Historietas “Rorschach”, en el que todos juntos expropian cada tanto un pedacito de la FaHCE-UNLP, lugar donde estudia la mayoría de ellos, para poder hablar de temas non sanctos. Escribe regularmente en su blog Opiniones sueltas, viñetas cautivas.
Hay una frase extraordinaria que dice Luthor en El Caballero Oscuro Contraataca, que parece casi el resumen de todo esto: “La libertad de Prensa es algo extraordinario… Especialmente cuando nadie escucha nada”
Es cierto, Esteban. Me deprime un poco que una frase en boca de Luthor resuma el artículo, pero esto me deja unos interrogantes. Lo que me parece sugestivo es cómo Luthor separa a los que ejercen la libertad de prensa de otra masa más oscura o incierta de gente (que encima está designada de manera negativa: “nadie”). Entonces, digo: ¿Por qué la libertad de prensa solamente tiene en cuenta lo que la prensa puede publicar y no lo que recibimos aquellos que consumimos material mass-mediático? ¿Qué tipo de libertad es la libertad de prensa si solamente tiene en cuenta a una parte del negocio? Y entonces, ¿hasta donde esa libertad de prensa (ejercida sólo por un pequeño grupo) no obstruye otras libertades nuestras en tanto que sujetos de derecho o sujetos políticos?
Me interesa que una reflexión sobre la libertad de prensa en boca de Luthor te parezca un resumen, porque a la larga con este tema de la posverdad lo que deberíamos empezar a preguntarnos es hasta qué punto el acceso a la información está determinando nuestro propio ejercicio de la libertad.
Gracias por comentar. (Voy a releer del DKR2, que no lo tengo tan fresco)
Sólo en un artículo tuyo puedo terminar sabiendo de qué va la tan mentada “posverdad” Y TAMBIÉN llevándome una lectura esclarecedora del DKR. Alto laburo!
De los momentos en los que en los noticieros se menciona a Superman, ¿podemos decir algo? Siempre me llamó la atención que estuviera censurado de esa manera (en cuanto alguien lo nombra se corta la transmisión del canal), onda, ¿todos realmente se olvidan que existe? ¿Es, en la línea de lo que vos y Darío Z explicaron, una forma de decir “Vamos a hacernos los que Superman nunca existió, aunque sepamos que no es así”? En este contexto, ver al señor de las viñetas que citaste con la remerita de Superman me perturba sobremanera.
La posverdad mediática me resulta esquizofrénica. Como decía Mugatu, “I feel like I’m taking crazy pills”!
Gracias San.
Habría que ver si ese tipo de interrupciones de las noticias sobre Superman no son lisa y llanamente una censura. Acordate que en DKR se muestra a Superman rebajado a un instrumento del gobierno, es casi un agente secreto que le asegura a EEUU (casi como Manhattan en Watchmen) que el balance de fuerzas en la guerra fría se incline para su lado. No tengo fresco todo el DKR, pero no se si censurar las actividades de Superman no implica esconder directamente actividades que el gobierno ejecuta en la ilegalidad o el secretismo (digamos que cualquier cosa que un estado liberal y republicano haga en secreto va en contra de esos mismos valores que ese estado pregona). Voy por este lado justamente por la presencia de esa remera de Superman que usa el Dr Wolper, porque no pareciera que se intente “forzar un olvido”, aunque, insisto, como no tengo fresco el DKR habría que ver si esto es así.
Gracias!
Es más, no sé si Superman no será más bien el Comedian del gobierno de DKR… El asesino secreto.