Por Paula Cuestas y Diego Labra
Imagen de cabecera: logo del canal de YouTube FanDom.
A días del estreno de Black Panther, la nueva extravaganza de superhéroes y efectos especiales de Marvel y Disney, Facebook ha desactivado un grupo cuyo fin declarado era coordinar votos negativos para arruinar el puntaje de los espectadores en el sitio Rotten Tomatoes. Los argumentos del grupo para tal acción eran dos: Uno, como un disparo más en la batalla de las redes entre los fans de Universo Cinemático Marvel y los del Universo Cinematográfico DC. Dos, como una protesta a la política llevada adelante por Disney de instalar personajes de raza y géneros diversos que promuevan una agenda inclusiva y liberal en el lenguaje político norteamericano (en Argentina diríamos de izquierda). En el caso de Black Panther, la ofensa está a la vista, siendo una superproducción sobre el primer superhéroe negro que se desarrolla en una nación africana hípertecnológica y desarrollada con un elenco compuesto por casi todos actores afroamericanos.
El conflicto sigue de cerca a otros episodios vinculados a la recepción de películas como Star Wars: El Último Jedi, la Liga de la Justicia o Batman vs. Superman. Es decir, una batalla más en la prolongada e interesante trama que involucra la recepción de tanques hollywoodenses, públicos autodefinidos geek, la crítica profesional, internet y el pulso de las discusiones políticas y culturales acerca de género, raza y clase en los Estados Unidos y el mundo. Para abordar el problema Diego Labra se dispuso a dialogar con Paula Cuestas, autora de una tesina de grado en sociología sobre un club de fanáticos de Harry Potter que actualmente expande en un trabajo doctoral.[1]
DL: Debo confesar que he seguido superficialmente estos episodios en sitios y blogs por bastantes años en calidad de fan, siempre con la camiseta de Marvel puesta. Seguí más la controversia sobre Star Wars: El Último Jedi estrenada el último diciembre, y en la que puse mi granito de arena reseñando el film para un sitio de internet. Siento que la lucha por la recepción (y la puesta en escena de dicha recepción) de estas películas ha entrado a nuevo territorio. O por lo menos ha permitido articular disputas que siempre estuvieron presentes de una manera más clara y evidente.
No solo quedó trazada una línea en la arena entre la excelente recepción que la película gozó por parte de la crítica profesional del mundo entero y la decepción de los fans más acérrimos de la saga, sino que hizo explícito que la traición a los deseos de los geeks de Star Wars involucró no solo el canon sino directamente la política de diversidad racial y de género que la película defiende.
Son varios los ejes que me gustaría plantear para el diálogo. Primero que nada, me interesa preguntarte por la manera en que los fans se sienten dueños de los personajes. Tanto así, que se arrogan el derecho de corregir en la narrativa al creador mismo de los personajes. En este caso representado por el hashtag #notmyluke (ése no es mi Luke [Skywalker]). Si bien es cierto que en el caso de Star Wars el devenir de la saga ya no está en las manos del creador original George Lucas, cuando las precuelas alteraron el canon a comienzos de los años 2000 los fans criticaron con igual virulencia a Lucas que al director de El Último Jedi, Rian Johnson.
¿De dónde nace ese sentimiento de propiedad sobre los mundos y los personajes, incluso por sobre el real propietario de la propiedad intelectual? ¿Cuánto afecta al fan cuando ese personaje amado es “cambiado” de manera percibida injusta o arbitraria?
PC: En primer lugar, quisiera advertir a nuestros lectores sobre algo que no me parece menor. La investigación que realicé se centra particularmente en un fandom,[2] el de los seguidores de la saga británica Harry Potter. Y, concretamente, mi trabajo consistió en asistir a encuentros y realizar entrevistas a quienes conforman una determinada comunidad de fans: los miembros y ex miembros del Círculo de Lectores de HP de la Ciudad de Buenos Aires (CHP). Insisto en este punto porque, más allá de ciertas similitudes que uno puede encontrar en el “ser fan”, hay especificidades de cada universo que son completamente inaprensibles e incomprensibles para quienes escapan a él, aun siendo fans de otra historia, saga, equipo de fútbol, banda de música, etc.
Hecha esta advertencia, podría afirmar que en este caso el fandom no es solo un espacio de encuentro y contención para los fans. Actúa también como un “trampolín” para la adquisición/aprehensión de nuevas herramientas, esto es así porque en sus prácticas no solo reproducen el universo al cual admiran, sino que lo conforman de maneras especiales y diferentes.
De Nora[3] emplea la categoría affordance para pensar el modo en que la materialidad específica de las formas musicales activa ciertas sensibilidades, prácticas, emociones entre sus oyentes, en una experiencia que los “co-produce”. En nuestro caso, el concepto también nos permite pensar como el libro, actuando como una “tecnología del yo”, “habilitando” nuevas experiencias, puede actuar sobre los fans agenciando imaginarios e instituciones. Los directivos del CHP hacen juegos de roles, crean sus propios cosplays, planifican juegos y actividades para sus encuentros y dirige/conducen/coordinan, con micrófonos, capas y varitas, desde arriba de los escenarios. La lectura del libro, en consecuencia, no se reduce a una instancia individual sino que permite el intercambio con otros lectores/seguidores del fenómeno. A su vez, ese tipo de encuentros que llevan adelante, les permite entablar contactos con librerías, centros culturales, representantes de empresas de entretenimiento (como Warner Bros. Company), etc.
En ese devenir, los fans adquieren agencia y una relativa autonomía del fenómeno original. El Quidditch, deporte surgido de las páginas del libro y “vuelto real” por jóvenes que lo practican en distintos lugares del mundo, es un claro ejemplo de ello. Más aún si uno ve que para poder jugarlo deben adaptar sus reglas ya que en su versión original el Quidditch se practica montado en escobas que vuelan, mientras un jugador persigue una pequeña pelota dorada y escurridiza que se desplaza por todos lados gracias a sus alas.
Este conocimiento y expertise sobre el universo de HP los convierte en críticos lapidarios de aquello que no creen válido dentro de la historia, aunque haya sido escrito o planeado por la propia J. K. Rowling. Cuando a fines de 2015 se comenzó a hablar de la presentación de una obra de teatro en Londres que suponía la continuidad del universo mágico esta vez con uno de los hijos de Harry como protagonista principal, los fans enloquecieron. Primero porque ese universo que parecía “estancado” volvía a ser novedad. Pero también enloquecieron de bronca cuando supieron que la actriz que encarnaría el personaje de Hermione Granger era afrodescendiente y de tez morena. Más allá de las aprobaciones de la crítica, muchos fans cuestionaron esta elección con el argumento de que “Hermione es blanca” y buscando (¡y encontrando!) pasajes dentro del libro que evidenciaron que la amiga de Harry tiene la piel clara. Este caso, es claramente similar al que mencionás antes con Star Wars. La misma pregunta que me hiciste, se la hicieron los fans en aquel momento: “Todo este asunto nos hace preguntarnos ¿hasta qué punto la historia pertenece a Rowling? ¿Puede ella hacer y deshacer lo que quiera, o los fans tenemos cierto ‘derecho’ para aceptar o no lo que pasó después del último libro?” (publicado en el Facebook del CHP).
Creo que los fandoms, más allá de las particularidades que presentan en cada caso, pueden actuar como esa vía de escape y creación que permite reinventar la trama original. Los fanfic[4] son una clara muestra de ello, por ejemplo. Diría más: la publicación del guion de esa obra de teatro (The Cursed Child, o El Legado Maldito en su versión en español), generó reacciones diversas de parte de los fans. Algunos, como ya mencioné, se alegraron por la actualización del fenómeno que volvía a presentar algo nuevo después de tantos años. Pero al leer el libro, varios se decepcionaron por lo poco atractivo de su contenido y llegando a decir que: “es un fanfic malo, hay otros mucho mejores en la web”. La historia, claramente, cobra vuelo propio. Como la escurridiza snitch dorada…
DL: La idea del mundo imaginario que cobra autonomía por sobre el creador es tan atractiva como borgiana. Mi trabajo académico sobre la prensa en el siglo XIX me ha hecho conocer varios ejemplos de esto, mucho antes que los Barthes y los postmodernos decretaran la muerte del autor. Pienso las ediciones clandestinas y traducciones apócrifas de textos que plagaban los periódicos porteños de la época. Acaso el ejemplo más sonado sea aquel del Conde de Montecristo en Brasil. La combinación de la presión del público y los largos tiempos del viaje de ultramar llevaron a que en la colonia portuguesa se publicaran episodios no oficiales escritos por un local en lo que podría leerse hoy como un fanfic oficial.
Concuerdo también en que la urgencia del sentimiento de propiedad por sobre los personajes y lugares ficticios nace de la experiencia del consumo comunal. Más allá del disfrute del consumo del artefacto cultural dado, que, en el caso de la literatura, la historieta o el cine, siempre es ulteriormente individual, es en el compartir y discutir lo consumido que la obra se actualiza y se mantiene viva luego de terminada. De esta manera las diferentes posiciones que se adoptan frente a cambios en el mundo ficcional (Hermione ahora es una mujer negra, Luke Skywalker envejeció amargado y abandonó su costado más heroico) no son solo posturas para con las obras sino también en relación a otras opiniones de sus pares.
Como has estudiado, un club de fans es una forma de socialización frente a un artefacto cultural que ha logrado penetrar lo suficiente en la sociedad. Pero en las últimas dos décadas internet se ha transformado en una plataforma ideal para este tipo de intercambios. En los casos que nos preocupan aquí, sea Black Panther, The Last Jedi o el mismo Harry Potter, esto es más que claro. El poder de internet no solo amplia cuantitativamente el intercambio sobre el mundo ficcional, pudiendo agruparse en un foro una comunidad de fans de todo el mundo (siempre que medie de manera favorable el idioma), sino que también lo ha transformado de manera cualitativa.
Gracias a redes sociales como Twitter los fans tienen acceso instantáneo a los mismos creadores de la obra, así como a las corporaciones dueñas de los derechos de las mismas. Las quejas que antes quedaban en murmullos en las reuniones del club, o un incómodo cara a cara en una convención especializada, ahora pueden traducirse en comentarios públicos en las redes, ensayos en blogs e incluso, como el caso de Black Panther, campañas de presión para amplificar la apariencia de descontento del público consumidor con el producto y damnificarlo económicamente por ello. Tanto Johnson, el director de The Last Jedi, como J.K. Rowling participan en las discusiones con sus fans, y se sienten obligados a dar explicaciones de sus decisiones artísticas ¿Cómo interpretás esta faz de los debates de fanáticos? ¿Lo viste de primera mano en tu investigación? ¿Se transforma el proceso creativo para incorporar este nuevo feedback tan veloz y personal?
PC: ¡Totalmente de acuerdo! Como en casi todos los ámbitos vitales, Internet ha operado una verdadera revolución. El avance de las redes sociales en los últimos años ha modificado las prácticas que se daban entre los fans hace apenas una década. De hecho, los orígenes del CHP están estrechamente vinculados con el sitio web harrylatino.com y con distintos foros que presentaron una fuerte actividad a inicios de los 2000. Con los años, ese espacio que era sólo virtual, cobró vida en centros culturales, bosques de la ciudad, colegios y diferentes espacios que, a partir de los contactos entablados con distintos actores, permitieron la puesta en práctica de diversas actividades por parte de los fans. El desuso de los foros o el relativo abandono que el otrora principal sitio de habla hispana del fandom presentan en la actualidad no implica una renuncia a un “intercambio virtual” sino su mutación en nuevas formas y formatos.
Como señalabas, Twitter, y agrego también Facebook e Instagram (la vedette de las redes hoy en día) son los principales medios a través de los cuales los fans en particular y las comunidades o grupos en su conjunto (con usuarios colectivos) expresan sus opiniones, deseos, enojos, emociones sobre el fenómeno que veneran. Youtube, como la principal plataforma de reproducción de videos, también desempeña un rol clave en esta mutación. Cada vez son más quienes se expresan a través de este canal para manifestar su opinión crítica sobre cada nuevo libro, película o suceso dentro del fandom. Esta proliferación ha dado lugar, entre otras cosas, a la emergencia y consolidación de los Booktubers: tenaces críticos de cada material que llega a sus manos y cuya opinión es valorada entre sus seguidores mucho más que la columna semanal de las revistas o diarios “para adultos”.
Dentro del universo de Harry Potter, no son pocos los fans del CHP que, producto de esas habilitaciones que permitió la participación en espacios claves del club, hoy han devenido en “influencers” y/o han llegado a trabajar para empresas como Warner Bros. Argentina siendo sus portavoces oficiales dentro del fandom. Sus opiniones, sus comentarios sobre el nuevo libro o las nuevas películas (Animales fantásticos y dónde encontrarlos) son muy consideradas por los nuevos lectores que se acercan a la saga de Rowling. Es que, como me han comentado varias veces los fans, ese club que surgió como un espacio para contener las emociones y ansiedades ante la salida de cada nuevo libro o película, con los años fue mutando de ese sentido original.
A pesar de que el fenómeno no deja de actualizarse a través de la publicación de estas nuevas producciones, que si bien no se centran en las aventuras de Potter recrean su universo, quienes hoy se acercan a la historia, lo hacen con los siete tomos originales publicados junto a sus respectivas puestas cinematográficas. El sentido del club pasa a ser otro y la gran actividad que es posible encontrar en Internet en torno al fenómeno (de la cual el sitio Pottermore, administrado por la propia Rowling, es su máxima expresión) también difiere de aquella que existía hace 10 o 15 años.
¿Cuánto de todas estas transformaciones llega a oídos de la creadora de la historia y cuánto es tenido en cuenta en sus siguientes publicaciones? Difícil cuantificarlo. Pero como señalas, en este fuerte intercambio virtual hay un ida y vuelta que obliga a la autora a sentarse a responder críticas y, seguramente, de maneras poco aprehensibles pero evidentes en su producción, Rowling (como probablemente Lucas y Johnson) da voz a esos millones de fans que la veneran, tanto como la cuestionan.
DL: No quiero dejar de señalar la naturaleza cambiante del fan que describís. Si bien en el imaginario pop probablemente aún sea imperante la figura del fan obsesivo y disfuncional como encargado de la comiquería en The Simpsons o los nerds en The Big Bang Theory, ser fan hoy puede significar otras cosas. Como nos contas, ser moderador de una red de sociabilidad vasta que organiza eventos, o incluso a conseguir un empleo soñado en una multinacional como Warner Bros.
Pero más importante a nuestra discusión es el lugar preponderante que el metatexto está cobrando en el consumo de cierta cultura pop. La experiencia no está completa para quien vea la obra de teatro de Harry Potter sino está al día con la controversia y forma una opinión acerca del casting de la nueva Hermione. En el caso de Star Wars, incluso discutir la película con amigos implica tomar posiciones acerca de los puntos más filosos de la discusión online ¿Es tu Luke o #notmyluke? ¿Se ningunea a los personajes masculinos? Estas discusiones también son sensibles a la geografía. Si bien vivimos en una sociedad en la que no sobra racismo, el impacto de Black Panther de seguro diferirá de aquel que pueda tener en Estados Unidos, donde los afrodescendientes componen cerca del 15% de la población y han sido sistemáticamente discriminados, cuando no esclavizados.
La forma de entretenimiento dominante entre los niños y preadolescentes son las producciones de youtubers como PewDiePie o el Rubius. Pero de los Let’s Play (videos donde se ve al youtuber jugando y comentado un videojuego) a los reacts (videos simples donde se comenta en primera persona qué le pareció al youtuber una película o tráiler), pasando por los canales de discusión de los booktubers que mencionás, todo el contenido es metatexto. Los videos giran en torno a otro objeto cultural, fuese un libro, película, videojuego, etc.
Incluso videos con producción excelente como los del canal Te Lo Resumo Así Nomás dependen para su efecto cómico que el espectador por lo menos conozca el contexto y de qué va la obra que se parodia. Las ramificaciones de esta capa de contenido metatextual en el consumo de cultura pop son muchas. Puedo imaginar tanto al espectador que solo ve una película para poder ser parte de la conversación, como aquel que opina apasionadamente sobre la misma sin verla, solo con lo que aprendió en un video react.
En mi caso, mi pretensión de sensibilidad “ilustrada” me aleja de los youtubers amateurs y me acerca a la crítica profesional en sitios “respetables”. Pero al igual que el consumidor preadolescente de un youtuber, mi experiencia con una película o serie no termina hasta que no haya leído una reseña de un crítico que respeto sobre la misma. Rara vez veo una película sin antes consultar Rotten Tomatoes o una serie sin consultar listas de Best of TV. Mi dependencia con esos medios es casi total.
Recuerdo cuando hace unos se temía la desaparición del crítico, o el periodista en términos más generales, ante la proliferación de los bloggers, antepasados de los youtubers, y la posibilidad de discutir en tiempo real en foros virtuales. Pero profesionales o amateurs, columnista de un diario o youtuber millonario, el rol de crítico no ha desaparecido sino se ha hecho más necesario. El cine, la televisión, las plataformas de streaming que estrenan temporadas completas instantáneamente, decenas de nuevos animes estrenados en simultáneo con Japón, videojuegos que duran 60 horas o directamente no terminan nunca. La avalancha de contenido que es ofrecida al consumidor ha hecho necesario la intermediación de alguien que “separe la paja del trigo”, y nos otorgue una brújula para encontrar ese contenido que más nos podría agradar.
Lo que me trae a otro eje de discusión que quería plantear: la lucha entre la crítica profesional o erudita y los fans, que también pueden ser youtubers, bloggers, etc. ¿Qué opinión te merece este conflicto? Creo recordar que ciertos críticos académicos emprendieron una cruzada en contra de las novelas de Harry Potter cuando estaban en su momento mayor popularidad.
PC: Recuerdo que cuando comencé a revisar distintos materiales para la escritura de mi tesis de grado, uno de los primeros artículos que encontré sobre Harry Potter se titulaba “¿Pueden 35 millones de lectores estar equivocados? Sí”. El autor era Harold Bloom y la nota se publicó en el año 2000 en The Wall Street Journal. Para el autor de El canon occidental (1994), la saga de Rowling era una porquería que pronto perecería en el olvido, como reafirmó un par de años más tarde cuando volvió a expresarse sobre el tema.
Como con casi todas las obras masivas, la primera reacción de la crítica ilustrada y hegemónica, fue la descalificación de lo que para ellos no era literatura legítima. Sin embargo, con el correr de los años, tanto la saga original como la autora pudieron quitarse el estigma bestsellerista y reinventarse dentro de ciertos círculos. Creo que esto responde a, al menos, dos fenómenos.
Por un lado, por la propia Rowling que luego de dar vida a Harry incursionó en otros géneros con respuestas muy favorables a su producción. Si bien Una vacante imprevista (2012), una novela que describe la historia de un pequeño pueblo inglés a partir de la muerte inesperada de uno de los referentes comunales, recibió opiniones encontradas; la trilogía policial que publicó bajo el seudónimo de Robert Gilbraith contó con una gran aprobación colectiva. La experiencia de escribir con otro nombre le permitió a la autora desprenderse de las expectativas que podía suscitar la publicación de un libro suyo, obteniendo un resultado muy favorable. Ahora bien, creo que el vuelo propio que cobró la opera prima de Rowling también puede explicar el cambio de legitimidad que ambas sufrieron.
Al asistir a encuentros de fans no es raro cruzarse con padres y madres conmovidos por la participación de sus hijos en distintas actividades y orgullosos por su nivel de lectura. En muchos casos HP fue el puntapié inicial para el encuentro con otros libros y otras historias. Para esos papás, la saga es buena porque enseña el amor por la lectura, porque como sociedad seguimos creyendo que la lectura es buena en sí misma. ¿Lo es? No es la discusión que queremos traer aquí y perdón que me vaya un poco por las ramas, pero creo que este cambio de legitimidad no es solo una opinión compartida entre orgullosos progenitores. Muchos artículos periodísticos (en secciones culturales de diarios de tirada masiva como Clarín o La Nación) se empeñan en demostrar las conexiones entre la literatura fantástica y la construcción de trayectorias lectoras y llegan, inclusive, a plantear que historias como las de HP obligan a redefinir lo que entendemos por “buena literatura”.
Ahora bien, aún con este cambio de época, no dejan de aparecer situaciones que resultan a las claras sorpresivas. Como cuando en una de las primeras entrevistas que realicé a fans de la saga, Nacho me dijo que él sabía que El nombre de la rosa era mejor que HP pero que él de todos modos elegía la obra de Rowling. Le pregunté entonces si había leído el libro de Eco y me dijo que no. Cuando leemos, cuando vemos una serie, una película, cuando oímos un disco, operan estos mecanismos hegemónicos de clasificación transmitidos por la escuela, por “especialistas”, críticos, expertos que, aun cuando uno es fan declarado de un fenómeno, nos hacen sentir esa obligación de explicar que es lo que “está bien y lo que está mal” y excusarnos en caso de optar por lo segundo.
Lo bueno, y lo llamativo, del caso de los fans es que frente a su ídolo se sienten con cierta potestad para cuestionar, exigir, demandar desde un lugar diferente al que pueden tener los “críticos objetivos”. No diría que esto ocurre por tener estándares de calidad distintos u opuestos (ya vemos que todos reproducimos consciente o inconscientemente los valores hegemónicos e impuestos). Creo que la explicación puede encontrarse en el lugar del cual parten los fans, como cuando nos ponemos la camiseta de nuestro equipo de fútbol y sordos a cualquier crítica insultamos al relator, a los periodistas, al árbitro y a toda su familia porque somos hinchas del mejor y no merecemos más que la victoria.
DL: Creo que esto último que decís acerca de los fans es útil para pensar la debacle del DCEU y el revuelo que ha causado en internet. Desde hace unos años (precisamente desde Man of Steel, película de Superman del 2013) Warner Bros. ha intentado replicar el éxito de Marvel Studios y su universo cinematográfico de films interconectados. Lejos de los números de taquilla de la saga de Disney sin embargo las películas han hecho buen dinero. Pero el eje del debate es la recepción crítica que esta saga recibió. Con la excepción de Wonder Woman, estrenada en 2017, todas las películas del DCEU han sido mal recibidas por la crítica, reflejándose en pobres porcentajes en Rotten Tomatoes. Lo que contrasta con la radiante recepción que acostumbran las producciones del MCU.
En la reacción de los fans de DC podemos encontrar los varios comportamientos que se enraízan en las lógicas que describís arriba. Primero, defienden a rajatabla las películas de Warner acusando a críticos y especialistas de tener el criterio nublado, e incluso conspirar en su contra. Se ha hecho correr el rumor de un soborno de Disney para garantizar buenos números en Rotten Tomatoes (a pesar que la compañía dueña de RT sea parte de la corporación Time-Warner).
Segundo, se defiende la labor de la mente maestra del DCEU, el director Zack Snyder, argumentando que es un auteur, y que la pretensión dramática y oscura de sus películas las pone por encima de la comedia y entretenimiento pasatista al que apunta Marvel la mayoría de las veces. Es decir, las producciones de Warner son más relevantes por tener mayores pretensiones dramáticas, no comedias de acción. Un orden de valores que es sentido común en el mundo cinematográfico.
Tercero, en conferencia de prensa actores de Batman vs. Superman han sugerido que el film no les agradó a los críticos por haber sido realizado pensando en lo que los fans querían. Esta lectura rompe la valoración de la obra según los ojos de dos espectadores perennemente diferentes: el de los críticos y el de los fans. Ambos desean diferentes cosas de la obra y la evalúan bajo diferentes parámetros. Se podría decir mucho de esta afirmación (que subestima el criterio del fan o del espectador medio, que no contempla la existencia de un crítico-fan), pero nos quedamos con la cuestión de la diferencia de criterios ¿Realmente te parece que existen estos dos criterios diferentes? ¿Qué los separa? ¿Los críticos prefieren desarrollo de personaje y humanidad en la historia, mientras los fans se contentan con plot twists y fan service? De realmente existir estos dos tipos de criterios para apreciar una obra, ¿Cuál es superior al otro? ¿El de Harold Bloom, que construye el canon que ordena la literatura mundial? ¿O el del gran público, que convierte a los libros en fenómenos culturales como Harry Potter?
PC: Desde mi experiencia, haciendo ciencias sociales y haciendo etnografía, particularmente, la clave está en “recuperar el punto de vista de los actores”. Parece una frase hecha y es lo primero que nos advierten en cursos de metodología cualitativa, pero considero que, aunque cliché académico, es real. Entender el posicionamiento de los fans es clave para ver que lógicas sociales se ponen en juego cuando se vinculan con el libro, la película, la historia. Y también como eso actúa agenciando vínculos entre los fanáticos.
Creo que pararse desde este lugar no implica tampoco caer en una “deriva populista” que lleve a romantizar todo lo que los fans hacen o consumen. En mi caso, “siguiendo a los actores” pude descubrir todo un mundo nuevo, evitando una lectura etnocéntrica que, anclada en los Blooms, pudiera señalar solo un proceso de manipulación mediática. Como seguidores apasionados, pero también muy críticos (como ya vimos), los fans generan sus propias lecturas de la obra. Yo me sorprendí al conocerlos y ver que entre ellos muchos eran Slytherin, la casa que, desde una visión más general, está vinculada con “los malos”. Sucede que lo que ellos encontraron en HP es que “no hay buenos y malos, y que todo está plagado de grises”, identificando en la historia formas de ser y habitar el mundo que sirven como horizontes para sus propias trayectorias vitales.
No me animaría a decir que critica es mejor o peor. Creo que poder reconocer que la voz de “la crítica” no es la única presente ya es muchísimo. Hace algunos días comenzó a circular por las redes sociales un posteo de Twitter de un investigador de CONICET. Con la reactivación del conflicto por la restricción en becas y el ingreso a CIC, volvieron a llover los cuestionamientos sobre algunas investigaciones que parecieran no dedicarse a “temas serios”. En el análisis, él desarma el proceso de trabajo e indagación que llevó a una investigadora a querer estudiar y entender El Rey León, y muestra las diferencias entre la lectura que la crítica cinematográfica hace del film y la investigación que una cientista social puede llevar a cabo sobre el mismo, llegando a indagar aspectos presentes en esa trama y puesta en escena que incluyen discriminación racial, sexismo, problemas de inmigración, etc.
No conozco en detalle el trabajo de esta investigadora, pero los tweets me parecieron clarísimos. Creo que en el caso que vos presentas en esta nota y en el caso de “mis fans”, ocurre algo similar. Encontrar esa voz y darle una entidad, recuperar esas experiencias y descubrir el rol activo y performativo que el ser fan supone es un camino para iluminar otras formas válidas y legítimas de leer (y leerse), de ser (y de estar).
DL: Este punto de vista que proponés me parece muy valedero, y ciertamente hay una distancia entre la recepción de los fans, la crítica profesional y la valoración que una obra alcanzará con el paso de tiempo, sea en el canon académico o como fenómeno social. Pienso, por ejemplo, la pésima recepción crítica que tuvieron 2001 y El Resplandor de Stanley Kubrick en su momento, hoy convertidos en clásicos definitivos del séptimo arte. Otro caso interesante es The Room de Tommy Wiseau, la “mejor peor película jamás hecha”. Objetivamente una pésima película en todos sus aspectos, logró crear una experiencia colectiva en torno a la risa ridícula que genera y se convirtió en algo más que lo inicialmente deseado.
Pero una última cuestión que me gustaría traer a la mesa es que hacer cuando esa interpretación del “fandom”, o una sección del mismo, refleja las peores tendencias de la sociedad que lo rodea. Es decir, consume y juzga cultura pop a través del prisma de prejuicios machistas, raciales, religiosos, etc. Un claro ejemplo es el citado boycott a Black Panther. El mismo grupo de Facebook había incitado acciones similares contra El Último Jedi, por considerar que la película tenía “intereses feministas” que hizo de los personajes masculinos inoperantes inverosímiles y arruinó la saga de los Skywalkers. La virulencia de estos grupúsculos de “geeks de derecha” se vio en pleno funcionamiento en 2016 con el estreno del reboot de Los Cazafantasmas que cambiaba a los cuatro protagonistas originales por cuatro mujeres. El acoso llegó al nivel de empujar a la actriz Leslie Jones a abandonar Twitter.
Me gustaría preguntarte por cómo interpretar estos actos ¿Son las personas que realizan estas acciones reprobables también fans? ¿Cómo interpretar desde un punto de vista sociológico sus lecturas y apropiaciones de la cultura pop que pretenden defender?
PC: Es interesante este punto que marcas. Vuelvo a traer a la mesa el asunto de la “Hermione negra”. En aquel momento un gran grupo de fans se reveló contra aquellos que cuestionaron el protagónico de la actriz de tez oscura. Los tildaron de racistas, de xenófobos, preguntándose “¿Desde cuándo el color de piel es importante?” (comentario en el Facebook de una agrupación que realiza convenciones de fans). Quienes se posicionan desde este lugar, consideran que poner en el centro una discusión por el color de piel de la amiga de Harry va de cierta forma en contra de los principios y los valores que se enseñan a través del libro.
Según los fans con los que me he entrevistado, la historia les enseñó a ser más abiertos a la diversidad, a ir en contra de la heteronormatividad, a tratar de encontrar luz aún en aquellos rincones que parecen más oscuros. Recuerdo hace algún tiempo leer una nota que comparaba a Donald Trump con Lord Voldemort, el antagonista principal de la saga de Rowling. El artículo concluía que los libros de HP ayudaban a toda una generación a ser crítica frente a las consecuencias que un mandato político como el que lleva adelante el presidente de EE.UU. puede generar. Quizás, opiniones como estas, se encuentran teñidas por la influencia que puede tener en la historia la propia ideología de la autora de la saga; pero no por ello resultan menos interesantes.
Por eso, quizás, el asunto en torno a Hermione generó tanto revuelo. Personalmente, no creo que quienes defendían a la “Hermione blanca” sean racistas o xenófobos. Creo que tiene más que ver con un apego a la trama original y es un poco un sinsentido emitir juicios morales sobre esos posicionamientos. No obstante, y en casos como el que vos presentas, cuando este tipo de posturas personales se vuelven del orden de lo colectivo generando reacciones como las que debió tomar Leslie Jones, la situación es otra.
Ciertas corrientes de la psicología podrían darse la licencia de pensar que comportamientos de este tipo responden a cuestiones de orden biológico (incluso patológico), como si el fanático fuera alguien loco y solitario que desde ese lugar construye una particular relación con su objeto de devoción y con otro fans. Desde las ciencias sociales, los estudios sobre fans nos muestran que nos hallamos ante entramados que más que psicológico-individual, resultan interesantes por su complejidad sociocultural. Y es desde ese lugar que debemos tratar de comprender porque surgen esos posicionamientos que resultan, al menos a priori, reprobables.
DL: Son reprobables, e incluso creo que usar otros adjetivos más fuertes no estaría fuera de lugar. Lo cierto es que en un mundo con Internet, como en el que vivimos, el consumo de cultura pop está inmerso en estos discursos y debates, permeado por ellos de una manera más intensa que probablemente nunca antes. Su lectura informa como disfrutamos (o no) el cine, la televisión, los libros, etc. Especialmente “eventos” como los tanques hollywoodenses. Ya no se puede pensar un estreno (o su campaña de marketing) sin hashtags ni ensayos en blogs ni peleas en foros y grupos de Facebook. Toda una nueva arqueología del consumo cultural es necesaria, y nosotros como científicos sociales y fans con vocación crítica tenemos que colaborar para construirla.
[1] CUESTAS, P. (2014). Conociendo el mágico mundo de Harry Potter: sus fans, la relación con la obra y los vínculos que se tejen en el club de lectores. Tesina de grado, Licenciatura en Sociología. UNLP.
[2] El término es una contracción de fanatic kingdom (del inglés: reino fan) y refiere a grupos de aficionados, generalmente, en torno a la ciencia ficción y la literatura fantástica que se dan estrategias para recrear estos universos.
[3] De Nora, T. (2000). Music in everyday life. Cambridge: Cambridge University Press.
[4] Palabra que surge a partir del concepto fan fictions (ficciones de fanáticos), e trata de relatos hechos por seguidores de alguna obra, película o serie en torno a algún personaje pero con aportes propios y creativos.
Paula Cuestas es doctoranda en Ciencias Sociales de la UNLP. Licenciada y profesora en Sociología por la UNLP. Becaria doctoral del CONICET (IdHICS/CIMeCS/FaHCE), en el marco de la cual trabaja sobre prácticas de lectura y afición entre jóvenes, particularmente aquellos ligados al consumo de literatura masiva, y sus posibles vinculaciones con políticas públicas culturales y educativas. Auxiliar diplomada en la cátedra “Didáctica especial y práctica de la enseñanza en sociología y ciencias sociales” (FaHCE). Forma parte de la red Sinestesia. Actualmente, es integrante del proyecto de incentivos “Prácticas de investigación y decisiones metodológicas en las ciencias sociales contemporáneas: un análisis metodológico de las corrientes posbourdieanas y pragmáticas”, dirigido por Juan Piovani, y es coordinadora del proyecto de extensión “Entretejiendo lazos Fortalecimiento comunitario y ampliación de derechos en el barrio Qom”.
Diego Labra es Profesor en Historia y Doctorando en Ciencias Sociales. Incluso antes que el interés por las cuestiones de la sociedad y la cultura, estuvieron las historietas, la ciencia ficción y los videojuegos (probablemente ambos estén conectados). Inició su carrera de grado en la Universidad Nacional de Mar del Plata, y la termino en la Universidad Nacional de La Plata. Actualmente continúa allí sus estudios doctorales, con una beca de CONICET. Siempre que puede se escapa de su tema de tesis y escribe académicamente acerca de cultura pop. Además colaboró en el sitio la Broken Face, y actualmente es redactor regular en Geeky.
De Star Wars, estos son mis Yoda y Luke: https://www.youtube.com/watch?v=U9t-slLl30E
No me canso de verlos, ja ja.