Por José Luis Cancio
Imagen de portada: Rod Taylor como George Wells en The time Machine (George Pal, USA, 1960). Metro-Goldwyn-Mayer.
El pasado
En la década del setenta cultivar la imaginación era una tarea cotidiana para un niño del conurbano como yo, hijo de inmigrantes, nieto de campesinos, totalmente alejado de los accesos culturales de la Capital Federal. Para mí, la provincia era un espacio detenido en alguna dimensión paralela donde la posibilidad de leer textos eruditos era prácticamente inexistente, salvo por las historietas que se podían conseguir en el quiosco de la esquina. El devenir del tiempo bonaerense de esos años se encuentra impreso en mi memoria como fragmentos aislados que se confrontan entre sí, donde la sombra de la higuera del vecino en la hora de la siesta, el amor imposible por una compañera del colegio y los partidos de fútbol en la calle Monteagudo conviven con los seres cibernéticos del Hombre Nuclear o con el rostro de Juan Salvo narrando el porvenir en el hogar de un escritor en El Eternauta. La televisión, los juegos, el amor y las historietas eran la conexión con el otro mundo, con la imaginación y con el futuro.
La máquina del tiempo
Una de las primeras novelas que leí en mi infancia fue La máquina del tiempo, de H.G. Wells. Seguramente debido a mi fascinación por la adaptación cinematográfica de George Pal que se emitía constantemente en la televisión argentina de la década del setenta, en la mítica sección de Sábados de Súper Acción. Tanto en la novela de Wells como en el film de Pal, su principal fortaleza es su personaje principal. Este viajero del tiempo es un científico, un explorador positivista descrito como una persona inteligente, noble y solidaria. Alguien que tiene la valentía necesaria para viajar al futuro sin saber qué le deparará el destino. Un inolvidable Rod Taylor le pondría el rostro a este personaje en la pantalla, transformándose en mi héroe favorito de todos los tiempos.
En su novela Wells engrandece las virtudes humanas. El estado de la humanidad que encuentra el viajero del tiempo en el año 802.701, carece de civilización y de valores. La civilización del futuro se encuentra constituida de forma dual. Por un lado están los Eloi, que viven abandonados al aire libre como ganado, rendidos a un funesto hedonismo, ignorando protegerse a sí mismos y a los que los rodean. Después están los Morlocks, que han conservado cierto nivel técnico y el empuje necesario para ser la raza dominante, pero que viven como caníbales en las profundidades de la tierra y se alimentan de los Eloi. Lo brillante de esta bipolaridad es que no se limita a un mero comentario político en contra de la revolución industrial del siglo XIX. Wells va más allá, haciendo que su personaje se pregunte que ha sucedido, porque ha pasado esto, sin encontrar respuestas. La novela contiene un capítulo desolador, casi místico, en donde el viajero prosigue su travesía hasta el fin del tiempo. Allí, en un mundo desértico de aspecto post-apocalíptico donde no existe la vida orgánica, la historia adquiere un tono extraño e inesperado. En ese paisaje inhumano no hay nada reconocible, salvo un ser inconmensurable que empieza a emerger de las profundidades de un océano infinito y que el viajero no logra visualizar, ya que huye antes que la criatura emerja en su totalidad. Por supuesto, esta escena no existe en la adaptación cinematográfica.
Tal vez el tono oscuro de este segmento, muy ligado al escepticismo de H.P. Lovecraft, era demasiado para la visión optimista y poética de George Pal. Sí, en cambio, Pal desarrolla en su adaptación el corazón principal de la novela, la relación del viajero del tiempo con Weena, una Eloi a la que el Viajero rescata cuando está a punto de ahogarse. El aventurero agradecerá la compañía de este personaje y pronto se creará un vínculo amoroso entre ambos, gracias a las continuas muestras de ternura de Weena, uno de los pocos comportamientos elogiables en ese futuro donde la vida de los demás no tiene valor. Wells tiene la elegancia de no dejar explícito el destino de Weena en el final de la historia, la razón por la que el viajero decide regresar al futuro, en búsqueda de su amor, pensando que tal vez existe una esperanza de construir un mundo mejor.
Las ideas políticas de Wells eran innovadoras para su tiempo. La máquina del tiempo está influida por los valores del socialismo utópico, donde el hombre es protagonista de los cambios, donde la tecnología y la mecánica se encuentran al servicio de todos y no solo de unos pocos. Wells presentaba ese utopismo positivista como arma para construir sociedades libres y justas. Lo interesante y contradictorio de esta mirada de Wells es que en la novela su visión respecto al final de este camino lleva a la humanidad a su irremediable destrucción. Wells no era un ingenuo: formó parte de la Sociedad Británica Fabiana, un movimiento socialista del que derivaron el Partido Laborista británico y la London School of Economics. Fue uno de los miembros fundadores de la primera organización de derechos civiles de Inglaterra, visitó a Máximo Gorki, conoció a Lenin y entrevistó a Stalin. A pesar de todo esto, la novela de Wells fue blanco de largos debates respecto a los conflictos de clase planteados en sus páginas. Curiosamente fue criticada tanto por el marxismo como por la monarquía, tal vez porque estos dos polos ideológicos percibieron, quizás con cierto espanto, que ese futuro era una posibilidad inevitable y concreta.
Paciencia
Paciencia es una de las la últimas historietas contemporáneas que leí. La última obra maestra de Daniel Clowes. En ella, su protagonista es un hombre miserable, alguien sin pretensiones y aspiraciones que sólo encuentra sentido a su vida cuando se enamora de una mujer llamada Paciencia (Patience). Cuando su amada embarazada es asesinada, el protagonista se transforma en un ser autodestructivo capaz de cualquier cosa con tal de regresar atrás el transcurso de la realidad para impedir su muerte, sobre todo cuando fortuitamente encuentra la posibilidad de viajar en el tiempo y cambiar el pasado. El protagonista de Paciencia no tiene límites morales ni sociales. No quiere colaborar con la humanidad compartiendo su descubrimiento. No le interesa, por ejemplo, viajar a otra época para impedir alguno de los tantos holocaustos históricos provocados por la humanidad. Al protagonista lo único que le importa es volver a la vida a su amor perdido. Clowes deja de lado los elucubraciones metafísicas para concentrase en los temas cotidianos por excelencia: la pobreza, la paternidad y las consecuencias derivadas de nuestras acciones. Su personaje tampoco tiene ningún problema en robar, mentir y matar para lograr su objetivo. A pesar de todo lo anterior empatizamos constantemente con él, entendemos su inmoralidad, comprendemos que el asesinato irracional de un ser amado podría arrastrarnos fácilmente a la oscuridad, al horror verdadero, no al mundo del hacedor de una estrella de la muerte que se puede conseguir en cualquier juguetería.
En Paciencia Clowes nos cuenta las aventuras de su personaje principal a través de un clima digno de una novela negra norteamericana clásica, donde el enigma del asesinato de una mujer se ira develando mediante distintos viajes en el tiempo.
Aunque la historia de Paciencia se podría definir como pura ciencia ficción, Clowes realiza una interpretación subversiva del género: jamás explica el funcionamiento técnico del viaje en el tiempo y deja fuera de la trama la forma en que el personaje consigue el artefacto. El autor parece querer puntualizar que el amor, en este caso la pérdida del amor, es el único eje relevante que merece ser contado de esta historia. En Paciencia no falta el humor negro ni el cinismo al que nos tiene acostumbrado Clowes en toda su obra, pero esta vez se percibe una fuerte energía sentimental que envuelve este particular viaje en el tiempo y en el espacio. El futuro que Clowes dibuja y narra en su libro es un conjunto de seres alienados, taxis sin conductores y cuerpos con vestimentas estridentes. Un porvenir inmoral en donde un personaje se niega aceptar el transcurso establecido del tiempo.
El futuro
La máquina del tiempo y Paciencia contradicen la interpretación sobre el tiempo tanto de Plutarco (El hombre de ayer ha muerto en el de hoy, el de hoy muere en el de mañana)[1], como la de Borges (Nuestro destino no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro)[2]. Por eso, excavando en la superficie nihilista de Paciencia, perdiéndonos en sus viñetas repletas de colores extraordinarios, hundiéndonos en la visión posi-optimista de La máquina del tiempo, donde un científico lucha contra monstruos del futuro para encontrar a su mujer y ser feliz, el hombre de hoy, el niño de provincia del ayer, puede perderse en estas historias que nos recuerdan que el amor, el verdadero amor, es el único objetivo al final de la eternidad.
[1] Plutarco (De E apud Delphos, 18)
[2] “Nueva refutación del tiempo”, en Otras inquisiciones (1952).