(Advertencia: el siguiente artículo contiene spoilers sobre el Thor de Jason Aaron hasta The Mighty Thor #706)
¿De qué trata el Thor de Jason Aaron? Partimos de la base de que que una historieta sobre un dios vikingo salvaje que golpea cosas con su martillo puede tener una “temática”, y que no toda interpretación del eterno retorno de un superhéroe parte de las mismas premisas. Lo cual es parte del contrato fáustico que los lectores de superhéroes establecemos con el género: siempre igual, siempre diferente, esperando la próxima historia que toque el ideal platónico de estos personajes que guardamos en nuestro corazón.
La manera más sencilla de responder la pregunta es decir que el Thor de Jason Aaron trata sobre el arrepentimiento y los errores. Sobre lo que pasa cuando sos un cabeza de termo que nunca pensó demasiado en su rol dentro de un panteón, que jamás consideró las consecuencias de sus acciones, cuya juventud se perdió bebiendo y matando, y cuya adultez, a pesar de ser mejor que ese punto de partida, todavía está muy lejos de ser un dechado de virtud. El Thor de Jason Aaron es acerca de qué es lo que pasa cuando te confiás demasiado en que todo va a salir bien con un paso de baile y una sonrisa porque ¡Hey, sos un dios!
Después de todo, Thor siempre fue un poco el descerebrado de los Avengers. El héroe bueno y noble pero un poco arrogante, tendiente a subestimar la amenaza, a enfrentar el mal con irreverencia y seguridad en su triunfo. Por algo los momentos más icónicos de Thor tienen que ver con estar jodido, entre la espada y la pared, agotado, su poder siendo utilizado como último recurso. Si Thor está en problemas, entonces todos estamos en problemas. Por algo el “We would have words with thee” de Busiek y Pérez es tan pero tan potente, incluso 20 años después. En ese sentido, me parece muy acertada la comparación que realizó Chip Zdarsky hace unos cuantos años diciendo que Thor era el Superman de Marvel. Una comparación que la misma Marvel parece haberse tomado muy en serio, si observamos la participación decisiva (pero no suficiente) de Thor en Infinity War.
Pero a la vez Thor es un dios vikingo, o sea, un dios pagano, con todo lo que eso implica en su relación mucho más cercana con los hombres. Un dios que tuerce la historia y desciende de Asgard para beber y cazar y coger. Por supuesto que Yahveh también se mete con los seres humanos, esos pobres estúpidos, pero saben a lo que me refiero: Thor es un dios con cuerpo, con deseos, comprensible en términos humanos, aunque con pasiones, compromisos y trabajos desorbitantes, a escala cósmica. Y con una furia que nubla la razón. Por último, también, es un personaje de Marvel, con lo cual tiene cierta falibilidad constitutiva en su interior.
El Thor de Aaron (hasta ahora, porque es una historia en progreso) se compone de dos grandes partes: la primera trata sobre la caída de Thor Odinson. La segunda sobre el ascenso y sacrificio final de Jane Foster y de Mjolnir, y sobre la redención de Odinson. El primer bloque, además, está dividido en tres períodos temporales: Thor joven e inconsciente, sin Mjolnir; Thor adulto haciéndose cargo de las fallas de su período de juventud; King Thor en el final de los tiempos, luego de que Asgard ha caído y la tierra es un enorme cementerio. La primera larga saga está narrada entre estos tres tiempos, con tres Thor que cometen errores, que condenan a otras personas, que destruyen más de lo que construyen. La historia se inicia con el primer error del Thor joven: enfrentarse con Gorr, el carnicero de dioses, perder, creer haber ganado con el último aliento, no comprobar la muerte de su enemigo por miedo y desidia, dejarlo escapar para pelear otro día.
Gorr, creación de Aaron y Esad Ribic, representa el fracaso absoluto no solo del personaje Thor, sino de la misma idea de los dioses. Es un personaje que da respuesta a la pregunta, tantas veces expresada: ¿por qué, si hay un Dios, los hombres sufren? ¿Por qué existen en su plano alejado de la realidad, no escuchando lo que sus fieles les piden, no prestando atención a su dolor? Desde muy temprano el Thor de Aaron es profundamente humanista en el sentido de que no confía para nada en los poderes superiores, en la gallardía de los dioses, y está todo el tiempo exigiéndoles ser mejores. Odin, a lo largo de toda la historia, es más bien un antagonista, un padre incomprensible y exigente que molesta y es caprichoso y jamás se preocupa por la situación de sus súbditos sino más bien por su propia vanidad.
Esa primera historia se extiende por doce números dibujados en su mayoría por Esad Ribic con un estilo que oscila entre la portada de un disco psicodélico-heavy de los años setentas y el tono apagado del Enki Bilal de La Partida de Caza. Muchos azules, muchos grises, muchos negros. Ribic convierte el comic de Thor en un tanque escandinavo que circula por una planicie desolada, en una estepa alienígena musicalizada por Hawkwind. Contribuye mucho en esa sensación la tendencia de Ribic a no dibujar fondos (algo que, en su estilo, a diferencia del de muchos otros, queda bien) y la solidez de sus figuras humanas, más bloque de granito eslavo que ser humano. Decía que esa primera historia siembra el trasfondo filosófico y la duda que corroerá el alma del protagonista. Porque nadie da una respuesta muy clara, nadie refuta realmente aquello que Gorr dice. Los héroes triunfan porque Gorr mismo se convierte en un dios ausente, malvado, arbitrario y cruel, pero no porque ganen la discusión de fondo.
Esa discusión surca todo el primer volumen, a medida que Thor va alejándose de la tierra y Aaron desmantela el status quo del personaje que había montado J. M. Straczynski y que se había mantenido hasta su llegada: adiós a Broxton, que termina destrozado, en otro ejemplo de la impericia y poca visión de futuro del personaje principal; adiós a los humanos. Y luego, en Original Sin: adiós al martillo, adiós a la pátina de responsabilidad y seriedad que adquirió a lo largo de los años y las hazañas. El Odinson lo pierde todo en lo que es, esencialmente, una prueba de fe. He aquí sin embargo uno de los puntos extraños del Thor de Aaron, un glitch que funciona narrativamente pero no temáticamente: es necesario que el Odinson renuncie al martillo. Es el segundo acto, la desgracia. Pero no tiene ningún sentido, si se presta atención a las revelaciones brindadas más adelante acerca de Mjolnir, que sea él el que censure a Thor por comenzar a dudar de los dioses.
Lo que se nos revela en números posteriores, ya con Jane Foster portando el manto, es que Mjolnir es en realidad una supertormenta consciente, la Godstorm, que Odin atrapó en un bloque de Uru luego de luchar contra ella durante años y años. No es ni una creación ni una herramienta de Odin, sino un ser vivo indiferente a los dioses. ¿Por qué, entonces, la censura a Thor cuando Nick Fury le susurra que Gorr tenía razón?
Tiene un poco de sentido, sin embargo, si se lo piensa en términos narrativos y en términos del arco y el tipo de personaje que es el Thor de Aaron. El Thor de Aaron es profundamente fallido; está lleno de hibris (desmesura): es descuidado, es torpe. Y éste es su momento de humildad. Tiene sentido si se lo piensa en términos del arco más grande que narra la serie.
Luego de Original Sin, entonces, sucede aquello que generó tanta polémica entre los fans horribles de comics: Jane Foster como Thor. La idea de Jane Foster como Thor parece un poco absurda en un principio. Obviemos, además, el ridículo concepto de ocultar su identidad que obstaculiza parte del inicio. Parece medio ridícula en un principio porque hasta ese momento Jane no tiene mucha entidad en la serie. La primera etapa del Thor de Aaron es un gran soliloquio centrado alrededor de su personaje principal, triplemente considerado. Jane Foster aparece en un número, se revela que tiene cáncer, se menciona un novio muy estúpido y luego desaparece. Sin embargo, a pesar de esta caracterización más bien fugaz, dónde muchos lectores vieron una solución tendiente al efectismo, Aaron vio una oportunidad: ponerle un giro personal a un personaje clásico.
Y también vio la contraparte temática perfecta para el tramo inicial. Porque Jane no es como Thor. En principio. Es una mujer centrada, profesional, dedicada. Pero a medida que se embarca en ser Thor se arriesga cada vez más, en una típica situación de no-puedo-hacer-lo-que-debo-porque-me-daña-pero-tampoco-puedo-quedarme-de-brazos-cruzados. En uno de esas soluciones narrativas ad-hoc maravillosas que tienen los superhéroes, la transformación en Thor le resta toda efectividad al tratamiento contra el cáncer. Pone en riesgo su vida y su salud en la clásica lógica del sacrificio tan presente en el comic de superhéroes. Pero ella sigue convirtiéndose porque alguien tiene que hacerlo, porque “siempre tiene que haber un Thor” (¿dice quién? Mejor no responder esa pregunta, porque todos lo sabemos). Entonces la etapa de Jane Foster como Thor se transforma en otra exploración del hacer cosas que están mal para nosotros escudándonos en el bien (o el mal) mayor, en otro reguero de arrepentimientos que se van acumulando.
Jane/Thor se caracteriza, además, por la presencia de los dibujos de Russel Dauterman, un artista por completo diferente a Esad Ribic. Dauterman emplea composiciones mucho más recargadas de detalles que Ribic, quién es más bien un artista del desierto, de lo sugerido. Dauterman trae a la mesa composiciones vibrantes no solo por su manejo de la contraposición entre lo grande y lo pequeño, entre el detalle y el plano más amplio, sino también por el recupero de los colores primarios a cargo de Matthew Wilson. Asimismo, emplea líneas, muchas líneas, a veces para marcar la dirección de Mjolnir (que bajo Jane se comporta de manera diferente que bajo el Odinson, más anárquico e inventivo); a veces para dibujar las onomatopeyas (ese viejo truco que Frank Quitely recuperó hace unos cuantos años); a veces para dibujar energías que serpentean alrededor de sus personajes y oscurecen parte de la figura humana a los ojos del lector. Dauterman no es un narrador perfecto, pero sí bastante claro, y compensa algunas páginas oscuras con una energía impresionante, muy apropiada para esta etapa. Además, se da el lujo de diseñar y divertirse con los distintos mundos del Thor clásico, con las alianzas de ese mundo fantástico.
Porque durante estos números Aaron recurre mucho más al acervo imaginativo acumulado a lo largo de las décadas. Si los primeros veintipico de números fueron un fuerte intento de marcar distancia e imponer un estilo narrativo y unos temas, la etapa Jane Foster se sumerge hasta el fondo con los villanos, mundos, personajes y tropos del Thor histórico. Es la clásica operación de revisitar los grandes éxitos con un personaje nuevo, viendo qué los hace funcionar y experimentando las variaciones que surgen de una nueva combinación. Es decir, un clásico del comic de superhéroes desde que la idea del legado se impuso en los 90s.
Algo, sin embargo, sorprende de la contraposición Odinson-Jane: Odinson pierde. Y mucho. Casi que durante los primeros 25 o 26 números de Aaron el Odinson no tiene una victoria resonante. Jane Foster, por su lado, avasalla y resuelve problemas. Aaron acumula enemigos y situaciones y deja que Jane vaya creciendo lentamente como heroína. Hasta llegar al arco final, el del Mangog, en donde a la manera clásica de las tragedias, se aúna el riesgo final (la muerte) con la urgencia suprema de ser un héroe y sacar las papas del fuego.
¿Es este uno de los mejores arcos del comic de superhéroes reciente? Sí. Primero que todo, es glorioso que Aaron haya decidido usar al Mangog, un villano de importancia dentro del universo Thor, pero a menudo dejado de lado (frente a los Lokis, Malekiths y Surturs) por su diseño de perro cabezón y enojado. El Mangog es la personificación del ODIO y la FURIA de toda una civilización que Odin destruyó. Es, entonces, el juicio final para los dioses, la personificación de su arrogancia, una máquina de aniquilamiento imparable. El escupitajo en la cara de los mortales contra quienes los hicieron.
Por lo tanto, es perfecto para ilustrar el punto que Aaron está haciendo en su Thor, el comic más anti-teísta de todos aquellos protagonizados por un dios (real o ficticio, de ciencia ficción o de fantasía). El Mangog llega a Asgard y rompe todo y uno no puede menos que ponerse un poco contento. Pero Jane Foster decide sacrificar todo para salvar a esos malditos asgardianos, con sus peleas sub-shakespereanas y su miopía. Y lo hace casi como un acto de afirmación personal. Como una canchereada de parte de los mortales: “podríamos ser su perdición, pero elegimos salvarlos”. Lo cual, además, es una inversión de la narrativa divina tradicional, donde los hombres son salvados por los dioses en su inmensa sabiduría y misterio. Y Jane sacrifica aquello que para el Odinson era lo más valioso, Mjolnir. Aaron logra un raro efecto: que velemos un objeto. Luego, por supuesto, el guionista encuentra la solución para que Jane Foster vuelva a la vida – como siempre lo hacen los superhéroes – y para que el Odinson vuelva a ser Thor, como pide la maquinaria editorial y los lectores.
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Pero, durante toda la saga de Jane Foster, queda algo irresuelto en el fondo: la Guerra de los Ocho Reinos. Malekith, a quien Aaron privilegia como antagonista por encima de Loki, a través de la manipulación política y la guerra, genera un conflicto enorme en donde se va apropiando de los diversos reinos del mundo nórdico. La amenaza del Mangog, al fin y al cabo, es una amenaza directa a Asgard, no a los súbditos de Asgard, a quienes por otro lado estos dioses caprichosos y mezquinos no están haciendo demasiado por proteger.
En definitiva, la pregunta que estructura la saga de Aaron sigue sin respuesta: ¿Qué han hecho los dioses por nosotros últimamente? ¿Por qué merecen nuestro respeto? Incluso unos dioses de mentira (pero, parafraseando a Alan Moore… ¿no lo son todos?) como los asgardianos, unos seres de ciencia ficción llenos de estupidez. En la historia de la humanidad los dioses han servido para justificar el poder terrenal, para brindar inspiración a los hombres, para traerles orden y reglas, para explicar lo prohibido y lo permitido acogiéndose a una fuerza superior. ¿Pero que pasa cuando los dioses son personajes reales en un universo ficcional y se comportan con la misma negligencia? ¿Tienen alguna función? ¿Son verdaderamente dioses si no sostienen los pilares de la realidad y simplemente se pelean como infantes? El Thor de Aaron aún no ofreció una respuesta definitiva, pero toda la evidencia apunta a que Asgard debería ser arrasado como la Bastilla.