Por Gerardo Vilches
Daniel Liévano (Bogotá, 1988) es un joven autor que acaba de empezar a realizar cómics. Su propuesta explora el terreno de lo poético y concibe el soporte como parte fundamental de la obra. La montaña de la realidad y otras fábulas ilustradas, su primera obra, supone un objeto único en el cómic colombiano.
GV: ¿Qué formación tienes?
DL: Estudié Diseño Gráfico y Publicidad en la universidad, y ejercí cinco años como diseñador gráfico; trabajé como freelance. En una época en la que estaba trabajando para una agencia, me encontraba aburrido. Tenía en la cabeza algunas ideas, y decidí echarme al riesgo de empezar a dibujar y que me paguen por ello. De eso hace cinco años. Empecé como ilustrador para medios locales y de Estados Unidos, haciendo portadas y cosas así. Hace un año empecé a descubrir algo que me gustaba mucho pero que no había sacado de mí: la narrativa visual. Nunca me identifiqué con la palabra «cómic», porque lo identificaba con el estereotipo de los superhéroes de Estados Unidos. Pero vi el trabajo de artistas que me gustaron mucho, sobre todo algunos argentinos que publicaban en prensa, como Tute y Liniers. Después descubrí a Grant Snider, que tocaba temas relacionados con la poesía y la filosofía, cosas que siempre me habían gustado. Yo no sabía que eso podía hacerse así de fácil; pensé que las personas no lo podrían entender… Pero sí lo hacen. Empecé a hacer cómics, a los que llamé Substancial Comics, y con ellos intentaba salir de la figuración para empezar a hablar con figuras geométricas y preguntarme cómo sería la personalidad de un cuadrado o un círculo, pero también cómo sería la personalidad de la felicidad, de conceptos abstractos. Puede parecer un poco pesado, pero con ligereza en el texto puedes llegar a las personas y conseguir una lectura rica.
GV: A mí me ha sorprendido mucho tu propuesta, La montaña de la realidad y otras fábulas ilustradas, porque creo que en la escena colombiana no hay nada similar. ¿Tienes referentes de autores extranjeros, o tal vez del arte abstracto…?
DL: Cuando descubrí el cómic abstracto me encantó, no sabía que eso existía. Me di cuenta de que en Francia había mucho: por ejemplo, Alexis Beauclair. Tuve la oportunidad de ir a Nueva York, y, en una tienda llamada Printed Matters lo descubrí, fue mi primer referente. Y me dije que yo quería hacer eso, pero con texto. Quería mezclarlo con las poéticas de los artistas argentinos que me gustaban, y con mi propio bagaje. Hace un año empecé y voy realizando microrrelatos. Y sí que sentía que en mi entorno no se estaba dando mucho, pero también pienso que ahora es el momento propio para hacerlo, porque siento que el colombiano de a pie, el ciudadano del mundo de a pie está más conectado con las imágenes. Somos lectores de imágenes más hábiles porque nos están bombardeando con ellas. Entonces es más fácil llegar a la abstracción. Si les preguntamos a varias personas qué forma tiene la tristeza, quizás encontremos cosas en común. Aunque es evidente que la abstracción es muy interpretable, a veces se leen de forma semejante.
GV: Entiendo entonces que, con tu trabajo, más que una expresión personal, lo que buscas es más bien una representación del inconsciente colectivo, de lo que para un colectivo puede significar un símbolo.
DL: A mí me influyó mucho Carl Jung, hasta en los escritos místicos que escribió al final de su vida. Siempre trato de conectar con mi persona las preguntas universales, y pienso que al menos puedo jugar a que encuentro un hilo conductor para todas las personas, que, por ejemplo, la felicidad puede representarse igual para alguien de Colombia, de Israel o de Japón.
GV: Durante mi estancia en Bogotá he impartido una clase sobre guion de cómic, y explicaba que el dibujo tiene la gran potencia de llegar donde la palabra no llega, para expresar cosas abstractas. En tu caso, ¿cómo construyes la relación entre ambas cosas?
DL: Es muy chévere esa pregunta. El otro día hice una exposición en el centro Casa Tinta que explica esto. Primero, la entidad más grande que nos mueve son las ideas, en un sentido platónico, por decirlo así. Las ideas evolucionaron y fueron representadas mediante un código de imágenes, como los jeroglíficos, y, con el tiempo, se manifestaron a través de la escritura. El texto asumió el poder intelectual de ser la mejor forma de representar las ideas, mientras que, irónicamente, se dejó a la imagen un papel complementario, menor. Algo que se usa para acompañar como decoración a un texto. Pero yo creo que el dibujo está más cerca del pensamiento: nosotros vemos con los ojos, es tal vez el sentido que más información extrae de la realidad. El dibujo y el texto vienen de lo mismo: pensamientos abstractos. A mí me llega primero una sensación en forma de colores y figuras. Ahora estoy trabajando con la soledad, por ejemplo. Primero me llegan las imágenes, y luego tengo que aterrizarlas con textos, complementarlos. ¿Cuál llega el liderazgo? Es una buena pregunta, yo no sé… Pero nunca una parte puede ser más adornada que la otra. Hace poco vi un libro de un ilustrador coreano que me flipa, Jungho Lee. Las imágenes son lo más lindo, pero los textos eran tan abstractos que me perdí. Yo intento que mis textos sean simples, nada complicados, porque trato temas abstractos, precisamente.
GV: Me ha sorprendido mucho el formato del libro y la calidad de los materiales. ¿Hay un discurso por tu parte detrás de esto? ¿Tiene que ver con el contenido?
DL: Cuando yo estudié Diseño gráfico, asistí a un taller sobre composición, muy interesante, en el que aprendí sobre los formatos que había tenido el libro desde épocas clásicas, los textos iluminados de la Edad Media, los primeros de Gutenberg… Todo tenía que estar perfectamente medido, regido por proporciones áureas. Al final del taller nos explicaron que a veces el libro sale de una manera azarosa, por un capricho o una intuición. Mi formato surgió así: sentí que al hacerlo vertical contaría con más tiempo, la división de paneles de abajo a arriba. Una forma de responder está en que yo siempre estuve entre el libro álbum y el cómic, y nunca me identifiqué más con uno que con otro. El libro álbum tiene muchos más silencios cuando pasas las páginas, un ritmo más pausado que el cómic. Yo quería algo a medio camino.
GV: ¿Y por qué serigrafía?
DL: Por las formas de las figuras. Uso tres colores, rayones, puntos, líneas… Se me ocurrió que podían tener un componente táctil para las personas, que fuera más allá de lo visual. Incluso tener un efecto olfativo.
GV: ¿Tienes algún otro cómic publicado?
DL: No, ha sido el primero.
GV: ¿Y el que estás dibujando ahora va a seguir la misma línea gráfica?
DL: Sí, prácticamente. Los llamé Substancial Comics por la palabra. Se me hace muy gracioso y poético que, en inglés, «sustancia» estuviera emparentada con «understand», lo que está debajo, lo que tiene contenido. En los cómics me resultaba interesante tocar temas filosóficos por eso.
GV: ¿Cómo ves la escena actual del cómic colombiano?
DL: Bien y mal… Bien, porque estoy asombrado con los nuevos nombres y la calidad de sus trabajos. Y mal, triste, porque son pocas las personas como tú que descubren y exponen a estos autores… No somos pocos, pero no tenemos mucha visibilidad. Por la gestión del gobierno, pero también por nosotros mismos; estamos desagrupados. Es como una metáfora de lo que sucede en el país en todos los ámbitos y disciplinas. Hay mucha cantera, pero nos falta fuerza, más carácter. Pero está cambiando, poco a poco estamos siendo más visibilizados.
Gerardo Vilches es licenciado en Historia y realiza su tesis doctoral sobre revistas satíricas de la transición. Escribe sobre cómics en su blog, The Watcher and the Tower, desde 2007. Colabora en Rockdelux, y ha publicado textos en la revista Quimera, en la antología de ensayos Radiografías de una explosión y en Panorama: la novela gráfica española hoy. También es autor de Anatomía de un oficinista japonés (Bang, 2012) y de Breve historia del cómic (Nowtilus, 2014). Ha participado en varios congresos, moderado mesas redondas y presentado novedades para diversas editoriales. Codirige CuCo, Cuadernos de cómic. En Entrecomics fue editor y publicó reseñas y artículos desde 2011 hasta 2016.