En esta sección le pedimos a algún artista, crítico o lector que elija una obra, secuencia, portada o viñeta que haya sido muy significativa para su vida. No la mejor historieta, sino la más emotiva, y presenten su mirada y el por qué de su elección. En esta ocasión, Benjamin Felice y “Disappearance Diary” de Hideo Azuma.
Disappearance Diary de Hideo Azuma fue quizás uno de los mangas que más vueltas quedó dando en mi cabeza mucho tiempo después de leerlo. El estilo de diseño de personajes y viñetas de Hideo tiene toda esa carga kawai del manga japonés de los ’60 y ’70 como Osomatsu-kun, Doraemon o Astroboy, pero utilizado para narrar las ocasiones en que Hideo colapsa, intenta suicidarse, termina viviendo en la calle o es rescatado por la policía o algún servicio social. Ahora bien, la indigencia japonesa es muy distinta a la indigencia que nosotros conocemos, el conservadurismo japonés tiene una idea de orgullo y vergüenza que genera que la mayoría no pidan, escondan su condición o se alejen de las zonas más urbanizadas. Hasta se puede ver en varios capítulos de Dissapearance Diary donde Hideo se aleja hacia el bosque para suicidarse o termina viviendo un tiempo en un parque municipal.
Durante el periodo en el que fui adolescente viví en el Jardín de la República. Me encantaba estar borracho, escribir y quedarme solo en los bares o la calle viendo a la gente o esperando cruzarme con alguien. Durante ese tiempo le prestaba mucha atención a la gente joven que vivía o rondaba por la calle a la noche. A veces hasta llevaba notas de lo que hacían en los lugares donde más frecuentemente los veía. Les tenía una especie de simpatía, aunque nunca me anime a conversar con ellos, tan solo para darles plata. Lo que sigue es un fragmento que edité de los cuadernos de esa época que recupere de la casa de mi mamá. En los cuadernos trataba de escribir especies de ensayos (ejercicio que me tomaba muy en serio pese a que los resultados eran básicamente inentendibles) sobre lo que sentía en ese momento y lo que me generaba pasar tanto tiempo solo, solo como adolescente, obvio. Entre esos escritos había momentos en que usaba mucho las notas que tomaba sobre los jóvenes mendigos, que inevitablemente relaciono al manga de Hideo y en esta nueva perspectiva de las cosas, a muchos aspectos de cómo trabajo hoy en día. En fin, ojalá les guste:
Empezaría por desglosar lo que creo pienso alrededor de la soledad
Lo único que mi cuerpo necesita es salud. Salud sería un estado en el que pueda distraerme con lo que me llega de afuera sin estar condicionado por algún malestar físico; y estabilidad como confort, en el que tengo donde dormir sin estar preocupado de cómo pagarlo. Entonces mi cuerpo quieto y satisfecho, básicamente no urge de nada.
Me acuerdo de un libro de Marcel Schwob sobre biografías semificticias donde hablaba de la decisión de Crates, el cínico, de vivir como un perro. Pero lo que más me acuerdo es que en el relato, Crates vive como un perro de la calle, siempre a la vista y en contraste de la sociedad organizada, quizás por la necesidad de ver a los otros y que los otros lo vean a uno, de funcionar como una idea viva a ojos testigos de los demás. Alguna vez pensé, quizás es algún tipo de satisfacción voyerista de locos o mendigos, calmando o alimentándose de la imagen de los otros, imaginando que es un tipo de compañía a distancia. De todas maneras, siento que son bastante conscientes (los mendigos) de eso: se caracterizan, crean hábitos, recorridos, puntos frecuentes y presencias pasivas.
La soledad entonces en ese contexto, es este hábito pasivo, algo como una no-soledad. Una especie de aburrimiento, pero a diferencia del aburrimiento, mi no-soledad se basa en una ansiedad motora. Una inspirada por el deseo. Quizás es un poco ridículo hablar sobre lo que uno experimenta o cree experimentar sin dar cuenta del afuera de la piel. Se está quizás acorralado por las imágenes de los demás, por las impresiones de lo que funciona y las suposiciones de cómo funcionan:
No puedo entender por completo lo que se supone natural para todos. No supe cómo, y ahora ya es tarde. Todos mis malos hábitos me construyen como ser. Me transforme en lo que pienso. Soy finalmente lo que no aparece, lo que se quiere ignorar. Y esa imagen, y la sensación de pertenecerle a esa imagen me comprime, pero no me deprime o me enoja, me aplana, me acostumbra. Mi cuerpo se agota, no me molesta, soy parte del paisaje, soy una imagen. No puedo decir nada, no sé cómo. A veces odio la idea de mi cabeza disparando químicos por mi cuerpo y dándome percepciones que no busco. A veces me molesta profundamente la poca importancia de la consciencia. No soporto pensar en la condición incontrolable de estar despierto. Finalmente, en ese ensimismamiento, el otro también se volvió imagen. Lo mismo que para un perro son las construcciones arquitectónicas.
Benjamín Felice nació en el 90’ en San Miguel de Tucumán. Durante toda su adolescencia se dedicó a hacer comics y video. Después de tener muchas bandas y hacerse el pandillero, empezó a hacer obra como artista en El Rancho Relámpago, galería tucumana o punto de amigos de hace algunos años. Hoy vive en La Boca, donde también tiene su taller como artista visual. Su trabajo tiene todavía las reminiscencias de aquellos años maravillosos de lápiz y rotring en Tucumán. Su trabajo se puede ver mayormente en su Instagram (@benjofeli) o si se presta atención a la agenda del mundillo del arte contemporáneo porteño. También se lo puede escuchar en el sello ABYSS (https://soundcloud.com/abyssjuke) o Memory number 36 (https://memorynumber36.bandcamp.com/album/doodles).