Por Rodrigo Ottonello
Imagen del encabezado: Wayne Boring y Stan Kaye, portada para Superman Nro. 41 (julio de 1946). DC Comics.
I. Siegel y Shuster. Action Comics #118 y Superman #51 fueron, en 1948, las dos últimas publicaciones del hombre del mañana acreditadas a sus creadores, Jerry Siegel y Joe Shuster. Desde hacía diez años, incluso cuando ellos no escribían ni dibujaban —cosa cada vez más frecuente—, sus nombres habían estado ahí para mantener la familiaridad con los lectores, igual que ocurría en las publicaciones de Batman con el nombre de Bob Kane (que nunca escribía ni dibujaba). Pero Siegel y Shuster demandaron a DC Comics (entonces National), reclamando derechos y ganancias sobre el personaje que habían vendido en 1938 por 130 dólares, y la empresa no solo ganó judicialmente, sino que no les renovó sus contratos y los borró de su criatura. Desde entonces, el control creciente sobre el personaje lo asumió el editor Mort Weisinger.
II. Weisinger. En 1978, en el funeral de Weisinger, cuando fue momento de decir unas palabras en su honor, se hizo un silencio demasiado largo, terriblemente incómodo, hasta que alguien, desde el fondo de la sinagoga, dijo: “El hermano era peor”. Alan Moore dice que esta historia se la contó Julius Schwartz, así que hay doble chance de que sea una fabulación. Sin embargo, verdadera o no, ella hace justicia al consenso generalizado que establece que Weisinger era un monstruo, un tirano que atacaba a sus artistas con gritos, insultos, amenazas, desprecios, burlas y manipulaciones de todo tipo, llevándolos muchas veces hasta la desesperación. También lo hizo con el mayor héroe del siglo XX.
III. Extinción. En Superman #53, el segundo número desde que Siegel y Shuster fueron borrados, el guionista Bill Finger —quien bajo la sombra de Bob Kane había sido el verdadero creador de Batman— y el artista Wayne Boring —quien durante años había hecho dibujos atribuidos a Shuster—, relataron otra vez el origen del hombre del mañana, igual que en Action Comics #1 y en Superman #1. Era la señal de un nuevo comienzo.
Mientras aquellos relatos previos eran breves (una y dos páginas), meramente informativos y comenzaban con la emblemática imagen de la nave alejándose del planeta que estalla, este era extenso (diez páginas), dramático y comenzaba con la presentación del héroe —primero atormentado por el misterio de su origen, luego haciendo tareas imposibles—, a la que seguía la explicación de la serie precisa de acontecimientos determinantes que habían dado lugar a un ser tan singular.
Superman es hijo de una civilización avanzada, hijo de un científico que quiere salvar a su pueblo pero no puede porque es despreciado e ignorado por el público, de unos padres que para darle oportunidad de vivir arrojan a su criatura a lo desconocido, de un mundo lejano que se extingue, de las distancias del cosmos, del planeta Tierra que lo adopta, de la pareja de ancianos granjeros que se convierten en su padres, de la adquisición natural de poderes maravillosos y del mandato familiar y moral de hacer el bien. La última viñeta muestra al héroe de cuerpo entero sobre un fondo oscuro.
En esas páginas, las figuras de Jor-El y Superman, dibujadas por Wayne Boring y entintadas por Stan Kaye, resaltan por su majestad. A partir de entonces, y en manos de cualquiera de los buenos dibujantes que siguieron, el personaje luce siempre a la vez absolutamente relajado y absolutamente poderoso. Su figura se ve mejor si, como en ese comic, se lee como resultado improbable pero a la vez determinado de una gran catástrofe.
Superman es la supervivencia última, lo singular con fuerza suficiente para escapar del término de la vida en su totalidad, el límite absoluto con la extinción. Pero hasta entonces él, a diferencia del lector, desconoce su origen kryptoniano.
IV. Acoso. Alguien —Finger o Weisinger, nunca lo sabremos bien— pronto comprendió que tenían entre manos una historia notable: el hombre más poderoso del universo era capaz de todo, menos de salvar a su familia y a su mundo. El acoso por los fantasmas de haber perdido lo más propio se convirtió en el motor de las mejores historias de Superman que jamás se contarían.
Es difícil que a Weisinger se le haya escapado que una fórmula semejante podía aplicarse también a la mala suerte de Siegel y Shuster con su creación, así como a la del atormentado Finger con Batman, pero no había nada que disimular, en tanto a su juicio los hombres trabajan mejor cuando sufren.
Él, Weisinger, también despreciaba dedicarse a los comics, de los que no podía escapar porque cada vez le significaban mayores ganancias, siendo el editor de máxima confianza de la empresa. Era su propio tirano y se refería a sí mismo como basura.
V. Kryptonita. En Superman #61 (1949), en un sólido guión de Bill Finger, dibujado esta vez por Al Plastino, el hombre de acero conoció la impotencia. Primero, una roca lo debilitó al punto que hombres comunes pudieron darle una paliza.[1] Luego, siguiendo el rastro de esa piedra, vio a través del espacio y el tiempo su origen, Krypton, donde también se encontró con imágenes de sus padres desesperados poniéndolo a salvo antes de que el planeta explote por causa de la inestabilidad de su núcleo. Superman fue así testigo del estallido de su mundo y comprendió que los fragmentos de esa tierra, ahora cargados de radioactividad, lo dañaban. La kryptonita, lo único que lo hace vulnerable, es memoria viva de todo lo que perdió y de la soledad de su condición tan excepcional. Ahora Superman podía sufrir.
VI. Memorias. La nave con su hijo fue solo uno de los muchos experimentos del científico kryptoniano Jor-El que llegaron a Tierra. A los criminales U-Ban, Kizo y Mala los había exiliado en una nave que los mantenía en animación suspendida (Superman #65, 1950); había encriptado la historia de su matrimonio con Lara en tres pequeños discos (Action Comics # 149, 1950); al profesor Edens lo había teletransportado a Krypton para conocer sobre la Tierra y preparar el escape antes de la ruina de su planeta (Superman #77, 1952); al Snagriff, un animal monstruoso, lo había puesto en órbita para que se comiera la chatarra producida por la civilización kryptoniana (#78); a Halk Kar, un alienígena que llegó a Krypton desde el planeta Thoron, le dio instrucciones sobre cómo llegar a la Tierra para que también se salve de la ruina en ciernes (#80); también había arrojado al espacio un arsenal de máquinas de guerra (Action Comics #216, 1956). Todos los escritores del personaje hicieron uso extenso del recurso, aunque el dramatismo que había encontrado Finger tardó en volver a lograrse.
VII. Eco. La verdad es que la gran mayoría de los comics de Superman de aquellos años no son buenos. Todo ocurre apresuradamente en diez páginas, los sucesos son empujados por el azar o por la fuerza, los personajes expresan emociones elementales que se borran enseguida y siempre reaccionan igual —especialmente Superman—, sin importar lo variadas que sean las circunstancias. Este formato narrativo es el que está en la base del estudio “El mito de Superman” hecho por el semiólogo Umberto Eco en Apocalípticos e integrados (1964): el héroe logra la hazaña de ser actual y a la vez estar escindido del tiempo histórico, ya que cada día puede hacerlo todo, pero, haga lo que haga, al otro día nada habrá cambiado; el lector de algo semejante no puede esperar mucho más que una comedia de movimiento dedicada a engañar y alimentar su propia inmovilidad. ¿Eco tenía razón?
VIII. Action Comics #1. Cuando hay que buscar un buen comic de Superman la decisión segura es ir a Action Comics #1. Esa obra de Siegel y Shuster, además del mérito de ser la primera de una serie colosal, guarda en síntesis el universo de posibilidades que permitió esa incansable explotación posterior: el científico de un planeta que morirá, la salvación de su hijo hacia la Tierra, donde otro sol y otra gravedad le dan poderes excepcionales, la decisión heroica de usar esa fuerza por el bien de la humanidad, la decisión de crear una doble personalidad, el traje simple e inolvidable diseñado por Shuster, la espectacular imagen de portada donde el héroe levanta un automóvil por el aire y genera histeria en los testigos, el carácter justo pero no institucionalizado de su acción, la distinción entre los comportamientos de Superman y Clark Kent siendo tan enorme que ni siquiera necesitan una máscara para ocultar que son el mismo, el modo en que Lois Lane se cautiva con uno y deprecia al otro. Es mucho. En 1938 cayó entre sus lectores como una bomba.
IX. Oficio. En el plantel de escritores de Weisinger, además de Finger, estaban Edmond Hamilton, quien se dedicaba a la ciencia ficción desde 1928, y Otto Binder, quien había sido el escritor más prolífico del personaje que llegó a ser más popular que Superman, Captain Marvel. Era un equipo de notables. Hacer historietas era considerado un oficio vergonzoso, pero era accesible para los que se habían demostrado profesionales y el pago, si bien no era excepcional, aseguraba un flujo de trabajo estable que faltaba a muchos escritores. Finger escribió guiones para casi doscientos ejemplares de las diversas revistas de Superman, lo mismo Hamilton, mientras que Binder lo hizo para casi cuatrocientas. Además de sostener esos ritmos prodigiosos y responder a las múltiples exigencias que se seguían de trabajar en los comics de aventuras más vendidos de América, estos tres escritores podían, a veces, hacer historias difíciles de olvidar.
X. El padre. Weisinger decidió hacer algo un poco más grande que lo acostumbrado. La mayoría de las revistas de comics incluían tres historietas breves, de diez páginas cada una, pero en 1956 Showcase, también de DC, ya había probado con números donde una misma historia ocupaba los tres segmentos (The Frogmen en el #3 y la de The Challenger of the Unknown en el #5). Superman #113 (1957) se anunció desde la tapa como “una novela especial de 3 partes”. El guión es otra vez de Finger y todo comienza con otro artefacto de Jor-El que llega hasta la tierra, en esta ocasión un casco con una grabación mental producida por el científico para alertar a las autoridades de Krypton sobre el peligro que asomaba. Es decir que ahora Superman no solo ve a su padre o sabe de él, sino que lo vive a través de la reproducción de sus mismos pensamientos y memorias.
Jor-El descubre que un asteroide convertido en nave, guiado por la reina Latora, tiene la misión de utilizar el planeta Krypton como combustible para el sol agonizante de otro mundo que necesita ser salvado. El científico se transporta hasta allí, donde por gracia de la menor gravedad del asteroide gana poderes iguales a los que luego tendrá su hijo en la Tierra, enamora a la reina y logra frustrar sus planes de capturar Krypton; sin embargo, también se compadece, porque ella, igual que él, solo quiere salvar su planeta. Superman, al escuchar el relato y tras salvar Metrópolis de otra amenaza, viaja al espacio exterior, encuentra a Latora, que aun vaga por el cosmos, y logra salvar su mundo con una hazaña, tras lo cual la reina lo besa igual que había besado a su padre, reconociéndolos idénticos.
Los dibujos de Boring, entintados por Kaye, son fabulosos viñeta a viñeta: cada acción de Superman está llena de fuerza dramática, asombrando con las formas en que alguien tan pequeño hace cosas tan grandes; los recuerdos de Jor-El se superponen en las expresiones fascinadas de su hijo Kal-El, quien escucha por primera vez el nombre que nunca había sabido que tenía; Metrópolis luce fantasmal ante las amenazas de un científico loco que primero la ahoga en una selva y luego quiere bombardearla; las maquinarias que rodean a la majestuosa Latora y a Jor-El son alucinantes; el cosmos crepita en relámpagos (que anticipan a los Kirby dots) bajo el movimiento titánico de los astros. En esa coreografía tan intensa, Finger logra desarrollar, primero, la identificación de Superman con su padre, luego el conflicto cargado de ambivalencias entre Jor-El con Latora y finalmente la sustitución del padre por el hijo, quien tampoco logra salvar el mundo propio pero sí puede hacerlo con el otro.
XI. El doppelgänger. Pronto siguieron las novelas de los otros escritores. La de Hamilton en Superman #119 (1958) también cuenta con arte de Boring y Kaye, aunque se muestran menos fantásticos e inspirados que en el #113. El guión es el que destaca como una radicalización del camino abierto por Finger.
Superman descubre un planeta, Xenon, que es un gemelo de Krypton pero de menor tamaño. Allí no solo encuentra que Zoll Orr es idéntico a su padre, sino que el hijo de este, Kell Orr, es exactamente como él mismo si hubiera crecido en su planeta natal. Sabiendo que Xenon está en peligro de extinguirse igual que Krypton, Superman decide quedarse para ayudar y envía a Kell Orr a la Tierra, ya que allí él también tendrá poderes, por lo que intercambian identidades. Superman descubre que es posible salvar Xenon si su núcleo inestable es alimentado con kryptonita; Kell Orr, que al no ser kryptoniano no padece esa radioctividad, lo ayuda, y juntos logran la hazaña. Sin embargo, ahora todo el planeta está cargado de una radiación que, si bien inofensiva para los xenonianos, impide que Superman pueda volver a pisarlo, ya que moriría. Siendo capaz de salvar un mundo gemelo al que perdió, éste lo rechaza.
XII. La vida que no fue. La primera novela de Binder, en Superman #123 (1958), cuenta con dibujos de Dick Sprang, el gran e histórico dibujante de Batman, pero es menos un relato continuo que tres aventuras unidas por la fórmula de “los tres deseos”. Lo notable es que aquí Binder da un paso adicional al de Hamilton y hace que en el tercer acto el héroe, enviado al pasado por su amigo Jimmy Olsen, conozca directamente a sus verdaderos padres a quienes salva de un villano, acción que permite que Jor-El proponga matrimonio a Lara. Es decir, Superman es instrumental en las circunstancias que le dan nacimiento. Sin embargo no es un buen comic.
Sí puede destacarse la novela que sigue, en el #128 (1959), escrita, otra vez, por Finger. Se trata de una aventura policial donde Superman es ferozmente perseguido por hombres del futuro y por las autoridades del presente; la acción es vertiginosa, Boring vuelve a lucirse y el comic destaca como una versión ampliada y mejor ejecutada de las aventuras usuales del héroe.
En el #132 Binder, con otro admirable trabajo de Boring, cuenta que Batman y Robin, queriendo hacer un regalo a Superman pero viendo que entre sus tesoros ya hay todo cuanto existe bajo el sol, le ofrecen la posibilidad de que contemple una simulación computarizada de cómo habría sido su vida si Krypton no hubiera estallado. Las imágenes de ese destino alternativo se intercalan con las reacciones del héroe que las contempla. Al final del relato todo indica que si el planeta no se hubiese destruido, de todos modos sus padres —y también su hermano— habrían muerto en un accidente y él, por su parte, igual se habría convertido en Superman. El héroe no encuentra ninguna felicidad ni confort en la historia, sino que se siente preso de un destino inamovible, mientras Batman y Robin lo miran tristes y contrariados. El efecto de una fantasía logra ensombrecer al hombre más poderoso del mundo.
XIII. Parricidio y suicidio. Las historias de dobles de Superman-Kent, o incluso de desdoblamiento de él mismo en un Superman malvado y un Kent bueno, así como otras similares, son permanentes a lo largo de aquellos años. Superman #137 (1960), con dibujos de Curt Swan, es una historia singular dentro de esa serie.
En su trayecto desde Krypton, la nave que traía a Kal-El fue duplicada por un rayo y fueron dos las que llegaron a la Tierra: una, la encontrada por los Kent, mientras la otra la encontró una pareja de criminales que educó al niño como arma para sus planes siniestros. El Super-malvado, aunque idéntico al original bondadoso (solo lo distingue un antifaz de malhechor), resulta no tener arterias, músculos ni huesos, sino que es pura fuerza cósmica que debido a aquél accidente ha adoptado figura humana; gracias a ello, cuando finalmente combate contra Superman logra vencerlo, ya que usa kryptonita y ésta afecta al héroe pero no a él. Sin embargo el villano, ante la agonía del héroe, descubre no encontrar placer en la muerte de su adversario, lo salva y decide liberar su odio destruyendo a sus padres, a quienes culpa de haberle dado una vida terrible. Tras ese acto reparador, el villano abandona su personalidad, volviendo a su estado de fuerza pura, lo que lo hace desaparecer. Superman sabe que nunca enfrentó un peligro tan grande, pero igual siente pena por la infeliz suerte de su doble.
Este comic inusualmente violento —hay parricidio y suicidio— está a tono con aquellos que nunca fueron aceptadas por DC y que aparecían en las revistas de horror de EC duramente censuradas desde 1955; es una historia de odio puro a los malos padres y, por extensión, a las malas autoridades. Que haya llegado a publicarse responde a la sutileza con la que el guionista lleva a ese clímax. Es la obra de alguien que toma muchos cuidados para guardar un mensaje amenazante. Su autor es Jerry Siegel.
XIV. Siegel, otra vez. Joanne Siegel llamó por teléfono a Jack Liebowitz, la máxima autoridad de DC, y le pidió por favor que le de trabajo a su esposo, entonces hundido en una década de derrotas, fracasos y crecientes dificultades económicas. Por culpa o por piedad, la respuesta fue sí. En 1959 Siegel, tan humillado como furioso, regresó a su creación perdida.
XV. Regreso a Krypton. Está establecido como sentido común que los superhéroes atormentados nacieron en Marvel Comics con la publicación de Fantastic Four en 1961, Incredible Hulk en 1962 —obras de Stan Lee y Jack Kirby— y con Amazing Spider-Man en 1963 —de Lee y Steve Ditko. Allí los poderes excepcionales son menos virtud que deformidad, estigmas que exponen a los héroes al miedo y la ira de los hombres comunes. Superman, en cambio, parece ofrecer la imagen de lo perfecto y universalmente admirado. Hasta que uno lee Superman #141 (1960).
La primera viñeta, ocupando toda la página, muestra un éxodo kryptoniano hacia el arca espacial que podría salvarlos en las estrellas. Boring en lápices y Kaye en tintas parecen extasiados aquí y a lo largo de todo el comic. Afirmar algo semejante es poco preciso en términos historiográficos, pero lo cierto es que sus dibujos superan los logros ya notables de Superman #113. Que ambas sean historias sobre Krypton no es casualidad; Boring se suelta en el otro mundo, donde todo puede ser distinto y hermoso, desde las plantas y los edificios a las vestimentas, las naves y los cielos llenos de astros. Krypton es más bello que la Tierra, lo que intensifica el pesar por su ruina. Boring no solo está ilustrando un guión, sino que él mismo está totalmente concentrado, aportando con sus composiciones, sus gestos y detalles, todo entintado por Kaye con gran elegancia y precisión. Habrá que esperar muchos años, hasta los trabajos de Mike Mignola en 1987-1988, para volver a encontrar un Krypton tan fascinante.
El guión de Siegel suma para que este sea, sin exagerar, uno de los tres o cuatro mejores comics en toda la historia de Superman.
El héroe cae accidentalmente al pasado de Krypton, poco antes de su estallido. Ocurre en el curso de la persecución de una criatura tan grande como un planeta, pero eso no importa, porque cada deux ex machina de Siegel es absurdo, incluso ridículo, escasamente delineado e inmediatamente olvidable, todo lo cual es una virtud. En la mayoría de los comics de superhéroes, los de entonces y los de ahora, el mayor esfuerzo narrativo se lo lleva la descripción y explicación de cada monstruo, cada hechizo, cada tecnología y cada geografía del cosmos, como si lo que no existe rogara ser justificado. A Siegel no le importan nada esas cosas, las trata como meros medios para introducir un efecto emocional sorprendente en los personajes, y es allí, en esos efectos, donde se detiene. El sentimiento es todo. Superman está conmovido por encontrarse en su mundo y ser uno más entre los los otros kryptonianos, ya que el sol rojo anula sus grandes poderes. Imposibilitado de volver a la Tierra, se adapta —aunque sin nunca quitarse su característico uniforme, gracias a otro deux machina de Siegel—: trabaja como extra en una película; se vuelve ayudante científico de Jor-El para acercarse a sus padres sin decirles quién es; y se enamora perdidamente de una mujer, Lyla Lerror, quien le corresponde. Superman siempre lamentó que Lois Lane lo amaba en su condición excepcional y no cuando era el hombre común Kent; en cambio Lyla lo ama aunque él es nadie. Saben que el planeta va a destruirse y que no hay escapatoria a la vista, pero los amantes son felices. Superman nunca sintió algo así y su existencia al fin cobra sentido. Las escenas románticas que Boring dibuja en extraños paisajes y noches de Krypton son alucinantes, incluso psicodélicas, pero a la vez sobrias y clásicas. Es inequívocamente el amor en su máxima plenitud. Por otra parte, Jor-El y Lara contemplan embelesados a su nuevo amigo, tan familiar y tan extraño. Aunque en sus pensamientos Superman no deja de hacer referencia a lo sombrío del fin próximo, igual se entrega; no le falta nada, va a casarse con su amada y morir en su planeta, cerca de sus padres. Cuando ya han comenzado los primeros, todavía muy leves temblores, Jor-El y su hijo se dedican a planear un cohete que pueda salvarlos a todos, pero también celebran con sus mujeres en un baile, donde robots hacen música en un domo de vidrio bajo muchas lunas. “Por este momento… Por nosotros cuatro… ¡No importa lo que traiga el mañana!”, dicen al brindar. Luego interviene el último y más cruel de los deux ex machina de Siegel, y Superman, por accidente, es eyectado del planeta en un cohete que no puede controlar. En una viñeta sin texto (muy infrecuentes entonces), Lyla llora mirando al cielo. El héroe regresa a la Tierra presente habiéndolo perdido todo otra vez, intentando, con esfuerzo, contentarse por tener un segundo hogar. Luce igual que siempre, pero ahora tenemos dimensión plena de su tortura: todos los kryptonianos que bailaron con él en el momento más feliz de su vida, están muertos.
XVI. Amores perdidos. No hay superpoderes para el orden del amor. En Superman #129 (1959), Finger, Boring y Kaye jugaron con esa idea. En sus años de estudiante universitario Kent socorrió a una chica que resbalaba de una pendiente con su silla de ruedas, y al conocerla, se enamoraron. El hombre físicamente más perfecto del mundo no veía ninguna dificultad en que Lori Lemaris no pudiera caminar. Ella anunció que sin embargo nunca podrían casarse; Kent creyó que era por sus piernas y dijo que no le importaba, pero no: ella era una sirena que estaba en la superficie para completar una misión y debía regresar a Atlantis porque su pueblo la necesitaba. Se despidieron con un beso bajo el mar.
En Superman #135 (1960), Siegel, también con Boring y Kaye, retomó el episodio escrito por Finger. Kent, en el presente, vuelve a buscar a Loris, le vuelve a proponer matrimonio y ella esta vez dice que está dispuesta a pedir permiso a las autoridades de Atlantis, pero justo antes de su partida un desafortunado accidente la deja lastimada y con riesgo de morir. Superman recorre la Tierra y otros mundos para encontrar cómo salvarla, hasta que en un planeta oceánico un médico sireno dice que puede ayudar y es transportado hasta Atlantis. Loris se salva, pero se ha enamorado del médico. El héroe regresa a la ciudad, resignado a disimular mal el dolor, la furia y la duda. En el #138, el mismo equipo creativo continuó la historia narrando los modos con que Loris busca, sin éxito, que Superman declare su amor a Lane para que deje de estar solo.
Siegel, luego, no solo escribió el romance intensísimo y frustrado con Leyla Lorr, sino otro más, ahora con Sally Selwyn, para Superman #165 (1963). Tras una exposición a la kryptonita Kent pierde sus poderes y la memoria durante semanas. Cree llamarse Jim White, consigue trabajo como leñador y se enamora de una mujer a la que pide matrimonio. Sally acepta y mantiene su compromiso incluso cuando “Jim” queda paralítico al caer de un caballo. Pero un pretendiente celoso de Sally aprovecha la incapacidad del prometido para empujarlo de su silla de ruedas hacia el río, donde desaparece. La novia llora creyendo que su amante se suicidó para no ser una carga; quebrada por el dolor jura nunca jamás amar a otro hombre. Kent despierta bajo las aguas al cuidado de la sirena Loris; volvieron sus fuerzas y su memoria, pero no recuerda nada de lo ocurrido tras su contacto con la kryptonita, ni siquiera que conoció a Sally. De regreso en Metropolis, se pregunta si alguna vez existirá una mujer que lo ame no por ser Superman, sino como a un hombre común. Mientras, Sally no puede dejar de llorar.
En la insistencia de la fórmula y en la inclusión de Loris, asegurando la continuidad entre las historias, Siegel deja claro que no se trata de un suceso aislado: el corazón y los amores de Superman se rompen sistemáticamente.
XVII. Muerte. Son todas historias sobre grandes pérdidas, y la posibilidad de la muerte del héroe es otra entre ellas. En Superman #149 (1961), con guión de Siegel, dibujos de Swan y tintas de George Klein, en lo que se anuncia como “una historia imaginaria”, el hombre del mañana muere. Su mayor enemigo, Lex Luthor, lo hace caer en una trampa y durante tres páginas lo envenena lentamente con una intensa exposición a la kryptonita. Vemos la agonía de Superman, su último respiro, su cadáver; vemos el velatorio, donde sus amigos lloran ante su figura sin vida y contaminada. Y eso es todo. Luthor es capturado por Supergirl y su crimen lo condena a un vacío lleno de los fantasmas terribles, pero Superman sigue muerto. En la última viñeta, el texto llama a que no haya tristeza, pues se trató de una historia imaginaria e improbable. Es el episodio más desolador que jamás contaron sus comics.
Otra versión de la agonía del héroe fue la de Hamilton, Swan y Klein en el #156 (1962). Tras una exposición a la kryptonita, Superman contrae un virus que lo enferma progresivamente y que a ese ritmo lo matará en cuestión de días. El héroe acepta su destino haciendo grandes hazañas y despidiéndose de sus amigos y amores. Se trata de una muerte heroica no por suceder en combate sino porque el que se va es quien cuida a los que se quedan. A último momento, por azar, se salva, pero ya es claro que Superman sabe morir.
XVIII. Clonación y reproducción. En el #162 (1964), en una historia imaginaria de Leo Dorfman, Swan y Kurt Schaffenberger, una máquina convierte a Superman en dos superhombres idénticos, cada uno cien veces más inteligente que el original. Para diferenciarse uno usa el traje azul de siempre y otro uno igual pero rojo. Juntos logran hazañas imposibles y abren nuevos horizontes. Kent siempre tuvo sentimientos confusos por dos mujeres, Lana Lang, su amiga de la juventud, y Lois Lane, su amiga en la adultez, lo que había llevado a que las mujeres rivalicen; ahora cada Superman se casa con una y los cuatro son felices. El Superman rojo acepta que extraña Krypton y se va con Lane al espacio para reconstruir su cultura. El azul se queda en la Tierra con Lang. Parece el fin de todos los problemas. Habiendo dos, ya no hay contradicciones.
En el #166 —otra historia imaginaria de Hamilton, Swan y Klein— Superman y una mujer cuyo rostro nunca se ve (siempre queda entre sombras) son padres de mellizos, uno con poderes excepcionales y otro un humano corriente que padece complejos por ser más débil. Incluso Superman, siempre hijo único, descubre, impotente, que ni la herencia, ni el parecido, ni el afecto de los padres se reparten igual entre los hermanos.
XIX. Fantasmas. La existencia de una Zona Fantasma fue revelada en una aventura de Superboy escrita por Robert Bernstein y dibujada por George Papp para Adventure Comics #283 (1961). Un artilugio creado por Jor-El emite un rayo que a quienes ilumina los encierra en un vacío donde conservan la existencia pero no el cuerpo y son menos que sombras; en Krypton era el castigo para los criminales más malvados. Es una forma de decir la muerte en comics donde los villanos, por política editorial de DC, no podían morir. Es también una forma de hablar del regreso de los muertos cuando los zombies estaban prohibidos para los comics destinados a todo público. Pero este recurso, en definitiva, es solo uno de los muchos otros usados a tal fin: viajes en el tiempo, implantes de memoria, sueños, relatos imaginarios, duplicaciones fantásticas; los muertos vuelven en las más diversas formas.
No hay en realidad zona fantasma porque fantasma es lo que no puede ser ubicado. En este Superman todo se quiebra por indefiniciones que caen entre las categorías como fragmentos de un mundo que ya no existe pero irrumpe. ¿Superman y Kent son el mismo o diferentes? ¿Kal-El es el origen, un tercero o un doble alienígena que agrupa al héroe y al hombre? ¿Krypton está en silencio o todavía habla y escucha? ¿Sigue siendo amor el amor que ha muerto? ¿Existe una muerte completa de la que no sobrevive nada?
XX. Robots. Superman #189 (1966) es el último gran comic de los años de Weisinger, escrito por Binder y dibujado y entintado por Boring. Quien ha leído de manera consecutiva muchos trabajos de Boring encuentra que abundan las expresiones y poses que se repiten, como calcadas, incluso en un mismo episodio (el vuelo de Superman en las páginas 3 y 8 del #77, las múltiples repeticiones de pose del héroe en el #128), pero ellas suman encanto y efectividad al tipo de aventuras que estamos recorriendo. En lo que es prácticamente su despedida de Superman, el dibujante logra un trabajo tan notable como el que había hecho en el retorno a Krypton de Siegel, antecedente directo de esta aventura.
Un planeta perdido está por colisionar con la Tierra y el héroe se dirige a solucionarlo, encontrándose con que es idéntico a Krypton y que el sol rojo que lo acompaña vuelve a quitarle sus poderes. Cree primero que ha viajado en el tiempo, pero constata, atendiendo a las transmisiones de la Tierra, que es 1966 y no el pasado, por lo que está en un Krypton que nunca estalló. Superman va a buscar a su padre, se anuncia como su hijo y le pregunta qué está ocurriendo. Debido a una explosión en el laboratorio, Jor-El muere antes de poder explicar a su hijo. El edificio se consume por las llamas y Superman, asombrado, ve que a nadie le importa e intenta apagar el incendio él mismo con el uso de una máquina-robot, pero en lugar de ayudar provoca que el robot ataque otro edificio, matando a docenas de personas que caen desesperadas desde las ventanas. Desconcertado, Superman encuentra a su amada Lyla, pero ella tiene marido y lo rechaza diciéndole que no lo conoce. Ante la agitación del héroe, las autoridades lo encierran en un psiquiátrico del que solo escapa cuando los siniestros científicos a cargo mueren en otro accidente. Para buscar respuestas Superman busca a un científico amigo de su padre, pero en el laboratorio, por accidente, activa una máquina que desencadena una catástrofe en la ciudad, destruyendo todo y matando a miles. Superman mismo apenas sobrevive y caminando entre las ruinas y los muertos encuentra a Lyla, también viva tras ver morir a su esposo y sus amigos. Lyla ahora reconoce a Superman y continúan su romance. El enamorado dice que jamás amó a nadie como a ella y para demostrarlo rompe sus fotografías de Lang y Lane. Se besan en paisajes desolados y entre espejos. Encuentran una nave con la que planean regresar a la Tierra, pero accidentalmente activan el sistema global de defensa del planeta, ocasionando explosiones y bombardeos que matan a absolutamente todos. Solo sobreviven los dos amantes, pero ella no le da mayor importancia a la masacre. Superman le reprocha su comportamiento pero la discusión termina cuando una última explosión mata a Lyla. El héroe, poseído por la furia, destruye todo a su alrededor y acepta que merece la muerte por haber causado tanta ruina. Solo entonces una grabación holográfica de Jor-El le hace saber que se encuentra en una réplica de Krypton donde todos los habitantes eran androides. El propio Jor-El había diseñado el proyecto, usando este duplicado como señuelo para atraer y destruir a invasores que querían conquistar Krypton. Tras la muerte del planeta original, el otro vaga por el espacio, y ahora, tras el impacto de la catástrofe global desencadenada por Superman, ya no se dirige a la Tierra, sino que está por colapsar contra su sol rojo. El héroe escapa en una última nave espacial. Otra vez en Metropolis, Kent, melancólico, piensa en lo mucho que extraña a Lyla de Krypton II, aun siendo ella un androide.
Esta idea de un Krypton artificial ya había sido propuesta por Binder en una historia dibujada por Plastino para Superman #150 (1962), donde es el héroe quien junto a Supergirl y su perro Krypto construye, en un planeta desierto, una réplica habitada por androides, solo para poder abrazar a sus padres y regresar allí cada año a conmemorar la destrucción. No es una historia menos perturbadora que la otra.
XXI. Post-Weisinger. Siegel dejó de trabajar para DC en 1966, cuando la compañía supo que estaba preparando una nueva demanda judicial. El mismo año, en el curso de una renovación en la imagen de la marca Superman, Boring fue despedido. Kaye había dejado su labor de entintador en 1962 para irse a trabajar a la empresa familiar de su suegro. Finger y Binder, junto a otros escritores, fueron despedidos en 1968, cuando DC supo que querían organizarse sindicalmente para reclamar beneficios y jubilación. Weisinger, habiendo hecho fortuna, se retiró en 1971.
Hoy casi nadie lee aquellos comics, la mayoría de los cuales nunca volvieron a editarse o están fuera de circulación desde hace largos años. Los lectores actuales, incluso los habituados a las historietas, no suelen tener paciencia con esos relatos extraños ni con sus severas incongruencias narrativas, así como tampoco encuentran belleza en los dibujos de Boring. Sin embargo, medio siglo más tarde, los muchos fantasmas de Superman parecen más íntimos al común de los hombres, quienes sin haber ganado las fuerzas titánicas del héroe sí comparten sus inquietudes. Son las de alguien que no es enfermo, deforme, pobre ni minoría sexual o racial, que prácticamente jamás es perseguido por la violencia legítima de las autoridades, que nunca fue abusado, que dispone de recursos inimaginables para la humanidad anterior, que es relativamente libre de seguir los problemas que se plantea a sí mismo y que tiene el buen afecto de otros. Aquellos entre los humanos que no se perciben como víctimas ni como victimarios, encuentran estremecimiento ante los fantasmas de lo que no existe, las duplicaciones de lo que sí y una catástrofe absoluta que está en el horizonte sin nunca ser contemplada como actual.
Este Superman, junto a obras con las que es estrictamente contemporáneo, como Naked Lunch, The Gutemberg Galaxy, las novelas de Philip K. Dick y el estructuralismo, es uno de los documentos fundacionales para unas ciencias del espíritu que asisten a la emergencia de las condiciones habilitantes para un fin próximo de lo humano. La hazaña de Superman es continuar siendo un hombre bajo el acoso de los fantasmas y al borde de la extinción. ¿Cómo se comporta un relato, una ficción, un fragmento o una identidad que pierde su mundo de referencia y se enfrenta a un silencio pleno o es sobrescrito repetidamente? ¿Superman es el primer superhombre o el último hombre?
Todas las mejores historias de Superman de la era post-Weisinger vuelven sobre su universo de fantasmas. La célebre “Whatever Happened to the Man of Tomorrow?” de 1986 (Superman #423 y Action Comics #583), escrita por Alan Moore y dibujada por Swan, es weisengerismo explícito. Más todavía la magistral “For The Man Who has Everything” escrita por Moore y dibujada por Dave Gibbons para Superman Annual #11 (1985). ¿Y qué decir del Supreme de Alan Moore de 1996-2000, o del All-Star Superman de Grant Morrison y Frank Quitely en 2011? Los lectores de esos comics habrán reconocido muchas de las cosas aquí comentadas. Incluso algunas de las mejores historias del período glorioso de Superman entre 1986 y 1993, bajo la edición de Mike Carlin, son variaciones de aquellas viejas aventuras, a veces de manera muy directa, como Superman #12 de 1987, donde John Byrne, en guión y dibujo, vuelve a contar, casi literalmente, la historia de Loris Lemaris dictada por Finger, Siegel y Boring. “The Supergirl Saga”, “Tin Soldiers”, la saga del exilio, “The Day of the Krypton Man”, “The Devil Factory”, “The Death of Superman” y “Reign of the Supermen”, obras de Byrne, Jerry Ordway, Roger Stern, Dan Jurgens, George Perez, Kerry Gamill, Breet Breeding, Jon Bogdavone y otros notables, son actualizaciones de los fantasmas que acosan y desgarran la condición humana del héroe. ¿Superman es quien vence a la alienación o, al contrario, el Atlas que la carga en todas sus formas?
Weisinger, en su retiro, confesó que en sus años de editor lo torturaba a veces identificarse demasiado con Superman. Boring, en 1984, dijo que su mayor miedo era ir al infierno y encontrar a Weisinger a cargo. La identificación del editor claramente no tenía que ver con el elevadísimo sentido moral del héroe. Hasta el más malévolo y mediocre oficinista puede identificarse con el hombre más perfecto ideado por la cultura de los últimos cien años. Tal vez se debe, al menos en parte, a que aquellas historias notables son obra de oficinistas poseídos por furias y frustraciones. Sin embargo Moore, Byrne, Ordway, Jurgens y Morrison, lejos de conocer un régimen de trabajo sádico y miserable, siendo incluso estrellas, ganando mucho dinero, obteniendo reconocimiento artístico y contando con el culto de sus admiradores, hicieron el mismo tipo de comics. Tal vez tiene que ver con que no existe mejor laboratorio para pensar la impotencia que el hombre más poderoso del universo. Su piel detiene las balas y sus manos doblan el acero, pero los fantasmas cruzan todo y no pueden agarrarse.
Es muy difícil decir qué son los fantasmas, sin embargo nuestra época está crecientemente inclinada a confesar, luego de grandes escepticismos, que ellos o bien existen o bien interrumpen lo existente. Investigaciones contemporáneas como la hauntología de la cultura de Mark Fisher o, en especial, el trabajo filosófico de Fabián Ludueña Romandini concentrado en la saga La comunidad de los espectros (que ya cuenta con tres volúmenes y anuncia venideros), son tentativas profundas por entender esos fenómenos y esas convivencias. Aquí nos hemos limitado a comentar algunas historietas que, leídas en conjunto, provocan un efecto que no podemos definir y es extremadamente familiar. Los comics de la era Weisinger son hoy tanto o más actuales que en 1960, incluso siendo más ilegibles (o gracias a).
Un mundo de últimos kryptonianos, donde aunque el metal todavía brilla y los cuerpos todavía danzan, cada uno sabe que la destrucción de todo ya tuvo lugar. En la ciudad de madrugada, en un aeropuerto, en una autopista, en un ascensor, en una fiesta, en una habitación oscura donde titila una pantalla, estamos de regreso en el mundo que ha explotado.
[1] La idea de la kryptonita ya había sido propuesta por Siegel en un guion de 1940 que fue rechazado.
Rodrigo Oscar Ottonello. Sociólogo, autor del libro La destrucción de la sociedad. Política, crimen y metafísica desde la sociología de Durkheim (Buenos Aires, 2016)”
Un ensayo excelente. Este fue mi primer Superman y subscribo con nostalgia sus datos y opiniones. Felicitaciones!