Por Diego Labra
El 26 de abril de 2019, sin fanfarria alguna y mediante un posteo en su página oficial de Facebook, se informaba que la revista Fierro dejaba de salir junto al diario Página/12 luego de 13 años prácticamente ininterrumpidos. Terminó así su “tercera época”, que en realidad era más bien la “segunda punto cinco”, con mucho de la estética y el personal que se venía construyendo desde el 2006, pero con dos grandes diferencias: la cadencia trimestral y la ausencia de Juan Sasturain, histórico editor de la revista desde su versión original, allá por 1984.
Desde su aparición “la Fierro” se había constituido como el epicentro de la escena local, una centralidad que sumariamente se reconocía en su subtítulo: “La Historieta Argentina”. En su relanzamiento en el siglo XXI, la revista supo alimentarse de, y potenciar a, una nueva generación de autores que difundían sus trabajos mediante fanzines, editoriales autogestionadas y, novedosamente, la red de redes, siendo el ejemplo más representativo de ello el blog Historietas Reales. Muchos de los autores más reconocidos de la actualidad (Ignacio Minaverry, Salvador Sanz, Lucas Varela, Fernando Calvi, Juan Sáenz Valiente, Ángel Mosquito, Federico Reggiani, Diego Agrimbau, y sí, son todos tipos), pasaron por la publicación, utilizándola como plataforma de despegue. Una suerte de relación simbiótica se formó en la industria, en la cual Fierro se nutría del talento independiente que venía germinando por fuera de sus páginas, los autores ganaban reconocimiento y mayor difusión gracias a la publicación, y las editoriales indie se beneficiaban editando en formato libro obras ya serializadas y, por lo tanto, con mayor perfil entre los consumidores de historieta nacional.
No es de extrañar entonces que la noticia de la discontinuación corriera como un reguero de pólvora, haciéndose eco en entradas de blogs especializados y posteos en las redes sociales de dibujantes, escritores, editores, académicos, comerciante del rubro y “gente del palo”. En el portal Comiqueando Online, continuación por otros medios de la revista fundada en 1994, su editor Andrés Accorsi, reconocido periodista de historietas, se limitó a comunicar sucintamente “el fin de Fierro” copiando y pegando el comunicado compartido en la página de Facebook el día anterior. Lo que sí, no se privó de agregar debajo una pequeña, pero contundente bajada: “Pensalo así”, escribió, “Fierro nació con Alfonsín y desapareció con Menem. Volvió con Néstor y ahora se va al descenso con Macri. O sea, si sos fan de la historieta y del neoliberalismo, hacete ver: quizás tengas un tumor fecal en el cerebro”.
La sentencia de Accorsi hizo las veces de una invitación al debate, que se desarrolló de manera activa durante los siguientes días, debajo en los comentarios. “Pilomero”, quien tiene como avatar el smiley ensangrentado de Watchmen, condensa en una sola oración el espíritu de la discusión: “Me gustaba más [Fierro] cuando se comentaba de comics y cero política”. En una esquina, “Bazillusgg”, el Usagi Yojimbo de Stan Sakai, defiende los editoriales “explícitos” de Sasturain, “kirchnerista” al igual que “un porcentaje significativo de la población”. “¿Toda manifestación política es una bajada de línea?”, se pregunta, y se responde a sí mismo afirmando que “pensar el arte como apolítico es infantil, y es peligrosamente conservador. Estoy tratando de pensar en alguna historieta apolítica que haya leído en mi vida… y no me sale ninguna”. De la vereda de enfrente, “Arturo_Despistado”, imagen de la Enterprise del ’66, afirma que “pensar el arte como apolítico ni es infantil ni es peligrosamente conservador. Es simplemente realista, una historieta sin pretensiones determinadas no es infantil en absoluto. Mejor aún, permite ser tomada como ejemplo por una y otra parte, interpretada y reinterpretada en más de una ocasión. Y por eso no envejece”. En todo caso, continua, “si te manifestás de una ideología determinada y la volcás en tu profesión, ya sea artista o editor responsable, tenés que asumirlo hasta el final”.
A pesar del tono antagónico de la sección de comentarios, resulta interesante que el intercambio parte de dos consensos. Primero, que Fierro no solo fue una revista “politizada”, e incluso partidaria, por asociación extendiendo el mote a “La Historieta Argentina” con mayúsculas, sino que hizo de ese hecho una parte importante de su propuesta editorial. Segundo, que la relación entre política e historieta puede problematizarse, someterse a debate.
Cualquier análisis sobre el tema debe partir del hecho que la historieta es una producción cultural hecha por personas en sociedad y, por lo tanto, necesariamente posee una dimensión política, que es innegable e imprescindible para comprender el objeto en cuestión. Dicho esto, es posible observar que cuando la crítica y las ciencias sociales argentinas se alejan de lo puramente estético en la discusión sobre el medio, aparecen especialmente parciales a las lecturas políticos, destacando por sobre otros factores la filiación de los autores y la coyuntura histórica política en los que estos fueron producidos. Por ello mismo se escriben tesis doctorales sobre Fierro y SexHumor, pero no tanto sobre El Tony e Intervalo, se releen las tiras Mafalda y no las de Patoruzú, y en el centro del canon se ubica a una lectura profundamente política de El Eternauta, algo quizás inevitable debido a la vida (y desaparición) de Héctor Germán Oesterheld.
Desagregando las afirmaciones de los usuarios que intervinieron en el debate virtual, la relación entre historieta y política aparece como problemática de dos maneras diferentes. Primero, como trasluce en los comentarios citados arriba, lo político se discute como una dimensión narrativa y estética en las obras. Aunque, mirando más detalladamente, es posible concluir que la manzana de la discordia entre los usuarios del sitio web no es, per se, la lectura política de la historieta como una dimensión del objeto artístico, sino lo que consideran una innecesaria filiación a los menesteres de la política coyuntural e inmediata. Por eso mismo, en oposición a la defensa de “Bazillusgg” de los editoriales de Sasturain, “Arturo_Despistado” se siente cómodo utilizado como ejemplo de historieta “apolítica”, “sin pretensiones determinadas” y que pueda ser “tomada como ejemplo por una y otra parte”, a El Eternauta de 1957 (pero no tanto el de 1969). Es decir, lo político en disputa aquí se ubica en un espectro que va de lo tolerable a intolerable, siendo la inclusión de narrativas y conceptos fácilmente identificables como propias a una ideología política partidaria específica el cruce de la frontera entre lo primero y lo segundo.
Siguiendo esta lógica, podemos suponer que este lector no tiene un problema con la saga de Dora, escrita y dibujada por Minaverry, cuyas primeras tres partes (20.874, Rat-Line y Próximo Año en Bobigny) aparecieron originalmente en Fierro, a pesar de que esta es una obra profundamente política en su exploración de las secuelas del Holocausto y la continua injusticia de eventos como la guerra en Argelia. Incluso, cuando no es muy difícil establecer una conexión directa entre la pública simpatía política del autor y una narración embebida en la cuestión de los derechos humanos y la búsqueda de castigo a quienes cometieron crímenes de lesa humanidad. Probablemente sí le disgustarían los últimos ejemplares de la revista, donde se publicó una historieta/collage peronista realizada por Pedro Saborido y Juan Soto, y Yanara, una aventura posapocalítica concebida por Gabriela Cabezón Cámara, Carolina Cobelo y Emilio Utrera, que termina con una Evita ectoplasmática gigante condenando a Mauricio Macri, María Eugenia Vidal y compañía a los rigores de la vida del proletariado del conurbano bonaerense.
En todo caso, resultaría difícil refutar la observación de “Arturo_Despistado” de que la fuerte marca de política de Fierro restringió el lectorado prospectivo, dentro de lo que ya es de por sí un reducido público que consume historietas y está dispuestos a pagar ellas en tiempos de descarga directa. “Kid Marvelman”, de avatar vacante, interviene con un rumor según el cual, además, la línea ideológica de la revista era un factor en la selección editorial. “Un amigo mío que publicaba ahí de los autores de primera línea”, comienza el comentario para darle autoridad a los dichos, “me dijo que te daban páginas conforme a la tendencia política que tenías”. “Arturo_Despistado” le da la razón, subrayando que “no por nada Liniers, poco amigo de los K, casi ni apareció en la revista, mientras que Diego Parés tuvo todo el espacio del mundo para el Sr. y la Sra. Rispo. Algo de eso hay…”.
El caso de Liniers, a quien pocos dudarían en reconocer como el historietista argentino más exitoso de las últimas décadas, es un caso interesante para pensar a través del prisma del debate de la política y la historieta. El artista y crítico Rodrigo Cañete, artífice de una infame entrevista al dibujante, lo ataca regularmente en su blog justamente por no ser autor de una obra política. “No creo estar siendo original al decir que Liniers es un sinvergüenza por su militancia a favor de ignorar la realidad y aferrarse a una ficción humanista que naturaliza los términos de su exclusión criminal”, afirmó en un posteo reciente. Sus historietas, continua, “oscilan entre, por un lado, el ser funcionales a la tabula rasa neoliberal representando escenas de ironizada y banal simplicidad que siempre remiten a un repliegue del individuo sobre sí mismo”, y por otro, “algunos momentos de alto perfil de sus historietas ocurren cuando quiere subirse a una ola de corrección política liberal y de corte eminentemente internacionalista”.
Como denota la lectura de Cañete, bajo ninguna perspectiva “Macanudo” es una historieta que escape a ser leída de manera política, pero si es una que se presenta como “apolítica” y, por ende, universal. En este sentido, su ausencia en Fierro quizás tuvo menos que ver con que desde sus páginas se promulgaba una ideología política diferente a la propia del autor, que con el hecho que aparecer en una revista ampliamente percibida como “politizada” podría romper el hechizo de su “apoliticidad”. Parte de un appeal comercial que cruza a ambos lados de la “grieta” con una gracia que muchos políticos desearían poder emular, interpelando por igual a la chica militante del pañuelo verde y al oficinista de zona norte que siente, al igual que Enriqueta y Fellini, que sus sueños son más grandes que su realidad (de clase media alta).
Mas solapado en los comentarios citados se encuentra otra arista de la cuestión de lo político y la historieta: la relación entre la publicación con el Estado y el gobierno de turno, que en el caso de la Fierro se condensa en el problema de “la pauta”. El comentarista “Sucubo” argumenta que “si fuera una pauta partidaria estaría todo bien porque la paga el partido”, pero que el “problema es cuando la pagan el estado” y “solo llega a los amigos del gobierno”. Esto, en su opinión, es una “forma de direccionar a la prensa y cortar (sic) la libertad de expresión”. “Que los que están ahora lo hagan”, se cubre, “no quiere decir que antes hubiera estado bien”. “Arturo_Despistado” concuerda, y critica a Sasturain por echar completamente “la culpa de que dejara de ser mensual” a “Macri y sus aumentos”, insinuando que el cambio de periodicidad entre la segunda y la tercera época en realidad fue producto de la pérdida de la “pauta” estatal. “Bazzilbug” desacuerda con ambos, y ofrece un contrapunto. “Quejarse de que una publicación de historietas (o de cualquier otra forma de arte) fuera sostenida económicamente por una hoja de pauta, y omitir el dato de que esa pauta durante mucho tiempo fue parte de una campaña de denuncias contra la violencia doméstica, o de campañas vacunatorias, y cosas así (no recuerdo ninguna pauta partidaria ni de propaganda), es parte de ubicarse en la perspectiva de que la producción cultural debe ajustarse al modelo mercantilista, y si no, joderse”.
La discusión acerca de la subvención de la industria cultural por parte del Estado excede sobradamente lo que pueda decirse sobre Fierro, e incluso la historieta como medio. En los últimos años se ha debatido lo mismo en el caso del cine y la televisión pública o privada, e incluso se desarrolla con argumentos casi calcados en países primermundistas. Para atacar la idea del patronazgo estatal se suele primero recurrir (como los links atestiguan) a acusaciones de corrupción y malversación de fondos, lo cual aparece en los comentarios en la denuncia de que la “pauta” se reservó a “los amigos del gobierno”. También son comunes las interpelaciones del tipo de “para qué sirve gastar plata para que se produzcan cosas de mala calidad” y “es un desperdicio de fondos en algo que no sirve para nada”. Ambas interjecciones fáciles de desmontar con ejemplos que prueban lo contrario, sea el caso del prestigioso y ultraprotegido cine francés o el éxito comercial global del K-Pop, beneficiado desde 1999 por legislación que asigna por lo menos 1% del PBI a la inversión en la industria cultural. Mas un punto interesante que amerita ser discutido es aquello que “Súcubo” señala directamente cuando escribe que, incluso “sacando de lado el tema del reparto de la pauta oficial” o, mejor dicho, precisamente por la cuestión de la “pauta”, el problema real de Fierro fue que la “publicación no era capaz de sostenerse sin ella”. Es decir, el telón de fondo es la cuestión del mercado.
El mercado es un tema tanto tabú en los círculos académicos y de la crítica, especialmente en el contexto de una discusión sobre la subvención estatal a la industria (probablemente por miedo a “hacerle el juego a”). Pero también es una discusión necesaria en cuanto nos obliga a pensar la producción cultural desde una perspectiva desde la cual se reflexiona poco: ¿Qué es lo que quieren los consumidores, en este caso, los lectores de historieta?
No hace falta que detalle aquí cómo una parte considerable de la demanda de productos culturales en nuestro país es absorbida por obras extranjeras, pues existen bibliotecas enteras sobre el tema del imperialismo cultural y el soft power. Esto es particularmente cierto en el caso de la historieta, que se encuentra en una desventaja marcada al enfrentar la difusión que logran los personajes de comic norteamericano gracias al cine y los del manga gracias al anime y los videojuegos. Pero desde Los Simuladores hasta Relatos Salvajes, también sobran casos que prueban que el consumidor no solo elige, sino que prefiere productos nacionales más afinados a su propia idiosincrasia, siempre y cuando estos estos apelen a su paladar. La posible potencia de la producción argentina es ejemplificada con el mayor fenómeno de la industria cultural vernácula de los últimos treinta años, de seguro nunca citado por prurito estético e ideológico: el imperio teen de Cris Morena. Sus ficciones no solo entretuvieron varias generaciones de argentinos logrando ratings altos, teatros llenos y cientos de miles de discos vendidos, sino que prácticamente todas las estrellas contemporáneas de la televisión y la música argentina salieron de ellas. Incluso antes de su alianza estratégica con Disney ya exportaba sus formatos al extranjero y sacaba de gira a sus teen bands a todos los rincones del planeta.
Al traer a colación este caso no estoy argumentando que la historieta argentina deba replicar el modelo de Casi Ángeles/Teen Angels, pero no por preocupaciones estéticas, sino porque la realidad del mercado actual demuestra que quienes editan hoy la producción nacional no son los grandes grupos con un capital equivalente a una productora de televisión, sino pequeñas operaciones independientes, en muchos casos autogestionadas por los mismos autores (aunque si bien podría tomar nota de la potencialidad del mercado adolescente). Lo que sí me interesa destacar es que es posible afinar la producción de la industria con la demanda de los consumidores para generar un circulo virtuoso que beneficie a ambos, o que cuanto menos sería posible intentarlo. Incluso creo que sería posible hacerlo con altura, sin recurrir a estrategias burdas como ilustrar aventuras fantásticas del youtuber famoso de turno.
La falta de comunicación entre la demanda del público y la oferta editorial es uno de los puntos que más se critica en la mentada sección de comentarios, e incluso es un punto que aparece consensuado. Además de quejarse de la “calidad espantosa” de la colección “Continuará…”, editada como complemento, “Arturo_Despistado” arremete contra el formato de la misma revista. “[L]o que la fue matando de a poco fue la poca visión para explotar más sus posibilidades, publicando de a dos o cuatro páginas muchos de los trabajos que pudimos leer ahí… o haciendo saltos en la publicación durante dos o tres números. ¿Quién aguanta eso hoy en día?”. Por apegarse a “emular a la Fierro de antaño”, continua, se perdieron la oportunidad de experimentar otras posibilidades, como “haber sacado más números dedicados a una sola historieta y así aumentar las posibilidades de atraer a un público que cada vez visita menos los puestos de diarios”. “Súcubo” concuerda, argumentando que “el medio de distribución de una historieta nacional”, primero “publicar en Fierro” y luego “en libro teniendo amortizado el costo con la revista”, es un modelo “perimido” en el mercado europeo, donde “se impuso el modelo de album sobre las publicaciones de kiosko (sic)”. Si tenemos en cuenta que probablemente la mayoría de los lectores de historietas sub-35 entraron al medio a través del manga, incluso esta discusión del álbum a lo Astérix atrasa.
La selección de autores publicados también es motivo de clamor, siendo señalada en particular la fijación por darle lugar a autores que provenían de la primera época de Fierro como El Tomi o a J. C. Quattordio, a quién “Arturo_Despistado” caracteriza como “uno de los colaboradores más puteados incluso desde Comiqueando”. La crítica a la nostalgia del plantel editorial, quizás motivada esta por la lealtad a los artistas de la versión original, es un punto que fue mejor expresado por la historietista Paula Suko (Sukermercado) en una entrevista realizada en este mismo sitio. Al preguntársele por su relación con la historieta nacional, ella recordó que su reacción al leer la revista durante su adolescencia fue pensar “¿Quiénes son todos estos señores?”. En el país donde Dragon Ball lleva más espectadores al cine que Spider-Man y muchas de las mujeres que leen historieta crecieron soñando con ser una Sailor Scout ¿Lo mejor que se puede ofrecer es el “erotismo” de El Tomi, que ya para 2006 había envejecido mal?
Quizás la pregunta a la que esto conduce es, ¿Para quién era “la Fierro? ¿A quién se destinaba “La Historieta Argentina”? Los lectores que crecieron con los clásicos nacionales en los años ’50 y ’60 podríamos pensar opinan como el usuario “guillermo_Arena”, quien rescata “apariciones de Carlos Nine, Mandrafina, Giménez y algún otro”, pero en general opina que esta nueva época “no es ni la sombra de lo que era la Fierro del 1er período”. Consumidores de la historieta argentina contemporánea como “Arturo_Despistado” y “Súcubo” prefieren evitar la tortuosa espera de las dos páginas mensuales de cada historia y comprar directamente el libro con la obra completa. Jóvenes lectores, en particular mujeres que se iniciaron leyendo manga, bien podrían reaccionar igual que Sukermercado.
La columna sobre la historia de la historieta que escribía en la revista Laura Vázquez, así como los diferentes ejercicios de reflexión histórica del medio y cruces con la literatura argentina canónica del siglo XX que se llevaron adelante a lo largo de los años en la sección “Picado Fino/Grueso”, demuestran que la nueva Fierro fue una revista de “la historieta argentina”, pero quizás más fue una revista sobre “la historieta argentina”. Por esto quiero decir que el lector implícito de la publicación era alguien que formaba parte de la clase universitaria/intelectual y que tenía un interés erudito en la historieta argentina, el cual incluía leer una buena historia bien narrada mediante dibujos, pero que también iba más allá, encontrando goce en la reflexión metalingüística sobre el medio. Es decir, el consumidor a quien destinaban la publicación los editores y escritores eran ellos mismos, a quienes “Arturo_Despistado” cataloga como “una elite de lectores”. Un público que, indican las circunstancias, no tiene el volumen suficiente para garantizar la continuidad del impreso únicamente con la fuerza de las ventas, especialmente en tiempos de crisis económica aguda y sin apoyo institucional.
¿Y ahora qué pasa? ¿Adónde va a parar “La Historieta Argentina” que se quedó sin su epicentro después de 13 años? ¿Podrá la industria sobrevivir la crisis? ¿Es posible que el medio reclame aunque sea una porción de ese lugar central que gozaba dentro de la dieta de consumos culturales en su “edad de oro” hace 70 años? ¿Se puede plantear como objetivo capturar ese público lector que consume regularmente las colecciones de superhéroes que edita Salvat en los quioscos de diarios, o que compra decenas de series de manga simultáneas?
Por suerte, la industria se muestra vital, desde la buena calidad y la constancia de la oferta de las editoriales más relevantes del rubro a iniciativas innovadoras que buscan hacer pie entre los lectores que solo leen en medios digitales. La producción con “estilo manga” aparece como una incógnita. Mientras que en países como Francia y Alemania la producción de manga local se convirtió en un pilar de las editoriales, en Argentina ni siquiera Ivrea ha podido instalarlo entre sus consumidores fieles, fracasando las varias veces que intentó. Esto no quita que no exista una escena local, con editoriales autogestionadas por autores que producen para un público propio. Aunque suene a soñar despierto, comparando con otros mercados exportadores aquí hace falta un poco de sinergia con otros medios, especialmente audiovisuales. Por supuesto que una serie de streaming sobre una historieta argentina parece imposible (la producción de El Hipnotizador de HBO parece haber pasado y desaparecido sin dejar rastro), pero quizás recorrer el camino inverso podría ser posible ¿Quién no compraría una continuación canónica de Los Simuladores en formato historieta, al modo de las temporadas de Buffy, La Cazavampiros editadas por Dark Horse?
Por lo pronto, el caso de editorial Ivrea parece encapsular todas las contradicciones del mercado de historietas argentino hoy. Por un lado, su gran éxito comercial, probablemente el mayor suceso del mundo editorial de historieta en Argentina durante los últimos 30 años, prueba que no solo se puede crear una empresa nacional competitiva al punto de hacerse fuerte en otros países, sino que existe suficiente público local lector de historietas para cimentar ese crecimiento, incluso campeando crisis como la del 2001. Por otro lado, incluso con toda la potencia y el prestigio que tiene la marca entre sus consumidores (y los ajenos también), parece imposible lanzar una línea a gran escala y comercialmente sustentable de historietas producidas por autores nacionales, sea esta en estilo manga o no.
¿Qué es lo que hace falta para que el lector argentino de historietas lea historietas argentinas? Esta es la pregunta que no tenemos que dejar de hacernos.
Diego Labra es Profesor en Historia y Doctor en Ciencias Sociales (UNLP). Incluso antes que el interés por las cuestiones de la sociedad y la cultura, estuvieron las historietas, la ciencia ficción y los videojuegos (probablemente ambos estén conectados). Inició su carrera de grado en la Universidad Nacional de Mar del Plata, y la termino en la Universidad Nacional de La Plata. Siempre que puede escribe académicamente acerca de cultura pop. Además colaboró en el sitio la Broken Face, y actualmente es redactor regular en Geeky.