Ensayo crítico sobre Modus Operandi
Por Gaspar Buono
(Contiene spoilers)
La obra de Karina Maguregui (guión) y Muriel Frega (dibujo), Modus Operandi (Mala Praxis, 2017), puede interesar a cualquiera más allá de la afición a la historieta o al arte en general. Sucede así porque el tema que aborda concierne en potencia a todos, tiene, por lo tanto, una gran pregnancia. También porque su tratamiento está desvinculado de toda expectativa de género. Los códigos de consumo cultural quedan fuera del estímulo directo que el discurso causa sobre algunos de los miedos más concretos y universales que pueden existir: aquellos que se originan por causa de la enfermedad y la muerte.
Lo primero que se me vino a la mente ante la perturbación que produce la lectura son todas las historias de mala praxis, necedad e incompetencia médica que conozco. Un niño al que iban a matar en una temprana operación por un problema que se solucionó tan solo con el paso del tiempo; una vieja de ochenta años que se le deshacen los huesos por el cáncer, pero no le dan morfina porque “se puede acostumbrar”; una mujer a la que le extirpan la pierna equivocada, etc. Cada quien recordará sus propias historias de terror médico, pero es “mejor no pensar”. Le puede pasar a cualquiera. La de esta historieta te enfrenta con la arbitrariedad, la negligencia y la falta de humanidad con la que se maneja el sistema de salud. Esto es lo que llama la atención, lo que es insoslayable señalar cada vez que se dice algo al respecto. Para muchos el tema resulta duro, con una carga emocional desequilibrante; esto lo pone en la superficie del discurso y, a su vez, eclipsa otras dimensiones de sentido menos evidentes y más abstractas.
Modus Operandi no es una historia, casi no hay narración. Es, en todo caso, exigua. Ángela, la protagonista-paciente, sufre y muere. A eso se reduce el relato. Los diez capítulos que conforman la obra son núcleos conceptuales, diez aspectos de la situación retratada. Algunos son descripciones del padecimiento ya sea perceptual, emocional o existencial. Otros son una consideración filosófica de los hechos. En ambos casos comienzan con un texto introductorio y continúan con una representación onírica o metafórica de la realidad ficcional que termina por cristalizarse en una idea que queda inscripta al final de cada capítulo en una breve sentencia escrita. En estos casos las palabras reciben un significativo tratamiento gráfico (comenzando porque es lo único que esas páginas contienen) y cobran, por ende, una relevancia visual equivalente a la del dibujo. Este énfasis en el valor visual del texto acentúa también el valor relativo de su sentido en la lectura del conjunto: cada una de estas afirmaciones se presenta como la síntesis conceptual de lo expuesto, o como su sentimiento primigenio, en algunos casos.
Vale la pena extenderse un poco sobre la representación gráfica indirecta casi constante (lo que se muestra es una versión no literal, sino en sentido figurado, de lo que “en realidad” es), que antes mencioné como “representación onírica”. Los médicos son amenazantes espantapájaros, los instrumentos quirúrgicos sierras y rastrillos, la habitación un decorado, “lo que vive” dentro de Ángela es una mariposa cuyas alas están sujetas con alfileres, lo que todavía sobrevive dentro de otro paciente moribundo (cuando se masturba) se ve como un pene gigantesco y erecto en llamas por el cual puede escapar al cielo. La dimensión horrorosa de la medicina es revelada mediante una continua metaforización hiperbólica. Sucede lo mismo con la forma en que se muestra la resistencia de la vida. El hecho de construir la mayor parte del aspecto visual de su diégesis a través de figuras retóricas aplicadas sobre la imagen es una curiosa maniobra para un testimonio que no deja de ser realista.
Al sumar el carácter argumentativo del guión más la cualidad metafórica de la imagen se puede advertir que la modalidad poética de la obra consiste en un mecanismo de abstracción semántica que actúa sobre un evento particular. A nivel literario, la experiencia concreta de Ángela como interna de terapia intensiva es comparada con la de las vacas en un matadero y con unos criminales que son sacrificados en beneficio de su rey. Lo que se abstrae es la posición de sometimiento de los pacientes y los ejecutados como parte de una intencionalidad que subyace a las instituciones. A nivel visual, la monstruosidad y frialdad de los médicos, que se mueven como criaturas acechantes y tienen miradas brillantes y destructivas como las del T-800 de Terminator, es lo que permite relacionarlos con un sádico empleado del frigorífico o, en definitiva, con cualquier agente disciplinario que dispone de los cuerpos ajenos siguiendo una agenda propia. Abordar el tema de la crueldad médica institucionalizada con estos procedimientos configura un funcionamiento enunciativo que tiende a resaltar una segunda capa de sentido. El tema tratado en su dimensión fundamental ya no es el sistema de salud sino el poder que lo sustenta, así como la inequidad de capacidades que le es intrínseca (por ejemplo, la imposibilidad para muchos de decidir sobre sí mismos en relación con la efectiva imposición de un control externo). Llegamos entonces al corazón de la obra, su modalidad filosófica. No es un atributo que esté para nada disimulado, de hecho, está subrayado por la cita final de Michael Foucault: “El cuerpo humano es el lento resultado de acciones artificiales y represivas que incesantemente le imponen las tecnologías incluso las funciones vitales, la sexualidad, la enfermedad y la muerte son factibles de ser sometidas a manipulaciones médicas, económicas y políticas, es decir, a unos procesos de control”.
Son varios los capítulos que se centran en hacer un señalamiento del carácter sistémico de la producción de sufrimiento. El primero es “Los espantapájaros”, en el que los médicos se definen como “vigilantes de la soberanía orgánica” con “relojeriles capacidades” y son “definitivamente diferentes” al resto de la humanidad. Se muestran como los encargados de la represión directa, son parte de una maquinaria y se comportan de esa manera. La sin razón de su conducta responde a otro tipo de racionalidad, una pragmática, deshumanizada y enfocada en su tarea específica dentro de la cadena de producción. Ya se aludió al capítulo llamado “El rey francés”, en este, un monarca con problemas en el ano manda a ejecutar treinta presos para que el médico pueda experimentar en ellos y así encontrar la solución. Ángela se pregunta: “nosotros… ¿los criminales de cuál rey seremos?”. Es la segunda parte y ya aparecen formuladas con claridad las implicaciones de entender al sistema de salud como un laboratorio: funciona en beneficio de alguien más. También se ha mencionado el capítulo de “Las vacas”, que relata cómo se torturan a estos pobres animales en un matadero. El sadismo no es expuesto como una perversión del sistema, sino como algo que le es propio. La analogía con los enfermos es tan cruda que termina en un insulto liberador: “Cabrón”. Por último, la declaración más contundente sobre la gestión del dolor por parte del poder es la que cierra el libro, luego de que la protagonista muere, vejada y destruida, la correspondiente frase nos dice: “Sí, hace falta justicia”. Otra vez, se afirma que hay un culpable, alguien que propicia la situación. La justicia (o su ausencia) no es una noción aplicable al destino incondicionado, la suerte o la contingencia, sino que refiere a una diseñada distribución desigual de derechos, obligaciones y potestades entre los sujetos. En términos de Jacques Rancière, lo que denuncia Modus Operandi es la posición determinada e inamovible que el orden policial le asigna a todos. Cada uno cumple su rol, porque eso es un sistema, un conjunto en el que la posición de cada integrante es relativa a la de los demás. Los espantapájaros “escarban”, “arrancan” y “tironean” el cuerpo de Ángela con toda autoridad, están en posición de hacerlo tal como el matarife le puede pinchar los ojos a las vacas, solo porque tiene esa atribución. Las vacas y Ángela, en cambio, están en posición de aguantar hasta ya no poder hacerlo más, a eso se reduce su capacidad volitiva, si es que se le puede llamar así.
Es significativo que a lo largo de la obra no se trata al dolor físico como el peor de los males que produce este sometimiento. En reiteradas ocasiones se describe la disolución de la conciencia, en cuanto a su difícil inserción en la realidad perceptual y en cuanto a la fragmentación y perdida de la identidad, como la experiencia más trágica e indigna. En relación a lo primero, la conexión de Ángela con su existencia espacio-temporal y con el rango de la realidad compartido colectivamente es muy tenue. Enuncian los bloques de texto: “El escenario comienza a girar… La incidencia de las luces varía, aumenta”, “El esfuerzo por retener mi persona es tan extenuante que en ciertos momentos trastabillo y termino rodando en el escenario de la disolución”, “¿Y ahora? ¿Cuánto tiempo pasó? No tengo noticias de mi fisonomía”, “Pisar las calles nuevamente me causaría una profunda sensación de irrealidad. Todo podría desvanecerse”. Lo segundo es destacado en varias partes, es el argumento central del capítulo “La foto” y del último, “Justicia”. Uno trata sobre como mediante unas sondas los médicos extraen los recuerdos de los pacientes (que tienen soporte en ciertos objetos, tales como una foto), el otro, sobre como con cada órgano que le sacaron a Ángela se fue un pedazo de su historia de vida, de vivencias registradas en su ser, de ella misma. Este proceso de desintegración es lo mostrado justo antes de su muerte, la disolución final, la injusticia absoluta.
Quiero remarcar las consecuencias lógicas de la especificidad de los dos tipos de padecimiento, el físico y el que afecta a la constitución de la consciencia del yo. Dentro de la concepción pseudo-materialista de los dos filósofos franceses traídos a colación (dada su laxa tradición marxista) es fácil entender una manipulación experimental sobre el cuerpo como un recurso natural explotado de manera directa o para investigación. Sin embargo, cuando lo usufructuado de manera organizada es el dolor mismo, la tristeza, la memoria, la personalidad, el miedo, el ego como núcleo necesario para el sujeto, el estado de ánimo y demás ¿para qué sirve y a quién? No es algo que estemos en posición de dilucidar aquí ni tampoco lo hace la historieta. La cuestión es que, una vez identificado el quehacer sistemático de esta índole de abusos, solo se pueden entender en el marco de un sometimiento espiritual generalizado. Lo cual implica que la explotación es también metafísica. Los productos obtenidos resultan ininteligibles si no se consideran más allá del límite de una concepción materialista de la realidad, ya que exceden la esfera de las dimensiones físicas, mentales e ideológicas de la consciencia. El status ontológico del rendimiento asociado a ellos queda en el terreno de lo incognoscible para nuestras actuales capacidades gnoseológicas. Valiéndose de la imginería propia de la obra, se puede decir que el avasallamiento del cuerpo es un medio en el orden de lo físico para alcanzar un objetivo en el orden de lo metafísico: mantener a la mariposa atrapada.
Parece coherente con lo revulsivo de los postulados el hecho de que en la historieta sean expuestos de forma explícita pero no directa, sino mediante metáforas y analogías. Lo cual engrosa la dimensión poética del discurso y los vuelve accesibles. Hay un trabajo cuidadoso sobre la imagen para que estas maniobras funcionen. Una paleta limitada, unos fondos ausentes o abstractos, figuras cercanas al ícono esquemático (pero sin embargo expresivas), son algunos de los factores que benefician la cualidad expositiva del guión. Los hallazgos en el coloreado son muchos: con dos tonos puede darse una iluminación dramática o una equilibrada y sobria; las líneas también son campos de color; el blanco, negro y rojo irrumpen en el capítulo del matadero (son los colores de las vacas y la sangre); la realidad de la calle que excluye a Ángela está dibujada con una técnica de línea clara de trazo blanco sobre el fondo negro, o sea, en negativo. Las complejidades conceptuales, la ruptura temática y las innovaciones formales combinadas con la dinámica ideológica comentada conforman a la obra como una declaración política con una gran potencia estética.
Analizar la ilustración de la portada del libro nos da la pauta de la sofisticación simbólica involucrada, en ella están presentes todos los factores de importancia que lo integran. La silueta formada por el color (que es la que tiene el rostro) representa lo que Ángela era, la imagen de sí misma que ella lucha por retener. El control y la administración foráneas ejercidos sobre el cuerpo se evidencian en las inscripciones de números, letras y líneas. El cuerpo dibujado con líneas muestra cómo quedó, es decir, cómo lo dejaron: flaco, agonizante, mutilado, avergonzado. Las serpientes ubicadas como en el caduceo de Hermes (conocido como uno de los símbolos de la medicina) representan el poder mismo que la rodea y aprisiona cual anacondas a punto de devorarla. El más esperanzador de los detalles es ese cuerpo etéreo con sus perfectas alas de mariposa, inafectado por la opresión y la enfermedad; aunque sustraído de este mundo, ingrávido, transparente, listo para volar cuando pierda los alfileres que el cuerpo físico materializa, quizás fuera del alcance del imperio del dolor.
Gaspar Buono: habitante de la cultura rock, Licenciado en Crítica de Artes egresado de la Universidad Nacional de Las Artes, profesor en el área de artística a nivel medio, ex-alumno de guión de Carlos Albiac, miembro de la Asociación Argentina de Semiótica, investigador en el campo de las historietas y del análisis discursivo, periodista ocasional y filósofo en potencia.