Por Amadeo Gandolfo y Rodrigo Ottonello
R.O.: Tal vez uno de los rasgos comunes de los mejores comics de superhéroes es que pueden ser absolutamente fantasiosos, contando peligros y hazañas imposibles, y a la vez decir algo revelador sobre este mundo que habitamos sus lectores. Bajo esos términos, los runs de Hickman en Fantastic Four (2009-2011), Avengers (2013-2015) y ahora X-Men (en curso desde hace un mes) no solo me parecen los más notables de la última décadas, sino que pueden contarse entre los mejores de la ya larga historia del género, lo cual es mucho decir. Hickman tomó a los tres equipos de superhéroes fundacionales y más emblemáticos de Marvel y logró, con cada uno de ellos, algo nuevo, sorprendente y completamente actual. De hecho el inicio de las tres sagas es similar: los héroes dicen que es momento de pensar en grande. Cada uno de esos universos ficcionales ya era enorme antes de Hickman, con más de cincuenta años de historias acumuladas, y sin embargo este guionista ha logrado que muchos sintamos que hasta entonces no habíamos visto nada, como si se abriera una puerta a dimensiones totalmente desconocidas. El efecto no es solo que crece algo en el comic, sino que ahora sus lectores no podemos ver el mundo igual. ¿Qué es lo que encontramos en Hickman que lo hace tan singular?
A.G.: Hay algo bello y completamente demencial en la forma incrementativa en que funciona la narrativa superheroica. Son capas y capas de historias que están continuamente dialogando entre sí, pero también compitiendo y re-escribiéndose. Uno agarra cualquier personaje mainstream y “es legión, contiene multitudes”. Anda a explicarle a un no-lector de superhéroes los vaivenes de las vidas de esos sujetos ficcionales que han sido re-interpretados y re-inventados incansablemente. En esto, creo, hay una competencia eterna entre escritores. Me gusta pensar la historia del género superheroico como la historia de un montón de tipos (y algunas mujeres) viendo qué nuevas avenidas narrativas se pueden agarrar y qué hacer con esos personajes y esos universos que parecen agotados. (Yo sé que esto es una visión reduccionista del género, que depende, para alcanzar sus particulares variaciones estilísticas, por completo de los dibujantes, ya que los superhéroes son conceptos fundamentalmente visuales, pero banquenme un toque). En ese sentido, creo que lo que encontramos en Jonathan Hickman que lo hace tan singular es que es un escritor que modifica las coordenadas de lo que era esperable y ambicioso en un comic de superhéroes. Me explico: luego de casi tres décadas de un comic de superhéroes, para bien o para mal, moldeado bajo el signo de la invasión inglesa de escritores, con todo lo que eso conlleva (metaficción, retcones audaces, cierto componente poético del lenguaje, sexo, drogas, psicodelia, violencia, amenazas cósmicas) Hickman aparece para, simultáneamente, elevar la vara de lo posible y cambiar ciertas coordenadas. Hickman, por un lado, es un estructuralista nato: cualquiera de sus series está planeada de principio a fin y se beneficia enormemente de una relectura porque las semillas de lo que terminarán siendo los temas y personajes principales son plantadas generalmente en el primer arco argumental. Por otro, abreva en otras influencias que los escritores ingleses: aquí no hay nada de poesía, sino ciencia ficción dura; no hay magia, hay diseño gráfico; no hay metaficción, hay realismo especulativo sobre el futuro de la humanidad. Lo que a mí me sorprende es el equilibrio: no sacrifica a sus personajes en el altar de los engranajes, sino que usa los engranajes para hacer que los personajes brillen, y regalarnos momentos de tal intensidad que no tienen nada que envidiarle a un Gerber, un Wolfman, un Moore o un Morrison.
R.O.: A partir de lo que decís, con lo que coincido por completo, pienso lo siguiente… Desde la década de 1980, y no solo en las obras de los ingleses, también en las Miller, incluso en el Wolfman desencadenado de Crisis on Infinite Earths, los superhéroes se convirtieron en otra cosa (más adultos, más oscuros) a partir del acoso del pasado, luchando contra traumas, olvidos y orígenes en los que pasó a revelarse una turbiedad que antes no estaba manifiesta. Esa dinámica revisionista en buena medida siguió vigente hasta bien entrado el siglo XXI. Usando tus palabras, las nuevas capas agregadas al género eran como cosas desenterradas. Y creo que uno de los primeros en cuestionar esa dinámica y proponer la necesidad de otra cosa fue Morrison, primero con los X-Men y luego con Batman, formulando una nueva pregunta: ¿cómo convertir a los superhéroes, nacidos hacía tanto tiempo, en figuras contemporáneas y en sintonía con un mundo definitivamente distinto al del siglo XX? Aunque apelando al revisionismo (en especial con Batman), Morrison propuso romper con la actitud defensiva y retraída estandarizada en los justicieros enmascarados y ponerlos a ojos de todo el mundo como figuras públicas, íconos pop, estrellas. Pero nadie le siguió el paso y los guionistas que llegaron tras él retrajeron tanto a los X-Men como a Batman a lugares sombríos y claustrofóbicos.
Sobre ese escenario, Hickman cambió la pregunta, dirigida ahora no a saber en qué pueden convertirse los superhéroes en el mundo actual, sino a cómo podrían transformar el mundo y en qué podrían convertirlo. No se trata en este caso, como es clásico en el género, de la salvación del mundo de un peligro para que siga habiendo futuro, sino del diseño y la construcción del futuro. Hickman, en sus trabajos para Marvel, ofrece un salto desde la revisión del pasado a la revelación del futuro. Los superhéroes de Hickman son acosados por cosas que todavía no ocurrieron, por fantasmas y visiones del porvenir. Más allá de sus majestuosas arquitecturas argumentales, que me parecen notables, una de las cosas que más me interesa de Hickman es su comentario sobre lo que podría hacerse con el mundo si se deja de tratar como un dato y se lo piensa como obra.
A.G.: Coincido con tu periodización. Últimamente tiendo a creer, de cualquier modo, que la reacción contra el grim ‘n’ gritty y los superhéroes como canalización de cierta turbidez es casi contemporánea con el inicio de esa variante del género. Pensá que Morrison escribe Animal Man entre 1988 y 1990, ahí al toque de Watchmen y DKR. En los 90s tenés Starman, que es una carta de amor al género y sus raíces, y también tenés momentos luminosos en el Hulk de David. Y la JLA de Morrison, que es puro retorno a la Silver Age e intento de contrarrestar la oscuridad. En 1998 los Avengers de Busiek y Perez. Y ya en 1999 aparece Johns con la JSA que, opinemos lo que opinemos de Johns (y yo creo que se merece una re-evaluación crítica un poco más profunda), es un comic muy lindo y muy reparador de una continuidad vapuleada, al menos en sus primeros años. Lo que sí es cierto es que estos intentos siempre tenían algo de nostálgico. No era una nostalgia, sin embargo, completamente estéril: era una nostalgia creativa, un retorno a los principios morales simples de los comics superheroicos de la Edad de Plata pero con algunas herramientas (de caracterización, de estructura) que les habían brindado los escritores ingleses. “Nunca puedes bañarte en el mismo río dos veces” y todo eso. Además, había un intento muy de nerd de organizar verdaderamente la continuidad. Estoy pensando en DC, sobre todo, pero pareciera que en los últimos años escribir superhéroes es una lucha por dominar, aunque sea por un tiempo, el texto principal, que no es la serie pequeña que estás escribiendo, sino el universo ficcional, pulsante y viviente y siempre fuera de control. Y Morrison, Robinson, Johns o Busiek son trabajadores de ese tejido, de ese emparche sobre el universo.
Creo que, como vos decís, hay algo en los X-Men de Morrison que los hace diferentes: su mirada hacia el futuro, o al menos hacia un presente pop. Por algo es una obra que ha marcado de ese modo a los mutantes, haciendo que durante 15 años todos los runs posteriores fuesen comparados a ella, positiva o negativamente. Con Batman me parece que hace algo más anclado en la nostalgia creativa, pero que sí reconfigura al personaje de una manera más acorde al siglo XXI: el uber-obsesivo, una fuerza mutante capaz de contener multitudes que no falla jamás. En cuanto a la pregunta que alzás sobre quién pudo seguirlo, creo que hubo algunos intentos, de muy buenos escritores que sin embargo jamás parecen obtener el reconocimiento que merecen: Peter Milligan en X-Statix trabajó muchas de las mismas cuestiones que Morrison en New X-Men y Marvel Boy: el héroe como ícono pop, espacio habilitado por la riqueza de la subcultura mutante que Morrison estaba construyendo. Y, por otro lado, Joe Casey en Wildcats se metió con los superhéroes como corporación y como marca.
Lo curioso es que Hickman no es, necesariamente, menos nostálgico ni está menos preocupado por la continuidad. Todas sus historias en Marvel, como tantas de sus antecesores, son reorganizaciones y podas de la continuidad. Pero, sin embargo, en su obra el futuro aparece como una urgencia. “Solve everything”, “Get bigger”, “While you slept, the world changed”. Son todos imperativos, obligaciones y, en el último caso, una constatación que da vuelta el lugar común de “El Sueño de Xavier”: no hacía falta tener un sueño, hacía falta actuar sobre la realidad. Los que debían dormir eran los otros. En los comics de Hickman, para Reed Richards, Tony Stark y Steve Rogers, el futuro se presenta como algo que requiere de una solución, como algo que se les exige para poder hacer del presente vivible. Pero, también, y sobre todo, el futuro se presenta como un pedido de cambio: societal, organizacional, cultural, étnico.
Es por eso que sus X-Men me parecen tan increíblemente estimulantes: porque cumplen con esa promesa y nos brindan una imagen de una sociedad mutante particular y diferente a lo visto hasta ahora. ¿Qué opinás vos?
R.O.: Los X-Men siempre fueron un vehículo perfecto para historias políticas, pero creo que Hickman les dio un giro tan simple como notable. Desde Lee y Kirby ese conjunto de personajes vivió bajo la amenaza del genocidio y la extinción, pero siempre se trató del peligro padecido por una minoría, los mutantes. El problema de la extinción o del reemplazo de una especie por otra sigue en primer plano en la historia que acaba de iniciar Hickman, acompañado por los dibujos excelentes (clásicos a la vez que totalmente actuales) del español Pepe Larraz y el brasileño R.B. Silva, pero ahora se trata del peligro de la vida en conjunto tal como es conocida hoy en este planeta. Ahora todos somos mutantes. El planteo es muy concreto y claro en un mundo donde ya no puede discutirse la posibilidad de que no haya futuro para nada de lo que conocemos. Y ahora los X-Men, en lugar de ser quienes vienen remando desde lo bajo de las jerarquía sociales, pueden tratarse como vanguardia. Son quienes están lidiando con este problema desde hace décadas.
Los X-Men de Hickman no están a la defensiva, sino a la ofensiva. Pensemos que los mutantes nunca la pasaron tan mal como en el siglo XXI, primero con el genocidio en Genosha (escrito por Morrison) y luego con el “no more mutants” de Wanda (escrito por Bendis). Sin embargo acá hay un personaje clave que funciona como bisagra, y es Cyclops. Después de esas grandes tragedias Cyclops quiso volver a fundar una nación mutante (Fraction), arriesgó traer el Fénix de vuelta a la Tierra para romper con la maldición que les impedía seguir creciendo como especie, asesinó a Xavier (Avengers vs. X-Men) y se volvió un criminal revolucionario (Bendis y Bachalo). Este hombre conflictuado, que hizo mil cosas mal en su vida, que falló demasiadas veces, es el vehículo de un cambio de paradigma. Pensemos que todo el problema de Cyclops es la incontinencia (no puede dejar de disparar rayos por sus ojos) y que de repente su solución es que tal vez ya no deba intentar contenerse más. Es un personaje fabuloso, el elegido para ser líder que nunca parece estar a la altura, y desde Morrison, Fraction y Bendis es el X-Man más interesante. Y Hickman traslada ese espíritu a la totalidad del universo mutante, solo que esta vez, todos juntos, el proyecto parece más sólido que las tentativas siempre desesperadas de Cyclops.
Más todavía, Xavier, que siempre fue una fuerza cauta, conservadora, casi temeroso de su propio poder, lleva ahora una X sobre su rostro como lo hizo Cyclops desde el traje genial que le diseñó Bachalo y que todavía conserva en otro color. Parece que ahora es el maestro el que aprendió del discípulo, aunque sin renunciar a su condición de maestría y diseñando el plan más ambicioso jamás pensado en un comic de los mutantes. Cyclops, cuando quiso ser revolucionario, era un criminal porque estaba casi solo. ¿Pero qué pasa si son los propios líderes los que articulan una política revolucionaria? ¿Es posible algo semejante? ¿A qué precio? Pensemos que Hickman sienta a grandes enemigos en una misma mesa a pensar una política común. Como posibilidad de reflexiones políticas es difícil pensar algo más rico.
A.G.: Bueno, en el interín entre que escribiste eso y yo estoy escribiendo esto (este es un artículo que nos va tomando ya casi un año) me senté y leí todos los comics del relanzamiento, yendo más lejos que House of X y Powers of X, para ver cómo se desarrolla el plan maestro de Hickman. Y me encontré con que, lejos de la improvisación, Hickman claramente pensó en las diferentes series como diferentes facetas de un Estado mutante. X-Men, entonces, es la serie principal, donde se toman las grandes decisiones de Estado: ¿qué hacer con los enemigos?, ¿cómo lidiar con los otros líderes mundiales que ahora ven a los mutantes con mayor desconfianza de la usual?, ¿cómo sostener la economía?, ¿qué nuevas costumbres surgen a raíz de una sociedad enteramente mutante? En ese sentido, el número de Davos, cuando Magneto, Apocalipsis y Xavier viajan a reunirse con los líderes mundiales, es magnífico. Allí, Magneto cita a Huxley (“Armamento, deuda universal y obsolescencia programada, ¿acaso no son los tres pilares de la prosperidad occidental?”) y explica cómo cambiaron: cuando antes solucionaban las cosas por la fuerza, ahora lo harán con deuda y comprando voluntades. Es un Magneto en el rol de Angela Merkel: estado de bienestar para dentro de su comunidad, neoliberalismo para afuera. Lobbyismo, publicidad, guerra blanda y una sustracción de poder para la élite mundial que podría hacerles la guerra. La doctrina del shock, pero esta vez en manos de gente con superpoderes. Lo que es interesante es que Hickman reconoce tácitamente la limitación de la lógica de los superpoderes: aquí no hay Miracleman que recompone la tierra a fuerza de puños y filantropía, ocultando una distopía amable.
En ese sentido, apoyándome en lo que decís, Rodrigo, creo que Hickman entiende las limitaciones de la voluntad individual del rebelde. Cyclops no puede solo, es un anormal cuando lo intenta, la única manera de llegar a una potencialidad emancipatoria es todos tirando para el mismo lado. En ese sentido, es una serie insospechadamente socialista, no porque Krakoa sea una sociedad socialista (aunque lo parece), ni democrática (¿quién elige al Quiet Council?), sino por el sentido de epopeya nacional que las revoluciones socialistas exitosas imprimen en su gente. Cyclops era el Che Guevara perdido en Bolivia.
Asimismo, X-Men funciona como el nodo central en el cual pueden pasar todos los mutantes. No es un equipo en el sentido tradicional del término, es una raza, una sociedad, y por lo tanto cada mutante cumple su rol de acuerdo a sus habilidades y capacidades. Esto dejó bastante perplejos a varios reseñistas, que se quejan de la falta de un protagonismo fuerte en la serie principal, aunque, como dice Rodrigo aquí arriba, Cyclops pareciera ser el eje. A ellos les contesto: el protagonista es el colectivo.
Por otro lado, cada una de las series funciona como un departamento o un ministerio dentro del mundo de los X-Men: X-Force son una CIA/Black Ops, encargados del trabajo sucio contra aquellos que quieren matar a los mutantes. New Mutants, quizás de las mejores, es una serie sobre los jóvenes que ya no son jóvenes, sobre las capas de mutantes nuevos que se vienen acumulando desde los 80s y sirviendo de carne de cañón, que ahora ya no son el futuro pero que en algún momento lo fueron, y qué hacer cuando una persona deja de ser el futuro de su sociedad. Si Xavier y Magneto son boomers, New Mutants es una serie sobre gen-xers, millenials y centennials sin rumbo. Marauders es la rama comercial: cómo hacer para que tus productos lleguen a países hostiles, como sacar a los mutantes de ahí, una serie que parece modelada sobre las estrategias comerciales (y las traiciones) de un imperio europeo del siglo XIX. Y, finalmente, Excalibur es algo así como una cancillería con el mundo de la magia, unida al mismo por los Braddock.
Además, hay una coordinación inusual entre los títulos. Hay eventos importantes que suceden en las series satelitales, no en X-Men, y que tienen sus consecuencias en la principal y más allá. Se nota la mano de Hickman para coordinar todo. Lo que resta es ver, con el creciente número de títulos anunciados, si esto se puede mantener a largo plazo.
Finalmente, toda esta reflexión acerca de cómo funcionaría una nación mutante no hace olvidar a Hickman que está escribiendo un comic de superhéroes. Y X-Men hasta ahora viene funcionando como un continuado in crescendo en donde en cada número aparece una nueva amenaza que queda irresuelta, manteniéndose en reserva hasta el primer clímax, que probablemente se de en X of Swords, el evento recientemente anunciado que gira alrededor de los X-Men obteniendo espadas (tan tonto que puede ser genial). En esto Hickman recuerda la estructura de sus Avengers, que tuvieron 15 números de build up lento hasta Infinity, el primer crescendo.
R.O.: Bueno, la verdad es que apenas miré por encima los primeros dos o tres números de X-Men, sin nada de los otros títulos. No es por vagancia (aunque es probable que solo lea X), sino, como bien decís, Hickman se toma su tiempo y prefiero esperar a que se junte más de un año de desarrollo antes de seguir. El relato que hacés sobre la articulación entre los títulos a partir de funciones políticas y económicas me parece genial y me da expectativa sobre lo que vendrá (aunque, ¿vendrá?, luego me explico mejor). El gran fuerte de Hickman es la construcción de mundos, y parece que con los mutantes se está exigiendo subir su ya altísima vara en ese dominio, porque aquí no está en juego solo el mundo que quiere ser salvado y el mundo o multiverso que amenaza, sino que se trata de cómo llevar a cabo la construcción política de un mundo, cosa que bien marcás, así que quisiera terminar deteniéndome en ese punto.
Si Avengers/New Avengers fue una narración imponente sobre la destrucción de todos los universos conocidos, una especie de Crisis en Tierras Infinitas extendida, potenciada y mucho más cruel (me sigue asombrando), en Fantastic Four y Secret Wars la pregunta es hacia la positiva: cómo se crea un mundo y un multiverso. Esa pregunta constructora se hace allí en términos físicos y científicos, y por eso los personajes claves (no protagonistas, porque, como decías, Hickman maneja un registro coral extremo) son Benjamin Richards y Reed Richards, es decir el mutante que domina la materia (no olvidemos este punto que puede ser importante en X-Men, de hecho Cyclops lo invita a Krakoa) y el científico que lo cubre todo. Pero ahora la pregunta es otra, porque no alcanza el poder técnico de y sobre los cuerpos, sino que para hacer un mundo vivible hace falta una complejísima trama de relaciones estratégicas de todo tipo. Además de héroes y científicos, hay que ser políticos. Y Hickman, al menos en sus ficciones, tiene un sentido muy específico de la política: cree en las conspiraciones, es decir, en grandes planes de gobierno total que deben su efectividad a nunca mostrarse plenamente. Hay que ser infinitamente ambicioso y no hay que decirlo todo. Y me pregunto si esos pueden ser lineamientos para una política contemporánea. ¿Podemos ser X-Men? ¿Hay alguien ya comportándose como ellos?
Unos meses antes de leer HoX y PoX había leído la trilogía cósmica de Liu Cixin, otra obra fascinante sobre la construcción de mundos donde la conspiración, en este mismo sentido, ocupa un lugar central. La política, en semejantes escalas supremas, es pensarlo todo sin que ese pensamiento pueda ser totalmente conocido. Hickman se divierte sin disimulo jugando a eso con sus lectores, y a casi un año del inicio de su aventura no estamos demasiado seguros de nada. Pero hay algo que parece decir Hickman, o que dicen sus mutantes, de lo que sí estoy seguro: las políticas existentes hasta el momento no sirvieron y hacen falta nuevas, hace falta una reinvención total, hace falta un nuevo sentido de lo colectivo y hace falta escapar a las formas de vigilancia que se extienden. Los X-Men siempre estuvieron del lado de los perdedores y siempre fueron perdedores (incluso si fueron perdedores hermosos), pero Hickman muestra a unos que no tienen ganas de perder nunca más y que dicen de manera terminante que el mundo ha cambiado. Y en esa postura radical en un comic de superhéroes de una filial de Disney, encuentro algo que habla de ahora. El mundo ha cambiado y es necesaria otra política.
Entre el comienzo de este texto y nuestras últimas intervenciones el planeta y la población mundial fue sacudida por el Covid-19 (Sars-2, Coronavirus), una pandemia que hace que hoy más de cuatro billones de personas estemos en cuarentena en nuestros hogares desde hace semanas (nosotros, en Buenos Aires, ya tres semanas), sin certidumbre sobre cuál puede ser el alcance del daño, sabiendo que esto es el inicio de la peor crisis del sistema económico mundial en el último siglo y de cara a una redistribución de los poderes geopolíticos (China pisa fuerte y EEUU, lejos del rol salvador que ejerció desde la Segunda Guerra Mundial, se agobia por la enfermedad como ningún otro país). El mundo no es igual que al comienzo de este texto, y no solo porque tardamos mucho, sino porque están pasando demasiadas cosas. Son cambios de una dimensión tal que ya no sé cómo seguirán publicándose los comics de los X-Men ni cómo seguirá en pie la golpeadísima industria de la historieta norteamericana, así que me parece difícil que esto no afecte a los planes de Disney, Marvel y Hickman. Más allá de lo que pase, creo que Hickman es un autor clave para lo que vendrá, y no me refiero solo a lo que pase en las historietas. Tal vez venga un tiempo en el que las historietas con superhéroes y mutantes, en lugar de ser las más alocadas y fantásticas ficciones que puede leer un jovencito, sean ahora textos capitales para una nueva imaginación política a la altura gigante de ya no solamente salvar el mundo, sino de entender que solo puede salvarse transformándose en otra cosa, mutando.
¿Pensás que los X-Men, Hickman, y los comics de superhéroes en general nos pueden decir algo sobre la política venidera? O, más bien: ¿pensás que corresponde pensar los comics en esos términos?
A.G.: Me encantó todo esto último que dijiste, especialmente la idea de concebir la política como una conspiración, porque existe algo del liderazgo carismático que está intrínsecamente atado a esa idea: la noción de que el líder sabe más, sabe mejor, que tiene algún tipo de conocimiento que no está al alcance de nosotros y, por eso mismo, nos va a salvar. Me hizo acordar a otro proceso en el que estamos inmersos aquí en Argentina y que, antes de esta pandemia, nos tenía en vilo a todos los habitantes del país: el renegociamiento de la deuda externa, en donde un ministro con cara de póker y movimientos sigilosos está intentando llevar a buen puerto una negociación por una deuda absolutamente insostenible, como en la guerra de nervios más larga de la historia.
Ahora, hace un par de días me quejé en Twitter sobre la velocidad con la cual están saliendo los filósofos, intelectuales y sociólogos a lanzar análisis sobre la crisis del Covid-19. En ese punto me gana mi formación de historiador: es aún demasiado pronto para saber qué va a pasar y qué mundo nos dejará esta crisis. Estamos en el acontecimiento, lo único que podemos hacer es surfearlo. Creo que también es demasiado pronto para un llamamiento a algún tipo de nueva vida. El margen para la acción y la creación está reducidísimo y no solo porque no podamos salir de casa: la mayoría estamos tan nerviosos y angustiados que no podemos pensar más que en el “vamos viendo”. Yo oscilo entre esperanzarme en que es una oportunidad para torcer el rumbo del mundo hacia condiciones más igualitarias, y el pesimismo propio de conocer al ser humano y su deriva de los últimos 30 años, que me lleva a concluir que de aquí sólo nos llevaremos más autoritarismo y más desigualdad.
Pero en el medio seguimos dependiendo de los líderes y allí es donde quizás X-Men nos pueda enseñar algo. Tradicionalmente, políticamente, el superhéroe carga el estigma de la lectura autoritaria, lectura con la cual yo discrepo pero que es muy fácil de hacer: el superhombre de poderes extraordinarios que se coloca por encima de la humanidad y la guía, los tonos de fascismo, etc. Es una lectura superficial y tonta porque, si bien hay muchas historias que entretienen esa noción, hay muchísimas más que trafican otros componentes ideológicos enmascarados bajo el absurdo y la ingenuidad del género. Parte de esta ingenuidad es el hecho de que el superhéroe funciona en dos niveles narrativos: el localismo callejero de personajes como Spider-Man, Daredevil o Green Arrow, o la amenaza cósmica. No hay un lugar en donde el superhéroe se meta con la gobernanza porque la gobernanza no encaja con sus herramientas ni con el género. La política está compuesta de un millón de piezas móviles, de negociaciones, de medias tintas, de traiciones grandes y pequeñas, de buenos que actúan mal. Se puede metaforizar la política en los dilemas de los superhéroes, pero es difícil insertar a un superhéroe en la política.
Los X-Men, sin embargo, tienen esa metaforización desde su base. Uno puede discutir cuán efectivos son como metáfora de los problemas de las minorías pero está integrado en su esencia, tanto por los creadores como por los fanáticos, quienes se han entregado a la identificación con la metáfora de forma completa. Como vos mencionás arriba, siempre fueron perdedores, y creo que es por eso, y no es menor, que Hickman colocó a la muerte y la resurrección como elementos centrales dentro de su reimaginación de los mutantes: ¿qué otro equipo, al ser raza, al ser colectivo interminable por el propio éxito de la franquicia, tiene más carne de cañón? Los Five, mutantes que resucitan a sus congéneres caídos, y el Crucible, esa forma de suicidio ritual para recuperar tus poderes, son de los elementos más radicales y desconcertantes introducidos por el guionista. Morir para un mutante es casi un rito de pasaje, y Hickman así lo entendió. Porque lo que pasa en la historia cuando perdés, en general, no es que te mandan a la cárcel, sino que te masacran. Y los X-Men son los perdedores de la historia.
Afortunadamente, como contracara de esta cultura basada en la muerte, Hickman propone algo que, también, está sonando mucho en estos días de pandemia: la única solución es colectiva. Morir solos o vivir con el prójimo: no parecería haber muchas más opciones en el mundo que se avecina.
Rodrigo Oscar Ottonello. Sociólogo, autor del libro “La destrucción de la sociedad. Política, crimen y metafísica desde la sociología de Durkheim (Buenos Aires, 2016)”
Amadeo Gandolfo. Historiador, escritor, docente, nvestigador y curador. Editor de Kamandi.