Por Diego Labra
En la literatura académica sobre el tema que surgió a comienzos del siglo XXI había una pregunta que era fetiche: ¿Por qué el público occidental se ha fanatizado con el manga y el anime? En su libro Cultura Mainstream, editado en español por Taurus en 2011, el periodista y ensayista francés Frédéric Martel adhiere a la tesis de la especificidad: el manga y el anime atraen por su “japonesidad”, por ser producto de un país que es a la vez “moderno y no occidental”. Es decir, diferente y nuevo.
Este “sabor japonés” de su cultura pop, sostiene, fue cultivado en el hermetismo de la posguerra, en un mercado que resistió mucho mejor que otros el embate de los cowboys y los superhéroes. Y lo que sí es importado, enseguida es “japonizado”.
Entrevistado por Martel, Shinichiro Inouye, por entonces presidente de la editorial Kodakawa, afirmó que “la cultura japonesa está abierta al mundo”, pero no pierde su identidad y “siempre seguirá siendo profundamente japonesa” ¿Pero será esto cierto indefinidamente? Todos los días se lee una noticia nueva sobre Netflix y su creciente mano en la industria del anime, o se anuncia que Crunchyroll producirá animación basada en populares webtoons ¿Estamos en la puerta de un cambio de época para la industria cultural japonesa?
De Japón, al mundo (y el mundo que llega a Japón)
Si bien el manga y el anime habían generado creciente interés en Europa y América Latina durante los noventa, a los japoneses lo que les importaba era el país del norte. El éxito que tuvieron en Estados Unidos compañías como Nintendo, que revivió casi de manera unilateral un mercado que había implotado años antes, hizo salivar a editoriales y productoras niponas. Pero tuvieron que esperar justamente a que un videojuego de Nintendo, Pokémon, barriera con todo a fines de los noventa para llevar adelante su avanzada. Detrás de Pokémon llegaron Naruto, Bleach, Sailor Moon, Fruit Baskets, y otros éxitos. Se lanzó una Shōnen Jump a medida del lector anglosajón. El Viaje de Chihiro ganó el Oso de Oro en Berlín y un Oscar.
Si bien esa “burbuja” inicial se desinfló con ayuda de la Gran Recesión de 2008, el mercado para el manga y el anime había cambiado para siempre. El capital occidental se dio cuenta de cuán redituables resultaban los “dibujitos chinos”. Si bien el crossover se puede rastrear a la década pasada (por ejemplo, con coproducciones como Afro Samurai), los últimos lustros han visto una mayor convergencia entre la producción japonesa y demanda del mercado occidental. En 2015, Lupin III, parte IV, se transmitió antes en el canal Italia 1 con doblaje italiano que en Japón mismo. Adult Swim produjo en 2018 dos secuelas de FLCL exclusivamente para el mercado norteamericano. De seguro, el sostenido fanatismo que suscita Dragon Ball en Europa, Estados Unidos y América Latina fue un factor en el “Super” revival que orquestó Toei hace unos años.
La revolución del streaming no hizo más que intensificar la tendencia. Crunchyroll, actualmente una subsidiaria de WarnerMedia, ha lanzado una línea de producciones propias bajo el banner “Crunchyroll Originals”, la cual incluye varios animes basados en webtoons coreanos. Netflix, dándose cuenta de que el appeal universal de los dibujos animados japoneses los hacen un producto ideal para su infraestructura global, ha entrado de manera agresiva al mercado. Tanto licenciando series en exclusiva fuera de Japón, como produciendo sus propios títulos. Fue muy promocionada la reciente adquisición de los derechos de streaming a las películas de Miyazaki, algo que hasta hace poco parecía imposible debido a la reticencia del Studio Ghibli. Todo esto sin mencionar con las series live-action que están en preproducción.
Lo que me interesa destacar es que esta integración en ciernes de la industria implica una nueva necesidad en los creadores japoneses de atender a las demandas de los consumidores en mercados cada vez más importantes y lejanos. La inyección de los capitales extranjeros realizada por Netflix y WarnerMedia, entre otros, subrayan esto, orientando la producción con preciadas inversiones en una industria que suele ser poco líquida. Así como Hollywood ya hace unos años toma decisiones con el público chino en mente (agradézcanle a ellos las interminable lista de secuelas de Transformers y Rápido y Furioso), las productoras de anime cada vez más tendrán un ojo en el gusto de los espectadores fuera de Japón.
Antes que nadie se rasgue las vestiduras, esto no significa que el anime va a dejar de ser anime. Al contrario, la tendencia parece ser antes la “animeficación” de las series animadas yanquis. En este sentido, productores e inversores occidentales deben realizar un acto de equilibrio entre orientar la producción a satisfacer la demanda de sus consumidores occidentales (que no siempre coinciden con las de aquellos japoneses), y ofrecer algo que esos mismos consumidores sientan es “auténticamente japonés”; anime “de verdad” (más sobre esto debajo).
Otra arista interesante es la cuestión de las condiciones laborales. Si bien uno de los atractivos del anime como inversión es su bajo costo, las famosas malas condiciones que enfrentan los animadores en Japón podría resultar un tema tóxico para empresas occidentales preocupadas por su imagen. Ya el simple hecho de los mayores montos gastados Netflix o Amazon para financiar una producción funcionan como factores disruptivos al generar diferentes escalas salariales, y hasta podrían proveer un empujón a los esfuerzos de sindicalización en el ramo.
¿Y el manga? Bueno, la industria del manga, donde las condiciones de trabajo no son mucho mejores (lean/miren Bakuman), es más autónoma. Especialmente porque continúa apoyada en el que es (por afano) el mayor mercado de historia del mundo. Esto no significa, sin embargo, que todo siga igual. La aparición hace un año de Manga Plus, plataforma de la editorial Shueisha para leer mangas en línea, ha sido un bienvenido cambio de ritmo en la empedernida lucha contra la cultura del scanlation.1 Una rama de olivo de parte de una industria que hasta el momento se había limitado solamente a la prohibición y la persecución. (Para saber mi opinión al respecto, los refiero a papá Gaiman).
Resulta interesante el lanzamiento casi simultaneo en inglés y español de la app Manga Plus, un primer gesto nipón de reconocimiento a la importancia del inmenso mundo hispanoparlante como mercado de manga ¿Transformará esta intervención directa sobre el mercado la relación de Shueisha, por varios cuerpos la mayor editorial japonesa y dueña de la marca Shōnen Jump, con casas editoras como Ivrea o Panini? De momento, los indicios apuntan a una coexistencia pacífica. La traducción al español de Act-Age en la app es la de Ivrea España. La empresa de Leandro Oberto editará pronto, tanto en Europa como en Argentina, la sensación de Manga Plus, Spy x Family.
¿Esto se modificaría si Shueisha decide lanzar en el resto del mundo el componente pago que la app tiene en EE.UU., que por meros dos dólares mensuales agrega a la oferta de los últimos capítulos gratuitos acceso a la “bóveda” completa de la editorial japonesa? ¿O simplemente reemplazaría por vía legal lo que ya es de facto la norma gracias a los sitios de scanlation? Por lo pronto, historieta y soporte material parece ser una relación más resistente que en otros medios como, por ejemplo, la música. Al mismo tiempo, es posible imaginar un futuro (cercano) donde la industria se divida en la publicación exclusivamente digital de mangas y versiones en papel de lujo con tiradas chicas para los uberfanáticos.
Choque cultural
Una zona sensible al fandom y materia de ardidas discusiones en grupos y muros es cómo las diferencias culturales pueden llevar a puntos de conflicto. Evitare aquí entrar en el poco feliz debate sobre la “corrección política”, término arrojado con frecuencia en ámbitos otaku y que ya demasiados bits ocupa en Internet. En su lugar, partiré de señalar que existe una divergencia fundamental entre Japón y Occidente sobre cómo se piensa los dibujos (sea en papel o animados).
Como bien sabemos, aquí es un sentido común que mirar televisión o escuchar música puede alterar a la persona, hacerle cambiar sus ideas y hasta “empujarla” a cometer actos horrendos. No hace falta más que referir al falaz axioma que relaciona violencia y videojuegos, pero en otros tiempos también se supo acusar a la lectura o al rock de corromper a las mentes de los más sensibles. Es decir, se cree que el velo que separa la ficción y la realidad es tenue. Son mundos que tienen efecto el uno sobre otro.
En cambio, en Japón se entiende existe una aguda distinción entre ambos términos. Se consumen las más extravagantes y retorcidas fantasías entendiendo que son justamente eso, fantasías, sin tener ningún tipo de repercusión en la realidad. Por eso, como señala el académico Mark McLelland, no genera ningún conflicto que mujeres lean mangas BL mientras continúan viviendo bajo normas sociales que serían consideradas opresivas por mujeres occidentales.
Sigue que la exportación de productos culturales creados bajo esas reglas genera un choque cultural en sus mercados de destino. Los mayores de treinta recordaremos cierta indignación en los medios por la llegada de los “violentos” y “pornográficos” dibujos japoneses a la tele local (opiniones que todavía hacen eco hasta hoy). Este hecho también puede ser visto bajo una luz positiva. Así lo hace, por ejemplo, Alan Ojeda en un escrito que piensa sobre cómo el consumo de manga y anime abrió la mente de una generación de argentinos a un “educación sentimental” diferente, queer.
Las diferencias también pueden desatar grandes conflictos. Christopher Handley, por ejemplo, es un hombre de Iowa que enfrentó cargos por hasta 20 años de cárcel al recibir por correo manga hentai que la Justicia consideró “obsceno”. Finalmente recibió una condena de 6 meses y 5 años de libertad condicional. Este conflicto se inserta en uno de escala más grande, la puja de los otros países del G7 por lograr que Japón declare ilegal la posesión de pornografía infantil, cosa que finalmente el gobierno nipón hizo en 2014. La Asociación de Animación Japonesa se opuso a la iniciativa, temiendo que la nueva reglamentación afectara la producción de hentai, yaoi, etc., logrando exitosamente que la ley solo afecte a “representaciones en imagen real”.
Justamente, bajo esta nueva legislación fue apresado y condenado a pagar una multa Nobuhiro Watsuki, creador de Rurouni Kenshin, bajo el cargo de posesión de pornografía infantil. Mientras que esto desencadenó que la filial norteamericana Viz dejara de editar la última obra del autor, Shueisha continua en Japón trabajando con él como si nada hubiese pasado. Eso ha generado controversia entre fans occidentales acerca de si se debe #cancelar a Watsuki y sus mangas. O incluso a otros mangaka que han interactuado con él, como Eiichiro Oda, lo que algunos consideran una implícita negación de los crímenes cometidos.
Al mismo tiempo, vale decir que las diferencias culturales a veces cortan en la dirección contraria. Mientras que en Occidente el consumo de drogas se encuentra actualmente en un proceso de desestigmatización, y hasta legalización, en Japón continúa siendo una afrenta del más alto orden. Profesionales que son arrestados por posesión de drogas son inmediatamente expulsados del mundo profesional, e incluso su trabajo borrado, lo cual con nuestros parámetros parece sumamente exagerado.
En la circulación de productos culturales a escala global surgirán una y otra vez estos conflictos, por lo menos en la medida en que no existan a su vez leyes y “valores” globales. Los medios especializados occidentales informaran con parámetros occidentales, las editoriales y productoras juzgaran sus inversiones con criterios occidentales, y quizás más importante, que lectores lean manga y miren anime con ojos occidentales.
De la misma manera que se ha comenzado a cuestionar cómo son representados mujeres y minorías en la cultura pop local, se reflexiona sobre lo mismo en los consumos importados desde Japón. Particularmente, en cierta blogosfera podcastera y canales de YouTube norteamericanos liberals biempensantes Crecientemente se ha problematizado la representación de la mujer en mangas orientados a un público masculino (shōnen, seinen).
Esto puede generar una posición reactiva desde los núcleos más duros del fandom, aunque como señala el arriba citado artículo de Ojeda, el shōjo e incluso algunos shōnen han jugado un rol central en la llegada a la televisión y las librerías de representaciones de identidades de género diferentes. Sobre todo, en producciones orientadas para niños y adolescentes.
En este respecto, son interesantes los cruces inesperados que genera la circulación global del manga y anime. Por ejemplo, cómo la comunidad afroamericana en Estados Unidos se ha apropiado del manga y el anime como un consumo que los identifica, y cómo lidia con representaciones racistas de lo afro que perviven en el homogéneo Japón.
Al final del día, más allá de los ensayos críticos, los tweets furiosos y los memes filosos, lo que manda es la plata. Por ejemplo, tenemos el caso de Interspecies Reviewers, un anime harem sobre una zona roja donde se encuentran diferentes tipos de chicas monstruo. Su emisión fue cancelada tanto por Funimation como por Amazon Prime, alegando que transgredía los “estándares” de dichas empresas. A su vez, esta reacción empujó a algunos canales japoneses a hacer lo mismo. Si bien el anime continúo siendo estrenado por otras emisoras, una situación de estas características no puede sino haber generado dolores de cabeza, y más importante, pérdida de ingresos, para el estudio. Lo cual, a su vez, podría informar futuras decisiones sobre que anime producir (y cuál no).
En medida en que los capitales y los mercados occidentales se conviertan en factores de mayor peso en la ecuación que es la creación y distribución de anime y manga (y va a pasar, porque significa más ganancia para los inversores) conflictos de este tipo no solo serán inevitables, sino que irán moldeando a la industria. Como vimos, probablemente más en el anime que en el manga. Por más que despotriquen los “puristas”, estos son hoy un negocio global (y eso que acá ni hablamos de China). Ese crecimiento significa más títulos editados en papel en el mercado local y más acceso a anime en simultáneo con la emisión original, pero también Dragon Ball: Evolution y Ghost in the Shell con Scarlet Johansson. El manganime es mainstream. Llegamos. Festejen (o no).
Diego Labra es Profesor en Historia y Doctor en Ciencias Sociales (UNLP). Incluso antes que el interés por las cuestiones de la sociedad y la cultura, estuvieron las historietas, la ciencia ficción y los videojuegos (probablemente ambos estén conectados). Inició su carrera de grado en la Universidad Nacional de Mar del Plata, y la termino en la Universidad Nacional de La Plata. Siempre que puede escribe académicamente acerca de cultura pop. Además colaboró en el sitio la Broken Face, y actualmente es redactor regular en Geeky.
- [1] Scanlation es el término utilizado para describir la práctica de escaneado y traducción de mangas para ser compartidos a través de Internet, sea para descargar o leer en línea. En el caso del anime tiene un equivalente en el fansub. Estas prácticas tienen un fuerte componente comunitario en el ethos “de fans para fans”, aunque es cierto que sitios grandes que publican scanlations, usualmente portales que reúnen traducciones de “equipos” pequeños, logran generar ingresos monetarios gracias al tráfico de lectores/espectadores.