Por Roberto Bartual
Qué nos puede enseñar la psicogeografía sobre nuestras propias percepciones
Una escena incluida en Jerusalén, la obra que mejor resume el pensamiento de Moore, ilustra cómo funciona ese “unir los puntos” de la psicogeografía en su nivel más básico. La protagoniza Ernest Vernall, encarnación ficticia del propio tatarabuelo de Moore, quien, subido a un andamio en el interior de la catedral de St. Paul, trabaja en la restauración de una de las pinturas de James Thornhill que hay bajo la cúpula. Allí subido, mientras retoca el rostro de un ángel, no puede evitar mirar hacia abajo. Es la primera vez en su vida que se encuentra a una altura semejante y, entonces, le da por reflexionar sobre lo diferente que es ver las cosas desde arriba. En concreto le llama la atención una cosa que solo se puede ver desde el andamio. Dos curas van andando por pasillos perpendiculares entre sí, uno por la nave principal y el otro por la transversal. Ambos avanzan sin advertir la presencia del otro, ya que, desde del suelo, la línea de visión queda obstaculizada por las columnatas que separan las naves de la catedral. Sin embargo, Ernest cuenta con la perspectiva adecuada para ver cómo, en un punto determinado, se encontrará el camino de los dos curas. Fascinado, Ernest se queda sin hacer nada. Y, entonces, justo debajo del andamio, en el punto exacto del crucero donde había calculado que se encontrarían los curas, estos se chocan en el uno contra el otro, estampándose de bruces contra el suelo.
La escena en sí nos puede parecer trivial; y la epifanía que tiene Ernest en ese momento, una obviedad. Sin embargo, hay que tener en cuenta que contamos con una ventaja muy importante con respecto a Ernest o a cualquier otra persona del siglo XIX. Nosotros sabemos lo que es volar y estamos acostumbrados a ver el espacio desde arriba, pero en la época de Ernest no había aviones ni tampoco drones para hacer daguerrotipos a vista de pájaro. Mirar un mapa era la única manera de imaginarse cómo se veían las cosas desde lo alto; eso y subirse a una montaña. Así que, Ernst, al comprobar cómo, desde el andamio, ha podido prever cuál iba a ser el punto de choque de ambos curas, se queda profundamente impresionado.
Esto, que en principio, no parece tener demasiado que ver con la psicogeografía, no es más que una demostración del más simple ejercicio de “unir los puntos” que podamos imaginar. Algo no tan diferente a lo que hacían con el mapa de Londres Iain Sinclair en Calor de Lud o William Gull en From Hell. Solo mirando las cosas desde arriba podemos contemplar cómo quedan relacionados entre sí diferentes puntos en el plano; puntos que representan edificios, objetos, personas o acontecimientos históricos. Es la perspectiva aérea la que permite que nos hagamos una idea de la estructura que hay bajo dichas relaciones; y, de este modo, podemos obtener información a la que, desde el suelo, no tendríamos acceso. Ya se sabe que los árboles nunca dejan ver el bosque. Así que, para enterarnos de algo, hay que viajar en helicóptero. Eso sí: las observaciones que hace Ernst desde el andamio nada tienen que ver con las de Sinclair o Gull, ya que lo único que hace él es observar un hecho físico más o menos objetivo y no a valorar las atribuciones simbólicas de lo que contempla. El principio del punto de vista es, sin embargo, el mismo.
Estos tres ejemplos, el de Ernest Vernall, el de Iain Sinclair y el de William Gull, ilustran en realidad un proceso mental que es siempre el mismo: para establecer conclusiones, nuestro cerebro no selecciona información indiscriminadamente, sino que elige tan solo los datos que le parecen más relevantes porque estos, de algún modo, ya encajan en un esquema previo. Si, luego, se verifican las conexiones entre esos dos puntos, entonces el observador sacará de ello unas conclusiones que serán válidas para él (y solo para él).
Lo que hace Ernest desde arriba es algo bastante lógico. Localiza dos puntos con trayectorias coincidentes y las junta en el punto donde ambas van a encontrarse. Si hubiese estado acompañado, un segundo observador no habría tenido dificultad en llegar a la misma conclusión que él. Otros casos pueden resultar más subjetivos porque este sistema de selección y síntesis de información que usa nuestro cerebro tiene un inconveniente al que ya aludíamos al comienzo de este capítulo. ¿Qué ocurre cuando, consciente o inconscientemente, trampeamos la localización o el “grosor” de los puntos, como hacía Gull? ¿Qué pasa cuando le damos a alguno de los puntos un sentido que en realidad no tiene?
Hay un pasaje en From Hell en el que esta cuestión queda muy bien reflejada. Y, además, nos enseña cómo es posible llevar lo psicogeográfico al plano cronológico o histórico. Ocurre en el capítulo que, muy apropiadamente, recibe el título de “La ascensión de Gull”. Tras la muerte de William Gull, su “alma” emprende una ascensión a los cielos, pero esta no consiste solo en adquirir un punto de vista más elevado, como Ernest Vernall. Además de elevarse, como un pájaro, sobre la ciudad de Londres, el cuerpo astral de Gull empieza a contemplar diferentes escenas que han ocurrido en periodos de tiempo muy alejados entre sí. Algunas de estas cosas las vivió cuando era niño, otras, sin embargo, tienen que ver con su vida profesional. Pero, en medio de todo eso, Gull también visita, en su forma espiritual, la casa de William Blake durante los tiempos del poeta; y, poco antes, ha visto caminando por la orilla del Támesis a soldados que regresan de la Primera Guerra Mundial. Si la historia pudiera ser representada en dos dimensiones, como hacemos con el espacio sobre un mapa, entonces podríamos decir que Gull se ha elevado sobre este mapa de la historia, de forma que consigue tener sobre el tiempo y los hechos históricos una perspectiva muy parecida a la que Ernest Vernall adquiría sobre el espacio.
Una perspectiva privilegiada que le permite contemplar la estructura oculta de la historia. Oculta para nosotros, pobres mortales, porque inmersos en el momento presente, tal y como estamos, somos incapaces de percibir cómo los diferentes acontecimientos que nos han precedido y los que ocurrirán, están conectados entre sí formando patrones que dan sentido a la historia. Los árboles no nos dejan ver el bosque, de nuevo. Gull, sin embargo, puede verlo todo. Y, entonces, se da cuenta de que la teoría de James Hinton, autor del libelo “¿Qué es la cuarta dimensión?”, era cierta. O, al menos, eso es lo que él cree.
El tiempo es una ilusión humana, y [en realidad], todo el tiempo coexiste en la esplendorosa totalidad de la eternidad. […] Para los que las perciben desde la tridimensionalidad, las pautas tetradimensionales del monolito de la eternidad parecen tan solo acontecimientos al azar, [pero en realidad] los acontecimientos convergen como las líneas de una arcada. 1
La idea de Hinton es que, desde allí arriba, si pudiéramos descubrir cuál es el principio de sucesión que rige los acontecimientos históricos, podríamos también distinguir qué regularidades hay en la secuencia y, entonces, establecer patrones que nos revelasen, por decirlo de algún modo, el algoritmo de la historia; es decir, cómo se ordenan los acontecimientos para, luego, poder predecirlos igual que Ernest Vernall predice el choque entre los dos curas.
Pongamos que un acontecimiento tiene lugar en 1788, y otro relacionado con este mismo ocurre cien años más tarde. A ese segundo acontecimiento, le sigue uno parecido cincuenta años después; luego, veinticinco años más tarde y, por último, quince años y medio entre ese acontecimiento y el último. Supongamos que este es el patrón que uno descubre al ver todos los acontecimientos juntos. De hecho, es el que percibe Gull al flotar sobre la historia de Inglaterra durante su ascensión. Lo que él ve es lo siguiente:
- En 1788, un tal Renwick Williams, quien recibió el sobrenombre de “El monstruo de Londres”, acuchilla los traseros de más de cincuenta mujeres inspirado por la llegada del otoño.
- El 31 de agosto de 1888, fecha en la que ya se puede decir que ha comenzado el otoño en Londres, Jack el Destripador asesina a su primera víctima Mary Ann “Polly” Nicholls.
- Cincuenta años después, en otoño de 1938, nueve personas, casi todas mujeres, son apuñaladas por el “Acuchillador de Halifax”. Luego se descubre que tal acuchillador no existe. Las heridas de cuchilla han sido auto-infligidas por las propias víctimas, bajo influencia de una “manía de grupo”, según especula el propio Moore. 2
- Veinticinco años más tarde, Ian Brady y Myra Hindley, los “Asesinos del Páramo”, asesinan a cinco niños de entre 10 y 17 años alrededor de Mánchester, entre julio y octubre del 63. De nuevo, durante el otoño inglés, causando “un pánico social y moral nunca visto desde Whitechapel”. 3
- Y, por último, doce años y medio después, en 1974, el asesino Peter Sutcliffe, el “Destripador de Yorkshite”, escucha la voz de Dios por primera vez en su vida. Según él, se trata de una voz muy gentil que, en lugar de darle órdenes, como era de esperar, tan solo le sugiere que acabe con la vida de trece mujeres. Cosa que él hace sin rechistar. En la ficción de From Hell, resulta ser el propio Gull, y no Dios, quien le está hablando a Sutcliffe.
William Gull une estos cinco puntos y se sorprende al comprobar la regularidad que hay en su sucesión. Es como si Hawksmoor hubiera situado cinco de sus iglesias a lo largo de una espiral perfecta que converge en un único punto. Al ver cómo se verifica un dibujo muy concreto en el mapa del tiempo, Gull saca una conclusión: ¿a qué se debe esta precisa progresión geométrica? Y, entonces, Gull se convence de que hay un plan oculto. Y que él mismo forma parte de ese plan: si mató a todas esas mujeres, es porque estaba poseído por una energía oscura imparable que ha tenido otras manifestaciones, otros asesinos, a lo largo de la historia de Inglaterra. Una energía que se mueve en espiral a lo largo de la historia, acortando las distancias temporales, hasta llegar a un punto de convergencia… que más o menos coincide con la llegada de Margaret Thatcher al poder.
Es la misma conclusión a la que llegaba Iain Sinclair. Si veo algo en el mapa, es porque me estoy viendo a mí mismo y a mis propios procesos mentales reflejados en él. La única geografía y la única historia que podemos habitar es la de nuestra propia mente, como decía Moore. Es el principio autóptico de la psicogeografía, y por extensión, de la mente humana. Lo que ocurre es lo siguiente. El ser humano es incapaz de procesar todos los datos que recibe a través de sus sentidos y, mucho menos, de evaluar estos datos apropiadamente, por lo que, para poder establecer patrones y observar regularidades, le resulta absolutamente imprescindible tomar atajos. El primero es centrarse en un número limitado de datos u observaciones. El segundo es agruparlos en función de un molde o patrón ya conocido.
El problema surge cuando hay datos relevantes que quedan fuera del patrón elegido, o cuando al ver este patrón vemos que no encaja con nuestras observaciones. Gull puede haberse fijado en esos cinco acontecimientos históricos, con cuyas fechas no nos engaña. Sin embargo, ¿cuántos otros asesinos múltiples han actuado fuera del patrón que Gull cree ver en la historia de Inglaterra? Un tal John Christie mató a varias mujeres entre 1943 y 1953 escondiendo sus cadáveres en su casa de Notting Hill; sin embargo, estas fechas no se ajustan bien a la progresión sugerida por Gull. Eso, por no hablar de los crímenes cometidos por Fred y Rosemary West, los “Asesinos de la Casa de los Horrores”, que llegaron a acabar con la vida de doce mujeres entre el 67 y el 87.
También podríamos cuestionar si Gull ha dibujado bien los puntos sobre el plano o si los ha “engordado” a conveniencia para que encajen en un esquema decidido de antemano. De hecho, esto es lo que pasa con el caso de Renwick Williams, ya que no llegó a matar a ninguna mujer, solo las hirió. Y ¿qué decir del “Acuchillador de Halifax”, quien ni siquiera existió? Tan solo fue un caso de histeria colectiva. Considerar estos acontecimientos como parte de la misma secuencia es una observación falsa. Al menos tanto como la secuencia que quería ver Íker Jiménez entre la Basílica del Escorial, el Monte Abantos y la Cruz de los Caídos. Los tres puntos no tienen la misma categoría ni tampoco el mismo significado.
Comenzábamos el capítulo hablando de “magufería” y lo terminamos admitiendo que, en realidad, este término despectivo forma parte de la base de todas nuestras percepciones. No solo recurrimos a ese proceso de “unir los puntos” cuando tratamos de hacer inferencias sobre lo Oculto o sobre el carácter simbólico de las cosas. En realidad, lo hacemos siempre. No podemos evitarlo.
Otro Ernest, Gombrich, se ponía a sí mismo como ejemplo a la hora de analizar este problema. El famoso teórico del arte estuvo trabajando durante la guerra en el “servicio monitorial” de la BBC. Formaba parte de un equipo de personas que vigilaban y transcribían las emisiones de radio de aliados y enemigos. Ernst Gombrich contaba cómo algunas de las emisiones que más les interesaban eran prácticamente inaudibles; en parte por las condiciones de transmisión, en parte por haber sido grabadas en cilindros de cera.
Uno tenía que saber lo que podía decirse, para oír lo que se decía. Más exactamente, uno seleccionaba entre su conocimiento de las posibilidades ciertas combinaciones de palabras e intentaba proyectarlas en los ruidos oídos. […] Una vez que la expectativa quedaba fijada y la convicción establecida, uno perdía la conciencia de la propia actividad y los ruidos parecían encajar todos y transformarse en las palabras esperadas.4
Así es como funcionan nuestras percepciones. Con la práctica, perdemos la conciencia de los procesos mentales que seguimos para percibir el mundo; pero, si prestamos la debida atención, o si nos enfrentamos a tareas inusuales como aquella a la que se enfrentó Gombrich, entonces nos daremos cuenta de que siempre ordenamos los pocos datos a los que tenemos acceso siguiendo patrones ya conocidos, proyectándonos a nosotros mismos sobre el mapa, sobre la historia y sobre el texto. La mayor parte de las asunciones que hacemos sobre nuestra propia forma de ser y nuestra personalidad obedecen a este principio. “Tengo mala suerte” o “Todo el mundo se aprovecha de mí” son afirmaciones fruto del mismo proceso cognitivo de “unir los puntos”. Cada punto sería un acontecimiento adverso: momentos en los que las cosas no han salido como queríamos, o momentos en los que se han aprovechado de nosotros. La figura resultante de unir dichos puntos daría forma a las conclusiones que acabamos de enunciar. Pero ¿de verdad que hemos tomado en cuenta todos los datos que deberíamos tener en cuenta? ¿Hemos tenido en consideración todas las veces en que no se han aprovechado de nosotros, o las ocasiones en que las cosas nos han salido bien por casualidad? Por supuesto que no. Es nuestro carácter lo que hace que organicemos los datos de una manera u otra.
El mismo principio podemos aplicarlo a todas nuestras percepciones. La mayoría de las veces, las cosas que vemos tienen más que ver con el modo en el que hemos aprendido a experimentar las cosas, que con el aspecto real que éstas tienen. Y cuando se trata de experimentar la realidad, todos tendemos a hacerlo de una forma más o menos consistente. Es decir: siempre estamos viendo las mismas cosas y atribuyéndoles las mismas razones.
Las “alucinaciones” que sufría William Gull al mirar al mapa de Londres o al examinar la historia de Inglaterra no son muy diferentes a las que sufrimos todos los días al mirar un cuadro o al tratar de decidir qué es lo que está sintiendo la persona que tenemos a nuestro lado. La realidad es una creación de nuestra mente.
Roberto Bartual (Alcobendas, 1976) es doctor por la Universidad Autónoma de Madrid, y profesor en la Universidad Europea de Madrid. Es co-autor de La Casa de Bernarda Alba Zombi y traductor. Actualmente colabora con el colectivo Dátil (Dramáticas aventuras) y Julián Almazán como guionista en varios proyectos relacionados con el cómic. Sus relatos pueden encontrarse en las antologías Ficciones y Prospectivas. Es editor y redactor de la sección de cómic de la revista Factor Crítico. Ha publicado los libros Narraciones Gráficas (Ediciones Marmotilla, 2014) y Jack Kirby, Una Odisea Psicodélica (Ediciones Marmotilla, 2019).
- [1] Moore, Alan y Campbell, Eddie (2000) From Hell, vol. 5, Barcelona: Planeta DeAgostini, capítulo 14, p. 12
- [2] Op. cit, notas, pp. 12-14.
- [3] Op. cit, notas, pp. 12-14.
- [4] Gombrich, Ernst (1959 [1979]) Arte e ilusión. Estudio sobre la psicología de la representación pictórica, Barcelona: Gustavo Gili, trad.: Gabriel Ferrater, p. 182.