Por Álvaro de la Iglesia
El Autor
Jorge Mario Varlotta Levrero fue un escritor uruguayo nacido en 1940, hasta no hace muchos años “algo” conocido en nuestro país gracias a la publicación de sus trabajos en aquella legendaria revista de Ediciones La Urraca llamada El Péndulo, que publicó la novela El Lugar, varios cuentos y dos entrevistas al escritor que hoy nos ocupa. También ediciones De la Flor publicó algún que otro libro allá por fines de la década del ‘80, cuando Jorge (o Mario) vino a vivir por algunos años a Buenos Aires como consecuencia de una crisis personal y económica. Esas peripecias porteñas son contadas -parcialmente- en Irrupciones, y totalmente en la novela titulada Diario de un canalla, casi un prólogo estilístico de todo lo que escribiría después.
A principios de los ‘90s, el escritor volvería a Uruguay. Levrero daba talleres literarios y había ganado la beca Guggenheim para finalizar una novela que había empezado años atrás a causa de una crisis existencial: La Novela Luminosa. Sin embargo, escribir por encargo no era algo que a Levrero se le diera fácil: el escritor comenzó a escribir un diario acerca de cómo no podía continuar escribiendo sobre eso, un diario que en cierta forma disecciona hasta el paroxismo esa famosa obsesión del autor por los hechos más nimios de la cotidianeidad. Pese a que Levrero nos narra incansablemente cómo son sus días dentro de su casa (prácticamente no salía ni recibía vistas, y hacerlo era para él una aventura que podía llevarlo a tomar ansiolíticos en cantidad), cuando uno se adentra en La Novela Luminosa no puede dejar de experimentar una sensación de muerte cerebral. El caso es que el libro terminó siendo un espectacular experimento narrativo, compuesto por un voluminoso diario de vida (¿o de muerte?) de 400 páginas, una novela inconclusa (La Novela Luminosa) y un cuento hasta entonces inédito, llamado Primera Comunión, que pretendía en cierta forma darle un punto final a todo aquel material.
El libro salió en 2005 editado por Alfaguara y fue un éxito. La obra de Levrero empezó a editarse y reeditarse con celeridad por editoriales grandes (Mondadori) y La Novela Luminosa quedó rankeada por el diario español El País como uno de los libros fundamentales del siglo XXI escritos en castellano. Lamentablemente, para ese entonces Mario había muerto, nunca despojado del todo de esa cualidad de escritor marginal. En agosto del 2004 le sobrevino un ataque al corazón, hecho con el que había soñado y que tenía previsto (incluso dicen que le erró por pocos días a la fecha de su muerte). Recordando lo imposible que era conseguir un libro de Levrero en los tumultuosos años ‘90, fuera de lo publicado por El Péndulo, para sus lectores -por injusto que parezca- lo mejor estaba por venir.
Además de notable novelista y cuentista, Jorge Mario Varlotta Levrero (Montevideo, 1940-2004) era un gran admirador del cine -se pueden ver en su obra literaria tanto influencias de Laurel & Hardy como de Buster Keaton e, incluso, del cine de Tarkovsky. Y también de las historietas. Probó suerte con ambos géneros, aunque, como es de prever, el cine era de muy difícil realización en un lugar como Uruguay, así que el autor no pasó de realizar unos cortos que, en palabras de él, resultaron desastrosos técnicamente y no tuvieron más que exiguas proyecciones hogareñas. La historieta, en cambio, prescinde de toda esa monstruosa maquinaria.
Levrero era fanático de La Pequeña Lulú (lo dijo en varias entrevistas, y casi todas fueron recopiladas por Elvio Gandolfo en el libro Un Silencio Menos), aunque siempre se encargó de remarcar que su fervor provenía de la tira original, así que suponemos que hablaba de la producida por John Stanley a partir de 1948. También admiraba el Mandrake de Lee Falk, y aseguró haberse dejado seducir fugazmente por los superhéroes de DC y Marvel en sus años de juventud, lo que no es para nada de extrañar si tenemos en cuenta que pasó su niñez en la época de pulp, y que dicha experiencia fue una influencia notable y característica de su obra literaria, como puede desprenderse de la lectura de novelas tales como Nick Carter (se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo), o La Banda del Ciempiés.
En casi todas las biografías que pueden leerse por ahí (incluso en las solapas de sus libros) se incurre en el error de presentarnos a Levrero, no como al artista conceptual que fue, sino como un autor polivalente que escribió, sacó fotos, y se dedicó al cine y a las historietas. Como si todo no partiera de una misma cosa, en definitiva: la necesidad espiritual plasmada en la manifestación artística. Decir que Levrero fue, entre tantísimas cosas, guionista de comics, parece no hacerle justicia a Levrero como artista de conceptos. Más correcto sería decir que era un escritor pero, sobre todo, un artista que cultivó varios géneros en pos de una inquietud y no de un mercado específico (¿o acaso alguien tilda a Osvaldo Lamborghini de guionista de historietas, a causa de aquella que hiciera con Gustavo Trigo en 1972, ¡Marc!?)
Ahora bien: hasta el día de hoy, para muchos de los seguidores de la obra de Levrero (Levrero el novelista, a diferencia de Varlotta el guionista), las historietas seguían siendo el eslabón perdido. Tanto sus ilustraciones más personales (él no era dibujante, pero lo mismo dibujaba) como las historietas más ambiciosas hechas en colaboración con ese gran dibujante uruguayo llamado Lizán (Edgardo Lizasoain) -publicadas en la primera época de Fierro y Superhumor- pedían a gritos una edición para los fanáticos del escritor. Criatura Editora, el sello uruguayo que suele publicar e Levrero en su país de origen- recoge el guante y nos ofrece este hermoso y necesario volumen titulado Historietas Reunidas de Jorge Varlotta, donde descubrimos varias facetas más de arte levreriano, en este caso decididamente visuales, aunque totalmente en sintonía con su obra literaria.
Historietas Reunidas: el libro
Es necesario remarcar que lo que comprende este libro de 280 páginas, más que historietas, es el material gráfico de Levrero, aunque las historietas ocupan un lugar preponderante. El corpus de dicho volumen está dividido en siete títulos, de los cuales solo dos son historietas hechas para un mercado específico: Santo Varón y Los Profesionales, ambas con dibujos de Lizán, fueron publicadas originalmente en Fierro, Humor, Superhumor y El Dedo, revista uruguaya. En ambas vemos a los autores moverse en aguas del humor gráfico con un timing perfecto, deudores de una estética del humor de Laurel & Hardy e incluso de The Three Stooges. Aunque ambas historietas tengan una estructura similar, se diferencian por sus protagonistas (Santo Varón, un hombre apostado en una esquina que recibe con estoicismo los golpes de la vida; Los Profesionales, una banda de tres delincuentes que, literalmente, no pegan una). En ambas prolifera el absurdo, los silencios no forzados y la exageración de los golpes físicos como recurso gracioso. También hay muchísimo talento en ciertos argumentos (como en el que Santo Varón conoce en persona a La Pesadilla, un tipo bonachón que dice ser el responsable de los malos sueños, aunque, como él mismo aclara “yo sólo soy un actor de los libretos de su propio inconsciente”).
Antecesor a este material que puede considerarse el plato fuerte del libro, podemos señalar las tiras de El Llanero Solitario, escrita e ilustrada por Levrero, publicadas parcialmente por la revista rosarina Tinta (prácticamente un manifiesto de historieta amateur hacia fines de los 70s), donde el humor absurdo roza cierta inocencia infantil: el protagonista en cuestión es un elefante con antifaz y sombrero, y preocupaciones que, de banales, terminan por tener cierta proyección psicoanalítica no resuelta. En un material muy anterior, titulado De los elefantes y sus aconteceres (el primero del libro en orden cronológico), Levrero ya apelaba a la figura del elefante para narrar un delicioso cuento ilustrado, de estructura infantil (que me recordó bastante a la serie de cuentos Las Aventuras del Ratón Mouse, publicada en Irrupciones). Si bien los dibujos y la rotulación del autor son bastantes torpes, no es menos cierto que la producción ya muestra cierto “nervio levreriano” y que, a pesar de la deficiencia técnica, hay detalles que sorprenden gratamente por ponerse a la orden de la narrativa.
Algo muy similar ocurre en Las aventuras del Ingeniero Strúdel, aunque aquí Levrero se anima a romper con la estructura de narrativa convencional y compone una historieta que, a su decir, pensó estrictamente en términos plásticos. Las letras y los globos de texto tienen la misma importancia que las caras, sólo que muchas veces están invertidos (es decir, el texto aparece en sentido contrario al dibujo) y para leer este material hay que ir dando vueltas el libro, en una experiencia bastante vanguardista para la época en que fue consumado pero quizá no del todo cómoda para el lector.
Hay un dato bastante significativo a la hora de contextualizar Las Aventuras del Ingeniero Strúdel. Esta historieta se comenzó en 1972, en aquel tormentoso período en el que el autor vivió en Burdeos (recordando esta experiencia, escribiría en 2003 su última novela: Burdeos 1972), acechado por amoríos fútiles, máquinas de escribir francesas -con acentos circunflejos que entorpecían el fluir de la narrativa- pero sobre todo, acechado por el idioma francés que, en su inconsciente, estaba desplazando gradualmente al español, hecho que aterró al autor y que empujó a su regreso a Montevideo. También dijo que “Las Aventuras…”, en ese contexto, tuvieron algo de terapéutico.
El libro se completa con El Infierno de la Vista y La Nueva Lógica, dos grupos de ilustraciones temáticas repletas de detalles que van a ser una exquisitez y una aventura para los fanáticos de Levrero que piensan acerca de su obra sobre todo en términos simbólicos. Está claro que este es un libro fundamental para levrerianos de primera y segunda hora. Sólo el tiempo dirá qué nuevos significados (o qué aportes) les llevará a la historieta como género.
Álvaro de la Iglesia es periodista, escritor y fotógrafo de la ciudad de Rosario. En cuanto a cómics, se define como coleccionista pero sobre todo un fan, que comenzó su andadura en la añorada época de Perfil. Múltiples reseñas suyas han aparecido durante años en la página Central Mutante, donde aún escribe con regularidad.
[…] Historietas, el eslabón recuperado de Mario Levrero Álvaro de la Iglesia nos ofrece un refleccíon sobre el artisto uruguayo, Mario Levrero. […]
Había encontrado el libro de Los Profesionales en una librería de saldos y me lo llevé más que nada por la fasinación que tenía con Lizán. Me encantaban esos juegos/historietas que dibujaba para la revista de Clarín, no podía entender que no haya libros del tipo. Mucho tiempo después encontré el de Santo Varón.
Entiendo que la nota (y el libro) pongan el foco en Levrero, pero quería aprovechar que acá hay comentarios para dejar anotado lo maravilloso que me parece el trabajo de Lizán. Es un dibujo de una gracia dificilísima, sutil pero evidente.
Supongo que sería fácil conectar esas historietas con otras cosas que están más o menos cerca: Sempé, Copi y Tati, ¿no? Me acuerdo que pensaba, también, más que nada respecto a Los Profesionales, que tenía algo de videojuego (de plataforma, tipo el Mario o el Sonic, digamos).
Pero lo importante, me parece, es justamente lo otro, lo que tienen de específico. Las dos a su manera, son historietas de una violencia muy rara y contenida. En esa tensión es donde me parece que la gracia (y digo “la gracia” y no solo “lo gracioso”) del dibujo de Lizán importa. Y mucho.
Habría que ver quién aportó qué, pero esos dos libros siempre me parecieron de esas historietas que parecen hechas por una sola persona.
Gracias por la nota, no sabía que existía el libro, lo voy a buscar.
Gracias por comentar, Fran. De ninguna manera era intención de la nota subestimar el trabajo de Lizán (que, de hecho, es genial), pero como bien decís la nota es sobre un libro con trabajos de Levrero, donde Lizán participa sólo en parte. Si te gusta su trabajo, te recomiendo el libro ya que está compilado Santo Varón y Los Profesionales en su totalidad, pero además se manda uno de los prólogos del libro, que es una verdadera joya, y allí sí cuenta cómo era la dinámica de trabajar con Levrero. Saludos!
Existe una versión de “Una confusión en la serie negra”, que se publicó en Fierro con dibujos de Sanyú a mediados de los 80s que por alguna razón no se incluyó en este extremadamente caro volumen (aunque más cara y pretenciosa es la edición de “Caza de Conejos” de El Zorro Rojo). Esa versión de la historia quedó inconcluso y Levrero después incluyó el cuento original es “El portero y el otro”.
Hubiera sido interesante ver esas páginas incluidas en este libro.
Saludos,
J.