(Este texto fue escrito y leído como parte de la presentación del libro de Delius en Punc Librería, el 7 de octubre de 2017).
Siempre se emparenta el nacimiento de la historieta con el nacimiento del cine, en gran medida porque ambos son mecanismos para narrar historias, porque ambos son visuales, porque ambos “compiten” en un primer momento por convertirse en la forma de entretenimiento masiva por excelencia. Pero raramente se lo compara con los inicios de la música grabada, con la cual es también prácticamente contemporánea. El fonógrafo con cilindros se inventó en 1877, el fonógrafo con disco en 1889. Para 1910 este era el dispositivo preferido para grabar sonidos y el disco de pasta iba a ser el formato privilegiado hasta los años 50s en que sería reemplazado por el vinilo.
La aparición de la música grabada fue una revolución tan importante como el cine o el movimiento en imagen que representa la historieta, pero pasa desapercibida por su ubicuidad: la música se volvió evanescente y portable mucho más rápido que el cine y la historieta (formatos que todavía tienen aparejada el aura de sus soportes: la sala de cine, el libro).
Y eso condujo a lo que Delius ilustra tan bien en este libro, la fusión de la vida con la música. La liberación de la música del espacio de la performance, que cobra otro valor, que funciona como concreción de un registro sostenido en otro lado y escuchado en la privacidad de nuestros hogares, o acompañado de amigos en celebración, pero siempre colocándole banda sonora a nuestras experiencias y sentimientos. La performance, por otra parte, se vuelve momento fugaz e irrepetible, en el cual se observa en vivo algo que en la grabación tiene algo de muerto.
A la vez, el nacimiento de la canción como formato masivo para la música grabada, en oposición a las óperas, sinfonías y piezas más complejas, produce otro efecto a menudo ignorado: la confluencia de letra+música convierte a la música en otro canal de transmisión de historias. El Brill Building, al fin y al cabo, es una fábrica de cuentos cortos. Esto no es nada nuevo, los juglares y trovadores medievales y la ópera misma empleaban la narrativa, pero la música pop moderna es más deudora de los primeros que de la segunda, que es masiva, gigantesca, un producto de la tendencia de la modernidad hacia el arte total que también nos dio la novela.
Y los juglares y trovadores siempre habían tocado para públicos populares y pobres, y durante los primeros años del siglo XX todavía habrá una diferenciación entre la música “clásica” para las clases altas y la música “popular” (jazz, blues y folk) de la clase baja. Pero el efecto a largo plazo de la música pop grabada será la democratización del consumo de la canción como forma privilegiada entre clases, aunque, por supuesto, con identificaciones variables entre clase y género musical.
La música pop, entonces, es deudora y producto del mismo caldo de cultivo en el que “nace” la historieta a finales del siglo XIX, son compañeras de viaje. Y la historieta de la misma manera que ilustra y se mezcla con los ritmos rápidos y cambiantes de la ciudad, el trabajo y la tecnología cambiante que la hace posible, también hace lo propio con la música. El problema es que la historieta, por motivos diversos que conocemos, pero no sabemos cuantificar causalmente bien, terminó siendo un arte de nicho cuando la música pop conquistó al mundo, erigió una industria implacable y siguió siendo motivo de encarnizados enfrentamientos entre amigos o parientes en el terreno de la opinión.
Pero siempre se llevaron bien e hicieron un buen maridaje. Los diálogos marcados por el scat jazzistíco de Krazy Kat. Los comics de flappers de los años 30 que solo quieren bailar jazz. Los posters para recitales psicodélicos de Rick Griffin. Los retratos de héroes del blues, el jazz y el country de Robert Crumb. La obsesión de Crumb y Harvey Pekar por los viejos discos de pasta. Buddy Bradley viviendo en el Seattle grunge y vistiendo camisetas leñadoras. El punk queer antes de que existan las riot grrls de Maggie y Hopey. Y el punk atrasado y atado a la situación política de Peter Pank y Bob Cuspe. Michael Allred haciendo de Bowie un alienígena real y groovy. El heavy metal progresivo que destilan las páginas de Phillipe Druillet. Batman bailando el bat-watusi. Las bandas sonoras de Jessica Abel. Los amigos adolescentes con banda de garaje de Gipi. La adaptación y fabulación sobre la vida de Gardel de Muñoz y Sampayo. El árbol genealógico del hip hop de Ed Piskor. El momento en que King Mob y Lord Fanny van a bailar a una discoteca de París. V cantando “This Vicious Cabaret”.
Es más, diría que, luego de la propia historia de la historieta, el arte al que más recurren los historietistas a la hora de tender puentes es la música. El libro nuevo de Delius se inserta en esa gigantesca tradición y tiene algo de un crescendo, en la manera en que están organizadas las páginas, se van sumando perspectivas, ornamentos y detalles y va construyendo algo que es a la vez sinfónico por su ambición y pop por su continua referencia a la vida diaria y los momentos y recuerdos de esta vida en donde se mezcla la música. Este fenómeno tan poderoso y hasta virósico al que estamos expuestos desde chiquitos sin darnos cuenta y que re-configura nuestro cerebro. La neurología, justamente, es otro de los elementos presentes todo el tiempo en No Puedo Vivir Sin Música, la manera en que nuestro cerebro le da sentido a lo que es la música.
Como digo en el prólogo ¿Qué pasaría si, en vez del cine, desde la historieta mirásemos más a la música? El comic tiene ritmo, capas, la armonía que le dan los cuadros y la página, y la melodía que le brinda la historia. Es un tipo de experiencia en el tiempo, solo que el beat es controlado, conjuntamente, por lector y autor. Y, como descubrió John Berger, el proceso por el cual una imagen nos parece bella o artística no es menos mágico que aquel por el cual el sonido llega a nuestro cerebro. Quizás la experiencia emocional de leer un comic sea más parecida a la de escuchar una canción: fugaz, indeleble, clamando por la repetición, conmovedora de una manera primaria. Como este comic de Delius.
fue tan hermoso que estuvieras allí, querido amadeo, leyendo este texto que escribiste para la ocasión, siendo de la partida con tu escritura, tu lectura, tu sentido del humor, tu onda. me sentí tan interpretada y acompañada! me impresiona mucho la gente que tiene mucha lectura y muchas ideas encima, porque consumir no basta, son necesarias y por ello valiosas en este mundo las personas pensantes, que producen hilando y conectando cosas, que vinculan mundos generando nuevos; para mi es un orgullo que hayas estado allí y que formes parte también de esta publicación. viva tu palabra, todo el cariño.