La Mano del Pintor es la primera novela gráfica de María Luque. En realidad, si nos ponemos un poco estrictos, es casi el primer comic largo publicado en gran tirada por la autora, quién viene hace años realizando fanzines de diversas longitudes, participando en recopilaciones y realizando ilustraciones para revistas y libros para niños.
En primer lugar, es particular entonces su elección: primera obra en solitario editada de forma “convencional”, novela gráfica, libro, esfuerzo y lectura de largo aliento, intento en definitiva de construir a partir de ladrillos, con notoria ambición. Otro detalle: no fue serializado, sino publicado de una sola vez y concebido así, sin cortes, con los capítulos pensados como capítulos y no como episodios concatenados que luego serán combinados. Última cosa importante: fue financiado a través de un idea.me (el Kickstarter local), en una campaña que se demostró muy exitosa y seductora como ejemplo para emprendimientos similares a futuro, aunque tampoco podamos aseverar que las condiciones que lo hicieron posible sean reproducibles.
La financiación a través de Kickstarter es algo habitual en EE.UU. pero recién llega al panorama de la historieta argentina con iniciativas como esta y las pre-ventas de editoriales como La Pinta, Hotel de las Ideas y Moebius. La diferencia con el proyecto de Luque es que este parece haber pinchado a un público más amplio que el específico de la historieta. Un público que consume a la autora a través de sus ilustraciones, sus dibujos para objetos de diseño, más como una artista plástica que como una historietista. Ya la presentación misma del libro, en el Cabildo porteño con comentarios de Pedro Mairal, también apuntan a una singularización del libro que busca colocarlo en un mercado más amplio. Lo curioso es que esta solución entronque de manera perfecta con una filosofía productiva que tiende, cada vez más, a la autogestión y al salto de lo digital a lo impreso sin los antiguos intermediarios: revistas de antología, diarios, publicaciones satíricas. En ese sentido, la falta de serialización previa es un síntoma perfecto de los tiempos que corren y la libertad de la financiación colectiva es también un signo de ausencia de andamiajes más firmes, de un mainstream, bah.
Todos estos datos hablan de una cierta ubicación de La Mano del Pintor al interior de las discusiones a menudo endogámicas y agotadoras, pero siempre presentes, del mundillo de la historieta. Obra larga, autora cuasi novel, financiamiento alternativo, sin serialización, hacen referencia a una serie de marcas que pugnan por un modelo de publicación en nacimiento. Asimismo, también existe una apuesta estética que se enmarca en ciertos estándares ya probados del formato novela gráfica: una sola historia, que mezcla una capa de autobiografía con elementos históricos, una reflexión sobre la condición del arte y el artista, un dibujo muy personal y liberales dosis de fantasía.
La historieta trata sobre Cándido López, pintor de la Guerra del Paraguay, famoso por sus inmensos lienzos de las batallas donde los soldados se ven como minúsculas hormigas, más similares a planes de combate de un general que a retratos de guerra. Pero también es la historia de Teodosio Luque, el abuelo de la autora, médico del ejército aliado (argentino-uruguayo-brasileño) que atendió a López luego de la Batalla de Curupaytí, en donde quedó herido del brazo derecho viéndose obligado a sufrir la amputación. Su brazo derecho, por supuesto, era el brazo con el cual dibujaba y pintaba. López se entrenó nuevamente en el uso del izquierdo y así pudo trasladar y pintar 52 (de noventa) de los bocetos que había realizado durante la campaña en cuadros alargados y de perspectiva infinita, que hoy en día pertenecen a la colección del Museo Nacional de Bellas Artes.
A través de Teodosio, entonces, ingresa en la historia María, ya que, como buen comic indie contemporáneo, el autor forma parte de la narración. A María se le aparece Cándido, en forma de fantasma, y le pide que le ayude a terminar su obra. Esto es empleado por la autora para entrelazar su experiencia como dibujante de historietas con la trayectoria de López, que le es narrada por su fantasma. En principio, no parecería haber dos sujetos más diferentes: López es un pintor histórico con un estilo particular que pertenece al mundo de la pintura de caballete. Sin embargo, fue un artista casi autodidacta, que no contó con la formación y profesionalización esperable de un pintor de salón de finales del siglo XIX y que se desempeñó en múltiples oficios.
Durante su vida sus obras no fueron demasiado valoradas, excepto por el estado nacional que, luego de muchos años de dificultades económicas, le proveería un estipendio a cambio de la producción de sus pinturas de la guerra. Por lo tanto, López es un artista por encargo, un vendedor profesional de su arte, un empleado del Estado nacional. Y, como menciona Roberto Amigo en su descripción de las pinturas de López: “su manera distintiva de representar la guerra era diferenciarse radicalmente de la pintura académica, es decir a través del predominio de los detalles anecdóticos frente al asunto unitario centrado en un ejemplo virtuoso.” El registro representativo de López, entonces, era extraño y alejado de lo aceptado en aquel entonces y su condición social era más bien baja.
Luque, por su parte, contrapone a esta historia viñetas mínimas de su vida. Si la vida de Cándido en la guerra se encuentra narrada con combates, personajes secundarios, tragedias y cierta cualidad literaria-aventurera que pareciera romantizar el pasado lleno de acontecimientos, las escenas que transcurren en el presente cuentan con un tono cotidiano y livianamente anecdótico. Caminatas, almuerzos, reuniones, limpieza de la casa usando auriculares. No aprendemos tanto de “María Luque”, la protagonista de la obra, como de Cándido López, y el arco narrativo del presente, en contraposición con la guerra, gira alrededor de la realización de un fanzine para ser vendido en un evento de historieta. Esto también podría ser, simplemente, un prejuicio de lector: estamos demasiado acostumbrados a pensar que la narrativa se compone de eventos llamativos, dramáticos, de acción.
Luque yuxtapone a la labor artística de un pintor cimarrón como López, en un contexto de control del arte en instituciones restrictivas y difícil acceso al circuito del mismo para outsiders como él, con el circuito de la historieta, pauperizado pero voluntarioso, depositando el peso de su reflexión artística en la siempre acuciante pregunta acerca del sostenimiento de la actividad en un momento adverso. De esa manera, Luque y López devienen outsiders hermanados, algo que se comprueba en el hecho de que “María Luque” jamás completa sus pinturas (toman demasiado tiempo, es un estilo al que no está acostumbrada, no conoce los materiales) y que López abraza con entusiasmo de adolescente el mundo de recompensas limitadas (un helado) del productor de comic moderno.
Por otro lado tenemos el tema del estilo de dibujo. María Luque tiene un estilo muy particular que, como ella misma admite, no conoce de perspectiva ni de proporción natural. Los personajes de Luque son figuritas que se distinguen por algún rasgo del pelo o la cara o del color, pero que cuentan con la misma fisonomía básica. Sus escenarios son amplias escenas texturadas con lápices de colores, panoramas chatos poblados por personajes minúsculos no tan diferentes a los de López. Luque usa lo que para algunos sería sus limitaciones como herramientas para narrar de una manera diferente. Por ejemplo, suele emplear cuadritos en primer plano donde se ve solo una cara, una estampita colorida, para avanzar los diálogos o para transmitir diversos puntos de vista sobre el mismo evento (los soldados asustados, los opositores a la guerra). Asimismo, la manera en que sus expresiones faciales y las interacciones entre personajes rozan la rigidez y el infantilismo termina generando un universo representativo interno en donde el registro nos resulta natural, refrescante, vivaz. Esos amplios interiores de casas que dibuja, casi pelados de objetos, se entroncan con la relajación de las escenas del presente, construidas básicamente alrededor de diálogos amistosos.
El libro, sin embargo, no es perfecto. Adolece de cierto didactismo en algunos diálogos, especialmente en los primeros capítulos, quizás producto de la búsqueda de un registro que permita saltar de la vida de “María Luque” a la historia de López con la mayor claridad posible. Algunas transiciones son apresuradas, o se nos sobre-explican detalles y una segunda lectura a ciertos diálogos que recorten tonalidades escolares de los mismos hubiese estado bien. Asimismo, la historia tiene un problema de conclusión: no es que termina, sino que simplemente se detiene, en un punto razonable (Cándido concluye la historia de la guerra, venden sus fanzines) pero que de ninguna manera se encuentra puntuado y bien podría continuar en una página siguiente con más aventuras cotidianas entre los protagonistas.
Pero estos detalles no bastan para opacar la apuesta de Luque, que logra, finalmente, cumplir con su promesa al pintor: contar su historia, completar su impresión de la Guerra del Paraguay, a través de la historieta. Y no solamente eso, sino también rescatar a López y a los eventos que rodearon a su vida del abismo de la historia. Otro tema tocado a lo largo de la historieta es la pervivencia de la obra en el tiempo, que opone de manera radical a Cándido, preocupado porque sus pinturas se terminen, y Luque, realizando fanzines con tiradas de 100 ejemplares, que sin embargo, son muchas más copias y potenciales lectores que de las pinturas del soldado. En el fondo la tesis de La Mano del Pintor pareciera ser sencilla y hablar de la continuidad en los mundos del arte: atrapados entre el dinero y la creación, no somos tan distintos.