Por Pablo Turnes
Como preámbulo de Fragmentos y Distorsión, el mismo Riskin (Rosario, 1990) aparece dirigiéndose a su público: “Creo que nos, los historietistas, tenemos que dejar de hacer comics autobiográficos”. Inmediatamente relativiza semejante sentencia: “Bueno, no nunca más. Bueno, al menos por 100 años. O 1000. O 10.000”. De alguna manera, F&D puede leerse como un manifiesto y un ensayo en simultáneo, basado en esa premisa: ¿cómo romper con lo autobiográfico en la historieta, género que de los 90s para acá se ha vuelto hegemónico?
Riskin lleva la pregunta hacia lugares inciertos, o incluso hacia ningún lugar. Lo que importa es el enrarecimiento de ese discurso que ha llegado a un punto de interrogación y de agotamiento. Leer a Riskin implica aceptar – o no – ese ejercicio radical donde todo estalla en pedazos – de ahí los fragmentos -, en una distorsión constante que no da tregua, que no se detiene, que se autocanibaliza, se regurgita y vuelve a devorarse a sí misma.
Es difícil decir de qué se tratan las historietas de Paranoid Boy, el personaje que asume la voz del autor y que le sirve para deslizar cuestiones de su vida personal. Más que experiencias narrables en el sentido estricto del término, son la exposición de un constante absurdo que neutraliza cualquier posibilidad de contar “seriamente” la biografía de nadie. No hay enfermedades terminales, supervivencias a procesos históricos trágicos, exámenes geopolíticos, ni siquiera estampas agridulces y melancólicas de una existencia cotidiana en un barrio o ciudad identificables.
Por ejemplo, un hecho concreto rescatado de su angustia adolescente: alguien en el colegio hace correr el rumor, como broma maliciosa, que Riskin tiene concha. Esto estalla en una aventura existencial absurda que comienza con Riskin creyendo que eso es cierto, preparándose para afrontar su nueva anatomía. Esto es lo más parecido a un argumento que se puede encontrar en medio de una marejada que solo puede descrita como historieta patafísica.
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La puesta en página se disuelve, los cuadros son saboteados por interjecciones y anotaciones que señalan todo el tiempo que eso es una historieta que se burla de las historietas; lo meta-textual no es un mero recurso sino que es la cosa. La autoparodia no se sirve ni siquiera del respeto por las tradiciones gráficas y los estándares historietísticos – como hace Parés, de quien Riskin supo ser ayudante -, sino que patea el tablero cuadro a cuadro, página a página, en una especie de ética punk mantenida a rajatabla.
Un factor clave en F&D es la edición de WAI Comics, proyecto de El Waibe, quien con este libro da un paso en la consolidación de su proyecto editorial que implica la evolución – por así decirlo – del circuito fanzinero sin despegarse completamente de él. Hay sin dudas una filiación estética con Riskin, una comprensión de oficio e intuición que hace que tome el bienvenido riesgo de sacar al mercado esos dibujos enmarañados que de lejos no parecen nada, pero que cuando uno se acerca demasiado le explotan en la cara como una bomba de clavos.
Riskin es la risa insospechada, traficada en medio de una amargura existencial que nunca se permite ser tomada en serio, pero que está latente. La edición de WAI Comics lo hace posible al mantener la idea del fanzine mostrando las costuras: los dibujos improvisados hechos en papeles arrugados que se insertan en la página, las texturas disímiles suturadas con un extraño refinamiento, el papel ilustración sosteniendo esas explosiones congeladas y urgentes al mismo tiempo.
El mismo libro es una parodia de lo que un libro de historietas debiera ser. La contratapa es una reflexión sobre cómo intentar hacer una contratapa, un croquis caótico como todo lo que incluye F&D, donde se advierte que está mal dibujado, que existe un personaje llamado Paranoid Boy, y hasta un crítico de cómics que se pregunta “¿Es una metáfora de la sociedad?”. El remate queda a cargo del único texto claramente legible, una cita de Pablo Fayó: “Iván Riskin dibuja con la garcha”.
Desde Gary Panter a Jean Dubuffet y Jean-Michel Basquiat, Riskin usa las coordenadas de la distorsión porque es la única manera de decir algo a esta altura, aunque ese algo sea inentendible. Tal vez ahí esté su objetivo, romper definitivamente con el sentido aunque solo se logre parcialmente. El mismo autor firma como Riskin?, con un signo de interrogación parcial, señalando que hasta su propia dimensión autoral está siendo interrogada antes de empezar.
¿Es esto, entonces, un cómic autobiográfico o no? ¿Logra Riskin romper, siquiera por un instante, esa pesada obligación del comic contemporáneo? Apelo a su reflexión final: “Existen múltiples realidades. Y en todas ellas soy un boludo”. Alfred Jarry aplaudiría de manos con los pies al que probablemente sea el más radical de los historietistas argentinos contemporáneos.
[…] en la estética de la distorsion con Pablo Turnes en la Revista […]
Iván Riskin… Es una autor que jamás voy a entender… Tipo no hay dibujo, no hay guión, no hay efecto de comicidad…. No sé, yo prefiero otras cosas.
Interesante. Lo voy a buscar. Me hizo acordar a Basquiat.