Por Amadeo Gandolfo
Bueno, hablemos una vez más de Jonathan Hickman. La última (y creo que única) vez que escribí sobre él estaba deslumbrado por su etapa al frente de los Cuatro Fantásticos, la cual me sigue pareciendo uno de los runs[1] definitivos del comic de superhéroes de los últimos años. Un comic perfecto en emoción y acción.
Luego de eso, le dieron las llaves del auto de papá: los Vengadores, como parte del último relanzamiento relativamente exitoso de Marvel. Ah, los bellos días del 2012. Hickman tomaba la serie después del reinado larguísimo de Bendis y prometía planificación a largo plazo, enfrentamientos éticos y épicos entre personajes, gran acción cósmica, todo una máscarada para colar reflexiones sobre la familia, los miedos, las amistades, las grandes sociedades que los hombres construyen, las bellas ideas que se tornan agrias. Pero si los FF eran puro optimismo (con un segundo acto oscuro, como corresponde), sus Vengadores son lenta descomposición y progresiva traición y giran alrededor de una idea obsesiva: las decisiones terribles que tienen que tomar los hombres en el poder para salvaguardar el bien mayor.
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Es un comic, cómo decirlo, un tanto oscuro, pero también apropiado para los últimos cien años de historia humana. El run está dividido entre la serie principal, Avengers, que gira alrededor de Tony Stark y Steve Rogers poniendo en marcha un “plan más grande” para el grupo, una maquinaria auto-generante que incorpore a todos los talentos y los héroes que necesitan. La serie que buscaba ser el costado más “espectacular”, cósmico, lleno de viajes en el tiempo, planetas extraños, personajes nuevos, y acción gigantesca de su run (y cuyo momento más álgido está durante el crossover Infinity, contra Thanos); y New Avengers, la serie de superhéroes sobre política y relativismo moral, donde los grandes hombres del universo Marvel se reúnen para intentar frenar las “incursiones”, choques entre universos signados por los “cielos rojos” (¡ja!) que ofrecen dos opciones: a) Dejar que ambos universos se destruyan simultáneamente b) Tomar la decisión de destruir uno de los dos para salvar al propio, efectivamente convirtiéndose en genocidas. Protagonizada por Black Panther, Reed Richards, Tony Stark, la Bestia, Doctor Strange y Namor intentando hacer lo imposible y buscando las alternativas ante lo indecible e inevitable. Ante esa exploración del abismo moral, Hickman saca unos personajes multifacetados y complejos, implacables, es cierto, quizás irrecuperables como héroes luego de esto, pero más interesantes en sus luchas de poder y ego. La serie que inventó el meme “gente sentada alrededor de una mesa discutiendo cosas importantes en un ambiente sombrío”.
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Por supuesto que ambas series terminarían cruzándose, mientras que Avengers mutaba en la undécima iteración del conflicto Stark-Rogers, y New Avengers se convertía en la exploración de los orígenes cósmicos del universo Marvel, que aparentemente descansan en los hombros del Molecule Man (y en una nueva raza de dioses arquitectos llamada Beyonders). El MM es un loco con el poder de un dios, un personaje desquiciado y muy particular de los Fantastic Four que Jim Shooter también había utilizado, en las Secret Wars originales, como ese recurso megapoderoso de último momento similar al que DC encuentra en The Spectre. Y hay que reflexionar un poco acerca de cómo los Avengers de Hickman, con su incorporación de personajes del New Universe y su final en unas nuevas Secret Wars no son tanto un homenaje a los cómics cósmicos de Shooter como al Starlin de los setentas obsesionado con la muerte y un universo fatalista. Homenaje a la vez metatextual, ya que de todo esto también se esperaba que surja “un nuevo universo”.
Pero los Avengers de Hickman se convierten en preludio, con la lucha Stark-Rogers tornándose la pelea de dos viejos ridículos que se aferran a enconos personales mezquinos e ideas perimidas de cara a la destrucción cósmica. Y dando lugar a unas nuevas Secret Wars que están pensadas como un broche de oro a sus Cuatro Fantásticos, una despedida a un cierto universo Marvel y una conclusión de las aventuras de Reed Richards y los suyos por un buen tiempo. Los héroes fracasan y es imposible detener la destrucción del multiverso. A pesar de toda la latitud moral (o quizás a causa de ella) el mundo termina colapsando y su salvación, tras bambalinas, queda en manos de quién siempre sospechó que era quién mejor preparado estaba para la misma: Doctor Doom.
Del caos nace Battleworld, mundo rompecabezas, arca de Noé en el medio de la nada absoluta, mundo cerrado pero múltiple, armado con fragmentos de planetas destruidos que corresponden a cada una de las grandes sagas que los fans añoran. Battleworld es una representación física de la acumulación de historias, todos los mundos posibles concentrados en un único espacio físico, una contradicción de la idea del multiverso que a la vez sirve para maximizar el crossover al darles a los lectores Todo Lo Que Ellos Quieren Todo Junto. Ese asteroide producto de la decadencia de la multiplicidad es a la vez una cosmogonía perfecta que utiliza a los Cuatro Fantásticos como los pilares físicos y morales: La Cosa como la Muralla contra lo ajeno, la Antorcha Humana como el Sol, Doctor Doom como El Rey, Susan, Franklin y Valeria como la Familia Real y Reed Richards como El Adversario. Y abajo, en el reverso de la tierra, Owen Reece, el Molecule Man, como el dios escondido y caprichoso de un universo atado con piolines. Al final todos sus Avengers son una excusa para darle la mejor despedida de los Cuatro Fantásticos que podría ser escrita, una despedida que en sus últimas páginas se reduce, una vez más, a Doom versus Reed y que revierte la tendencia general a la destrucción y la oscuridad de las historias que la precedieron.
Hay dos temas que circulan incesantemente por los Avengers de Hickman: por un lado el frágil equilibrio entre lo necesario para sobrevivir y lo moralmente aberrante; por otro la lucha entre el libre albedrío y el determinismo. La segunda se expresa, además, de forma completa en la primera. Los Illuminati son la personificación de la imaginación y la libertad, de la búsqueda de respuestas imposibles finalmente halladas, y son bajados a la tierra de sus pedestales con violencia al no poder resolverlo todo. Las incursiones, Thanos, los Beyonders, son la muerte lenta e inexorable que menciona Reed Richards en una de las páginas más citadas de la serie. Y el Doctor Doom, un villano hecho de antiguas leyes, de tradiciones monárquicas, de emociones inflexibles como honor y orgullo, es el peor demiurgo posible para iniciar un nuevo universo, hecho que solo puede ser logrado por la combinación de la humanidad de Spider-Man, la inteligencia y el corazón de Reed Richards y, una vez más, el poder y la imaginación de Franklin Richards (nótese la ausencia de Tony Stark y Steve Rogers, los “hombres viejos y enojados”, de la alquimia). Secret Wars comienza como una expresión de desesperanza y termina como una carta de amor, completamente al revés que sus Avengers. Y luego Hickman se fue, abandonó el barco Marvel como tantos otros escritores en los últimos años, se pasó a Image y comenzó Manhattan Projects (como los Illuminati pero con científicos de verdad) y East of West, que recoge las partes más fantásticas, fatalistas y macropolíticas de su última saga en la editorial que Stan y Jack fundaron.
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[1] Es fastidioso, por lo menos, que todavía no tengamos un equivalente a “run” en castellano. ¿Etapa? ¿Momento? Ninguna es exactamente lo mismo, porque la palabra “run” denota dos cosas: a) Que un tipo agarra un personaje como si se trepase a un auto, lo maneja un tiempo, desmonta y lo deja para el siguiente y b) Una sensación de movimiento, de acción. “You had a good run, kid”.
(La semana que viene este artículo continúa y nos detenemos en East of West: el mito político de los Estados Unidos, el western, y su destrucción.)