Por Mariela Acevedo
Poncho fue es -como nos cuenta Sole Otero al inicio de su primera novela gráfica- un juego de la infancia que incluye el golpe certero sobre la compañía de turno al avistar un “escarabajo”, esos autitos beetle que hoy son de colección. El triunfo se celebra con un golpecito de victoria que consagra a quien gana y un comentario sobrador sobre quien pierde…una pavada. Esta metáfora es recuperada por la autora para pensar en esas formas de violencia que minan la seguridad, roen la autoestima y acumulan bronca. Eso que dudamos de calificar de violencia (¡sos una exagerada!) y sin un nombre preciso se convierte en malestar, en sensación de ahogo, miedo, culpa… e ira.
La historia comienza casi al final de la relación entre Lu y Santi. Accedemos a la intimidad de la pareja como quien espía a la vecina cuando la escuchamos gritarle a su compañero sentimental y pensamos: “pobre él”, “qué loca ella”, “si es tan amable, tan comprador, tan simpático cuando lo cruzo en el ascensor”… y tal vez ahí encontremos uno de los mayores aciertos del libro: el lugar que se nos ofrece al lectorado para reconocer situaciones sutiles de manipulación, de usos desiguales del tiempo, de silencios que disciplinan, de discusiones tontas que desatan peleas espantosas.
El contraste de esos colores brillantes con una historia que se va volviendo espesa es sólo uno de los recursos gráficos que Sole explora. Los climas que la autora consigue en sus cuadros plasman las sensaciones de sus personajes que comunican rápidamente estados complejos sin caer en esquematismos.
La historia que Sole nos presenta parte del deterioro de una relación de pareja desde el desmoronamiento de la protagonista. La pareja se conoce en alguna ciudad que podría ser Buenos Aires en donde Lucía –una veinteañera que trabaja como ilustradora freelance– conoce a un joven periodista con aspiraciones de escritor. Jóvenes, profesionales, de clase media… ¿Qué podría salir mal? Pero el patriarcado mete la cola y nos muestra –a través de un ida y vuelta entre pasado y presente- una negociación íntima en dónde se delimitan las fronteras entre el consentimiento y la dominación. Estos acuerdos –tácitos o explícitos- se entretejen con la convivencia y la administración de tiempo y dinero y develan cómo la independencia económica de las jóvenes del siglo XXI no se traduce automáticamente en autonomía personal.
La diferencia entre independencia económica y autonomía es explorada por Clara Coria (1986) en un libro que ya es un clásico, El sexo oculto del dinero. Coria entiende allí que la autonomía es un paso más, es la posibilidad de evaluar alternativas, decidir y elegir cómo usar esos recursos propios. Hacerlo además sin culpa ni vergüenza, sin necesitar la aprobación o el permiso de la mirada masculina. El dinero está sexualizado, sí y a las mujeres que vivimos en una sociedad que nos quiere convencer que nuestra tarea es desinteresada, amorosa y tantas cosas más nos cuesta aún reclamar nuestra porción de torta y negociar quien levanta la mesa del festín y lava las copas.
En aquellos años 80 en los que escribía Coria, el relato de Sole hubiera podido considerarse como ciencia ficción feminista: la meta era el cuarto propio o la independencia económica. En la actualidad sin embargo, donde para un amplio sector de mujeres eso es parte de la realidad, podríamos encuadrar la novela gráfica de Sole como una narrativa posfeminista que nos permite ver los puntos ciegos de ciertas conquistas.
Aquí algunas aclaraciones necesarias. Aunque es difícil consensuar una definición sobre “posfeminismo”, podemos señalar algunos rasgos que lo hacen reconocible en el relato. Por un lado, tenemos una protagonista que es hija de las luchas históricas del movimiento de mujeres: ella, como las de su generación, podrá tener a lo largo de su vida distintos compañeros/as sexuales y afectivos sin que eso implique hijas/os, boda o estigma. Ella también podrá discutir con el compañero fantasías de tríos o bordear experiencias de BDSM con naturalidad. Vivirá su sexualidad, accederá a estudios superiores, a un trabajo elegido y bien pago (e incluso mejor remunerado que el de su compañero), a una relativa independencia económica y a cierta libertad para moverse sin compañía masculina sin que eso sea percibido como conquista… hasta que algo haga ruido. Y ahí reconoceremos en Lucía a amigas, hermanas, compañeras o a nosotras mismas negociando el espacio y el tiempo en una lucha campal. La independencia económica es importante. La independencia emocional es más difícil. La autonomía sigue siendo un horizonte diario hacia el cual caminamos.
El segundo aspecto que nos permite arriesgar que se trata de un relato posfeminista, es que ese prefijo “pos” refiere a un momento específico de continuidad y posterioridad con la modernidad y las narrativas totalizadoras. El término pos no significa que el feminismo ha sido superado aunque pueda sonar a eso. Señala en cambio un momento de fragmentación y dispersión, donde el feminismo está infiltrado en historias mínimas que –como el relato de Sole- plasman una colección de momentos. En estas postales magistralmente coloreadas que nos brinda la autora podemos leer la vida de las mujeres solteras en las ciudades del siglo XXI, quienes viven sus vidas “emancipadas” pero siguen guardando un vestido blanco en la mochila. La pervivencia del mito del amor romántico con sus consecuencias sobre la existencia de las mujeres sigue operando y aunque Lucía ha logrado desengañarse pareciera haberlo hecho a partir de un trabajo de autosuperación personal, con aires a relato New Age de corte individualista. Parece la historia de una self-made woman que nos dice “si yo pude todas pueden”. Pero ahí está: una no puede dejar de pensar que ese escalofrío que recorre a la protagonista cuando se cruza con un beetle o poncho indica que Lucía eliminó el síntoma, pero que en definitiva, el problema nunca es la otra persona sino las relaciones que establecemos con ellas.
Poncho fue se lee de un tirón. Excelentemente narrado nos invita a pensar los vínculos, no solo amorosos sino también los que establecemos con amigas/os y con nuestro lugar en el mundo. Nos propone un diálogo con Lucía, a la que dan tremendas ganas de decirle: lo que te hace falta loca es encontrarte con otras locas. ¡Hacete amiga de feministas! Estar sola no es ser más independiente, porque si algo aprendimos es a sobrevivir… y juntas, en manada, aullamos más fuerte.
Mariela Acevedo es feminista y licenciada en Ciencias de la Comunicación. Editora de Revista Clítoris. Historietas y exploraciones varias…, coordinadora de antologías de historietas feministas e integrante de CarnesTolendas. Política Sexual en viñetas.
No leí casi nada, sólo miré las páginas y me parecieron copadas.
Leeré la columna luego de la novela gráfica que reseña.
¡Saludos!
Leí (de un tirón) Poncho fue y recordaba el concepto de “gaslighting”.
En las páginas 196 y 197 me pareció muy claro que a la protagonista de la historia no le hacía falta encontrarse con otra persona que con sí misma. Hay cosas peores que quedarse solx, pero a menudo toma décadas percatarse de eso. ¡A mí me tomó tres!
Bueno, eso. ¡Me gustó mucho, Sole!
¡Saludos!
Muchas gracias Mariela por tu reseña.
No voy a opinar sobre la mayor parte del texto porque me parece que habla de tu lectura y tus apreciaciones y eso está muy bien.
Pero me tomé un poco de tiempo para reflexionar sobre esto:
“lo que te hace falta loca es encontrarte con otras locas”; Si algo quise mostrar que Lu aprendió de su relación con Santi, es que nadie, más que ella misma, sabe lo que le hace falta. No es individualismo ni soledad. Es libertad, es pluralidad, es la posibilidad de que cada cual elija y sepa, sin imposiciones, sin asumir que todos somos iguales y necesitamos lo mismo, aun cuando pensemos parecido.
-Aprovecho que estoy acá escribiendo para decir que respecto al colofón con forma de ciervo (que generó un cuestionamiento en la presentación del libro) después de mirarlo fijamente un rato y tratar de pensar en el momento en el que decidí hacerlo, concluí que me alegra mucho haberlo hecho. Suprimir la apreciación de la belleza de un animal por reacción a una mala experiencia creo que habla más de la no-superación de la misma que el hecho de simplemente recordarla ante la presencia de un beetle. Cosas malas pasan, es inevitable. Lo realmente triste es es que el pasado nos robe la posibilidad o la capacidad de disfrutar de las buenas que están por venir, o de valorar lo lindo que son los ciervos.-
Besos y gracias de nuevo por escribir esto.
Hola Sole,
Me gustó mucho releer la novela gráfica y encontrar muchas más cosas para decir. Hay muchas escenas o episodios que dan para pensar…incluso en lo no dicho, en huecos o elipsis que son elocuentes. Me quedaron ganas de explayarme más pero la extensión del formato reseña es acotado y me centré en dos o tres aspectos que me parecieron muy geniales para discutir. Seguramente, una de las puertas que abre la lectura de la novela es la de repensar los conceptos de libertad, autonomía e independencia (emocional, económica, etc. ). Algo de eso apunté. Reescribí el final varias veces también porque no es que lo tenga resuelto, es algo en lo que estoy pensando y probablemente la lectura de Poncho me animó a revisar ¿qué concepto de libertad manejamos? ¿cómo la soledad suele ser percibida como ausencia de compañía masculina? (por ejemplo cuando se titula “Ellas viajaban solas” y son dos amigas) ¿cómo construimos lazos entre mujeres? (la hoy tan famosa “sororidad”) ¿Cómo rompemos las espirales de las violencias…? Creo que hay algo de eso que resuena en tu trabajo…es mi lectura, claro.
Lo del ciervo es algo para charlar. Para mí no es un error…es inquietante ese final y tal vez deba ser así. Y sí, es bello. Ahí en esa última página también es perturbador, pero tal vez es interesante que lo sea. Te deja pensando.
Te mando un abrazo!
M.