Por Pablo Turnes
"La memoria es un espejo de fantasmas. Muestra a veces unos objetos demasiado lejanos para ser vistos, y otras veces los hace aparecer demasiado próximos"
Yukio Mishima.
Nacha Vollenweider nació en 1983 en Río Cuarto, Córdoba, el último año de la dictadura militar que hizo de uno de sus tíos (Ignacio Manuel “El Corcho” Cisneros, militante montonero) uno de los 30.000 detenidos-desaparecidos, marca indeleble del país. Nacha (Ignacia) comparte nombre con aquel otro presente en su ausencia, cuyo rostro – entre otros – se multiplica en la casa de la abuela, una Madre de Plaza de Mayo, la Vasca. La autora carga con esa herencia familiar, que es expuesta como introducción a Notas al pie de forma sintética y didáctica, pero por sobre todo sincera, sin sobre explicaciones ni efectismos. Es una declaración identitaria y, por lo tanto, también política.
Un salto nos traslada a Alemania – Hamburgo, más específicamente – donde Vollenweider reside desde hace algunos años junto a su pareja Carina (Chini), con quien se va a casar. El diálogo entre las dos, en lo que sería el “presente” del relato, siempre se produce arriba del tren. A partir de esos intercambios surgen recuerdos, reflexiones, vidas que se cruzan, se acercan y se alejan – y se extinguen – como las vías férreas. A la idea del movimiento y el traslado se le une la de lo rizomático: todo gira mientras va haciendo su propio camino en múltiples direcciones a la vez.
El aspecto formal es notable. Primero, las páginas no superan las tres viñetas, y en general solo tienen dos. Esto permite un ritmo de lectura fluido – facilitado por textos epigráficos, estocadas breves y punzantes – que a su vez nos permite observar mejor cada panel y sus detalles. Segundo, están presentes en el trazo de Vollenweider una corriente historietística argentina que la emparenta con José Muñoz (las pinceladas de esas sombras en la foto familiar parece un cuadro sacado de Carlos Gardel) y Alberto Breccia (las ramas invernales deshojadas remiten a esos arañazos multiplicados de las arboledas góticas de Mort Cinder). Difícil saber cuánto de cierto hay en esto, pero suponiendo que fuera algo no buscado, “involuntario”, solo haría a la cuestión más interesante. Es decir, la autora se inscribe en una tradición aunque ella misma no lo busque, lo cual complejiza aquello que entendemos por tradición; existe una potencia que nos marca y nos define más allá de nuestra voluntad: una manera particular de ver las cosas.
Finalmente, quisiera señalar la fuerza de ese extraño recurso distorsionador como es el dibujar una fotografía. Entiéndase bien, no solo copiar una foto, sino recrearla desde el dibujo. Algo similar como lo que sucede en la obra de Fernando Bryce, nos encontramos frente a otra dimensión de la imagen. Una foto – o incluso otras viñetas, como hace Charles Burns -, poseen una carga histórica cuya densidad está basada en buena parte en el nivel de circulación que esa imagen ha tenido.
Las imágenes adquieren – o incluso vuelven a adquirir – una potencia renovada y conmovedora (las imágenes son bellas y terribles; entregarse a ellas implica a menudo acercarse a lo insoportable). El dibujo historietístico logra conservar como recurso propio la posibilidad de conmovernos sin arrojarnos al vacío del horror que muchas veces llevan como carga venenosa las imágenes.
La idea de “nota al pie” refuerza los sentidos subterráneos de las historias que recorren el libro. Desde la recuperación y la lucha por una memoria común en Córdoba al presente xenófobo y represivo de Alemania/Europa; recuerdos de calurosos veranos de provincia, acercamientos a ese otro tan temido (el refugiado, el inmigrante, el pobre) y hasta una bizarra negociación por un par de enanos de jardín robados. Vollenweider va hilando como un collar de perlas esas pequeñas gemas, fragmentos robados al tiempo – que siempre de alguna manera se vuelven presente gracias a las imágenes y a la tinta -.
De ese presente abyecto volvemos a dar un salto hacia el origen de los Vollenweider en la Argentina. El tátara-tátara abuelo de la autora era administrador de una coloniza suiza en Santa Fe, siendo él originario de Obfelden. El ida y vuelta entre Suiza y Argentina hizo que los lazos de los Vollenweider se debilitaran pero no se cortaran, de manera de poder reconstruir cierta memoria familiar mediante el (re)encuentro europeo entre primas y sobrinas.
La locura, la fuerza de las mujeres, el pionerismo, el exterminio como el hecho maldito y fundacional de la nación argentina; todo eso cruza a Nacha y le devuelve un espejo de sí misma delineado en el tiempo. Cosa notable: mientras que la imagen del patriarca familiar preside siempre la escena en el pasado, el presente pertenece por completo a las mujeres. Notas al pie es el testimonio hecho relato de cómo darse una voz propia a través de la voz (y las imágenes) de aquellos otros que nos forman, aunque no lo sospechemos.
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