A principios del año pasado un grupo de editoriales independientes decidieron unir sus fuerzas en algo que no es exactamente una mega editorial pero que tampoco es solamente un stand compartido. Big Sur, que agrupa a Terminus Libros, La Pinta, Szama Ediciones y Le Noise, parece funcionar un poco con la vieja lógica del origen de Image Comics: cuatro estudios independientes en cuanto a decisiones editoriales y línea estética, pero sin embargo unidos en lo que respecta a estrategias comerciales y de distribución, conformando un frente común. Y también compartiendo ciertas ideas acerca de la historieta, que se ponen en evidencia cada vez que realizan una intervención pública: una absoluta desacralización del pasado de la historieta argentina, una apuesta por la más amplia variedad de formatos (desde el fanzine hasta el libro, en armonía), una firme creencia en lo autogestivo como camino, una voluntad polémica que surge de firmes posiciones éticas y estéticas, una enorme variedad de contenidos, una creencia en la necesidad del crecimiento de la escena historietística más allá de Buenos Aires. Todo esto alimenta un proyecto colectivo que propone que en estos tiempos de anomia industrial en la historieta argentina, lo único que puede salvarnos es la agrupación y el “hacerlo vos mismo”, contra viento y marea, por el amor al medio.
Interesados desde Kamandi por la producción de este colectivo y por sus opiniones, les enviamos un cuestionario a cinco de sus editores, consultándoles sobre los orígenes, sus opiniones acerca de la escena argentina actual, el concepto de “novela gráfica”, el lugar del “interior” en la historieta argentina.
Hoy: Renzo Podestá, Le Noise Ediciones.
En primer lugar, una pregunta de rigor, un poco aburrida, pero necesaria: ¿Cómo comenzó cada uno de ustedes con sus proyectos editoriales personales?
Le Noise Comix debe ser mi 5to o 6to proyecto editorial, luego de haber co-fundado Dead Pop con Damian Connelly, de haber participado en Llantodemudo y de haber creado sellitos pequeños (El Cuervo, Funkinés, por ejemplo) de cuando vivía en Rosario y el fanzine era mi forma de ganarme la vida.
Le Noise es un proyecto conjunto con Mariela Viglietti (de hecho, “conjunto” es una palabra injusta: yo estoy convencido de que ella es la mandamás del asunto) y ya tiene dos años de vida. Es un espacio un tanto caótico porque en esta fase no queremos ni competir ni rivalizar con nadie, ni siquiera subirnos al tren de la tan mentada “resucitación del medio”, concepto agotado si los hay. Si bien nuestros planes para el 2018 implican publicar a otros autores, de momento nos basta con laburar con nuestras cosas en los formatos que se nos ocurran.
¿Cómo se fueron tejiendo los lazos entre ustedes? ¿Se conocían de la escena de la historieta de Rosario? ¿Del Crack Bang Boom?
Los conocía a todos de antemano, en mayor o menor medida. En los momentos previos a la conformación de Big Sur yo ya tenía una relación estrecha con los amigos de La Pinta al haberme subido a los últimos estertores de lo que fue el grupo Convoy, del que eran gestores. A Juan Szama lo conocía de la vida rosarina, siempre nos observamos mutuamente de lejos, saludándonos pero sin profundizar mucho más. Y con Bruno llegó un punto en donde no podías no conocerlo, ¡el muchacho estaba en todos lados con su valijota llena de revistas!
Se dio entonces la casualidad de compartir un stand conjunto en una de las ediciones de San Luis Comic-Con junto a los Salamanca y ahí nació la fase primitiva del colectivo que luego decantó en lo que actualmente es hoy. En esa fase primitiva no sabíamos muy bien qué hacer ya que no teníamos muchos ejemplos de proyectos de colectivos editoriales, solo teníamos como referencia a lo que era Mojito y no mucho más. Por eso la cosa estaba entre estancada y a medio cocinar, pero no por falta de ímpetu.
Hoy por hoy supongo que tenemos mucho más claras las cosas, aunque queda mucho por recorrer.
Noto que hay cierta defensa del género entre las editoriales que componen Big Sur. Pienso, por ejemplo, en las historietas publicadas en Terminus o Almer. ¿Qué encuentran en los géneros clásicos que los impulsan a contar historias?
Por mi parte no sé si es tan así. Mejor dicho, si en todo caso uso a los géneros es para tenerlos como excusa e ir para otro lado. O quizá resignificarlos. Sí, por supuesto, dentro del reduccionismo que implica una conversación donde surge la pregunta de “¿y vos qué clase de comics hacés?” es fácil pensar en el terror o la ciencia ficción como los móviles que enmarcan mis historias.
De todos modos, en Le Noise al menos, persiste el engaño. Warpaint, el comic que publiqué en el 2016, está definido dentro de los patrones de la espada y brujería, un género que jamás trabajé y que no tardé en darlo vuelta como una media para llevar esos elementos a mis terrenos más o menos conocidos.
Lo mismo con Mariela, quien comenzó publicando cosas dentro del género del terror y ya está tan canchera en esos ámbitos que hoy por hoy está rompiendo todo eso y buscando nuevas puntas.
Esto también se demuestra en Almer, el primer libro de Big Sur en su forma editorial. En Almer es explícito el mito artúrico, aunque debajo de ese layer hay otros del orden político y filosófico que dan cuenta de algo más existencial por parte de Manuel Loza, su creador.
Así que, en definitiva, no sé si hablaría de respeto hacia los géneros. Quizá son puntas de inicio para algunos, corralitos para otros. Por eso, teniendo en cuenta que dentro del colectivo cada sello tiene libre albedrío en sus criterios editoriales, los géneros a veces aparecen más explícitos o no. Depende de cada uno, supongo.
A la vez también siento que hay, de parte de algunos de ustedes, una distancia voluntaria y bien marcada con cierta manera de hacer historieta (digamos la “tradición clásica de la historieta argentina”). ¿A qué se debe su distancia con la misma? ¿Y cómo conjugan esto con el recurso a los géneros?
En mi caso personal intuyo que en mis últimas historias me he vuelto un toque más “clasicista”, si se quiere, por mero capricho estético. Vuelvo a Warpaint, que es un relato lineal y quizá pueda emparentarse por eso con cierto tufo tradicional, pero el libro viene con trampa: la narrativa y la cantidad de viñetas por página, por ejemplo, están muy a contramano de lo que cualquier estructura clásica puede ofrecer. Sí, es de “espaditas”, pero habla de otra cosa. De ahí que la tapa dé cuenta de eso: no es la clásica portada a lo Conan con el pibe sentado en un trono con rostro preocupado con una damisela a sus pies. No es la tapa de un disco de Manowar y eso era lo primero que quería evitar.
En fin, acá me pasa lo mismo que con lo que decía más arriba sobre los géneros: no sé si se trata de una distancia o de un respeto. En las historietas sirve todo y todo lo podés usar como herramientas para llegar a lo que más o menos querés contar. Vos después generás un criterio, hacés un recorte de lo que te sirve y de lo que no. Por ejemplo, si tomamos a lo clásico dentro de lo cronológico, intuyo que ¡Il Kadava!, el comic que hago dentro de la revista Ruido Negro, tiene un pie en el fumetto nero de los 50s… ¡y esas historietas son de las más clásicas que existen! Digo, Kriminal o Diabolique son ya personajes del acervo cultural italiano. Y esos dos tienen su raíz en Fantômas. Y yo tomo toda esa ¿mística? Y la reconvierto en un chiste, en un ladrón dentro de un estado fascista en una ucronía medio en joda, donde nadie se toma en serio a sí mismo excepto Il Kadava. E incluso él mismo se ríe de cosas que en realidad son re-nefastas.
Digo, entonces, que ese código visual encajado dentro de un cierto clasicismo lo tomo para contar otra cosa, para establecer un guiño con el lector e ir para otro lado.
Muchos de ustedes tienen un fuerte amor por el comic yankee, especialmente los superhéroes, el terror y la aventura mignolanesca, el policial hard-boiled. ¿Cómo procesan y relacionan esas influencias con el comic de autor que realizan?
No lo sé. Lo mío, como digo siempre, es laborterapia. Y como dije más arriba, cuando te generás una zaranda permeable, todo sirve, tanto dentro como fuera de los comics. De hecho, uno de mis próximos proyectos es un comic de superhéroes, pero ahí vamos de vuelta: los códigos superheroicos son “disfraces” que me pongo para enunciar algunas inquietudes que no tienen nada que ver con el bien, el mal, el sacrificio y todas esas premisas que motorizan a los muchachos en mallas.
A la vez, algunos de ustedes se dedican a la historieta autobiográfica o se rozan con el género/formato de “novela gráfica”. ¿Cómo se llevan con ese amplio archipiélago en que se ha convertido el comic indie?
El comic indie per se, por fuera de lo estrictamente autobiográfico, es un hermoso espacio para habitar. En este momento, en Argentina, están ocurriendo un montón de cosas hermosas, más allá de las crisis y las inflaciones y la negrura del día a día. Estamos habitando una escena historietística donde la autoedición es la norma y no la excepción, donde los autores se pueden permitir lujos que no podrían desarrollar en otros ámbitos más “industriales”, si se quiere.
¡Quién iba a pensar, por ejemplo, que Juan Szama iba a editarme un comic con dos finales! O que yo iba a hacer un comic con chicos punks dándose tortazos que concluye con una orgía y posterior masacre. Eso no me lo editarían jamás (de hecho en EEUU me lo negaron muchos editores por tener esas escenas enfermas que me niego a sacar para ser publicado allá).
Y más allá de lo personal tenés todo lo que hace Riskin, que me encanta. O toda la bola de nieve llena de glitter y potencia de lo que es el movimiento Vamos las Pibas. O volviendo a los autores del colectivo, el hecho de que Mariela Viglietti, que empezó publicando hace poco, puede convivir e incluso vender más que muchos autores ya asentados o dentro de lo que podría pensarse como profesional. No sé, yo me llevo de lujo con este presente y quiero más porque me inspira a trabajar con más ímpetu, a salir de mi zona de confort. No hay cosa que ame más que ir a Dibujados y llevarme toneladas de fanzines. O ir a CBB [Crack Bang Boon] e ignorar de plano a las comiquerías y focalizar en lo que hacen en el sector fanzine del evento.
Han publicado en diversos formatos, desde la antología hasta el fanzine, ¿cuál es el formato en el que se sienten más cómodos? ¿Qué opinan acerca de la predominancia del libro como el contenedor de la historieta?
Me siento cómodo en todos los formatos y tengo la oportunidad de ir pensando en historias de acuerdo a cómo serán publicadas. Il Kadava, por ejemplo, tiene una estructura serial que no tiene nada que ver con lo que es Perro, que a su vez no tiene nada que ver con Steve Ditko, Investigador Privado. Y estas tres cosas no se parecen en nada de lo que hice en Mugre. Y así.
También es honesto decir que es todo bienvenido de acuerdo a la plata que tengamos. Dentro de Le Noise generamos una pequeña colección de comics en formato 13 x 19 cm llamada Exhibición de atrocidades, donde podés hacer lo que se te ocurra ahí adentro. Es un formato chico, barato, que puede editarse on demand e incluso en offset y seguir siendo barato. Y eso no contradice para nada el hecho de seguir publicando libros, al contrario, los libros más grandes seguirán existiendo y está todo bien igual.
Y coincido mucho con Juan cuando dice que después de todo, son las historietas las que importan. Ahí está puesto el foco, siempre.
¿En que momento decidieron que la mejor estrategia era “hacer yunta” y presentar un frente común? ¿Esto respondió a razones comerciales, de amistad, artísticas?
Como dije anteriormente, la fase primitiva de Big Sur surgió en San Luis Comic-Con y en principio sucedió el pensamiento de “¿cómo no se nos ocurrió antes?”. Pero bueno, lo que en una primera instancia parecía relativamente fácil implica hoy por hoy mucho compromiso. Y por sobretodo mucha empatía con el resto de los compañeros y sus proyectos editoriales. Sobre una base horizontal podés construir cualquier cosa y por diversas razones, pero todo se desarmaría al toque sin consenso, sin escuchar al otro, sin tener en cuenta sus necesidades y por qué está ahí.
Cada uno está en Big Sur por diferentes motivos. Algunos piensan más en los recursos humanos, otros en lo logístico, otros en la cuestión comercial. Yo intuyo que pertenezco al orden de los intereses humanos y dentro de Big Sur mi rol se decantó por la cuestión diseño (aunque también abordo instancias comunicacionales junto a Mariano Abrach, nuestro responsable de prensa), aunque obviamente soy consciente que, al pertenecer a una disciplina y a un lenguaje que iguala arte y reproductibilidad técnica, esas dos cosas cojearían de algún modo sin la cuestión dinero. Y entonces, cuando aparece ese tema, discutimos entre todos la mejor y más simple forma de lidiar y resolver las situaciones que se van presentando.
Y en el caso de que haya respondido a razones artísticas, ¿cuál creen que es la propuesta estética que hermana a Big Sur?
En un punto eso es desconocido. En cierta forma hay una zona gris que no se puede responder fácil. ¡Y eso es lo mejor que existe! Me encanta pensar en esta experiencia como un terreno virgen al que podés avanzar a machetazos o con sumo cuidado, ya que no está todo dicho. Tenés que ser consciente de los flujos y reflujos estéticos por los que avanzan tus compañeros y en base a esa complementariedad es por donde establecemos un feedback. Como dije, cada sello tiene libre albedrío, pero es imposible que un sello en particular no esté fijándose en lo que hace el otro y a partir de ahí piense su propia coyuntura estética. Esto se va construyendo mientras avanzamos y de momento no importa mucho más porque por sobre todas las cosas, cada uno confía en su propio proyecto y confía en el proyecto del otro y en las potencialidades que surgen en base a esa confianza.
Muchos de ustedes son reconocidos por sus fuertes opiniones acerca de los límites y carencias de la historieta argentina. ¿Qué creen que le hace falta hoy en día?
Coincido con Juan: huevos. Y un toque de responsabilidad, en el buen sentido. No esa responsabilidad de saco y corbata, sino una suerte de consciencia en la diversión. Hay un otro allá afuera que nos termina leyendo y eso que quizá lee tiene que ser lo más honesto que podés publicar. Si se refleja esa honestidad, entonces hay una gran parte del laburo hecho. Que no es poco.
Asimismo, están muy identificados con un eje Rosario-Córdoba, en contraposición a la hegemonía de la Capital Federal. ¿Consideran que el papel del mal llamado “interior” ha sido tradicionalmente disminuido por las historias de la historieta argentina contadas desde Buenos Aires?
Hay que entender lo siguiente: hay gente que aún insiste con esa diferencia, aún de manera indirecta o inconsciente. Les sale así, lo aprendieron así. Y así como lo aprendieron, así lo pueden desaprender, ya que en última instancia es un simulacro implantado, una ilusión.
Lo cierto es que las barreras y las distancias se han acortado. Y si bien aún persisten vicios, esos vicios no están tanto dentro de la creación de historietas sino que se encuentran en los bordes, en los aspectos de edición (pienso en Dis-Tinta) y en los aspectos de difusión (pienso en eventos que sólo invitan a porteños o muchos periodistas que solo hacen incapié en hacer crónicas de librerías o espacios porteños).
Acá soy optimista y pienso que esas barreras y distancias se van a ir acortando mucho más. De hecho, las nuevas generaciones no piensan tanto en esto. Hay que seguir nomás.