Por Gerardo Vilches
Sindy Elefante (Bogotá, 1987) es una de las autoras más interesantes del panorama del nuevo cómic colombiano. Su obra más conocida, Elefantes en el cuarto (Cohete Cómics, 2016), narra en clave autobiográfica el proceso de salida del armario. En mi reciente visita a Entreviñetas, pude charlar con ella de este cómic y muchas otras cuestiones relacionadas con su trabajo.
GV: ¿Puedes contarme, para empezar, cómo te inicias en el cómic? ¿Eras ilustradora o te dedicabas a algo relacionado con el dibujo?
SE: A grandes rasgos, cuando salí del colegio mi mamá me decía que estudiara algo que diera plata… Ella trabajaba en un banco y tenía esta mentalidad. Mi hermano había estudiado ingeniería electrónica como varias amigas, de modo que, por un motivo u otro, yo acabé estudiando ingeniería.
GV: Lo cuentas en Elefantes en el cuarto, de hecho.
SE: Sí, eso es. Acabé estudiando ingeniería, pero no era lo que me gustaba. Iba a la universidad sobre todo a jugar fútbol y tenis. Las clases de ingeniería me las dormía todas. En el último semestre de ingeniería escogí dos asignaturas de arte, una sobre humor gráfico y otra que se llamaba Teatro Virtual, que trataba sobre Flash, principalmente. Empecé a tomar clases en la facultad de arte, y ésas sí que no las perdía por nada del mundo. Y así fue como llegué a este ámbito. Pero tampoco entré pensando que me quería dedicar a ello, sólo tenía la intención de estudiar arte. Fue por una profesora que me empezó a mostrar ilustradores que no necesariamente tenían un dibujo figurativo, sino un poco más expresivo, que vi por dónde podía ser mi camino.
Fue duro porque lo que yo dibujaba en el colegio eran mamarrachos, pero fui tomando confianza. Cuando tuve que hacer el proyecto de grado de la universidad, me di cuenta de que lo que tenía claro es que yo quería contar historias, y quería que fuera de una forma gráfica. Al inicio quería contar la historia de mi mamá, pero no sabía cómo aproximarme al guion. Mis referentes de niña eran Hugo, Paco y Luis, Mafalda, Olafo… Todo tiras cortas. Superhéroes cero, los que más me gustaban eran los Power Rangers, que no tenían que ver con el cómic. No me gustaba Batman porque le gustaba a mi hermano, y teníamos cierta rivalidad. Así que, en paralelo a la realización de mi obra gráfica, tuve que hacer una investigación teórica. Una profesora empezó a mostrarme Persépolis, y… ¡buf! Fue como un shock. Me lo devoré. Ella me mostró también la edición española de Unas bollos de cuidado… Me estalló la cabeza que se hablara tan de frente de género e identidad. Paralelamente, hubo un proceso en la historia: yo quería contar la de mi mamá, pero cada vez que intentaba escribirla, terminaba hablando de mí. Porque estaba pasando por una situación que hoy veo como una crisis de identidad. Y la historia terminó yendo hacia eso, y hacia cómo fue la salida del closet con mis papás. Creo que tenía muchas cosas reprimidas, y en este lenguaje encontré una forma de comunicarme mejor.
GV: Has mencionado como referentes a Marjane Satrapi y Alison Bechdel ¿tenías algún otro, tal vez del cómic colombiano?
SE: Sí, de acá conocí el trabajo de Powerpaola, que fue muy importante para mí. Porque, además, su dibujo es cero figurativo. Y hay un cómic estadounidense, La pérdida de Jessica Abel, que me encantó. Me parecía súper chévere que una mujer se fuera a buscar su identidad a México. Ésos eran los referentes que tenía en esa época. Pero también, en ese momento, en Colombia acababa de aparecer Gabo, y Felipe Camargo, amigo mío y gran dibujante, había hecho Rulfo. También conocí el trabajo del ilustrador Kevin Simón Mancera, en la línea de Powerpaola, de alguna forma. Cuando me gradué en la universidad trabajé en la feria del libro de Bogotá, de cajera para las editoriales independientes, entre las que estaba Robot, y así conocí el trabajo de Mónica Naranjo, a Pablo Guerra, a Henry Díaz… Me di cuenta de que se estaba haciendo cómic aquí, y no era como el que yo conocía. Descubrí otros referentes.
GV: Has insistido mucho en la cuestión del dibujo poco ortodoxo ¿Qué te permite expresar que no te ofrezca el dibujo más académico?
SE: Yo creo que me permite ser más libre. En el momento en el que me pongo a pensar en proporciones, la línea se me vuelve súper tiesa, y eso me molesta muchísimo. Un dibujo expresivo siento que es más libre en todos los sentidos, y me permite enfocarme más en la historia, que es uno de mis intereses más grandes. También creo que me da herramientas de humor: la exageración, alargar las caras, jugar con las expresiones, etcétera.
GV: En tu cómic cuentas cosas bastante íntimas, sobre un proceso de aceptación y autodescubrimiento. Encuentro similitudes con algunos de los cómics que has mencionado, e incluso con otros, como los de Julie Doucet, no sé si los conoces…
SE: Sí, la conocí por Powerpaola.
GV: Es una cierta tendencia de la novela gráfica internacional que está muy protagonizada por las mujeres. No sé si has reflexionado sobre eso, y si hay un punto de vista feminista en tu trabajo ¿Crees que el cómic es especialmente interesante para todo esto?
SE: Yo creo que, en aquellos momentos, cuando tenía todo reprimido, lo que hice tuvo un componente feminista sin saberlo. En el cómic no sale mucho, pero yo me quejaba mucho de las diferencias con mi hermano mayor: ¿por qué él no tiene que lavar la loza y yo sí? ¿Por qué mi hermano puede llevar novias a la casa y yo no? ¿Porque mis novias son mujeres? Pero todo esto fue saliendo a medida que yo iba leyendo para el proyecto de grado. Fui entendiendo que no eran pataletas mías, que yo quería hablar de equidad, de igualdad de derechos. Eso siempre había estado ahí, pero yo no lo había visto. También sucede que yo crecí pensando que tenía que casarme con un hombre y tener hijos. Y no fue hasta que llegué a ese punto que sospeché que no era eso lo que quería; pero hasta que no lo vi representado no lo entendí. No había otra opción para mí.
Cuando después hice unas tiras en El Espectador quise hablar de eso, de ser mujer, que es algo que no es definido por si usas el color rosado o no, o si eres o no delicada. Me parecía importante hacer estos statements gráficamente, porque siento que tenía un alcance masivo al publicarse en un periódico, podía llegarle a varias personas. Había otras tiras sobre micromachismos que una tiene como mujer sin darse cuenta. Por ejemplo, en mi casa se hacían chistes, entre mi padre y mi hermano, que podían decir que a una mujer «le falta huevo». Y yo me reía… Uno no es tan consciente de eso hasta que lo entiende y tiene otros referentes. Crear esa conciencia para mí es clave. Cuando conocí a Phoebe Gloeckner, que vino acá a hacer un taller, fue muy fuerte, sentí que era lo que tenía que hacer. Maliki también me hizo sentir eso. Yo creo que el cómic es una plataforma para hablar que las mujeres hemos encontrado, en la que hacer crítica y decir libremente lo que estamos pensando, más allá de una cuestión de dibujo formal, sino, más bien, como posición política.
GV: Cuando un autor o una autora decide hacer un cómic sobre su propia vida, no siempre hacen un guion completo muy técnico para luego trasladarlo a la página, sino que van improvisando… ¿Cómo fue tu proceso de trabajo? ¿Tenías una estructura previa antes de ponerte a dibujar?
SE: En mi caso, mi asesora del proyecto de grado no tenía formación en el campo del cómic, era más bien de ilustración. Ella me dijo que primero lo escribiera y luego lo adaptara, seleccionando los trozos que quería ilustrar, y ya. En la universidad yo tenía una novia, y el proyecto tenía un final feliz en el que yo terminaba saliendo con ella. Cuando se lo mostré al editor, me preguntó cuánto tiempo llevaba con ella, pero, para entonces, hacía un año que habíamos terminado. Y se sorprendieron: «Pero acá pusiste un final feliz». Lo estaba inventando porque era el final que quería. Y, entonces, hubo un proceso editorial, porque sentían que había que trabajar en la obra. Nos sentamos con la editora, Laura Navas, que me hacía preguntas. Y hubo varios cambios. Por ejemplo, a ella le parecía importante que apareciera mi hermano, que, en el proyecto original de la universidad, no estaba. Así, Elefantes en el cuarto tiene una línea más clara. En el proyecto de grado todo iba corrido, mientras que en Elefantes hay capítulos, y en cada uno hablo de un tema concreto. Fui de la mano con Pablo Guerra, Laura Navas, Felipe González y, posteriormente, Salomé Cohen, y siempre estuve dispuesta a contar lo que les parecía importante y pertinente. Hay cosas que censuré, no muchas… Los nombres están cambiados, por ejemplo. Pero en el resto no omití mucho…
GV: ¿No tuviste demasiada autocensura?
SE: No, pero incluso hoy en día, cuando me preguntan qué se siente al tener mi vida publicada, me doy cuenta de que no siento nada… No me importa, y a veces se me olvida, es rarísimo. Me hacen chistes del libro y pienso: «esta gente está loca, ¿por qué saben eso?».
GV: ¿Es como si el libro, de alguna manera, se hubiera convertido en una ficción separada de tu experiencia vital?
SE: Sí, totalmente. Siento que está ahí, pero se me olvida que la gente tiene acceso a él y puede llegar a conocer mi vida. Es como si estuviera en una burbuja y nadie lo lee. Igual me da risa hoy.
GV: Tienes un cómic posterior a Elefantes en el cuarto, que publicas en 2016. ¿Tienes algún otro proyecto en curso?
SE: Tengo varios. Oficialmente estoy trabajando en un cómic que no es autobiográfico, pero también en la segunda parte de Elefantes, que quiero tenerla toda dibujada antes de que acabe este año. Ya sabes que uno no puede vivir de los libros, así que he tenido que esperar… Por fin estoy enseñando en la universidad, lo que me da cierta estabilidad. He hecho un montón de proyectos con organizaciones… Todo eso me ha dado para vivir, pero ahora creo que es el momento de centrarme en mis propios proyectos. Ya hablamos con el editor sobre la historia que contaría en Elefantes 2, que trataría sobre la época en la que me fui a hacer una maestría en Inglaterra, porque siento que cuando me fui era una persona diferente. Allí empecé de cero, y el primer día de la universidad, tomé mucho aire y dije: «Hola, soy Sindy Infante Saavedra, soy lesbiana, me gustan las mujeres y estoy haciendo un libro sobre salir del closet». Eso empezó a darme fuerza. Y quiero hablar de eso, de vivir fuera, reconocerte, y conocer tu país a través de la visión de otras culturas. Yo discutía mucho con mis compañeras sobre el rol de las mujeres en diferentes culturas, por ejemplo, las asiáticas… Quiero hablar de eso.
GV: Para terminar, ¿cómo ves el estado actual del cómic colombiano?
SE: Estoy muy feliz. Hay autoras como Catalina Vázquez, que se ganó la beca de Angoulême, que me gustan mucho porque tienen una línea de dibujo muy personal. Eso me emociona un montón. Hay muchas autoras, y se está armando un colectivo, Chicas Comiqueras, que está empezando a reunirse para hablar sobre temas como la identidad. Desde lo femenino, de las mujeres, siento que están haciendo propuestas súper chéveres, y creo que es importante que haya una variedad, varias corrientes haciendo cosas diferentes. Porque así se puede dar cuenta de un contexto mayor de lo que está pasando en el país, y eso me resulta claro. También es muy importante el premio que ha ganado Cohete Cómics por el libro Dos Aldos en Japón, y creo que se le podría dar mayor protagonismo a lo que hacen del que está teniendo.
Gerardo Vilches es licenciado en Historia y realiza su tesis doctoral sobre revistas satíricas de la transición. Escribe sobre cómics en su blog, The Watcher and the Tower, desde 2007. Colabora en Rockdelux, y ha publicado textos en la revista Quimera, en la antología de ensayos Radiografías de una explosión y en Panorama: la novela gráfica española hoy. También es autor de Anatomía de un oficinista japonés (Bang, 2012) y de Breve historia del cómic (Nowtilus, 2014). Ha participado en varios congresos, moderado mesas redondas y presentado novedades para diversas editoriales. Codirige CuCo, Cuadernos de cómic. En Entrecomics fue editor y publicó reseñas y artículos desde 2011 hasta 2016.