Por Luis Reséndiz
Recuerdo con claridad aquellas palabras: “Y ahora, señor Aguilar, vamos al interior de la república con los cuates de provincia”. Las enunciaba una extraña creación de la televisión mexicana, un adulto que vistió como niño todos los domingos durante cincuenta años, con toda la decadencia física y estética que eso conlleva, y que definía su propia existencia con una canción ontológicamente titulada “Yo soy Chabelo”. Durante mi infancia, la estrella de Chabelo aún brillaba con inexplicable fuerza, así que todos mis domingos eran colonizados por el programa, que arrancaba a las infernales siete de la mañana del día del Señor. Cada vez que Chabelo anunciaba que se iban con “los cuates de provincia”, el presentador subrayaba, sin saberlo, una condición que hemos experimentado la mayoría de quienes crecimos en un lugar de México que no fuera la Ciudad de México: la condición provinciana.
La condición provinciana, en este país que atraviesa el enésimo año de varios siglos de centralismo, implica varias cosas para la vida cultural de los municipios y estados “del interior de la república mexicana”, entre ellas, el abandono y la falta de presupuesto permanente. No obstante, dentro de ese panorama, una cosa me parece rescatable: el arte de la llamada provincia, lejos de los reflectores del centro del país, goza de una liberadora indiferencia.
Y creo que Nido de serpientes es una excelente muestra de esto. Porque Nido de serpientes no aspira a hablar de otras cosas que no sean las que le interesan. Nido de serpientes no aspira a un cosmopolitismo centralista, sino a explorar gozosamente las virtudes de una vida en ese lugar que a veces llamamos provincia.
Nido de serpientes es un cómic, ganador del Premio Nacional de Novela Gráfica Joven 2018, que transcurre en San Tolok, un evidentísimo trasunto de Cancún —evidentísimo desde el título: Cancún significa, justamente, nido de serpientes—. Mientras narra la historia de un grupo de adolescentes punks que, tras contemplar un crimen y ser golpeados por la policía municipal deciden ocuparse del asunto en lugar de darse por vencidos, el cómic transita constantemente entre el estrés y la carcajada. El autor —David “El Dee” Espinosa, ilustrador con un ya notable bagaje a sus espaldas— ha asimilado con entereza sus influencias —aunque él dice que en principio no es así, resulta clarísimo para más de uno que Bryan Lee O’Malley juega un papel preponderante en la estética de Espinosa— y compone paneles y secuencias que bordan lo cinematográfico. Este es uno de sus aspectos más afortunados: Espinosa arma secuencias que uno prácticamente puede ver animarse. El Dee usa paneles que abarcan todo el ancho de la página para narrar, y eso da la sensación de estar por momentos como viendo una película. Una película, no azarosamente, de Edgar Wright: una y otra vez, los elementos entran y salen de los encuadres para lograr un efecto cómico notable.
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Sin embargo, esa comicidad no quiere decir que la historia sea ligera o solo chistosa. En Nido de serpientes hay un enorme interés en las expresiones culturales que cristalizan en una escena local —las referencias a las escenas musicales y alternativas de lugares como Cancún o Cholula, donde reside Espinosa, son evidentísimas, y le enriquecerán mucho la lectura a quien esté familiarizado con ellas—, además de una concentración particular en el lingo de esa escena, en la lengua privada, a medio camino entre el español y el inglés, que hablamos la mayoría de quienes tenemos entre diez y cuarenta años y pertenecemos a la precarizadísima clase media mexicana.
No solo eso: Espinosa también muestra una preocupación genuina por los efectos que tiene el turismo en los sitios turísticos. (No es muy difícil de adivinar que, a diferencia del cuento de hadas de la derrama económica del turismo que gustan contar los gobiernos, la cosa sea mucho más problemática a ras de suelo). En Nido de serpientes también hay una denuncia de la corrupción y la complicidad, por todo el mundo conocida, entre el crimen organizado y las autoridades locales. El suyo es un cómic que no se permite que el humor le pase factura a las implicaciones de la trama, donde esas pequeñas observaciones salpican cada página.
Acaso el único momento donde Espinosa cojea gravemente es hacia el final, escrito más a prisa que con cuidado, según el mismo Dee. La trama, que promete implicaciones aún mayores para los personajes y el lugar donde viven, se resuelve con ciertos atajos que deslavan un tanto las dimensiones políticas de la historia. El daño, no obstante, no es cuantioso: en un país como México, donde leemos mucho cómic pero por distintas circunstancias no producimos tanto ni tenemos una industria sólida, la irrupción de Nido de serpientes, ganadora de un premio nacional y con distribución en todo México por parte de la Secretaría de Cultura, es de por sí una buena noticia. Que además el cómic lo haga con un dibujo solventísimo, con un humor notable y una bonhomía que se desborda se antoja ya como motivo de festejo. Nido de serpientes trasciende cualquier clase de prejuicio hacia el interior de la república para ubicarse en las mejores coordenadas en las que puede estar un cómic: las suyas propias. Ojalá lo leyera Chabelo.
Luis Reséndiz (México, 1988) es crítico cinematográfico y ensayista. Su primer libro, Insular, fue publicado en México por Cuadrivio. Su segundo libro, Cinécdoque, vio la luz en 2017.