Por Pablo Turnes
Alberto Breccia (Montevideo, 1919 – Buenos Aires, 1993) es reconocido como uno de los maestros de la historieta mundial. Sin embargo, hasta no hace mucho tiempo casi no existían ediciones argentinas de la mayor parte de su obra, la cual en parte continúa inédita en nuestro país. En el año del centenario de su nacimiento, Breccia comienza a ser reivindicado. Una muestra en la Casa Nacional del Bicentenario de la ciudad de Buenos Aires permitió conocer de cerca los originales e historizar el devenir autoral y experimental de Breccia, curada por Laura Caraballo (autora de Alberto Breccia: Le maître argentin insoumis) y Thomas Dassance. También se organizaron muestras retrospectivas en París y Bolonia y reediciones de sus obras más célebres (Fantagraphics sacó la primera versión en USA de Mort Cinder). En nuestro país, Hotel de las Ideas lanzó la primera edición argentina de ¿Drácula? ¿Dracul? ¿Vlad? ¡Bah…!. Aquí presentamos parte de un capítulo de La excepción en la regla. La obra historietística de Alberto Breccia (1962-1993) (Miño y Dávila) donde se repone el contexto de uno de los mejores trabajos del antiguo tripero del barrio Mataderos quien, como tal, exigía “poner las tripas” sobre las páginas.
Yo en el fondo soy un humorista sangriento […] que tiene una visión grotesca de la vida. Y eso es lo que reflejo naturalmente en mis dibujos.
Alberto Breccia entrevistado por Thierry Groensteen (1992)
La pregunta que cruza Drácula podría ser: ¿cómo hacer humor en tiempos de dictadura? Breccia retomó un personaje ya estereotipado, casi vencido en su carácter anticuado, aquel que debería provocar terror – cosa que intenta – pero falla. Drácula había cambiado porque el terror se había vuelto más terrible que él mismo. Y por lo tanto, lo monstruoso había tomado dimensiones sociales tan reales que un viejo monstruo nacido de un novelista irlandés gótico, pasteurizado por Hollywood, ya no podía sino responder al ámbito de la cultura pop que había hecho de él una estrella del arte bufo.
Drácula fue publicada en cinco historias autoconclusivas entre los números 45 y 49 de la revista Ilustración + Comix Internacional, durante 1984. 1 Esta revista, editada por Toutain, fue una de las publicaciones claves del período del “destape” español, alcanzando en su primera versión setenta números publicados entre 1980 y 1986. Sin dudas, fue una decisión deliberada por construir una revista que se convirtiera en punto de encuentro de la historieta de autor cruzando las tradiciones europeas, norteamericanas y sudamericanas.
Ilustración + Comix Internacional proponía seguir el modelo de LD (1968-69) de Oscar Masotta extendido durante la década de 1970: una selección de cierta historieta definida como autoral, intervenciones críticas de investigadores y escritores que construían una idea comunitaria del campo de la historieta – confluyendo desde distintos puntos geográficos -; y finalmente, la recuperación de cómics clásicos (en general, norteamericanos), aquellos de buena factura en su clasicismo pero algo olvidados y relegados dentro del canon norteamericano definido por la triada Alex Raymond-Burne Hogarth-Harold Foster.
En las cinco breves historias que componen Drácula, Breccia decidió encarar la tarea sin guionista, por lo que se propuso dejar las historias sin texto, La secuenciación era clave entonces para lograr un flujo narrativo que permitiera llevar la historieta a un ritmo dinámico, aprovechando los gags y los remates humorísticos que tienen lugar en cada historia. Por otra parte, el manejo del color está en el estilo de las versiones de los cuentos de Poe, y tal vez sea el punto más alto en su tratamiento plástico, al menos durante este periodo. El registro gótico del mundo del conde – en su castillo, rodeado de un mobiliario ominoso y diabólico -, se dan con los azules, el negro, los verdes, violetas y por supuesto, el rojo sangre.
Tal vez el acierto de Drácula haya sido encarar esa última pendiente dictatorial desde el “humor sangriento” que Breccia proponía como perspectiva para su aproximación a la parodia, no sólo de un personaje por el que sentía algún cariño, sino también sobre su propia vejez y su propia obra. Lo gótico ya no podía aparecer como venía haciéndolo, sino riéndose de aquellas mismas atmósferas sobrecargadas y tensas, donde la penumbra, lo oculto y lo tenebroso le habían permitido al dibujante desarrollar sus intereses estéticos, escondiendo en los escorzos y las sombras los mensajes proyectados sobre esa pantalla igualmente oscura que era la Argentina en dictadura.
Historias como “Latrans canis non admordet” (“Perro que ladra no muerde”) y “Un tierno y desolado corazón” subrayan el lado vulnerable de Drácula, ya sea cuando pierde la dentadura intentando morder a una víctima – previa visita al dentista -; o cuando concreta el encuentro con su amada que finaliza en el clímax amoroso: una transfusión sanguínea entre los enamorados.
La última historieta aparecida en España fue “¿Poe?…¡Puaf!”, y así como Buscavidas presentaba a Mort Cinder desde el cansancio y la fatiga del personaje después de 20 años de existencia, aquí se parodia el clima del mundo de Poe que el mismo Breccia venía de revisitar. Drácula ve al escritor salir de su hogar, luego de presentar el inicio de “El cuervo” – un cuervo se introduce a la habitación del escritor para posarse sobre el busto de Palas Atenea -. Un depresivo Poe procede a alcoholizarse al extremo en una taberna a donde Drácula lo sigue. Tambaleándose por una calle, es atacado por el vampiro quien rápidamente se alcoholiza tanto como el escritor, y la borrachera lo termina llevando al calabozo.
Más allá de cierto amargor nostálgico, Breccia lograba trasladar la mirada distanciándose de sí mismo y de su obra. Y si dicho movimiento le había llevado dos décadas para finalmente poder alejarse de Mort Cinder, ahora parecía hacerlo en simultáneo y multiplicado. Ese distanciamiento también puede tomarse como la percepción de un inevitable fin de ciclo, donde no queda más que reír algo amargamente mirando el recorrido de una década que había atravesado al país como una lanza. La náusea que precede a la risa, como decía Frantz Fanon sobre el duro proceso de toda liberación.
La última historia de esta serie, hecha en 1983, no sería publicada sino hasta diez años después en la única recopilación hecha hasta el momento, en el tomo titulado Dracula, Dracul, Vlad?, bah…editado por Les Humanoïdes Associés en Francia. Dicha historia se titula en francés “Je ne suis plus une légende”, que puede traducirse como “Ya no soy una leyenda” pero también como “Fui leyenda” – jugando con el título de la novela de Richard Matheson, Soy leyenda -. Este juego de espejos entre un monstruo que se reconoce pasado de moda, al que ya no se sabe a cuál de sus versiones responde – a todas y a ninguna -, pero donde esa admisión se hace necesaria para presentar al terror real, actual y verdadero: el del exterminio sistematizado.
Drácula sale al mundo sin razón explícita, y en su camino va topándose con el horror de la realidad argentina. De alguna manera, Breccia explicita lo que antes estaba codificado en su trabajo durante tiempos dictatoriales, y de esta manera reafirma que todo lo anterior había estado significando exactamente eso al repasar las mismas escenas sin ocultamiento. El primer cuadro muestra a Drácula cruzando una calle donde aparece de fondo una cartel de “NO”, como aquellos que poblaban las páginas de Buscavidas, mientras que en una pared un militar tanto o más monstruoso y vampírico que el mismo Drácula aparece en un cartel que tiene por todo texto “PAPÁ!”.
Las escenas comienza a sucederse sin interrupción: las amas de casa que compran restos humanos en la “Carnicería del Estado”, nuevamente llevando la idea de la carne, el asado, la sangre al nivel de metáfora de la acción criminal estatal, su “carnicería”. El niño que aparece destripando un perro por pura crueldad completa la escena y se repetirá como tópico de la corrupción de la sociedad resultante de la corrupción de sus gobernantes: las plazas llenas de adictos que se inyectan; matronas obesas que inician sexualmente a chicos. Las inscripciones en las paredes funcionan como recurso irónico de las escenas que toman lugar ahí mismo: “Dios nos ama”, “Peregrinación a Luján”, “Tengamos fe”.
La secuencia continua con la represión de una manifestación frente a la Casa Rosada, donde los reclamos de “pan” y “paz” son respondidos con la orden de una represión sangrienta. La síntesis ideográfica es un gran logro de Breccia, al exponer en toda su brutalidad el anti-lenguaje del poder, la expresión inhumana para la que no alcanzan palabras porque es un discurso que las niega. El globo de diálogo se ve así transformado en vómito sanguinolento de unos sujetos que no pueden ofrecer más que eso: dar la muerte a sus gobernados.
El siguiente paso de Drácula es pasar por el cementerio donde en el muro de entrada está inscripto en letras grandes y blancas “NN”. Aquel coro griego de ancianas vestidas de luto de Buscavidas vuelve a aparecer ahora flanqueando las tumbas multiplicadas de esos NN cuya identidad esas madres y abuelas reconocen y guardan como tesoro verdadero que no puede ser enterrado. Abatido, el conde rumbea por calles desiertas de barrios precarios y decadentes. Entre los tablones rotos de una puerta de entrada clausurada alcanza a vislumbrar una escena de tortura donde un hombre es picaneado, quemado con cigarrillo y desdentado. Los torturadores son seres gigantes, todos iguales, de piel gris y ojos rojos que gozan con perversidad.
En la parte inferior del cuadro, un balde de agua utilizado para la tortura eléctrica se amontona junto a una fuente con restos humanos donde se lee “Desperdicios”, juego de palabras con “desaparecidos”, pero también en relación a los restos vendidos en las carnicerías del Estado. Lo mismo sucede con la calavera que lleva una etiqueta atada a un diente – uno de los tres que le ha quedado después de la tortura – indicando “Boleta 1038”, un juego entre el lenguaje burocrático de la mercancía y el lunfardo “hacer boleta” a alguien.
La escena orgiástica del “Brisco Club” remite también a las escenas del palacio del príncipe Próspero en La máscara de la Muerte Roja, sobre todo si se tiene en cuenta su oposición con la página siguiente, donde Breccia dibuja aquello que Rodolfo Walsh había denunciado en su Carta Abierta a la Junta Militar como “miseria planificada”: dos tecnócratas de saco y corbata libran magras raciones de una olla al pueblo bajo el auspicio de Coca-Cola.
El gag final muestra a Drácula entrando a una iglesia a rezar, portando un crucifijo, ante la imagen de un Cristo crucificado. Como si no quisiera verse asociado a los otros monstruos que ha encontrado, y rompiera radicalmente aceptando aquello que justamente era uno de sus puntos débiles, la iconografía cristiana. En la edición francesa, el prólogo de Sampayo daba cuenta de esta historia recuperada:
“En 1982 y en la Argentina, Alberto Breccia comenzó a dibujar su versión personal de Drácula; la terminaría un año más tarde, en perfecto sincronismo con el último período de la dictadura financiero-militar que había puesto a ese país de rodillas durante siete años. Es por eso que solamente el anteúltimo episodio hace referencia a la ferocidad de aquella organización de asesinos, la totalidad de esta obra constituye la respuesta personal de Breccia a la situación que vivían los argentinos en esa época, donde la protagonista principal era, precisamente, la sangre.”
Esta idea de lo financiero-militar junto con lo vampírico es sin dudas una observación acertada de Sampayo, dado que la idea de una economía extractiva, previa destrucción de la capacidad productiva del país, suponía un modelo basado en una vuelta a la exportación primaria pero además atada al flujo financiero controlado por instituciones supranacionales, como el FMI, bajo el yugo de la deuda externa. El gran Drácula era el Ministro de Economía Alfredo Martínez de Hoz, el gran ingeniero del nuevo andamiaje neoliberal impuesto por la dictadura, empresarios y hombres de negocios.
Por otra parte, el hecho que Breccia no haya publicado esta historia en ese momento habla de ciertos reparos del dibujante como consecuencia de las amenazas recibidas – y por lo tanto, de la efectividad de esas amenazas -. Mientras que el resto de su trabajo durante ese período lidiaba con la censura – ya fuera real o potencial – como espada de Damocles, lo cual propendía a una serie de operaciones de codificación entramada con la experimentación gráfica; en este caso lo explícito tomaba por asalto al relato y ya no era posible continuar hablando el lenguaje de la metáfora y la alegoría, aunque como vemos no era tan sencillo romper con él. Breccia lo explicaba así:
“Comencé Drácula en plena represión. El último episodio que dibujé fue “Fui Leyenda”, y en este momento la dictadura ya estaba muy debilitada. Aun así, si encontraban en mi casa página que escribo “carnicería del estado”, por ejemplo, es probable que me hubieran hecho fusilar. Lo hicieron por mucho menos que eso […] si un día ellos hubieran venido a la casa, siempre habría podido decirles: “Estoy dibujando una cosa extraña, algo cómica, algo grotesca”. Tal vez de ese modo podría arrancarles alguna sonrisa y evitar que me mataran a golpes de cruz. Los militares eran desconfiados e ignorantes […].”
No deja de ser algo patético la imagen de un dibujante queriendo convencer a sus potenciales verdugos a fuerza de risas, y acaso esa imagen sea la confesión de la bronca y la impotencia que el mismo Breccia admitía como sentimiento propio y generalizado. De ahí que sea interesante pensar estos últimos episodios desde lo humorístico por sobre lo sombrío, aunque, claro, sea un humor sangriento.