Por Antolín Olgiatti.
Durante años me interesó la figura del genio romántico. Tengo fascinación por los marginales, los artistas bohemios, los genios malditos. Y a Roberto Battaglia le sientan bien todos esos calificativos: genio, maldito, solitario, marginal, romántico. Pero esta vez no quiero usar ese tipo de molde. Sería demasiado fácil para una interpretación de su figura y de su obra. Simplemente trato de entender a la persona Battaglia, al ser humano, dibujante (como yo), trabajador, soñador, humano. Idealizar a Battaglia sería oscurecer su obra con su leyenda, que más que iluminar, clausura. Y el objetivo de Battaglia siempre fue el contrario: descongelar el mundo, darlo vuelta, hacerlo fluir al infinito.
Entre las décadas del ’40 y del ’60, Battaglia publicó en el semanario Patoruzito la tira “Don Pascual”, una de las obras centrales de la Edad de Oro de la historieta argentina. En cada episodio, una galería de personajes extravagantes interrumpían la tranquilidad del protagonista y se embarcaban junto a él en viajes alocados para enfrentar a villanos que querían adueñarse de su almacén. Los argumentos incluían personajes convertidos temporalmente en montañas de átomos, obras de arte como armas letales y carreras de autos a lo largo de la Muralla China. Por si fuera poco, detrás de las secuencias principales Battaglia colocaba pequeñas situaciones surrealistas, desde encantadores de mangueras y sonámbulos exhibicionistas hasta diálogos surrealistas de mozos o bebés sueltos en el caos de la ciudad.
Lo poco que se dijo sobre Battaglia no hizo más que alimentar el mito: que Battaglia es el misterio más grande de la historieta argentina, que nadie sabe por qué desapareció un día a principios de los 60’s en una ciudad de Estados Unidos en el apogeo de su carrera, que se ignora el motivo por el cual cortó todo lazo con sus amigos y familiares y terminó conduciendo un autobús. Quizás muchos de esos hechos sean ciertos, pero seguramente fueron menos románticos de lo que parecen, quizás fueron más patéticos o naturales. Incluso algunos afirman que “None” (como le decía su familia), después de partir a Estados Unidos, siguió siempre en contacto con sus amigos más queridos, siguió dibujando y enviando originales por correo a la editorial Quinterno (aunque es verdad que su calidad ya no era la misma, parecían hechos por un mal imitador de Battaglia).
Es difícil saber qué pasaba por su cabeza. ¿Quién era Battaglia realmente? En la mayoría de las fotos que se conservan, aparece peinado a la gomina, con expresión tímida y vestido de traje y corbata. Y en la única entrevista publicada, su despliegue verbal se reduce al aspecto técnico de la historieta, a su funcionamiento.
Realmente me intriga la vida de Battaglia, pero su obra es tan vasta y rica que prefiero por ahora dedicarme a ella, a disfrutarla, a interpretarla, a quererla y revalorizarla. Lamentablemente es muy difícil acceder a la totalidad de su trabajo. Sus tiras están esparcidas por varias revistas antiguas y difíciles de conseguir. Las cerca de 800 medias páginas de la revista Patoruzito son un tesoro soñado y difícil de reunir. Hasta ahora sólo pude recopilar y restaurar la mitad de su tira “Don Pascual” en Patoruzito (gracias a blogs como “Amigos de Patoruzú”, “Sonrisas argentinas” y material propio de revistas), me falta mucho. Y también me falta ocuparme del resto de sus creaciones que eran igual de increíbles, como “Motín a bordo”, “María Luz” o “Egoísto”. ¿Quién tendrá todo ese material para escanear?
Tengo la impresión de que leyendo y disfrutando de esas aventuras, también encontraremos algunas claves para entender el pensamiento, los deseos, las frustraciones más profundas de su autor. Me llama la atención sobretodo una historia, en donde de alguna manera se representa a él mismo en su propia tira “Don Pascual”. A Battaglia le gustaba cada tanto dejar en claro que detrás de tanta fantasía había un dibujante, un trabajador cansado, lleno de presiones económicas y políticas, mal pago, físicamente agotado, demasiado humano. En una de las historias de “Mangucho y Meneca” del año 1956 hace su aparición el personaje más inexpresivo de toda la tira, llamado “Borra-Borra”, un heterónimo de Battaglia, un niño triste que dibuja unas historietas espectaculares, capaz de hacer reír a cualquiera (pero después veremos que más que un talento será una maldición). El talento del niño historietista es captado por Don Pascual que lo ayuda a publicar sus tiras en el diario local. Pero inmediatamente sus dibujos provocan un caos en la ciudad: la gente al leerlo no puede dejar de reír, no puede trabajar, no puede vivir, no puede hacer nada más que tirarse al piso y reir violentamente. Finalmente, el niño dibujante, el “triste más gracioso del mundo”, es arrestado y confinado para siempre a una isla desierta, sin papel ni lápiz, para que jamás vuelva a hacer reir a nadie con sus dibujos, ya que es considerado un arma peligrosísima. ¿Un “suicidado por la sociedad” al igual que el mismo Battaglia?
Como siempre, la aventura continúa. Por el contrario, la figura de Battaglia insiste en difuminarse en el horizonte, en perderse para siempre en el misterio y el olvido. Pero por suerte su obra sobrevive a esta aparente afinidad por la intrascendencia, volviéndose indestructible y cada vez más visible.
Si a alguien le interesa pueden solicitarme los pdfs con parte del material recopilado de Battaglia escribiéndome a antolinilustracion@gmail.com, con gusto se los enviaré para seguir difundiendo la obra de este dibujante increíble, hasta que algún día podamos conseguir sus libros en los estantes de cualquier librería. Esa es mi ilusión.
Antolín Olgiatti (Salta, 1983) es músico, poeta e historietista. Editó diversos discos bajo el sello platense LAPTRA. Su poesía fue compilada por distintas editoriales cómo Belleza y felicidad y Eloísa Cartonera, entre otras. Es autor de los libros de cómic Amigo de los mutantes (Wai Cómics) y Vagabundos de la nieve (Pupi Club) y de las ilustraciones para el libro ¿Dónde está Perón? (Galería Editorial). Sitio web: www.cargocollective.com/antolin