Por Roberto Bartual
Un acto de magia no es un acto banal
Si paseamos hoy por Whitechapel, lo que nos vamos a encontrar, naturalmente, es un panorama muy diferente al que se mostraba en From Hell. La iglesia de Christchurch ha sido restaurada y ahora luce como una patena. Los niveles de criminalidad nada tienen que ver con los de 1888. La apertura, en el barrio, de una nueva estación de ferrocarril en 2018 ha propiciado un plan urbanístico que incluye la construcción de 3500 viviendas, zonas ajardinadas y un nuevo centro cívico en Whitechapel Road 1. En el proyecto oficial, gráficos generados en 3D se entremezclan con fotografías reales del barrio anticipando un futurismo multiétnico en el que todo el mundo, bangladesíes, jamaicanos, árabes y españoles, trabajan con sus macs sentados en su cafetería favorita.
Sin embargo, los recientes cambios en el barrio se han hecho esperar mucho más que en otros lugares de Londres. Hasta finales de los años 60, Whitechapel era el epicentro de la red de crimen organizado más extensa de la ciudad, liderada por los gemelos Kray, quienes se criaron en el barrio. Los problemas sociales no han dejado de existir en Whitechapel desde entonces. La prostitución sigue existiendo y a esta hay que añadirle ahora el problema del crack. Lo cierto es que algunos rincones de Whitechapel parecen no haber cambiado demasiado desde 1888 e, incluso, todavía se pueden visitar algunos de los pubs que aparecen en From Hell, como por ejemplo, el Ten Bells, un antro especialmente mugriento. Si hacemos caso al método ideado por Sam Floy para medir la gentrificación de un barrio y comparamos la cifra de cafeterías que hay en Whitechapel con la de puestos de pollo frito 2, descubriremos este barrio es, todavía, uno de los más reacios a proporcionar a los hípsters su lugar de descanso favorito. Pero la cosa está empezando a cambiar, y si atendemos a índices de gentrificación más fiables, como el publicado por la agencia Savills 3, comprobaremos que Whitechapel no es ajeno a este proceso de despersonalización urbana.
La pregunta es: ¿por qué, ahora que todo el mundo parece querer mudarse al East End, ha habido en Whitechapel una resistencia a la gentrificación muy superior a la que han mostrado otros barrios del Este? No hace falta insistir en que los asesinatos del 1888 jugaron un papel fundamental en ello. Porque ¿a quién le gustaría tener en la puerta de su casa la parada de uno de esos siniestros tours que se detienen en todos los lugares donde apuñalaron o abandonaron los cadáveres de aquellas pobres mujeres? (fig. 11). Cierto es que el barrio está ahora muy cambiado, como afirma Sinclair; pero si hubieras ido “a principios de los sesenta, por decir una fecha, sí que habrías sentido algo”. Una energía. Algo en lo que, tanto él como Moore, creen firmemente. Hasta el punto de que Sinclair asegura que
yo visité todos esos emplazamientos [donde mataron a las cinco mujeres] y sentí algo. No sé qué era, pero era inconfundible. Una sensación negativa que te envolvía cuando estabas cerca de aquellos edificios. Escribí un libro llamado Whitechapel Scarlet Tracings que se ocupaba precisamente de esos lugares oscuros que permanecen a lo largo de la historia, y de cómo crímenes del pasado aún afectan a la gente que vive en el mundo contemporáneo.4
¿Es posible que esto sea cierto? ¿Que la violencia pueda dejar rastro en un espacio hasta el punto de producir efectos medibles en el entorno? Es posible que así sea, pero entonces otro de los puntos calientes de Londres debería ser la Ratcliffe Highway (que, hoy en día, es llamada simplemente The Highway), cuyos famosos asesinatos de 1811 no solo rivalizan en brutalidad con los del Destripador, sino que también contaron con la cercanía de otra iglesia de Hawksmoor. ¿Por qué entonces, y al contrario de lo que ha pasado en Whitechapel, no ha habido problema para que esta zona, a tan solo a un kilómetro y medio al sur de Christchurch, sufriera un aceleradísimo proceso de gentrificación desde 1986?
“Es la energía”, diría Sinclair. Pero como no sabemos si se trata de energía eléctrica, magnética, nuclear o qué tipo de energía es esa que se puede quedar en los sitios, quizá podamos entendernos mejor si hablamos, mejor aún, de información. Porque la información sí que impregna los espacios. Asesinatos con una cierta intencionalidad ritual, como los del Destripador o los de la Highway, han de dejar por fuerza una gran cantidad de información negativa en el lugar donde se han cometido. Los lugares del crimen pueden exhibir una placa, como ocurre en Whitechapel, o los huesos del asesino pueden seguir permaneciendo bajo el camposanto, como pasó en la Highway. Ninguna de las familias que viven en un barrio donde hayan ocurrido cosas así es ajena a dicha información, la cual influye, sin duda, en la vida del barrio. Sin embargo, con el paso del tiempo, la información va desapareciendo. Los que recuerdan mueren y el antiguo pub donde se construía oralmente la historia del barrio es sustituido por un Costa Coffee.
Es en este sentido que los rituales simbólicos y la magia, creamos o no en ella, pueden tener efectos físicos sobre la realidad. Un acto de magia lo suficientemente potente puede alterar profundamente la información contenida en un espacio geográfico, por ejemplo, un barrio. La construcción del Millenial Dome, por ejemplo, sirvió para convencer a miles de personas que sería una buena idea irse a vivir a los nuevos apartamentos que estaban construyendo a su alrededor en un terreno que siempre había sido una ciénaga infecta. La magia corporativa funciona así. Pero no se trata de energía, sino más bien de flujos de información vinculados a un lugar. En el caso de Whitechapel, lo que mantiene el hechizo es lo que la gente sabe que ha pasado allí. Y mucho más que eso: lo que la gente imagina que ha pasado allí. Es por eso que ya nadie en The Highway recuerda los crímenes de John Williams, pero, sin embargo, en Whitechapel todo el mundo sabe quién fue Jack el Destripador.
No se trata de que los crímenes del segundo fueran más brutales. Si una marca o “energía” perdura sobre Whitechapel, no es por nada que hiciera el asesino, sino por lo que hizo la prensa con él. Por decirlo de otra manera, no fue el Destripador sino los periodistas quienes hicieron el “hechizo”. Recordemos que todos los actos mágicos son, en el fondo, actos lingüísticos y semióticos. Por ello, y lo cuenta muy bien George Hagenauer en un artículo que acompaña al último volumen de la edición original de From Hell, el “éxito” del Destripador tuvo mucho que ver con la introducción de la educación obligatoria en Inglaterra dieciocho años antes. Porque, para cuando el Destripador cometió sus crímenes, toda una nueva generación de la clase popular había aprendido a leer y, por lo tanto, tenía ya un pleno acceso a la prensa diaria. Cierto es que la prensa popular tenía, entonces y ahora, un lenguaje mucho más melodramático que la prensa “seria”, y eso pudo influir muchísimo en la perdurabilidad del Destripador en la memoria popular. Sin embargo, se puede decir, sin dudarlo, que la razón fundamental por la que el Destripador pudo dejar una marca perenne en Whitechapel fue por las ilustraciones que acompañaban a la crónica negra.
“En 1888, los ilustradores de los periódicos dieron un rostro al horror invisible, acercando a Jack de forma vívida al ciudadano de a pie”5, dice Hagenauer. No solo representaban en portada al asesino acechando a sus víctimas, sino también todo lo que hacía con sus cuerpos. Los ciudadanos de Whitechapel pudieron seguir las pesquisas del caso, día a día, tanto si sabían leer como si no: los rostros de las víctimas, de los sospechosos y de los agentes de la ley encargados del caso salían todos los días en la prensa, como si fueran la alineación de un equipo de fútbol. Incluso el nombre de “Jack el Destripador” fue creación de un periodista “conocido tan solo como míster Best”6, que escribió, de su puño y letra, algunas cartas firmadas con tal sobrenombre7.
El efecto de este acto lingüístico y gráfico fue tan poderoso que incluso llegó a tener efectos retroactivos sobre la historia local. La impresión que causó el recién bautizado “Destripador” cambió, literalmente, el pasado del barrio. Es lo que ocurrió con un vendedor de bastones que decidió aprovechar en su beneficio lo que estaba pasando y se puso a vender su mercadería en la plaza de Mitre, donde el Destripador había asesinado a Catherine Eddowes. Lo que hizo fue poner a sus bastones una empuñadura con la forma de una cabeza encapuchada e inventarse la historia del “monje loco de Mitre Square”. Según él, en 1530, una mujer se arrodilló en esa misma plaza para rezar delante del Priorato de la Santísima Trinidad y, de repente, un monje chiflado le golpeó en la cabeza en medio de su acto de devoción, matándola en el acto. Desde entonces, esta historia, totalmente inventada por imperativos del márquetin, fue dada por cierta e impresa en centenares de artículos en relación al Destripador, incorporándose al acervo histórico de la ciudad de Londres8
Lo cierto es que el contagio lingüístico que llevó a la población de Whitechapel a creerse la historia del monje loco todavía perdura. Testimonio de ello es la multitud de tours que culminan en el lugar donde falleció Mary Kelly, convertido hoy en un aparcamiento. Whitechapel sigue ejerciendo su magia sobre los turistas. Y algunos de los residentes se lamentan de ello. El dueño del Ten Bells, sin ir más lejos, no quiere saber nada sobre Jack el Destripador. Un local donde se sirviera café y ensaladas de quinoa resultaría mucho más rentable que el negocio que regenta ahora, pero ¿quién querría comer quinoa en el lugar donde el Destripador pudo tramar alguno de sus asesinatos?
De hecho, tampoco la hubieran comido muchos de quienes estudiaron sus crímenes. Según Moore, “la mayor parte de los estudiosos del Destripador más eminentes jamás pusieron los pies en Whitechapel por miedo a que los asaltaran”9. Tampoco él, quien, aparte de una visita inicial en el 89, antes de publicar el primer capítulo de From Hell, solo pasó por Whitechapel en otra ocasión para comprobar que el tour psicogeográfico de Gull y Netley podía realizarse en un solo día. ¿Qué ha mantenido durante tanto tiempo alejada a la gente de Whitechapel? Moore nos da una posible respuesta. Cuando después de su primera visita cogió un taxi de vuelta a casa, un camión estuvo topando todo el rato con el parachoques trasero del coche hasta Watford Gap. Encima del parabrisas del camión había un rótulo con el nombre de la empresa a la que pertenecía: Widowson [Hijo de la Viuda] Ltd. Moore se quedó petrificado al acordarse de uno de los leit motifs de su propia obra. “¿Quién ayudará al hijo de la viuda?” Esta era una de las consignas que Gull repetía para recordar a sus compañeros masones que estaban atados por el juramento que le habían prestado a la reina. A Moore le asustó esta sincronicidad. No porque pensara que las “energías” del lugar se habían conjurado en su contra amenazando con absorberle en una conspiración masónica; sino porque, como él mismo admitió, lo que le daba miedo era que, en algún momento, acabase siendo absorbido por la ficción que él mismo había creado con ayuda de Iain Sinclair y Stephen Knight10.
Esta anécdota es un buen ejemplo de la utilidad real que puede tener la psicogeografía, más allá del unir los puntos. El estudio psicogeográfico de una zona puede servir para delimitar zonas de información homogénea; compuesta por determinantes físicos y atmosféricos, como la geografía o el clima, pero también por elementos de carácter lingüístico y semiótico, es decir, por palabras e imágenes que conforman recuerdos, miedos, fantasías colectivas, y, por supuesto, expectativas de futuro. La razón por la que la gente sigue suicidándose en aquel siniestro triángulo geográfico que hay entre Jaén y Córdoba no queda muy lejos del motivo por el que las mujeres a las que mató el Destripador no consiguieron escapar de Whitechapel, aun sabiendo, como probablemente supieron, que alguien iba a por ellas. ¿Adónde iban a ir si todo lo que conocían estaba allí? Se puede escapar de un lugar, pero es imposible escapar del espacio que nos hemos forjado mentalmente y es que, como dice Moore, “la psicogeografía es el único tipo de geografía que podemos habitar” 11.
Roberto Bartual (Alcobendas, 1976) es doctor por la Universidad Autónoma de Madrid, y profesor en la Universidad Europea de Madrid. Es co-autor de La Casa de Bernarda Alba Zombi y traductor. Actualmente colabora con el colectivo Dátil (Dramáticas aventuras) y Julián Almazán como guionista en varios proyectos relacionados con el cómic. Sus relatos pueden encontrarse en las antologías Ficciones y Prospectivas. Es editor y redactor de la sección de cómic de la revista Factor Crítico. Ha publicado los libros Narraciones Gráficas (Ediciones Marmotilla, 2014) y Jack Kirby, Una Odisea Psicodélica (Ediciones Marmotilla, 2019).
- [1] https://www.towerhamlets.gov.uk/Documents/Planning-and-building-control/Strategic-Planning/Whitechapel-Masterplan-Adopted-Dec-2013.pdf
- [2] https://medium.com/@Sam_Floy/how-to-know-if-where-you-live-is-up-and-coming-fried-chicken-vs-coffee-shops-546080119f98
- [3]https://www.standard.co.uk/news/london/revealed-the-gentrification-map-of-london-8808754.html
- [4] Amat, Kiko y Sinclair, Iain, Op. cit
- [5] Hagenauer, George (2000) “Jack en la prensa popular. Las ilustraciones que iniciaron todo”, en: Moore, Alan y Campbell, Eddie, From Hell, quinta parte, Barcelona: Planeta-DeAgostini, p. 91.
- [6] Moore, Alan y Campbell, Eddie (2000) From Hell, vol. 2, Barcelona: Planeta DeAgostini, notas del apéndice, capítulo séptimo, página 11.
- [7] La única carta realmente atribuible al asesino tiene como dirección de remite “Desde el Infierno” y está firmada por “Agárrame si puedes”. De ahí el título de la novela gráfica.
- [8] Moore, Alan y Campbell, Eddie (2000) From Hell, vol. 3, Barcelona: Planeta DeAgostini, notas del apéndice, capítulo noveno, páginas 1 y 2.
- [9] Moore, Alan y Campbell, Eddie (2000) From Hell, vol. 5, Barcelona: Planeta DeAgostini, apéndice II, “The Dance of the Gull Catchers”, página 19.
- [10] Íbid.
- [11] http://neverdances.blogspot.com/2013/05/alan.moore.html