Francisco “Pancho” Graells es un humorista gráfico, caricaturista e historietista venezolano-uruguayo que atravesó la historia del humorismo gráfico y político latinoamericano de manera transversal y sutil, participando de numerosas revistas significativas de la segunda mitad del siglo XX y publicando sus dibujos en Uruguay, Argentina, Venezuela, Estados Unidos y Francia. Con un estilo de dibujo de líneas sutiles, personajes pequeños y cabezones y enorme habilidad para la caricatura, Pancho colaboró con Marcha, La Balota, Satiricón, Chaupinela, Le Monde y muchos más graficando las particularidades de la familia y de la política, encontrando los vericuetos para caricaturizar a los poderosos y construyendo una carrera desde un bajo perfil que a menudo es injusto con sus habilidades artísticas. Habiendolo conocido en las páginas de Satiricón mientras escribía mi tesis de doctorado, siempre me fascinó ese dibujante amable y simpático cuyas tiras estaban a menudo llenas de la ternura de la cotidianeidad. Lo contacté en el año 2018 para comenzar una entrevista que, por los vaivenes de internet y de nuestras vidas, se prolongó hasta principios del 2020 en plena pandemia. Hablar con él es acceder al privilegio de un protagonista que vivió momentos políticos y sociales algidos de los años 1970s para acá mientras dibujaba y migraba escapando de la asfixia política. Es también acceder a una parte de la historia del humor gráfico rioplatense. Por ello, les presentamos esta entrevista con este autor encantador.
¿Cómo comenzó a dibujar? ¿Asistió a alguna academia?
No asistí a ninguna academia. Siempre tuve afinidad por el dibujo y aprendí devorando historietas y tratando de imitar los dibujos que me gustaban. A los 8 ó 9 años descubrí entre libros de mi abuelo materno, diplomático, un portfolio de dibujos obsequiado en Caracas. Estaban firmados Sánchez Felipe. Años más tarde descubriría que se trataba de un artista español, que había vivido un tiempo en el Caribe.
Eran todos retratos y caricaturas a la pluma de personajes de los años 40. Una técnica fenomenal. Me conmovió. Fue mi primer contacto con la caricatura. Conservo algunas de esas reproducciones y me siguen impresionando.
¿Y qué tipo de historietas leía?
Primero las revistas de historietas norteamericanas, traducidas en México. De todo, del pato Donald y Mickey, a Tarzán*, el Llanero solitario, Superman, Batman, todo lo que podía llegar a mis manos. Una tía me hizo conocer La pequeña Lulú, Lorenzo y Pepita. Las conservaba todas y las leía una y otra vez. Me di cuenta un día que sólo había leído las imágenes. Luego supe que, en la escuela norteamericana de historieta, la misma debe ser comprendida aún sin leer el texto.
También en los años 50 en Uruguay circulaba un vespertino, El Plata, dedicando una página diaria a unas 12 tiras cómicas, Ben Bolt, Steve Canyon, Johnny Hazard, Kerry Drake, Terry y los piratas, Rip Kirby, El fantasma, incluyendo algunas argentinas, Ramona, creo que Fúlmine y/o el otro yo del Dr Merengue.
Luego descubrí Rico Tipo, Patoruzú, más tarde las revistas uruguayas Lunes y Peloduro. Todo eso me influenció. En ellas descubrí a Quino, Calé, Oski, el inmenso Sábat (en Lunes) y muchos otros que me entusiasmaban enormemente. Divito lo aprecié después.
A principios de los 60, nuevos impactos: Mad Magazine, con Mort Drucker, Peanuts y Mafalda.
Poco después descubrí en una biblioteca norteamericana de Montevideo, las ediciones del anuario de Illustrators, la colección de las mejores ilustraciones publicadas cada año en Estados Unidos. Me abrieron innumerables ventanas. Allí descubrí a Ronald Searle y Saul Steinberg entre muchos otros. Ronald Searle, lo conocería personalmente 40 años después.
¿Cómo definiría su estilo de dibujo?
Ha sido sumamente ecléctico. Intencionalmente traté de no tener un estilo del que pudiera sentirme prisionero cayendo en automatismos. Pensando que tal vez siempre podría encontrar algo mejor. Sigo esperándolo. Puede haber sido un error, pero me sentí después confirmado por el gran dibujante brasileño, Millôr Fernandes, quien agregaba a veces a su firma: enfim um desenhista sem estilo.
Pero el estilo (o la falta del mismo) puede sufrir del contexto o de estados de ánimo. Algunos de los dibujos que produje en Buenos Aires me recuerdan que pasé por momentos difíciles.
¿Cuál fue su primera publicación?
Una serie de viñetas en 1963 para la revista Cristianismo y Sociedad, editada por Isal, un centro de estudios protestante en Montevideo, dirigida por ese entoces por el escritor uruguayo Híber Conteris. Fue probablemente el primero a tenerme confianza en tanto que dibujante.
En 1968 comienza a colaborar para Marcha ¿cómo ingresó allí?
Luego de varios años de dudas en cuanto a la posibilidad de ganarme la vida por el dibujo, intenté Marcha, para mí la publicación más importante e influyente de la época, y que contaba con excelentes ilustradores. Me presenté un día y me recibió Hugo Alfaro, por entonces administrador y brazo derecho del director, Carlos Quijano. Le gustó lo que le mostré y me dijo que me encargarían algo. Lo hicieron muy rápido y con urgencia. Fue un retrato de Martin Luther King, poco depués de su asesinato. Dibujo a tinta china, pluma y pincel seco, me puso tan nervioso que derramé el tintero sobre el original. No teniendo tiempo para recomenzar, corregí con témpera blanca y logré terminarlo. Fue publicado en la edición del 18 de abril de 1968.
¿Cómo era el método de trabajo?
Hasta fines del 69 publiqué dibujos sueltos, como todos los otros ilustradores. En diciembre de ese año Blankito (Luis Blanco Alvarez), excelente dibujante y humorista encargado desde 1965 de la página de humor político (última página) renunció y Quijano me propuso hacerme cargo de la misma, tal vez motivado por dibujos de humor político e historietas que yo venía publicando desde septiembre de ese año en otro periódico de Izquierda, el diario De Frente.
Como encargado de la última página de Marcha, asistía el miércoles de tarde a una conferencia de redacción, presidida por Quijano y en presencia de todos los jefes de sección. Era la víspera del cierre, Marcha aparecía los viernes. Ahí se hablaba de la actualidad, de lo que se iba a publicar y, al final, Quijano coordinaba conmigo los temas que era importante tratar en la página de humor, la que constaba de 3, 4 ó 5 dibujos. Él determinaba cual debía ser el tema principal. El jueves de mañana, temprano, yo entregaba la página.
La única exigencia de Quijano (exigencia fundamental) era que afinara la puntería y que los dibujos dieran en el blanco. No bastaba hacer humor, no bastaba divertir, el dibujo debía ser pertinente y tener sentido político.
¿Qué sensaciones rescata de haber colaborado en aquella revista tan importante para la izquierda latinoamericana?
Muchas sensaciones, tanto a título personal que profesional. En lo personal, fue un privilegio haberme contado entre aquellos que llevaron adelante esa aventura. Marcha era el periódico de referencia en Uruguay y Quijano, que estaba al tanto de todo –incluso del contenido de las cartas de los lectores- era un periodista absolutamente excepcional, dicho esto sin idealizarlo. También era titular de cóleras homéricas. Durante mis 4 años en Marcha, más de una vez temí que por alguna razón un día “se la agarrara” conmigo, lo que me hubiera hecho partir. Jamás ocurrió. Trabajé con él en total armonía, aprendiendo mucho de esa experiencia. En periodismo, es probable que haya sido mi mejor profesor.
En lo profesional, trabajar como dibujante editorial en Marcha suponía tambien el privilegio de ocupar una tribuna muy visible y esperada, que me permitía expresar por medio del humor muchas cosas en las cuales los lectores se sentían representados. Ya lo había vivido como lector cuando esperaba con impaciencia la edición del viernes con la página de humor a cargo de Blankito, quien expresaba con su talento lo que yo, lector, hubiera querido decir.
Es probable que la experiencia de Marcha sea la que más me haya marcado en lo que siguó.
Allí realizaba la página de política ¿qué opina de la relación del dibujante humorístico con la política?
El dibujo político me interesó desde que lo descubrí. Lo que puedo decir hoy es probablemente diferente de lo que intuía en aquella época. Muchas veces me han preguntado cual era la finalidad de esa actividad. Pienso que cada caricaturista debe tener su motivación y su respuesta. Mi motivación ha sido siempre la misma, aunque no siempre hubiera sabido definirla. Edward Sorel decía en la tapa de su libro Superpen (1976) que la tarea del cartoonist era atacar la hipocresía en las altas esferas (de poder). Pienso que el humor político debe servir a desmontar el discurso del poder. A hacer más evidentes las contradicciones, las mentiras, las omisiones, la demagogia, el cinismo, todo lo que ha sido y es construído para oprimir. No siempre se logra, pero cuando se logra es haber dado en el blanco, como lo pedía Quijano.
Un paréntesis: en el año 68, paralelamente a Marcha, comencé a colaborar para otras publicaciones. A partir de mi primer dibujo, se sucedieron otros, pero un tanto esporádicos. Marcha contaba ya con un muy buen equipo de ilustradores, que me precedían. Intenté otros medios, el diario Hechos, de la corriente política del senador Zelmar Michelini (quien sería asesinado en Buenos Aires en mayo del 76). El director responsable de la redacción, Luis Horacio Vignolo (años más tarde director de la agencia italiana Interpress Service en Buenos Aires), me abrió las puertas del diario e iniciamos una relación que continuaría en otros periódicos.
También en el 68, conocí y colaboré en una publicación, con Antonio Dabezíes, poco después redactor responsable del diario De Frente -entre otros – donde publiqué caricaturas, humor político e historietas Más tarde, Antonio sería fundador y director de las revistas humorísticas El Dedo y Guambia. Con él nos une una larga amistad desde aquella época.
El mismo año, de paso por Buenos Aires, contacté a Hermenegildo Sábat, a quien no conocía personalmente, pero admiraba sin reservas. Me recibió cálidamente y me dio un montón de consejos que me sirvieron de ahí en adelante. En la misma época tuve oportunidad de conocer a un excelente diseñador gráfico, René Girardin, hombre muy generoso y experto en todo tipo de técnicas de imprenta. Me aconsejó e introdujo a los fundamentos, en oportunidad de diseñar algunas tapas para libros.
Por último, el mismo año trabajé durante algunos meses en la célébre y atípica Imprenta As de Montevideo, que había contado en el pasado con un equipo de buenísimos ilustradores y gráficos, entre ellos Sábat y el genial rosarino Ayax-Pacho-Barnes. En mi época, sólo quedaban el propietario, Jorge de Arteaga y el director de arte Antonio Pezzino. También me abrieron puertas.
En 1971 comienza a co-dirigir La Balota ¿Podría contarme algo sobre esa revista? ¿Quiénes colaboraban? ¿Cuál era el estilo del humor de la revista?
En noviembre de 1971 tuvieron lugar las últimas elecciones antes de la dictadura. En marzo o abril de ese año, con 2 colegas, Blankito (Luis Blanco Alvarez, quien me había precedido en la página de humor de Marcha), y Néstor (Néstor Siva, caricaturista político de El Popular, órgano oficial del Partido Comunista, y autor de una historieta en la primera página de ese diario, Patricia), se nos ocurrió la posibilidad de publicar una revista de humor. Formamos rápidamente un equipo con dibujantes y redactores entusiastas y resolvimos llamarla La Bocha en referencia al presidente de la época, Jorge Pacheco Areco, apodado “El Bocha”, quien aspiraba a la reelección mediante una reforma constitucional. En el Uruguay de la época era necesario el aval del Ministerio de la Cultura para sacar una publicación. El mismo dio largas al asunto negando de hecho la autorización. La obtendríamos recién en 1972, cuando El Bocha ya no era presidente…
El periódico Ahora, próximo del Partido Demócrata Cristiano, por ese entonces integrante del Frente Amplio (coalición de izquierda) se interesó en la idea y nos propuso hacer un suplemento previo a la elección. El mismo, 8 páginas tabloide a color, tomó cuerpo y el diario siguió publicándolo semanalmente durante casi dos años.
Lo llamamos La Balota (en referencia al documento de identidad electoral) y el primer número fue publicado antes de las elecciones.
La dirigíamos los 3 fundadores, la mayor parte de el espacio ocupada por dibujos de muy buenos profesionales de la época –Gaucher (Oscar Abin), Baltasar de Rosa, Ugo (Hugo Ramallo), Carlón (Juan Carlos Rodríguez Castro) y, un poco después Tabaré (quien más tarde trabajaría en Buenos Aires para Noticias, Satiricón, Chaupinela, Clarín y Humor (si no me equivoco). Entre los redactores 3 periodistas de Marcha, tambien excelentes humoristas, Daniel Waksmann (Daniel el Aviezo, Al Kaloide), Carlos Núñez (Fidelio) y Julio Rossiello (Pangloss). Pero también otros con experiencia en radio y televisión: Paco Amaral (La Gaceta Sideral); Andrés Redondo, Alfredo de la Peña, Quique Almada (Telecataplúm, Hupumorpo) y el inolvidable Abel Soria, payador y enfermero.
Fue una hermosa experiencia, un verdadero trabajo de equipo, y pese a todas las amenazas de la época, la dirección del diario Ahora nos dio total libertad. Tomaba conocimiento del contenido cuando el suplemento estaba ya impreso.
Esta etapa nos inspiró la posibilidad de un suplemento de humor para difusión internacional con profesionales de primer nivel de toda América Latina. Se llamó provisoriamente La Chacota y vio el día entre las páginas del diario El Popular, de Montevideo.
Cuando el diario Ahora dio fin a la relación con La Balota, intentamos volver al proyecto de origen, La Bocha, revista de humor quincenal. Duró solamente alginos números, dados nuestros modestos recursos. Años más tarde Antonio Dabezíes retomaría el sueño de una revista uruguaya de humor político, en plena dictadura, y editaría con mejor suerte –y por mucho más tiempo- primero El Dedo y luego Guambia.
¿Cómo era vivir en el Uruguay previo al golpe?
Difícil describirlo tantos años después. No siendo historiador ni economista ni sociólogo, puedo sólo recordar vivencias muy personales y feelings colectivos probablemente ingenuos y desubicados. A cualquier uruguayo medio (si tal cosa existe) de la época le gustaba creer que pasara lo que pasara una dictadura era imposible en Uruguay. La izquierda podía aún proclamar “¡el fascismo no pasará!” o “¡el pueblo unido jamás será vencido!”. Con la perspectiva del tiempo que ha pasado, pienso que aún los más lúcidos se equivocaron.
El fin de los años 60 fue una época de aguda crisis económica, de escasez de productos básicos, de endeudamiento, de intervenciones del FMI, de huelgas y duros conflictos sociales, de represión de los mismos por la policía y más tarde por el ejército, de estado de sitio (“Medidas prontas de Seguridad”, con suspensión de las garantías constitucionales), de irrupción del movimiento Tupamaro (que venía preparándose desde el año 62).
¿Qué procesos y situaciones lo llevan a exiliarse en Argentina?
A fines del 1973 la atmósfera se volvía irrespirable. La dictadura terminó declarándose el 26 de junio de ese año, con la disolución del parlamento, luego de años de estado de sitio y varios meses (desde febrero del mismo año) de avances subversivos de la jerarquía militar. Las fuerzas armadas prefirieron al principio servirse del presidente electo en 1971, Juan María Bordaberry. La prensa de oposición fue cada vez más reprimida y censurada mediante una práctica de clausuras temporarias destinadas a asfixiar los medios.
Con Blankito y Néstor seguíamos planeando aventuras: el posible suplemento humorístico de humor latinoamericano, y/o secciones de humor adaptables a diferente tipo de publicaciones. La idea era competir con los servicios de humor e historietas, mayormente procedentes de agencias norteamericanas, traducidos en México.
En esa época un amigo periodista que había optado por instalarse en Buenos Aires, Aram Ruben Aharonián (muchos años más tarde fundador de teleSUR, en Venezuela) había sido contratado como encargado de producción en un proyecto de periódico que sería publicado en Argentina: el diario Noticias. Nos invitó a Blankito, a Néstor y a mí a proponer materiales para una página de humor. Viajé a Buenos Aires con ese propósito y fui recibido por uno de los responsables, Juan Gelman. Aceptó la propuesta y, en particular le interesó una historieta diaria que yo venía publicando desde el año 69 en Montevideo: El Ñato Miguel. Un fulano de gacho, golilla, pucho en los labios, saco cruzado a rayas, que pasaba la mayor parte de su tiempo recostado a un buzón. Gelman me comentó sonriendo (casi sic): “Conocí gente así. Lo veo todavía abotonándose el saco mientras corre para atrapar el tranvía”.
Al principio pensaba colaborar desde Montevideo, aún sintiendo que mis días como dibujante de prensa estaban contados en Uruguay. En esos días Marcha fue allanada, la publicación clausurada temporalmente y todos los presentes arrestados y transportados en un camión militar. Todo pocos minutos antes de que yo llegara. En esa época, cuando alguien era detenido no existía la menor idea de por cuánto tiempo sería. El mismo día partí a Buenos Aires. Noticias me había abierto una puerta en Argentina. Decidí intentar esa vía mientras fuera posible. No imaginaba que la partida sería definitiva.
Me comentó que su primera publicación fue en la revista Cristianismo y Sociedad, lo cual me lleva a preguntarme sobre la relación entre el cristianismo y la izquierda en los años sesenta. ¿Cómo llegó a esa revista? ¿Tenía alguna vinculación con el cristianismo por la liberación?
En los años 60, la izquierda uruguaya era muy sensible a la revolución cubana, a las ideas y personas de Fidel Castro y del Che Guevara, y a la posibilidad de una revolución latinoamericana. A nivel de las iglesias, tanto católica como protestante, existía todo un espectro de tendencias, de la derecha (probablemente mayoritaria, tradicionalista y conservadora) a la izquierda.
La teología de la liberación aportaba a la izquierda la visión de una iglesia comprometida con las luchas sociales y con la visión de un mundo más justo. El mensaje de los evangelios no debía limitarse a una esfera personal e individual, sino que debía encarnarse en la sociedad.
Isal era un centro de estudios y reflexión protestante, que tenía sus oficinas en el edificio administrativo vecino al templo de la Iglesia Metodista Central (de la que yo era miembro por ese entonces). Con Hiber Conteris nos cruzábamos frecuentemente. Sabiendo que yo dibujaba me propuso hacer esas viñetas para la Revista Cristianismo y Sociedad.
Mencionó también en diversas oportunidades a Sábat… Me interesaría saber qué tipo de impacto y de imagen tenía Sábat en el Uruguay de aquel entonces, siendo uno de sus dibujantes más destacados. Y, también, si recuerda alguno de los consejos que le dio.
Sábat tenía en Uruguay un reconocimiento total. Era la referencia obligada en materia de caricatura y había comenzado a mostrar su pintura. Como dije en la primera parte, trabajé por un corto tiempo en la imprenta As de Montevideo, más que una imprenta, un estudio gráfico de primer nivel, donde años antes Sábat había formado parte del equipo de artistas gráficos. La importante revista suiza Graphis había dedicado un largo artículo a la creación gráfica de ese equipo, y a la imprenta, en los años 50.
Durante una visita a Buenos Aires en el año 68 lo contacté, me recibió, vio mis cosas y me dio un montón de consejos. Recuerdo en particular uno de los más importantes: abrirse camino en una gran ciudad, Nueva York, Buenos Aires, París, Londres, etc., toma por lo menos 3 años, dependiendo de las decisiones que se toman. No hay que desanimarse si no se obtienen resultados más temprano.
Poco después de escribir estas líneas, Menchi nos abandonó, habiendo logrado dibujar y publicar hasta el último día. Lo considero uno de los más grandes caricaturistas del siglo XX (y de lo que va del XXI). Dije alguna vez en una entrevista que Sábat había dividido la historia mundial de la caricatura entre AS y DS (antes y después de Sábat).
En 1978, tuve la posibilidad de visitar por la primera vez NYC. Allí tuve el privilegio de conocer, entre otros, al gran caricaturista Al Hirschfeld, quien nos invitó a cenar en su casa, en Harlem. Una de las primeras cosas que me preguntó, fue si conocía a Hermenegildo Sábat. La casa tenía 2 pisos, sólo conocí la planta baja. En medio del gran salón había un piano de cola. Sobre el mismo, un ejemplar de cada uno de los libros de Hirschfeld y un ejemplar de cada uno de los libros de Sábat. Nada más.
Luego, mencionó el proyecto de un “suplemento humorístico latinoamericano”. Vengo pensando en esto en los últimos tiempos, en la posibilidad de un “humor latinoamericano”. ¿Cree que existe tal cosa? ¿Qué hay ciertos puntos de contacto en la manera en que hacemos humor en los diversos países de Latinoamérica?
Creo, sí, que existe un “humor latinoamericano” que forma parte del humor universal. Existe en cada uno de nuestros países un humor local, político o adaptado a modismos y culturas locales. Ese no es necesariamente de exportación, no comprensible fuera de contexto. Pero, por ejemplo, Mafalda (y toda la obra de Quino) han tenido éxito en toda América Latina y en Europa (no conozco su experiencia en otras latitudes). A veces un mismo dibujante-humorista puede tener varias facetas. Es el caso de Fontanarrosa: si bien Inodoro Pereyra, se dirige en prioridad a un público rioplatense, Boogie el Aceitoso puede ser comprendido –imagino- a nivel mundial. Creo que aún historietas tan locales como Los Supermachos y Los Agachados, del mexicano Rius, siendo totalmente locales, podrían haber sido entendidas en toda América Latina, de haber sido difundidas a nivel continental (que no lo fueron).
En el actual mundo “globalizado”, muchos temas son más o menos universales, y el humor de diversas latitudes puede enriquecer los puntos de vista. La otra cara de esa “realidad” es que un dibujo creado en un cierto contexto, puede tener hoy en día una visibilidad mundial y ser mal interpretado en el marco de otra cultura. Los prejuicios no son universales.
Y, por último, ¿cómo se imaginaban con Néstor y Blankito ese suplemento?
Pienso que la idea original vino de Blankito. Por ese entonces se desempeñaba como director de arte publicitario de una sociedad que tenía actividades en varios países latinoamericanos. Tal cosa le permitió explorar las posibilidades del suplemento y tomar contacto con varios colegas. En la misma época conocimos al brasileño Jaguar y, por su intermedio, a todo el equipo de O Pasquim (Ziraldo, Henfil, Millôr Fernandes, etc.). En Argentina, contamos con la complicidad de Quino, de Crist y de Fontanarrosa.
El suplemento fue publicado durante algunas semanas por el diario El Popular de Montevideo, en base a un acuerdo. Esa primera versión permitía al diario mostrar la calidad de impresión de sus flamantes rotativas offset, y a nosotros recuperar ejemplares de muestra para futuras ventas en otras latitudes. No contábamos con el golpe de estado en Uruguay. El proyecto abortó por circunstancias ajenas a nuestra voluntad.