“E incluso se puede llegar a ver que a las letras se las puede romper de un puñetazo…”
Oscar Masotta, La historieta en el mundo moderno (1970)
“Asimilar la distorsión del sistema y devolvérsela multiplicada.”
Leónidas Lamborghini, El gauchesco como arte bufo (2003)
Vivimos en un mundo donde sabemos más acerca de qué cosas romper que sobre cómo romperlas. viene a situarse voluntariamente en un frente común para transformar la lógica de red en algo que pueda decirse, algún día, más que la resistencia: la contraofensiva.
La imagen tiraniza la mirada, ése es su hechizo. Pensar en las imágenes implica ceder y resistir simultáneamente a la fascinación. Desconfiamos de la imágenes, por eso pensamos acerca de ellas. Buscamos alguna pista oculta que nos enseñe a navegar mejor el fango de lo real, una cadena a la que aferrarse eslabón por eslabón, como la página de una historieta.
no intenta explicar para qué hacer crítica de historieta, sino cómo hacerla mejor. Propone un juego distinto. Explorar las posibilidades de un lenguaje, gozar y aprender con eso, sin que se vuelvan excluyentes.
cree que a través de la historieta, de esos pedazos de papel con colores baratos, de sus viñetas como ventanas rebanadas, se puede interactuar con presidentes, emperadores, semidioses, dibujantes, el espectro del Capital, la augusta tradición estética y los asesinos del sentido. Superman y el Ángel de la Historia suturados por líneas cinéticas y onomatopeyas gráficas. La palabra y el dibujo, esparcidos a lo largo del espaciotiempo.
El placer también ha sido colonizado, pero incluso para las peores infecciones se consiguen anticuerpos. La inoculación vendrá por vía del contacto, intercambio de textos que distorsionen levemente el espectro, alfileres traficados en el flujo cotidiano que impacten de lleno en el iris de la pantalla.
El lenguaje como virus infeccioso del espacio exterior, la historieta como uno de sus síntomas. Meme maligno, la industria cultural toma por asalto a los organismos huéspedes y los usa hasta dejarlos arruinados. es lo que queda de ese proceso, intentando combatir la infección con sus propias herramientas.
La historieta es un ser híbrido que cambia de forma todo el tiempo y escapa a nuestras jaulas. Antes, se discutían los valores nacionales y morales. Hoy, no se discute nada por fuera de los ámbitos privados y corporativos, engolosinados con la miel del incesto. Es necesaria la violencia del ladrillazo en la ventana para ventilar el aire, o en la nuca para adquirir sentido.
Cuando Alberto Breccia tajeaba las páginas, estaba diciéndonos que existía algo más allá del límite de lo visible, un reverso de la narración que también merecía ser contado. La cuestión está en aprender cómo hacerlo. entierra la cabeza en lo oscuro del tajo, sin saber qué le espera, pero con la certeza de no querer seguir patinando en la superficie.
Poder verlo todo, dar vuelta las páginas, atrapar a los personajes en el momento de acudir al almacén o masturbarse, detenerse, retornar, siempre ahí como congelados en ámbar. Y a la vez no ver nada: ni el movimiento, ni la historia completa, ni nada que no haya sido previamente dibujado, imaginado, concebido a través de una mente humana y la maquinaria a la que sirve. Esa es nuestra bendición y nuestra maldición.
es un llamamiento a la revuelta celular, a la polinización de los sentidos, a nuevas señales para las antenas y en nuevas antenas también, a la multiplicación de las guerrillas comunicacionales. Declaramos la historieta como zona liberada: si parece disolverse, que sea para expandirse.
Por algún lado hay que empezar. Ese lado es y empezamos con este manifiesto.