A finales del año pasado salió The Last War in Albion vol. 1, un libro de autoría de Philip Sandifer, bloggero, teórico posmoderno, ocultista, izquierdista norteamericano, uno de los críticos más agudos e interesantes de la cultura popular que hemos descubierto en los últimos años. El libro es el primer volumen de una obra faraónica que se propone analizar no solo el total de la obra de ambos escritores sino su impacto en la cultura popular, en la industria de los comics, y la influencia y ramificaciones de su proyecto artístico en otros autores como Neil Gaiman, Warren Ellis, Kieron Gillen y Peter Milligan. Además, este análisis está realizado bajo la clave interpretativa de que el conflicto entre ambos se trata de una guerra mágica. Eso mismo que leyeron ahí: una conflagración que tiene como objetivo imponer una cierta idea de lo que es un comic, de lo que son sus autores, de lo que son los superhéroes y lo que es la narrativa. Una lucha sostenida en actos de creación cuyas consecuencias no son inmediatamente evidentes pero que han modificado el panorama de la cultura popular y masiva para siempre. Un encantamiento que se transmite de las páginas a las mentes y de las mentes a este frágil constructo que llamamos realidad. Y cuyo objetivo último es conquistar el espíritu de Albion, la representación metafórica y antropomorfa de las Islas Británicas, un gigante que, según William Blake, fue contemporaneo de Hercules, fundó un país en las islas y cuya muerte y caída resulta en su división en cuatro “zoas”, seres primordiales que representan distintos impulsos que conviven y luchan en el interior de los hombres.
Como era obvio, aquí en Kamandi nos fascinó de buenas a primeras el concepto del libro y nos pareció que deberíamos cubrirlo. Por ello, reunimos a Amadeo Gandolfo (un morrisoniano) y Rodrigo Ottonello (un mooreano) para debatir las ideas, las sugerencias, lo interesante y lo fallido en el libro de Sandifer. A lo largo de los últimos meses estuvieron involucrados en una discusión que, finalmente, les presentamos hoy. ¿Es Moore un viejo sabio ermitaño o un estafador? ¿Es Morrison un visionario o un charlatán? ¿Qué efecto produce la ficción en nuestra mente? ¿Para que se pelea? ¡Lean y averigüen la respuesta a todas estas preguntas!
Gandolfo: Bueno, me parece que para arrancar podría hacer un breve retrato de Phil Sandifer, el autor del libro, para quienes no lo conocen. Yo lo descubrí hace unos cuantos años cuando su proyecto más grande era Tardis Eruditorum, una historia de Doctor Who en entregas, igual de obsesiva que Last War In Albion, ya que el tipo arrancaba de 1963 en adelante, reseñando cada uno de los episodios e historias, con un montón de posts paralelos para ir reflejando otras obras y eventos de la vida real que se intersectaban con Doctor Who. Lo leí durante el año 2014, mismo año en que estaba escribiendo la tesis de doctorado, y me voló la cabeza y fue un respiro dentro de ese proceso a menudo ingrato. Por un lado porque fue mi primera exposición a su estilo, posmoderno, fragmentario, experimental de a ratos. También fue mi primera exposición a su obsesión con William Blake y su mitología visionaria, que tiene tanta importancia para LWIA.
Sandifer, además, mezclaba esos posts (escritos entre 2011 y 2015, más de 500, a razón de 3 por semana, una locura de productividad) con comentarios sobre su vida personal en esos años, su divorcio y posterior nuevo casamiento, sus frustraciones con la academia (cuando comenzó, el tipo tenía un doctorado y estaba sin laburo viviendo en la casa de sus padres) y su creciente izquierdismo radical, que hoy en día está a pleno con la elección de Trump, llamando a la lucha, por cualquier medio, contra el fascismo. Ese pispeo catártico en la vida del tipo, la idea de la salvación a través de la escritura obsesiva y las redes que crecen alrededor de esa escritura, fue algo que me llegó de manera muy profunda.
Antes de que termine ese proyecto arrancó con LWIA, que es la crónica de la guerra mágica por el espíritu de “Albion”, una especie de representación mítica de Inglaterra inventada por Blake, sostenida por Alan Moore y Grant Morrison a lo largo de más de 30 años. Un proyecto absolutamente demencial que además dobla como una historia de los comics ingleses/yankees en las últimas cuatro décadas (se supone que va a incluir a Warren Ellis, Neil Gaiman, Kieron Gillen y a “actores menores” como Garth Ennis y Peter Milligan también).
El libro que reseñamos ahora es el primero del proyecto, y cubre los trabajos tempranos de Morrison y Moore. En el caso del escocés, un puñado de tiras e historias de finales de los 70s-principios de los 80s. En el caso de Moore, un pedazo importante de su ascenso como escritor, que va desde sus primeros experimentos underground hasta el momento previo a la publicación de Watchmen. Sandifer yuxtapone largos análisis de las obras con una exploración de Blake y la idea de que ambos, Moore y Morrison, están sosteniendo una guerra en el Ideaspace, una guerra sin fronteras precisas, una conflagración de la imaginación que sin embargo tiene consecuencias muy reales en la vida de ambos y en la historia de los comics.
Una vez realizada esta presentación te pregunto, Rodrigo, ¿qué te pareció el libro? Sé que tenías algunas críticas.
Ottonello: Ante todo, buenísima tu semblanza de Sandifer, a quien no conocía. Vos recomendaste el libro y lo leí sin preámbulo alguno. Y sí, tengo críticas pero quisiera comenzar señalando su mayor acierto, ya avanzado en tu introducción.
Sandifer entiende que las obras de Moore y Morrison son sofisticados conjuros mágicos que apuntan a realizar transformaciones de gran escala tanto sobre el mundo material como sobre el mundo de las ideas. A pesar de que es harto sabido estos dos guionistas de historietas se consideran a sí mismos magos y no pierden la oportunidad de decirlo, el periodismo y las lecturas críticas, al menos hasta donde llega mi conocimiento, sólo han tratado la cuestión como una excentricidad anecdótica o publicitaria. Sandifer, en cambio, en vez de contar la repetida historia sobre dos guionistas británicos que revolucionaron el comic norteamericano de superhéroes, sube muchísimo la apuesta y nos hace sentir que Moore y Morrison son los protagonistas (y antagonistas) del último gran episodio de las artes oscuras occidentales. Esa premisa no sólo es irresistible como hilo narrativo, sino que además, lejos de ser una exageración, me parece completamente válida.
Sin embargo, luego de las casi ochocientas páginas de este primer volumen, siento que TLWIA carga con dos problemas importantes.
En primer lugar, el modo en que está organizada la descomunal erudición de Sandifer puede resultar tedioso hasta para un fanático del tema (y me reconozco uno). El comentario cronológico y detallado de cada obra (y cada episodio de cada obra) termina produciendo el efecto de un ejercicio obsesivo que no parece responder a otro fin que un deleite cartográfico en dar cuenta de un dominio tocando absolutamente todos sus puntos. Sin duda es una tarea titánica, enriquecida con numerosos datos que me eran desconocidos y un interesante retrato de la época y el estado de la industria de los comics tanto en Inglaterra como en EEUU, pero lo que uno realmente espera del libro -saber más sobre el combate mágico entre Moore y Morrison- se posterga sin llegar a ocurrir dentro del volumen. Es cierto que no ayuda que en el período abordado, hasta 1986, cuando Moore ya tenía una obra consolidada, Morrison apenas comenzaba, por lo que falta para los momentos de los grandes choques. De hecho el libro termina con dos puntos, a punto de describir “una imagen terrible y horriblemente clara” destacada por “un rayo enceguecedor y mortal”. Pero entiendo que el problema es más profundo y tiene que ver con la segunda cuestión que empaña al libro.
Moore y Morrison son quienes mejor entendieron la advertencia lanzada en los años cincuenta por Frederic Wertham: los comics inoculan ideas peligrosas en los niños. Mientras casi la totalidad de los guionistas, dibujantes y editores negaron la acusación, diciendo que no había nada que temer en esas páginas coloridas, estos escritores ingleses entendieron que estaban ante un arte aún poco explorado y con grandes poderes estimulantes con el que podían producir experiencias reveladoras y subversivas en el corazón de una industria cultural masiva. Ambos buscaron y lograron ser peligrosos, aunque de modos muy distintos. Y ambos entendieron, como nadie más, que la historieta cumplía todos los requisitos de un lenguaje mágico. De todo esto, Sandifer no dice nada, aunque promete que la naturaleza de la Guerra sobre Albion se irá develando progresivamente. Mi sensación, en definitiva, fue que Sandifer procedió cronológicamente por carecer de un modo de abordar el vínculo entre historieta y magia. Pero tal vez estoy siendo ansioso e injusto ante una obra que no terminó.
Me interesa entonces escuchar tus impresiones sobre el libro.
Gandolfo: Bueno, en general comparto tus impresiones. Especialmente en lo que mencionás con respecto al nivel de detalle y descripción de ciertas obras. El capítulo que más me costó en este sentido es el de los Future Shocks de Moore. ¿Hacen falta realmente 100 páginas para describir cada una de las historias cortas de descarte que Moore escribió para 2000AD? Yo creo que no. Si bien en ese capítulo Sandifer comienza a trazar las herramientas narrativas que desarrolla y el crecimiento de Moore como escritor en tiempo real, se vuelve un poco tedioso. Y esto responde a una hipótesis del autor que se explicita en capítulos más tardíos: no tratar la Guerra como una historia con un desenlace ya conocido, sino tratarla a medida que se va desenvolviendo como si todavía las cosas pudieran suceder de un modo distinto. O sea, no hacer teleología, un precepto metodológico encomiable. De cualquier modo, podría haberse llegado al mismo efecto con una cantidad de palabras menor.
Eso me lleva a distinguir otra falencia de este primer volumen: a menudo siento que le hace falta un editor. Cuando leía los posts de Tardis Eruditorum eso no me molestaba porque había tantas cosas mechadas en el medio (la vida personal de Sandifer, la situación política de EEUU, experimentos con la escritura) que la lectura se volvía amena. Además, lo leía en base a sus posts originales y pensaba que para cuando llegue al libro iba a limpiar algunas redundancias. Pero aquí a menudo pareciera que el crudo fue volcado casi sin cortes y algunos de ellos agilizarían y volverían más amena la lectura.
Con respecto a la segunda crítica que le hacés al libro, en cierta medida también coincido pero creo que es más perdonable por la elección cronológica. Digamos que Sandifer está, simplemente, preparando el terreno para la conflagración. Hay pasajes hacia el final en que esto se vuelve claro y que son muy bellos. Por ejemplo, toda la descripción de la importancia y el vínculo que tiene John Constantine con Moore (lo mejor del capítulo de Swamp Thing, que es un poco soso, para mi decepción), que habla de la aparición de Constantine en la vida de Moore, de su invocación por el escritor, su rol no necesariamente como un avatar (en el sentido de King Mob para Morrison) sino como algo más grande que Moore rescata de la Inmateria. Los últimos pasajes que le dedica a Watchmen, justo antes de su publicación, también me parecieron excelentes y ahí se nota mucho más la habilidad de Sandifer para encontrar lecturas novedosas y para enmarcar la Guerra desde el punto de vista mágico. Por último, la tesis principal acerca de Moore, esto es, que es un con man (un estafador) de clase trabajadora que lo único que quería era salvarse de su condición a través de la escritura y que valora mucho más la palabra (otro signo de su confianza en la magia, que está construida a través de las palabras correctas y su vínculo con la realidad) que en los contratos, o sea, en el mundo de la economía y las cifras, me pareció brillante. Porque básicamente evita el endiosamiento de Moore como El Artista Definitivo y coloca su obra en sintonía con sus orígenes y aspiraciones sociales, con la pobreza, con la Inglaterra de Thatcher, en una lectura puramente materialista (en un sentido marxiano).
Quizás el problema es dedicarle 800 páginas a la mis-en-place. Sin embargo, los capítulos dedicados a Morrison me parecieron muy buenos, justamente por esa habilidad para excavar las profundidades y, probablemente, porque están directamente vinculados a la hipótesis principal de la Guerra, con frecuentes referencias cronológicas posteriores y la hipótesis de Morrison como el Lucifer Morningstar de Moore que solo podía iniciar su carrera cuando tenía alguien a quién desafiar.
Para continuar quería preguntarte: ¿cuáles fueron tus pasajes y partes favoritas? Y, por otro lado, me parecía interesante comenzar a hablar un poco del rol de William Blake en la Guerra, ¿te funcionaron las largas digresiones en las cuales habla de él?
Ottonello: El libro brilla y gana ritmo y fuerza cuando se concentra, más que en las obras, en Moore y Morrison como personajes. Como bien decías, Sandifer logra no quedarse con las encantadoras imágenes de estos ingleses como profetas misteriosos y busca motivaciones más primitivas. Y el punto común que encuentra es que estos dos hombres tenían mucha hambre, mucha sed. Moore es efectivamente un chamuyero de clase obrera que quiere otro destino que el previsible y gris que se lanzaba sobre él junto al tatcherismo, pero sobre todo, y esto Sandifer lo remarca muy bien, es un tipo rencoroso que guarda cada ofensa recibida con tinta indeleble y con promesas de venganza. El libro ofrece numerosos ejemplos en ese sentido -muchos de ellos anteriores y menos célebres que sus legendarias broncas con DC y Marvel, pero siempre acompañados de gestos definitivos de ruptura- y remarca que si habrá una guerra ello se debe en buena medida a la personalidad bélica de Moore, quien nunca ha dejado de explicar que la efectividad mágica de la palabra radica ante todo en su capacidad de satirizar y ridiculizar a los poderes, es decir, a los enemigos. Moore, entonces, aparece impulsado por un desprecio y una ira que no hacen concesiones. Y Morrison, por su parte, lo que busca desesperadamente, es ser una estrella. Primero intentó ser una estrella de rock, pero luego, junto a la negación de esa posibilidad, vio un nuevo camino en el ejemplo de Moore. De aquí se desprende otro hecho fundamental.
En algún momento ambos amaron los comics, pero cuando decidieron ser escritores profesionales ya no había amor, sino sentido de la oportunidad ante las posibilidades inexploradas de un medio en el que pudieran ser competitivos. En ese plano, Sandifer encuentra una gran historia, mayormente inexplorada entre quienes tienden a caer en visiones más románticas.
Respecto a la referencia constante a Blake, a pesar de que me gusta mucho tanto su poesía como sus magníficas pinturas, me resultó muy tediosa, más funcional -otra vez- a una obsesión de Sandifer que al relato planteado por el libro. Es cierto, Moore y Morrison también gustan de Blake y atienden a su obra, pero hacen lo mismo con incontables escritores, artistas, magos y personajes varios, con lo cual no logré encontrar un motivo fuerte para tanto protagonismo del buen William. Sin duda su Albion sirve como referencia para dar cuenta del plano supra-sensible en que se librará la guerra, pero igual se me hizo mucho, probablemente por efecto del ya señalado vicio de Sandifer a escribir larguísimo sobre todo.
Ahora, para ir a lo que me parece el punto central de la cuestión, me gustaría mucho saber de qué modo el libro alteró tu percepción de Moore, Morrison, sus respectivas obras y su extraño y tenso vínculo.
Gandolfo: Bueno, coincidimos un poco con lo de Blake. A mi me pareció, ya que no soy un gran conocedor de su obra, un tanto desorientador por partes. Hubiese estado bien una introducción/resumen en donde Sandifer explique de manera clara los puntos más importantes de su cosmogonía británica para luego arrancar con las comparaciones y los paralelismos dentro de la obra de Moore y Morrison. Creo que, igual, lo más importante de esa inspiración y esa comparación es el concepto de Albion, como vos decís, porque en definitiva si van a pelear por algo que sea por algo importante, el alma de Inglaterra, pero un alma de Inglaterra inventada por un poeta-visionario que murió en la pobreza, un territorio imaginario marginal, alucinado, poco importante para el siempre materialista aquí y ahora, pero fundamental, quizás, a largo plazo.
Es un poco ejecutar el mismo procedimiento al que se dedican los protagonistas del libro: inventar sus genealogías artísticas, sus precursores y, en un caso particular, sus propios dioses, echarlos a rodar por el mundo y esperar que, a través del poder que van acumulando las ideas y conceptos en su repetición y transmisión, se conviertan en algo más grande. O, como pone Moore en palabras del protagonista de Providence:
Randall, por ejemplo, expresó su opinión de que los orígenes de la así llamada ‘magia’ pueden yacer en el advenimiento del lenguaje y la escritura. Me explicó que la habilidad para registrar observaciones y transmitir pensamientos a otras personas, a menudo a lo largo de distancias sustanciales de espacio y tiempo, podría parecer de origen sobrenatural para aquellos que todavía no poseen el concepto de la comunicación escrita. Luego pasó a destacar que si, por alguna razón, removiésemos los elementos verbales de la magia (grimorios, palabras mágicas, hechizos, encantamientos, maldiciones y lenguajes ‘angélicos’), no queda casi nada más. Lejos de utilizar este argumento para menospreciar la magia calificandola como nada más que una forma pretenciosa de literatura, sin embargo, Randall parecía estar sugiriendo que incluso la escritura ordinaria, cotidiana y comercial era un acto de hechicería, sin importar cuan devaluada, malentendida o inefectiva sea, y que como tal cualquier libro podría albergar consecuencias mágicas imprevistas e incluso peligrosas. (Moore y Burrows, Providence #9, 2016)
Si bien Blake ya ha sido canonizado (de la misma manera que Lovecraft) dentro de las letras occidentales, en el momento en que escribía esto era muy lejano y muy improbable, y tanto el inglés como el norteamericano más bien parecían locos encerrados en una buhardilla produciendo cosas que el mundo no estaba listo para aceptar. En ese sentido también funciona la idea de Albion, un Camelot más psicodélico y complejo, visionario.
Con respecto a lo que me preguntás, la verdad que el libro no llegó a modificar demasiado mi punto de vista respecto a Morrison, pero si complejizó un poco mi visión de Moore. Sobre Morrison no lo cambió demasiado por varios motivos. En primer lugar porque aparece muy poco en este primer volumen, es todavía un actor secundario en su propia narrativa. En segundo lugar porque la imagen hagiográfica que tenía de Morrison se fue descomponiendo progresivamente en los últimos años. Con lo cual no quiero decir que dejó de ser mi ídolo, pero sí que le encontré un montón de agujeros a su armadura creativa y sus procedimientos habituales. Creo que lo más interesante que hace Sandifer aquí es destacar su condición adversativa, punk: toda historia necesita su villano y en este caso le toca a Morrison. También me parece que esa condición un poco traviesa, pícara, disruptiva, en la cual lo coloca Sandifer frente a Moore no le caería del todo mal. Por otro lado, desmadeja la maraña de influencias, fechas y contrainfluencias que termina dando lugar a la única conclusión posible: sin Moore no hay Morrison. Pero, a la vez, sin Morrison como adversario tampoco hay Moore tal y como lo conocemos, ya que tantas de sus decisiones profesionales parecen, a menudo, teñidas por esa tensa competencia de la cual jamás se hará cargo, como buen cascarrabias mentiroso que es.
Con respecto a mi imagen de Moore, la verdad que en los últimos años vine renegando mucho con él, básicamente porque su imagen pública de viejo-gruñón-inflexible-lleno-de-principios-que-jamás-traicionará-y-miren-como-los-observo-desde-mi-sillón-de-la-superioridad-moral-y-hago-sonidos-desaprobatorios me tenía un poco podrido. En primer lugar porque es falsa: Moore se benefició (¡y mucho! ¡Y cuánto!) por esas mismas prácticas que hoy por hoy condena desde su casa de oro macizo construida gracias a los royalties de Watchmen. En segundo lugar, porque es una imagen tan carente de cualquier atisbo de DIVERSIÓN. Parece un monje asceta que de pronto encuentra que todo lo que lo rodea está teñido de la roja marca de lo mundano, del PECADO.
Pero es innegable que el tipo sigue produciendo material de altísima calidad y hay algo también admirable en su disciplina de trabajo y su lugar auto-adscripto de ermitaño genial. Lo que el libro de Sandifer logra es armonizar estas dos visiones (héroe independiente vs hipócrita ortiba) a través de la figura del estafador y del proyecto de “volverse rico rápido a través de la historieta” como una forma de ascenso social. Una vez que uno ve a Moore como alguien volcánico, resentido, mentiroso, o sea, una vez que uno deja de verlo en el bronce y lo humaniza, entiende mucho más del porqué del derrotero de su carrera. Y hasta le toma más cariño.
Por otro lado, algo que me dejó pensando esta polarización a menudo ridícula y no demasiado operativa de las imágenes de nuestros ídolos (ladrón vs. visionario, copión vs. creador, comerciante vs. artista) es si tiene sentido seguir sosteniéndola. Moore se pasó los 90s robando en Image y produjo una obra maestra como Supreme. Morrison se pasó los 00s hablando de conceptos elevados y en realidad se estaba comprando un castillo gracias a sus contratos de exclusividad de DC. En un punto los extremos se tocan.
¿Qué pensás vos? ¿Tiene sentido seguir esperando de ambos hombres que sean perfectos cuando quizás lo mejor es que sean complejos?
Ottonello: Entiendo que estamos en un punto en que es imposible separar las personalidades y las obras de Moore y Morrison de las exigencias y demandas del fandom. Y el fandom los ha pensado y repensado en una oposición sostenida y radical que reclama que uno venza y otro caiga. La prueba más manifiesta de que hay una guerra entre el barbado y el calvo es la extendida pasión con que se los ha discutido y ponderado desde bandos no siempre homogéneos ni estables. Intento pensar otra contienda estética tan vigente y extendida en los últimos veinticinco años y sólo se me ocurre… ¿Microsoft vs. Apple?… Desde ya, siempre es posible elevarse sobre el antagonismo y pensarlos como rostros indisociables de un mismo juego en el que son antes solidarios que rivales, sentido en el que no serían demasiado distintos a los personajes de una historieta que Moore desprecia: Batman y el Joker en La broma asesina (escrita por Moore y, luego, singularmente interpretada por Morrison). Sin embargo esa visión pacificadora corre el riesgo de perder de vista un tema fundamental: ¿por qué el fandom de los superhéroes necesita recurrir permanentemente a los términos de la oposición, el endiosamiento y el desprecio? ¿Esa guerra continua es algo que afecta al comic superheroico como una distorsión patológica o es, al contrario, un efecto necesario de las alternativas binarias sobre las que se construye el género, del tipo identidad pública vs. identidad secreta, héroes vs. villanos, ficción vs. realidad, realismo vs. fantasía, DC vs. Marvel, etcétera? En ese sentido me parece que tal vez es imposible acercarse a los comics sin participar, de alguna manera, de esas guerras. Se puede buscar una lectura desapasionada que seguramente arrojaría resultados muy interesantes, pero entiendo que en la actualidad la mayoría de los comics son leídos antes para conocer los términos de las disputas (es decir, para pelear) que para obtener un placer estético sólo reservado a una selección de materiales muy acotada.
Que esa clave de lectura en términos bélicos haya calado tan profundamente en el caso Moore vs. Morrison es de todos modos un fenómeno muy singular sobre el que Sandifer tal vez pronto nos dé más pistas. O sea: ¿qué nos dice esa disputa?, ¿sobre qué o para qué se lucha?
Acá me parece importante traer a cuenta un elemento al que casi no referimos, y es que Moore y Morrison son británicos, hijos de tierras célebres por sus interminables guerras: isla vs. continente, romanos vs. bárbaros, cristianos vs. paganos, protestantes vs. católicos, monárquicos vs. antimonárquicos, viejo mundo vs. nuevo mundo, whigs vs. tories, Imperio vs. colonias, Inglaterra vs. Irlanda vs. Escocia, aliados vs. nazis, Beatles vs. Rolling Stones, punks vs. rock sinfónico, pro-europeos vs. anti-europeos, etcétera. Moore y Morrison son un eslabón más de esa cadena de conflictos. Pero nuevamente: ¿para qué se lucha? Todas las otras disputas parecen bastante más concretas que la que hay entre dos guionistas de historietas.
Y ese carácter ambiguo es lo que hace tan atractiva a esta confrontación. Moore y Morrison no representan posiciones en el conflicto, pues los dos han ocupado casi todas y casi siempre las mismas. Representan, más bien, dos estrategias que a la vez son dos respuestas a la pregunta sobre cuál es el sentido de la guerra: ¿se lucha para conquistar el territorio del enemigo o se lucha para arrebatar al enemigo recursos que permitan volver mejor a casa? Ambos han peleado mucho más contra enemigos comunes que entre ellos, y sin embargo dan la sensación, deliberada o mal entendida, de que aun usando armas similares se comportan de modos antitéticos. Mientras el mundo conocido es acechado por todo tipo de peligros, en las calles, en nuestros hogares y en las noticias, a la vez estos personajes participan de una guerra secreta donde la guerra misma es disputada… Como dijo otro guionista: ¿Será posible?
Gandolfo: Me encanta esto que planteas porque coincido mucho, esta cuestión del ánimo del fan de comics, especialmente el fan de comics de superhéroes, como un ser fundamentalmente dirigido al conflicto, en donde lo que importa son más las peleas por qué cosa ocupa qué lugar dentro de una escala de puntajes (y lo que eso dice sobre quién enuncia esa opinión) que la cosa en sí misma. Hasta el nivel en que la fagocitación por parte de Marvel y DC de la industria del cine es vivida como un interminable Boca-River que también encuentra su expresión en dicotomías estéticas del tipo colores oscuros vs. colores claros, drama vs. comedia, rudeza vs. corazón, edición mediocre sin estridencias vs. edición de videojuego espástico. Como si lo único que pudiésemos importar al campo de la cultura general es la lucha.
Y aquí retorno a la pregunta que vos planteas: ¿para qué se lucha? Es una pregunta que es a la vez simple y compleja de contestar. Porque por un lado lo que parece más claro es que se lucha por un nombre, por dejar asentado, inscrito, tu nombre como aquel que fue el más grande escritor de comics norteamericanos de la historia. Pero ¿qué significa esto cuando se trabaja fundamentalmente dentro de las constricciones del género? O sea, ¿que está en juego en el deseo de hacer arte con mayúsculas al interior de formas narrativas que están teñidas por lo comercial y controladas por compañías que a menudo te cagan? Como vos bien mencionás tanto Moore como Morrison han luchado más contra enemigos comunes que entre sí, y sin embargo lo que nos desvela es ese choque de personalidades y no las prácticas espurias de la industria norteamericana.
Porque en última instancia ambos tienen ese nombre, ambos han marcado indeleblemente a la cultura popular del siglo XX y el XXI, pero ambos han perdido cosas preciosas en el proceso. Watchmen, amigos, colaboradores artísticos, cualquier interés en el mundo más allá de Northampton, del lado de Moore; y años muy importantes con la camiseta de DC, defendiendo estupideces y persiguiendo guiones de Hollywood, un pedacito de alma, en el caso de Morrison.
Quizás es que en esas dos pirámides de historietas y textos que los dos escritores acumulan año tras año hay una desesperada lucha primero hambrienta (por ascender socialmente, por ser reconocido, por sus derechos, por “demostrarles a todos”) y luego desesperada (en contra de la decadencia, en contra de las expectativas que el mundo ha depositado en vos, en contra de los fantasmas que brillan en un rincón de tu reflejo los paneles de vidrio de tu mansión de Los Ángeles y te dicen que sos un vendido). Una guerra que es más personal y que tiene mucho que ver con el contexto y las circunstancias, y que se vincula de ese modo más con ganar un territorio que con volver a casa. Porque la creación no tiene nada de acogedor ni de reconfortante, y te arranca cosas, máxime cuando además es un trabajo, de tal modo que en tus años de senectud te podés encontrar, a pesar de todos tus logros, cantando esa canción de Metric que reza “Yo luché contra la guerra / y la guerra ganó”.
Rodrigo Oscar Ottonello. Sociólogo, autor del libro La destrucción de la sociedad. Política, crimen y metafísica desde la sociología de Durkheim (Buenos Aires, 2016)”
Si desean adquirir el libro de Sandifer, pueden hacerlo aquí. También se puede leer lo que ha publicado en formato blog aquí.