En noviembre de 1983, en las postrimerías del régimen dictatorial que había asolado la Argentina durante siete años y casi paralelamente a la elecciones presidenciales del 30 de octubre, apareció Tiras de Cuero. El Artepoder de la historieta. La revista dirigida por Oscar Steimberg, heredero de la fundación de la crítica de historieta en el país comenzada en 1967 por Oscar Masotta, venía a estar a medio camino de Literatura Dibujada, Skorpio y Fierro (ésta última posterior por apenas algunos pocos meses). Si bien duró solo tres números (como LD), siendo su tercer número publicado en diciembre de 1983 (la revista era quincenal), de alguna manera la idea del proyecto sería continuada por Fierro a partir de abril de 1984. Las características son similares, como los participantes: una reeducación del público sometido a la chatura dictatorial mediante el aggiornamiento cultural: columnas con las las novedades cinematográficas, musicales y literarias; historietas con predilección por la línea de la ciencia ficción europea de los setentas; crítica de historieta recuperando cierto sentido de profundidad sobre los temas y la historia del medio; un contacto con los lectores a través del correo; la comunión entre la historieta europeo y la argentina. La idea era, una vez más, volver plenamente a una “historieta adulta” (o “de autor”, lo cual no era excluyente sino más bien sinónimo), esta vez sin la censura tan temida, aunque debe admitirse que la historieta – afortunadamente – pasó siempre por debajo de los radares de los guardianes de la moral del régimen. Aún así, el clima era otro y el estallido ya estaba presente en sus páginas.
Lo interesante en este caso es ese neologismo, el artepoder (bien steimberguiano), el cual tal vez sea una de las pocas diferencias a nivel discursivo con la Fierro que la sucedería. ¿Cómo podría interpretarse? Siguiendo las pistas del breve editorial, la historieta era homologable a las revistas en las que salía; ése era su cuerpo, y como todo cuerpo, podía ser o bien débil o bien impenetrable y alienado. Era necesario, por lo tanto, una revista a la que le diera el cuero para incluir todo lo que se proponía incluir. Lo irónico es que el cuero haya dado solo para tres números quincenales (sin duda ambiciosos, con varias páginas a color y colaboradores de calidad), pero habían dado en el clavo: era necesario más y mejor, aunque muchas de sus historietas y sus críticas no hayan envejecido demasiado bien (pero después de todo, ¿cuántos de nosotros lo hacemos o lo haremos?). Arte y poder se unían en la historieta de una manera particular, masiva y exquisita a la vez, en un momento transicional captado por ese espíritu ochentoso con rasgos aun setentosos; un lenguaje privilegiado para llegar a un público que comenzaba finalmente a salir de la oscuridad y a adentrarse a la primavera democrática (que, como toda primavera, fue bella pero breve). Algunos de los colaboradores fueron: Carlos Trillo, Carlos Albiac, Oswal, Ricardo Barreiro, Juan Giménez, Angélica Gorodischer, Ernesto Melo, Gotlib, Crist, Dalmiro Sáenz, Antonio Torre Repiso, Sanyú, Félix Saborido, Ángel Faretta, Guillermo Saccomanno, Alberto Dose, Aristegui, Gabriela Borgna, Mabel Tassara, Ana María Shua, Lauzier, Rep, J. L. Gallego, Oscar Traversa, entre otras y otros.
Breve y bello experimento, que nos deja la reverberación de su artepoder, cuestión de la que la historieta no se ha desentendido (y no debiera hacerlo), sino que ha tendido a diseminarse, multiplicarse y expandirse al punto de no necesitar de las revistas y los kioscos, de pode fluir a través internet y en los libros, siempre teniendo en cuenta que éstos pueden devenir nuevos corsets de los cuales, eventualmente, habrá que saber escaparse una vez más. ¡Todo el artepoder a la historieta!
Otro Cuero para la Historieta
Por Oscar Steimberg
Una revista de historietas es un envase, una piel. Adentro, bellas y bestias, débiles y poderosos van desplegando todos los dramas y risas posibles. Y los imposibles; porque en la historieta entran como por su casa (igual que en el cine) todos los monstruos del sueño, la pesadilla y el chiste. A todos los envasa una revista de historietas; o no. O no: porque hay revistas de historietas con moraleja, en las que no entras las cosas malas. Y hay otras que toman algunas distancias, y entonces no entran las cosas sociales. Y hay revistas en las que entra todo, pero solo se dice y se dibuja de una cierta manera. Porque, entre nosotros, hubo revistas de historietas con piel de cebolla: se rompían si se salía de molde de un grito, o un cuerpo de mujer. O con cobertura de plomo: no dejaban pasar nada de lo que pasa afuera. O con un traje de espejos: se hacían iguales a las que solían acompañarlas en el kiosco.
Nada de eso estuvo mal, porque tiene que haber revistas para todos los gustos. Pero lo malo sería que no hubiera, además, una revista para los que quieren que en ella entre de todo; como en el sueño, o como en el cine que hasta ahora no nos dejaban ver. La cuestión es que haya, además de las otras revistas de historietas, una con cuero suficientemente duro y elástico como para aguantar, adentro todo: de Giménez y Barreiro a Gir; de Aristegui a Lauzier; y de Trillo y Dose a Druillet. Y críticas implacables, y en lo posible malévolas, de historieta, cine, literatura de horror, ciencia ficción, video y toda otra forma de explosión de lo imaginario, de aquí y de afuera. Lo lectores podrán, también, poner el cuero en forma de gusto, disgusto o divagación.