Por Diego Arandojo
La historieta encierra un misterio: el de la creación. De la nada, del blanco de la página, surgen líneas, formas, tonos, colores, globos, palabras. Sus autores, dibujante y guionista, o artista integral, en el caso de que sea gestada por una única persona, son los artífices de elucubrar este arcano. Por supuesto, habría que anexar también en este acto de concepción al entintador y el rotulador.
Pero, sin irnos por las ramas, el misterio al que me refiero está vinculado a la producción de historias dentro del contexto de las viñetas. Páginas que, de forma unitaria o seriada, cuentan historias al enlazarse. Por lo tanto el rol de lector es fundamental para terminar de dar vida a esa vida que, curiosamente, permanece inerte hasta que los ojos se posan sobre ellas. Las viñetas reciben la sangre última, y respiran. Viven.
En mi caso, que tuve una formación con Carlos Garaycochea y posteriormente con el maestro Osvaldo Viola (Oswal), la historieta nunca fue del todo historieta. Y es una redundancia que vale más que nunca: Osvaldo, por quien guardo un cariño gigantesco, decía que para él la historieta era el arte supremo; en ella había lugar además de imagen y texto, también para el movimiento, incluso para la musicalidad. No era noveno arte. Era el primer arte.
Uno dibuja, y al final termina dejándose seducir por la escritura. Tal vez sea otro misterio, distinto al que enuncié anteriormente, ya que este es más personal, más subjetivo. Yo continúo dibujando, pero ya no para un lector determinado, sino para mí mismo. Y, en cambio, sí guionizo para los demás. Trabajé mucho con el dibujante Edgardo Carosia (Mr. Ed; o Ed a secas), en distintas publicaciones españolas y francesas, desarrollando todo tipo de historias, incluso para los niños, como Manu en la playa (Colección Mamut, 2009). Sin contar con otros artistas locales con los cuales llevamos adelante distintos proyectos en este hermoso rubro. La escritura es poderosa cuando se la toma en serio y se la respeta. No es ni más ni menos que el dibujo, por lo contrario, en historieta debe estar al servicio de la narración, ante todo.
Pero, por distintos motivos, sin contar con mi otra formación (la cinematográfica) comencé a filmar a dibujantes, escritores y también editores, ésta última una zona poco frecuente de visitación audiovisual. Por supuesto que ya existían importantes precedentes, como los programas impulsados por Juan Sasturain en la señal Canal Encuentro, o un referente incluso más anterior como Master Comic’s de César Vidal, transmitido originalmente por la señal Infinito.
En mi caso me propuse algo totalmente distinto a los casos previos: la entrevista en profundidad, de carácter documental, sin voz en off o locución externa del realizador. Me interesaba profundizar lo más posible en cada artista, para llegar al hueso de su obra. Era un compromiso que asumía, no solo ante el entrevistado, sino también ante el espectador. El protagonista de cada crónica documental que esgrimí, publicada de forma totalmente gratuita por You Tube, era el entrevistado. Una regla que apenas infringí en el mediometraje Alcatena en blanco y negro (2015), y por tratarse de un material más bien subjetivo sobre la obra del célebre historietista; una mirada sobre lo que me sucedió al conocer su obra cuando adolescente. Pero el resto de los documentales (que ascienden a más de treinta) carecen de voz en off. El objetivo es filmar sin filmar. Estar y a su vez no estar.
Anécdotas hay en gran cantidad. Cada artista, guionista o editor tiene su propio mundo. Y uno, cuando se le permite visitar su domicilio u oficina de trabajo, debe ingresar con cautela. Tuve la suerte de conocer los lugares donde han nacido obras míticas de nuestra historieta, y en todos los casos manifesté mi agradecimiento. Los espacios, andando el tiempo, cambian. Y la cámara tiene ese don casi mágico, mezcla de tecnología y ensueño, que permite capturarlos ahora con alta definición. Recoger también el sonido, y por ende el testimonio.
Todas mis crónicas fueron realizadas sin ningún tipo de financiamiento ni público ni privado; lo hice con mi propio dinero y, en diversas situaciones, incluso poniendo en peligro mi efímera economía familiar. Pero lo que gravitaba en torno a esto era la pasión y el amor a las viñetas. Una apuesta al futuro, a aquellas personas que todavía no existen de manera material, pero que, tal vez, algún día quieran conocer nuestro presente, que será su pasado. En el caso de los largometrajes Alcatena (2015) y Garaycochea (2017), la duración más prolongada beneficia a la exploración más detallada de estos artistas.
Conocí los triunfos y también las desgracias de muchos historietistas, en su embate cotidiano por subsistir; la historieta es un rubro difícil, a veces artero, a veces agraciado. Vi la pobreza, que no significa pobreza cultural o empírica, sino esa otra que nos arrastra al abismo a través del serrucho de la inflación. Escuché voces desgarradas por el olvido o la miseria de los medios de comunicación actuales, que prefieren silenciar movimientos y publicaciones diversas, por motivos a veces insólitos. Pero también me reí, celebré y aplaudí, a mis entrevistados. Todos lucharon, luchan y lucharán. Incluso ya no estando físicamente entre nosotros. Porque viven en sus historietas.
Mi trabajo no es épico. Es tan solo un trabajo. Y lo hago con amor y dignidad. Entregándolo a todos, sin esperar nada a cambio. Se mirará o no, pero allí está. Respirando en el océano de Internet.
Diego Arandojo nació en 1978. Es escritor, investigador y realizador. Dirigió los largometrajes “30 años de silencio” (2013), “Opium, la Argentina beatnik” (2014), “Alcatena” (2015) y “Garaycochea”. Como guionista ha trabajado para la señal Canal Encuentro, desarrollando series históricas. Fue premiado en dos ocasiones por Argentores, por las series “Presidentes Argentinos” y “La era de los caciques”. En historieta publicó “Manu en la playa” (2009) junto a Ed Carosia, “Libab, a donde van los pecados” (2015) junto a Sergio Monjes y “Pequeñas Depres” (2017) junto a Becs, entre otros. Actualmente dirige la revista digital Lafarium y el sello editorial Oráculo Ediciones.
Muy bueno el documental. Gracias por compartirlo completo, Diego.
¡Muy lindas palabras, Diego! Muchos de tus documentales me acompañan por la noche cuando me tengo que quedar hasta tarde, son una gran fuente de inspiración y motor para seguir adelante, así que estaré siempre agradecido y admirado por tu labor.
¡Abrazo!