Por Lucas de Paoli y Santiago Sánchez Kutika
Ariel López V. es uno de los dibujantes más coloridos, versátiles y reflexivos que existen en Argentina. López V. tiene una carrera que se desarrolla sin prisa pero sin pausa, sin divismos ni llamados de atención, pero que lo ve, cada vez que saca un libro, siendo el elegido de los lectores por la particular manera en que combina su estilo de dibujo geométrico y su color explosivo con todas sus obsesiones: la animación para adultos de los 90s estilo Ren & Stimpy, las películas de terror de clase b, el punk rock y el indie, los extraterrestres y las dimensiones paralelas. Ariel tiene un estudio de animación, fue uno de los editores de la Fierro en su más reciente (y algunos diríamos más renovadora y oxigenante) etapa, vivió en Angoulême con una beca para hacer una novela gráfica y publica en Fantagraphics, pero todo lo hace desde una posición de absoluta racionalidad, sin creérsela demasiado, siempre pensando como hacer para que sus historietas cuenten la mejor historia antes que en ganar una competición imaginaria contra los fantasmas de la historieta argentina.
Santiago Sánchez Kutika y Lucas de Paoli se reunieron con él para hablar de todo esto y mucho más, en una larga y jugosa entrevista que arrancó a finales del 2018 y se terminó en medio de la cuarentena y el distanciamiento social, contestando mails, y de la cual les presentamos la primera parte hoy.
Santiago Sánchez Kutika: Nuestra primera pregunta tiene que ver con algo con lo que siempre comenzamos: tus orígenes y primeros pasos en el mundo de la historieta, tus lecturas, estudios.
Ariel López V: Cuando era chico algo natural para mí era ver dibujar a mi viejo en su tablero, con sus intocables rotrings y Letrasets, hacía planos y algunos laburos publicitarios como extra a su trabajo formal. Era parte de lo cotidiano. Mientras, yo dibujaba en la mesa de la cocina… ¡jamás con sus rotrings o Letrasets! Hacía historietas, tenía un amigo que las pintaba y las vendíamos en un club. Era muy pendejo, menos de diez años. Ése es mi primer recuerdo, dibujar era algo cotidiano como para todos los chicos. Después, mi viejo dejó de hacer esos laburos y heredé las rotrings, dibujaba todo el tiempo. Pero más de grande mucha bola no le di al dibujo. En el secundario, si bien fui al (Fernando) Fader -porque pensaba que era mejor ir al taller a dibujar que a aprender fórmulas matemáticas incomprensibles para poder arreglar una radio- no estaba abocado a aprender o progresar en el dibujo, mi emoción estaba puesta tocar, tenía una banda y eso era TODO.
Lucas De Paoli: En el medio de todo esto y la etapa de ser chico y dibujar por dibujar, ¿había una cultura en tu casa de lectura de historieta? ¿Te interesaba leer algo?
ALV: En mi casa no había mucha cultura del libro en general. Creo que podría marcar dos etapas con respecto al consumo de historieta: la infantil, de leer Condorito, Patoruzito… unas ochentosas donde aparecían los personajes de Hannah Barbera… Sandokan… todavía las tengo. Tenía dos o tres revistas de cada cosa y las guardaba como oro. Ese es el primer bloque de consumo de historietas: más bien vinculada a una lectura infantil y de vacaciones de verano. La segunda etapa fue de adolescente, de ir al parque Rivadavia, que estaba muy cerca del Fader, y conseguir y descubrir historietas que no sabía que existían, leer Comiqueando y alguna cosa de Vértigo… lo que me rompió la cabeza fue descubrir a los autores que publicaba la revista El Víbora. No había visto algo semejante. Charles Burns, Peter Bagge, Gilbert Shelton, Crumb, todos esos bestias… Me acuerdo que una vez fui al parque y un chabón estaba vendiendo, en una mantita, ocho ejemplares de la colección Brut comics, de La Cúpula, unos libritos de pocas páginas… tenía todos estos autores. Daniel Clowes, Peter Bagge, Miguel Ángel Martín. El flaco se ve que vendía su colección, pasé medio de casualidad porque él estaba tirado en cualquier lado, ni en la zona de revistas ni en la de discos, estaba ahí colgado… yo no conocía a ninguno de esos autores, y gasté todo lo que tenía, me llevé tres libritos. Eso fue como encontrar un tesoro. Me lamenté de no llevarme todos. El que más recuerdo es uno de un autor del que no sé nada, se llama Enrique, era una historia de unas pibas que se iban a bailar con un primo al que drogaban, y todo terminaba en un cementerio, aparecía un demonio y todo se volvía demasiado gore y… necrofílico. Una locura. El dibujo era una mierda, era una especie de Benjamin Marra, ponele. Muy mal dibujado. Y yo pensaba: “Está todo mal, ¡pero está todo bien!”…
SSK: Y en relación a la animación, ¿tenías algún interés en ese momento?
ALV: Sí, me interesaba, pero me cuesta mucho conectar ese consumo inocente con estar trabajando desde hace tanto tiempo en animación… cuando salió Ren & Stimpy me volví loco, le pedía a un amigo que me los grabe, también Liquid Television, de MTV. Pero en realidad en esa época no estaba enfocado ahí. Si bien me apasionaba, no tenía una voz interior que me dijera: “prestá atención porque vos vas a hacer animación”, más bien me decía “¡Vos vas a laburar siempre en el taller!” (risas). Yo en el secundario laburaba en un taller de matricería en Ciudadela. No me imaginaba estas cosas. De hecho, empecé a dedicarme a esto ´en serio´ de bastante más grande. Ese amigo que mencioné había empezado a estudiar cine, y me comentó que había una materia que era de animación, entonces me dijo que vaya y yo presenciaba las clases de colado, ahí tuve mi primer acercamiento desde un lugar más formal, viendo y analizando proyecciones de cine experimental, ese tipo de cosas. Cuando se dieron cuenta que no tenía nada que hacer ahí… ¡me echaron! También me gustaba Caloi en su tinta.
Pero el puente real con la animación fue muy casual: Empecé a laburar en un colegio haciendo diseño gráfico e iba a hacer las impresiones a una pequeña imprenta de barrio, por Liniers. Ahí me crucé con una ex profesora de matemática. Yo tenía unos dibujos bastante mediocres que había llevado para hacer copias y ella los vio y me dijo que era amiga de Oscar Desplats, un animador de los sesenta, que había hecho Mafalda y mucha publicidad en esa época y me pasó su teléfono. Me animé y hablé con él. Me dijo de ir a verlo un sábado a la mañana. Fui y me dijo que volviera los siguientes sábados, y me enseñó a animar tradicional, en su tablero, me mostraba los libros de animación que eran inconseguibles, charlábamos de eso, todo de onda. Yo los viernes a la noche ensayaba, así que iba medio hecho mierda, pero iba. Fue muy azaroso todo. Fue una entrada a ese mundo que para mí hasta ese momento era imposible. Me enseñó y obvio laburé gratis para él. No había mercado en ese momento, muy pocas producciones. Después, mientras cursaba Diseño Gráfico en la UBA, conseguí laburo en una puntocom, entré en una veta más digital. Ahí hice de todo y uno de mis compañeros, con el que desarrollábamos juegos, me enseñó Flash y empecé a hacer animaciones digitales. Después, cuando explotó la burbuja de las puntocom, me quedé sin laburo un tiempo largo. Más tarde me inserté en estudios de animación bastante grandes, combinando lo digital y lo que sabía de animación tradicional.
SSK: Me interesa saber cuándo arrancaste a hacer proyectos más personales. Recuerdo por ejemplo la serie Los Perales…
ALV: Sí, ahí comencé a animarme a encarar un camino más personal. Fue en el período en el que estaba sin trabajo, justo habíamos empezado a convivir con Natalia (Novia), que me bancó. Los Perales fue el primer intento personal, seguramente me animó que fuera en internet, porque yo le tenía mucho respeto a la gráfica, a publicar en papel, y no me animaba a mostrarme sin estar más confiado, de tener algo que se pareciera a un estilo. Fue en el 2002, 2003. Éramos dos haciendo una serie animada, de una banda de rock de barrio, con sus temas… Existía Gorillaz, pero nosotros creíamos que no tenían alma esos personajes. Entonces, pensamos en contar la historia de una banda de verdad, usamos nuestros temas, los temas que ya no tocábamos, y se los regalamos a estos personajes, y contamos sus historias, y nos cagábamos de risa. Nos sorprendió lo que pasó con Los Perales, porque rápidamente nos empezaron a seguir miles de personas, nos demandaban más capítulos, nos dejaban comentarios apropiándose de las frases de los personajes, compraban los CDs y remeras de Los Perales… cada tanto recibo algún mensaje de algún viejo fan, incluso nos hicieron notas en todos los diarios, y terminó pasándose en un programa de rock que hacían los de DBN en canal 7. Si bien anteriormente ya había participado con mis dibujos en algunos fanzines, lo que más me sorprendió fue cuando mandé unos chistes a un concurso del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, donde el jurado era Fontanarrosa y Liniers. No fui a la entrega de premios, pero gané. Ahí me cayó un poco una ficha. Yo creía que lo que hacía era demasiado deforme, que no estaba bueno. Los que laburaban en animación, que en esa época eran pibes que amaban a Disney y se dibujaban todo, decían que mi dibujo era una mierda ¡Los odiaba a todos y a Disney! y como yo nunca me había copado con Disney, puse mi faro en El Víbora, o en Locomotion. En vez de emprolijar a mis personajes, los deformé más, desde ahí empecé a encontrar un poco más lo mío, pero no me animaba del todo a publicar. Conocía los fanzines de autores que estaban en la misma sintonía, como Gustavo Sala, Lucas Varela o de Dani the O, Max Cachimba… que eran pibes que en esa época ya la estaban rompiendo.
https://www.youtube.com/watch?v=JcP8t8drIcg
SSK: ¿Tenías contacto con ellos?
ALV: No. Me gustaban, los admiraba… Pero ahí quedaba, no me animaba a encararlos. Los Perales se llamaba así porque en Mataderos, nuestro barrio, hay un barrio que se llama así, atrás de la cancha de Chicago. Es un barrio hecho por Perón y que es bastante agitado. El chiste era que los personajes se llamaban Perales de apellido, y vivían ahí. Gustavo (Sala) tenía su personaje José Luis Perales. Y quisimos que hiciera un cameo en la serie. No me conocía en ese momento y se enganchó de toque, había visto unos stickers de Los Perales que yo había pegado en Mar del Plata. Me dijo que le habían hecho acordar a los dibujos de Dani the O. Ahí nos conocimos y empezamos una gran amistad. El tema de producir te da cierta confianza en contactar a otros autores, al menos en mi caso.
LDP: Hasta este momento vos mantenés una ética de no ponderar ninguna disciplina por sobre otra: no decís que eras más animador que músico o al revés.
ALV: En esa época hacía todo de manera muy intuitiva, seguía tocando y si bien tenía facilidad para lo relacionado al dibujo y crear, no me sentía del todo profesional, y el contexto económico no daba para imaginarse que iba a vivir del dibujo. Pero no, no había una disciplina que me interesara más que otra. Te diría que todavía sigo teniendo esa confusión, esa superposición, todo el tiempo tengo proyectos superpuestos de estas diferentes disciplinas, aunque ahora el mayor tiempo lo dedico a mi Estudio (de animación). Al laburo.
LDP: ¿En qué año lo empezaste a gestar?
ALV: 2005. Unos años antes entré en una productora grande a laburar en una peli 2D, éramos como cincuenta, al terminar quedamos un par como parte del equipo estable haciendo publicidad. Me pagaban poco y hacía de todo: diseño de personajes, animación tradicional y digital, arte, motion graphics. Ya había pasado por varios laburos y cuando se mandaron una cagada, me fui, me di cuenta de que podía armar algo propio con todos esos recursos. Y armamos Caramba Estudio. Justo fue un momento importante de la Argentina, donde empezó a explotar un poco la industria audiovisual… ¡y Palermo Hollywood!
SSK: ¿Y con la historieta?
ALV: Después del concurso de humor gráfico que gané, el de Liniers y Fontanarrosa, pensé: “Ya está. La pegué”. Empecé a mandar mails con mis dibujos, creyendo que podía publicar en todos lados, y nada que ver. Tuve algunas reuniones frustradas: los de Hecho en Bs. As. me pidieron una ilustraciones y después me colgaron, fui a la productora 4 Cabezas, con una tira de humor que les interesó para publicar en una página web que tenían en ese momento, y después de unas semanas me dijeron que no: “Pergolini dice que es muy caro”, fue el argumento. Estuve dos años dando vueltas con eso mientras laburaba en animación, mandando mis dibujos a cada lado que podía. Unos años después, en la misma época en la que armamos el estudio, empecé a publicar en Comiqueando, que empezaba a salir a color. Estaba muy contento porque la leía de pibe.
SSK: ¿Te llamaron o mandaste vos?
ALV: Preparé unas páginas y las mandé para ver si les gustaba. Por lo general, mandaba yo. He escuchado a personas ofendidas porque no los llaman para alguna publicación, es rarísimo eso, como si mandar fuese humillarse. No tenía los contactos, fue gracias a Gustavo (Sala), que me contaba o sugería adónde enviar material, que pude acercarme a la gente de Comiqueando, por ejemplo. Después empecé a publicar en un fanzine-revista española, Monográfico. Me la mandaban y estaban Alcázar, Brieva, Miguel Ángel Martín, Liniers, Adanti, Sala, El roto, un dream team zarpado, después vino Fierro, el Sí de Clarín, pero fue muy de apoco que se fue dando, eran pequeños peldaños en los que yo me sostenía para seguir entusiasmado, como esas paredes que tienen unos agarres y vos vas subiendo ¡pero tenía que aguantar agarrado en cada peldaño un par de años!
LDP: Iba a pasar al peldaño siguiente, que es Inhumano. ¿Es una recopilación de cosas previas, es algo nuevo, es una mezcla? ¿Vos mandabas mails a editoriales o vinieron los de Llantodemudo con intenciones de publicarlo?
ALV: Yo hacía Disparate en Comiqueando y la editorial Domus me ofrece publicar un libro. Estuve un año y medio viendo qué hacer. Le daba vueltas pero no me convencía, no me sentía preparado para publicar un libro con ese material. Finalmente, hice una especie de mono y, cuando se lo mandé, cerró la editorial. Creo que eso fue por el 2009.
Unos años después, en 2012, surgió la idea de parte de los chicos de Llantodemudo. Yo habìa publicado en Ignatius, la antología de esa editorial. Diego (Cortés) siempre me decía que le gustaba mi trabajo, tenía muy buena onda conmigo. La primera vez que nos vimos me abrazó y me trató como si nos conociéramos de toda la vida. Ellos empezaron a publicar libros de diferentes autores y les iba re bien, entonces surgió la idea de hacer un libro. Yo tenía el material reunido para Domus, pero ya estaba publicando otras cosas, me estaba corriendo un poco del chiste y pasándome a las historietas cortas, con un toque de humor perturbador, lo que hacía en Pare de Sufrir, que se publicaba en Fierro en ese momento, por ejemplo. Me sentía más confiado que en la época de Disparate, y ahí surgió Inhumano. La tapa, por ejemplo, todavía me encanta, y no la hubiera podido hacer antes. Tuvo mucho que ver que ya en esa época publicaba seguido en el Suplemento Sí! y sobre todo el ejercicio de las ilustraciones limadas que hacía para la revista THC. Estaba buscando un estilo más orgánico. Entonces, compilé lo mejor que tenía y le sumé esto que me gusta a mí: jugar con el diseño, ilustraciones en dobles páginas, alguna publicidad, armar un caos coherente… quedó bueno y funcionó muy bien. Fue el primer libro a color de ellos. Yo les rompí bastante con esto, porque no veía ese libro en blanco y negro, además de otras cuestiones de la edición.
SSK: ¿Te metiste mucho en la edición del libro? ¿Tenías una idea de cómo tenía que ser?
ALV: Se los entregué todo terminado. En las cosas más técnicas no me metí, no tenía el conocimiento, tampoco. Lo que sí les había pedido fueron cuestiones de papel, gramajes, la tapa mate, y lo del color. A nivel diseño y edición lo laburé mucho, y me costó bastante porque era mi primera experiencia, lo armé pensando en el recorrido de lectura y compensar el material en blanco y negro con el material a color. No conocía programas de diseño en ese momento, entonces hacía una maqueta en Word y lo editaba ahí para tener una vista previa del libro. Después entregué todas las páginas en alta por separado, pero con el orden del Word. Un quilombo, pero funcionó. Me sorprendí al verlo, ellos eran una editorial chica y era mi primer libro, y quedó genial.
SSK: ¿Cómo fue el paso a hacer Papá Pop, que es un libro muy diferente por un lado, aunque tiene muchas semejanzas: juega con formatos cortos, en este caso postales y con muchas referencias a la cultura popular?
ALV: A mí me cuesta mucho tener tiempo para dibujar fuera del laburo. Y hacer historietas es lo que más lleva. Por eso en ese momento se me ocurrió plasmar ideas en dibujos que podía resolver relativamente rápido. Tenía varios dibujos en una libreta, que combinaban personajes populares de cine y tv, con alguna vuelta humorística. Entonces, empecé una serie con esa idea, asumiendo el desafío personal de que fuese humor mudo, algo que nunca había hecho. Hacía uno por semana y lo publicaba en redes sociales. Yo no estaba pensando en sacar un libro, pero al ver todo ese material junto, pensé que quedaría bueno. Me contacté a través de Muriel Bellini con los chicos de Galería Editorial, les mandé un mail y al toque se coparon y me ayudaron a darle forma, y quedó espectacular. Fue muy fácil trabajar con ellos. Lo complicado fue terminar el libro, la entrega fue cuando estaba en Angouleme, así que estuve una semana ahí cerrando el libro, con la presión de seguir con el proyecto que había ido a hacer allá, y algunas cuestiones del Estudio, que no podía soltar, ya que se venía el terror de las elecciones del 2015.
Lucas De Paoli es un Estudiante errante de Artes combinadas en la UBA y un aficionado a la ensayística y el pensamiento crítico obsesivo sobre diversos medios artísticos. Ha colaborado para algunos blogs itinerantes sobre música, cine e historietas. En 2018 fundó la editorial Clan de Fomento, donde ejerce como editor. No se siente cómodo escribiendo bios.