Para ser sincero, nunca tuve como objetivo viajar al Festival de Angoulême. Sabía que era uno de los festivales de historietas más grandes del mundo, el más importante de Europa, y que su caché cultural era innegable, pero la BD nunca fue mi especialidad o al menos nunca fue mi pasión. No crecí leyendo Tintin, Spirou o Blake and Mortimer (sí Asterix y Los Pitufos), sino superhéroes. Mi inversión emocional temprana viene por ese lado. Y tampoco formaron parte de mi maduración como adulto, merced a la adoración por Moebius, Manara, Jodorowsky, Pratt. Todo lo leí desordenado y a veces sin tantas ganas.
El objetivo durante muchos años, en realidad, fue la San Diego Comic Con. Recuerdo una nota aparecida en la revista Comiqueando en 1999 (o por ahí) en donde brindaban una guía práctica sobre cómo ir a San Diego, cuánto gastar, qué comprarse, dónde quedarse, etc. etc., y desear con toda mi alma escapar de la imposibilidad tucumana (y noventosa) de ir allí. Sin embargo, San Diego se convirtió en un monstruo inaguantable e inabarcable. Su transformación en centro de la industria del entretenimiento mundial, el crecimiento de las masas que participan de la misma, la volvieron algo en donde los comics tienen un lugar muy, muy secundario. Lo cual además se suma a mi creciente fobia social frente a los grandes grupos.
Pero este año se alinearon los planetas de tal manera de poder concurrir al Festival International de la BD por primera vez en mi historia. Y lo que encontré fue algo muy singular, con un foco cultural específico que no impide una visión amplia de las cosas, en una locación muy particular que se convierte, también, en una de las atracciones del Festival, aún con todas las dificultades que presenta.
Concurrí al festival acreditado como prensa, lo cual me daba acceso a todos los espacios del mismo sin pagar entrada. Sin embargo, la entrada tampoco es demasiado cara: 36 euros por los cuatro días para un adulto. Lo cual explica las enormes masas de gente que concurren: no es un festival expulsivo sino popular. De cualquier modo, apenas si le presté atención a la programación hasta unos cuantos días antes de partir, momento en el cual me percaté de que tenía una brutalidad de actividades. Esa brutalidad de actividades evita algo que suele ser muy común en otras convenciones: la aglomeración. Si bien el público es ingente, la distribución en diversos espacios hace que, con algunas excepciones, se pueda recorrer sin asfixiarse. Sin embargo, la realidad de esto, al menos para alguien que viaja por primera vez, no impacta hasta que uno llega a ese pequeño pueblito del sur de Francia y se encuentra con toda una ciudad tomada por la historieta: las pintadas en los edificios, las estatuas en la estación de tren, los banners que te guían a los diversos espacios, los dibujos de personajes famosos como Gaston La Gaffe y el Corto Maltés en las carteleras y vidrieras de los negocios. Ahí, recién ahí, te das cuenta de que son 12 exhibiciones y un montón de tiendas gigantes de venta, y una millonada de espacios paralelos que brotan como hongos con la intención de beneficiarse del Festival.
Algunos días antes me había bajado todo el material de prensa, alrededor de un giga de imágenes y textos que presentan las diversas actividades y especialmente las muestras, que son uno de los platos fuertes del festival. En el tren camino a Angoulême hice lo que pude para interiorizarme con lo que pude, mirando por encima algunas de las imágenes de las muestras, leyendo el dossier de prensa, intentando fichar y reservarme mentalmente algunos de los rencontres (el término francés para mesas paneles y entrevistas con autores) y discusiones. Pero ningún grado de preparación es suficiente cuando hay más de 350 actividades en solo cuatro días.
Por lo tanto, una vez llegado a Angoulême mi estrategia fue simplemente deambular por ahí e ir aprendiendo el layout del festival a medida que lo recorría. Luego de un par de días de ligera ansiedad social respecto de “las cosas que me estaba perdiendo” (recientemente me enteré que sufro de FOMO [Fear of Missing Out], una condición vinculada a la ansiedad social que fue diagnosticada por especialistas en marketing en los 90s y que ha sido exacerbada por los smartphones y las redes sociales) decidí que no tenía sentido desesperarme por ir a ver la más reciente mesa panel que, de cualquier modo, no iba a entender porque todo se traduce o se organiza en francés y mi francés es muy rudimentario.
La primera comprobación, entonces, es esa: el Festival es un monstruo, a pesar de suceder en un pueblo de 30 a 40 cuadras de diámetro en el cual se puede acceder a todo caminando tranquilamente o en los buses gratuitos que la organización provee y que recorren la ville de manera circular. Pero, a la vez, ese monstruo no se supone que sea aprovechado de la misma manera por todo el público. La mayoría de las actividades no están pensadas para los profesionales, los editores o los acreditados en general, sino para el gran público. Y es allí donde Angoulême se muestra como un festival superlativo, que persigue una política cultural alrededor de la BD que supera por mucho la idea de una “escena” o una “comunidad”, para desparramarse en todas direcciones y convertir a la BD en un poderoso aparato de penetración y acción social.
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A esto contribuye, también, la diversidad de los espacios. Yo me pasé gran parte del fin de semana en la carpa Nouveau Monde, que, como su nombre lo indica, agrupa a todo aquello que es comic “indie” y de vanguardia. Pero también existe Le Monde des Bulles, la carpa mainstream a todo culo (que ni pisé) donde uno puede encontrarse con Casterman, Dargaud, Gallimard y el resto de las grandes casas que publican esa BD histórica, de ciencia ficción, de aventuras medievales y etc., con dibujantes todos muy correctos y buenos pero que es un embole. Y el Espace Franquin, una sala de exposiciones/de conferencias en donde se montan algunas de las exposiciones más significativas (allí estaba la de Manara, por ejemplo). También está el Spin Off y el Pavillon Jeunes Talents, espacios fanzineros y de vanguardia donde el futuro del futuro se congrega. En el Espace Para BD se encuentran desde muñequitos hasta serigrafías de Joost Swarte autografiadas, pasando por comics de segunda mano. El Quartier Jeunesse – en esta ocasión montado en el Musée de la Bande Dessinée – aloja a todas las tiras y comics destinados a niños, un lugar que no es para nada secundario dentro del Festival, sino que cuenta con un lugar de honor y en donde vi una enorme cantidad de niños divertidísimos en particular con la muestra de Tom-Tom et Nana de Bernadette Després. A eso se sumaban un espacio para el comic policial (que no visité). Finalmente, la gran novedad de este año era la existencia de una carpa denominada Manga City, en donde justamente se privilegiaba el comic oriental (no solo el japonés, sino también el coreano, el chino y el taiwanés).
De ese modo, la lógica de Angoulême se traduce en: BD desde la cuna hasta la muerte, y en: hay algo para todos en este maravilloso mundo de la historieta. Lo cual, al fin y al cabo, fue siempre mi posición al respecto de la historieta. El hecho de que el comic no sea un arte con el cual está familiarizado la inmensa mayoría de la población, al menos de forma superficial (como sí lo están con la música o el cine), tiene que ver con la jerarquía de las artes, no con que no exista una inmensa variedad en su interior. Hay una historieta para cada uno de los seres humanos que habitan este mundo, el problema es la distribución.
A la vez, también, hay algo que me sorprende siempre que voy a un festival o convención de historieta y es la tenacidad de los creadores y creadoras. Todos sabemos que el comic no da dinero, o da dinero a pocas personas, o da dinero solamente dentro de determinados círculos, y no para siempre (no hay jubilación para los y las artistas de historieta). Sin embargo, hay una marea inmensa de personas que están dispuestas a hacerlo, que se ven presas por su magnificencia y por su potencial expresivo y que se lanzan a la aventura sin importarle el por qué y el cómo vivir luego de eso. Buscando explicaciones sobre ese fenómeno con Pedro Mancini y Diego Rey, mencionamos factores como el ego (es un arte rápido de mostrar) y la dominación total de la página. Creo que algo de eso hay. Esto lo dije muchas veces en otras ocasiones, pero el hecho de que el comic permita la construcción de un mundo por una sola persona desde abajo para arriba, de forma completa, con total control sobre sus aspectos narrativos, estructurales y estéticos (tanto visuales como literarios), la convierten en probablemente el único arte que puede presentar una visión personal casi sin filtro. Y eso es muy seductor.
Esta perspectiva plural del festival de Angoulême se torna también emotiva y emocionante: creo que no recuerdo la última vez que vi tantos niños fascinados por la historieta, en contacto con ella, corriendo por los pasillos de las muestras o leyendo BD sentados en los diversos espacios del festival, disfrazados con sombreritos de Spirou y de Asterix. Cuando ingresé al Musée de la BD y vi el Quartier Jeunesse, la muestra de Tom-Tom y Nana (interactiva, pensada para que los chicos dibujen, hagan sus propias historietas y diseñen sus propios personajes) y la competencia escolar (un concurso abierto a niños y jóvenes de 7 a 17 años en donde se premian las mejores historietas de cada edad) tuve que contenerme un poco para no largarme a llorar de emoción ahí nomás.
Simultáneamente, esta diversidad que presenta Angoulême no le quita su foco: la BD, la historieta franco-belga. En eso la experiencia en este Festival fue muy diferente a aquellas que tuve con convenciones de otros lugares del mundo. En particular, la virtual inexistencia de superhéroes fue un fenómeno un tanto extraño. No me malinterpreten, había una muestra de Batman espectacular (más sobre ella abajo) pero los expositores casi no tenían comics de superhéroes a la venta, y la promoción, tanto desde el punto de vista de las muestras como del espíritu del festival, estaba dirigida a un comic que privilegia el acto de lectura por sobre el conocimiento de los detalles de interacción y encastre de las historias en la maquinaria del universo compartido. Otra manera, menos sutil, de decirlo es la siguiente: no había casi fanboys. No se respira, casi en ningún momento, esa sensación de estar metiéndote en la fiesta de otro que quizás te mire mal por tu falta de conocimiento. De hecho, y de alguna manera, la falta de conocimiento es el punto. El “público de a pie” es el punto. La integración de la BD en la vida implica justamente aceptar que hay lectores que van a leerla como quien lee un best seller o baila la canción pop de moda. En pocas ocasiones me he enfrentado a una reunión de estas características donde el gatekeeping (la odiosa práctica de “cuidar las puertas” del castillo y exigirle cierto conocimiento a cada uno de los que participan antes de permitirles franquear la entrada) no estuviese casi presente. Eso se notaba mucho en la manera paciente, dedicada y amable en que los expositores explicaban cada uno de los libros que tenían disponibles: era más importante comunicarse con el otro y vender que pertenecer a un club de fans.
Y esto también nos lleva a otra verdad incómoda: sin el sector del gran público, sin los Dargaud, Casterman, Glénat y Gallimard, sin el peso que tiene la BD en el mercado editorial francés, nada de esto sería posible. Son esos comics, quizás aburridos para muchos de los que nos embanderamos en la propuesta del comic como alguna forma de arte individual, los que permiten que Angoulême sea la poderosa fuerza cultural que es. El Festival lo sabe y consagra toda una faceta del mismo (Le Marché des Droits) a realizar negocios. Allí estaban los amigos de Hotel de las Ideas, charlando con editoriales y autores de las latitudes más insospechadas e intentando cerrar tratos. Si bien este espacio no está abierto al público en general, es parte fundamental de la propuesta del Festival. Lo cual responde a una pregunta que se suele lanzar desde Argentina en cuanto a la discusión arte-mercado: sí, hace falta una industria. El problema es que una industria cultural de la historieta es dificilísima, por no decir casi imposible, de re-generar sobre las cenizas. El mercado francés (de manera similar al japonés) existe con continuidad desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Logró adaptarse, en gran medida por la filosofía universal que mencioné más arriba, a todos los vaivenes políticos, económicos y sociales.
A la vez, esto también llama la atención sobre otro elemento de perogrullo pero que, visto a la distancia y desde mi ignorancia, se revela como chocante con respecto a otros festivales: este es un festival francés, en donde se privilegia la idea de la cultura francesa como elemento de identidad y penetración cultural. Si bien el Festival se sostiene mayormente a través de aportes privados, hay una sinergia con el Estado que quedo consagrada en esta última edición, a cuyo cierre acudieron el Ministro de Cultura y el de Educación (Ministerio que visita por primera vez el Festival desde sus inicios), junto con el Secretario de Estado de la Juventud, quienes firmaron un convenio trianual en donde se establece un marco de cooperación privado-estatal para las próximas ediciones y donde se apuesta a mejorar y expandir las condiciones del Festival para volver, asimismo, a la zona donde se realiza un centro mundial de la BD.
El lugar donde se realiza es, también, parte de esta misma política francesa de promoción cultural: sin lugar a dudas Angoulême es un pueblo que no da abasto para un evento de estas características, pero fue elegido como sede desde la intención de promocionar culturalmente el interior de Francia, y que los eventos no giren todos alrededor de la ya hiper-centralizada París. Esto también brinda al Festival un sabor particular: no hay suficientes alojamientos en la ville, por lo cual muchos de los autores y expositores se alojan en otros pueblos y barrios de las cercanías, que forman parte de la Grand Angoulême. Es curioso como la zona ha logrado mantener su identidad de campiña francesa a pesar del evento: los colectivos no circulan luego de las 20 hs y la ville sigue siendo encantadora y pintoresca. Esto es por un lado una bendición (uno se imagina la destrucción por la especulación inmobiliaria de cualquier pueblito argentino donde se realizase un evento de estas características) y una maldición a la hora de encontrar alojamiento y a veces de retornar al mismo en los días más cargados del Festival.
A la vez, este foco no impide que el festival sea ecuménico: en esta ocasión las muestras giraban alrededor de Batman, TomTom y Nana, Taiyo Matsumoto, Rutu Modan, Tsutomu Nihei, Milo Manara, Richard Corben, Hyppocampe, Jean Harambat, Jérémie Moreau, Pierre Feuille et Ciseaux (el laboratorio de experimentación en historieta donde han participado, entre otros, Diego Agrimbau y Lucas Varela) y Bien, Monsieur (una revista francesa de comic contemporáneo). Si bien la mitad, aproximadamente, giraban alrededor del comic franco belga, había superhéroes, indie, manga e incluso fantasía heroica para el pueblo. Las muestras, a su vez, son una maravilla del montaje y la curadoría. Ahí, una vez más, se ve el trabajo del dinero y de la industria. La muestra de Matsumoto, la primera que visité y la que más me interesaba, estaba compuesta exclusivamente por originales: hermosas páginas en blanco y negro y a todo color, pintadas con unas acuarelas exquisitas. La muestra de Corben, el gran galardonado del año pasado, también, e incluso incluía algunas pinturas realizadas por el norteamericano en acrílico. La muestra de Manara (que no me voló la cabeza tanto porque no soy tan fanático) era exclusivamente de páginas originales, y algunas historias estaban completas. Pero, más allá de la calidad del material expuesto, lo interesante era el criterio. En el caso de Matsumoto, el foco estaba puesto en su manera de representar la infancia: cómo dibujaba a niños y adultos, como lidiaba con las ansiedades de la separación familiar, como presentaba familias disfuncionales. A la vez, eso iba acompañado de un trabajo muy fino trazando toda su carrera, su iconografía, y la evolución y cambio de su trazo y sus influencias: de su fascinación con Moebius a su retorno a un grafismo más japonés en sus obras posteriores. La muestra de Batman, mientras tanto, no contaba con tantos originales en todo su recorrido (lo cual no significaba que no los tuviese: los originales estaban concentrados en una sala al final donde podías ver páginas de Bruce Timm, Kevin Nowlan, Frank Miller, Walt Simonson, Mike Allred y Darwyn Cooke, por nombrar a solo unos pocos) sino en una experiencia de inmersión: habían armado distintos espacios como ser la Baticueva o el Asilo Arkham, unas suertes de dioramas gigantes por donde la gente caminaba y se fascinaba. En el caso de Corben, el objetivo parecía explicar el por qué de su elección como Grand Prix de la Ville d’Angoulême el año anterior, una lucha en contra de la imagen estereotipada de Corben como un autor machirulo de tetas gigantes, muy tradicional. Como parte de este objetivo, se reconectaba a Corben con el underground de los sesenta, se destacaba su fanatismo por figuras como Poe y Lovecraft, se organizaba su obra en temáticas recurrentes (como los hombres lobos y los dinosaurios) y se destacaba su humor. La imagen que quedaba de Corben al final del recorrido era mucho más compleja e interesante que aquella que la mayoría de nosotros probablemente teníamos al inicio. El único punto negativo de la misma era el montaje de una parte en una sala del Musée de Angoulême que seguía alojando a la muestra permanente en antropología: entre máscaras y otros elementos pertenecientes a grupos aborígenes, se encontraban algunas páginas de la etapa más mainstream de Corben, en un maridaje no del todo feliz.
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Por otro lado, la elección y polémica alrededor de Corben nos permite hablar un poco de los premios de este año que, en un giro de 180º con respecto a años anteriores, fueron galardonados mayormente a artistas femeninas. Primero que todo, el Gran Prix de la Ville fue otorgado de manera merecidísima a Rumiko Takahashi, en un doble reconocimiento: a su trayectoria como autora y a la importancia de sus creaciones para la penetración del manga en occidente. Además, Emil Ferris con su My Favorite Thing Is Monsters ganó el Fauve D’Or (el premio concedido al mejor libro publicado durante 2018 en Francia) y Emilie Gleason ganó el Premio Revelación. De la miopía autoimpuesta a cierta sobreactuación, al menos el Festival supo corregir sus puntos ciegos.
Una nota aparte merece el Musée de la Bande Desinée. Nunca en mi vida había encontrado un edificio y una institución de tanta calidad dedicada a la historieta en el mundo. En su interior, junto con el Quartier Jeunesse y la muestra de Tom-Tom y Nana, estaba la muestra permanente, dedicada mayormente a la historia de la BD franco belga, pero también con joyas como originales de Jack Kirby. Finalmente, alojaba una muestra, no incluida en la programación oficial del festival, sobre Futuropolis, casa editora de BD con una intensa política de autores. Esta última era una delicia de curadoría: se había decidido destacar el carácter artesanal de las producciones de la editorial, y como parte del recorrido te explicaban el valor del diseño en la misma, el carácter pionero del servicio de distribución que montaron y la faceta social de la editorial, que se expresaba, por ejemplo, en el equipo de fútbol del cual participaban autores como Enki Bilal y Tardi. El Musée de la BD, además, cuenta con archivos y bibliotecas gigantescas, que en esta ocasión no pude visitar pero que despertaron en mí el deseo de buscar una excusa y un subsidio para poder pasarme una buena temporada investigando en lo que es un arcón de tesoros de la historieta mundial. Esta tarea de preservación e investigación se desdobla también en la Cité de la BD, organismo en donde se alojan la biblioteca, archivos, se realizan cursos y que incluso cuenta con un cine. Allí, asimismo, se encuentra la icónica estatua del Corto Maltés, observando al porvenir con mirada soñadora.
Angoulême es, además, un espacio social intensísimo. Las noches se prolongan en diversos bares, donde, por ejemplo, pude observar a Max charlando animadamente con una delegación española y a Jason bebiendo agua. Este espacio social sirve para conocer gente nueva, ponerle cara y personalidad a los artistas que nos gustan, beber cerveza. En ese sentido, Angoulême es devastador: durante el día te pasas realizando actividades y durante la noche te pasas charlando y bebiendo, lo cual se cobra su factura sobre el físico de los participantes. Yo la verdad que esperaba un festival mucho más tranquilo, mucho más artie y pueblerino, y me encontré con que los dibujantes beben en cualquier situación.
En definitiva: Angoulême es un monstruo enorme que cumple con todas las funciones económicas, culturales y sociales con las cuales un buen festival o convención debería cumplir. Que exista en su forma actual es casi un milagro de la historia y un testimonio del impulso decisivo tanto de la economía privada francesa como del Estado francés en pos de estimular la producción de BD. Con Diego Rey, sin embargo, recordábamos una experiencia similar en Argentina, tristemente cancelada debido a los vaivenes políticos: Comicópolis. Y llegábamos a la conclusión de que, si bien la escala y la magnitud son muy diferentes, las tres ediciones que se realizaron de esta convención en Tecnópolis eran un camino en la dirección correcta, una apuesta que, con continuidad, podría haber continuado dando frutos para la historieta argentina. Hoy solo podemos mirar de lejos y ansiar que, quizás, algún día, podamos volver a una política que involucre a los diversos grandes participantes de la producción cultural en un impulso definitivo a nuestra historieta. Mientras tanto, la recomendación es que si pueden ir a Angoulême vayan: vale la pena, y mucho, y nos ayuda a pensar una historieta que no por estar vinculada a lo comercial deja de prestarle atención a las facetas intelectuales, educativas y artísticas del mejor arte de todos.
Conclusiones que saco de esto.
1. Angouleme es popular, con una gran cantidad de gente yendo al año = Angouleme es peronista.
2. El rol del estado, como siempre. Es tan increíble porque el estado francés decidió colaborar en el asunto y prestar atención a uno de sus menos reconocidos puntos focales de su cultura que es el comic. Si la Argentina le mete pata al asunto, podemos tener nuestro propio Angouleme de vuelta y con fuerza.
3. Angouleme es lo que sería la Comic Con si esta no se hubiera rendido a las empresas de comunicación generales. Las comunidades geek son fundamentalmente distintas una de cada otra y la única razón por la que la Comic Con se volvió en lo que se volvió es que en el imaginativo norteamericano el que juega videojuegos, lee comics, lee libros de fantasia y juega juegos de rol son lo mismo (Del Caño technick).
4. Es una bella noticia que el pueblo no se vea trastornado por el evento. La única historieta francesa clásica que recuerdo es una de Asterix en la que la gentrificación es duramente criticada. Sería una triste ironía si la pequeña ville sufriera por Angouleme, incluso aunque no sea práctica para los periodistas, los habitantes originales de la ville tienen su derecho en el asunto.
5. Que Jason toma agua es una información que requería para mi tesis.